Roald Dahl: El espía

Cerramos el mes dedicado a Roald Dahl con esta nota de Laura Ávila que recorre aspectos poco conversados del autor de Matilda.



Por Laura Ávila 


La carrera literaria de Roald Dahl comenzó cuando se partió la cabeza en un accidente de aviación. Era piloto de la real fuerza aérea británica en la Segunda Guerra. Se vino abajo desde el cielo intentando un aterrizaje de emergencia. Su avión se incendió en el desierto de Libia. Él salió arrastrándose de la cabina, rodó unos metros en la arena y perdió la conciencia. 

Hasta ese momento, había sido un buen chico inglés. Su papá había muerto cuando tenía tres años y su mamá, Sofie, le contaba historias que inventaba y lo llevaba de vacaciones a Noruega, su tierra natal. 

Roald y la escuela nunca se llevaron bien. Después de padecer su educación, que incluyó malos tratos y hasta golpes de parte de sus maestros, encontró cierta libertad en no hacer ninguna carrera universitaria y huir lo más lejos que se atrevió de Inglaterra. 

Tenía sed de conocer el mundo y vivir aventuras extremas, así que se anotó en un viaje de tres semanas para levantar datos topográficos de una helada costa canadiense, a pie y con una mochila al hombro. 

Volvió para tomar un empleo de oficinista en la Shell. Leía mucho y tenía pasión por la fotografía, pero se sentía ahogado y pidió el traslado a la sucursal de Tanganica, en África. 

Fue un extraño ejecutivo de veinte años, que se gastaba su sueldo en libros, martinis y citas. Al fin terminó por aburrirse y se inscribió en la Royal Air Force. Para sus prácticas le dieron el último biplano que usó la fuerza, un antiguo Gloster Gladiator. Fascinado, Roald sobrevoló los cielos africanos y entró casi jugando en la guerra, en donde tuvo ese accidente que le abrió la cabeza, sí, también para encontrar su lugar en el mundo.


Dahl no empezó escribiendo literatura para niños. Comenzó redactando informes secretos para la corona británica, porque luego de su convalecencia lo ascendieron a la categoría de espía. Tenía que vigilar a los alemanes afincados en Tanzania y mandar esa información confidencial a Londres. 

Siguió volando un tiempo más, ya en acciones bélicas concretas, pero tenía secuelas del accidente, migrañas y pérdidas breves de conocimiento que lo llevaron a gestionar la baja. Lo repatriaron a Londres, y en 1942 conoció a otros agentes secretos como él, entre los que estaba Ian Fleming, un niño rico nieto de banqueros, con un profundo complejo de Edipo. 

Algo hizo que Roald le tuviera aprecio. Los dos tenían un humor ácido, a los dos les gustaba el cine y eran un poco despreciados por el resto de la compañía de espías, que no los tomaba muy en serio. 

Unos periodistas quisieron entrevistar a Dahl para que contara su experiencia como piloto, pero él llegó tarde a la cita y a manera de disculpas, redactó él mismo un relato para que tuvieran una referencia y escribieran el artículo. 

El periodista lo encontró tan sintético y perfecto, que lo publicó sin cambiar ni una coma. Y así entró Roald Dahl al mundo de las letras. Hacía notas a pedido para revistas y periódicos. 

Su próxima misión fue viajar a Estados Unidos, como parte de la embajada británica en Washington, para tratar de convencer a ese gobierno de entrar en la guerra. Mientras salía con actrices famosas y mujeres influyentes, escribió una historia de unos seres parecidos a duendes que hechizaban los aviones de la RFA y los hacían sufrir pequeños desperfectos. Eso de los duendes en panne era una leyenda urbana en las fuerzas británicas. Roald los identificó como Gremlins y los describió con una mezcla tan interesante de humor, malicia y suspenso, que el relato llamó la atención de Walt Disney. Nada es casual: Disney tenía una división entera de animadores trabajando en propaganda bélica y cooptación de reclutas norteamericanos.


Aún así, la narración de Dahl cautivó tanto a Walt que quiso encararla como una de sus grandes producciones, al estilo de Blancanieves o Fantasía. 

Los diseños de los personajes que se hicieron fueron tan dulces y primorosos que empalagaron a Dahl. Su historia, reescrita, pulida y despojada de esa divertida crueldad que tenía, le fue tan irreconocible que se bajó del proyecto. 

Ese fue el primer coqueteo de Roald con lo audiovisual. Salió mal pero sus Gremlins tuvieron larga vida, aunque en proyectos de otros, como en un corto de Bugs Bunny llamado Falling Hare (1943), en una historia de La Dimensión Desconocida: Pesadilla a 20.000 pies (que escribió Richard Matheson), y hasta en la película pochoclera y ochentosa de Joe Dante, que además tuvo una secuela.



Todos sabemos que escribió Matilda, Las brujas, Charlie y la fábrica de chocolate, etc. Pero pocos tenemos su veta de presentador de televisión. Roald fue anfitrión en un programa llamado Way Out, una serie de unitarios de terror bizarro, en donde él anunciaba los capítulos haciendo chistes truculentos, en escenografías dignas de Halloween. Muchos de esos guiones estuvieron basados en sus propias historias. Para ese entonces escribía también cuentos cortos y novelas para adultos. Su estilo en general era conciso, efectivo, mordaz. Asustaba de tan filoso, pero ahí estaba el sentido del humor para equilibrar las cosas. Lo suyo era una combinación bomba de Saki con Graham Greene, pero con una simpática ligereza que atravesaba sin embarrarse las sordideces del mundo. 

Al fin le llegó el cine, en donde se encargó de escribir un guión basado en un libro de Ian Fleming, su antiguo amigo espía. Justo era uno de la saga de James Bond, Solo se vive dos veces (1967).


De viejo, Dahl prefería no acordarse de esa película, aunque en su momento, con Sean Connery de protagonista, fue un éxito en todo el mundo. La trama, imposible, hablaba de una guerra espacial inminente y amores orientales de Bond. Quizás los productores de la cinta vieron algo pueril en ese argumento, porque le encargaron otra adaptación de un libro de Fleming, pero esta vez para un público infantil. 

Roald le cambió los puntos de giro y reescribió bastante. La película se llamó Chitty Chitty Bang Bang, un delirio musical en donde una pareja enamorada y dos niños viajaban en un auto mágico. La protagonizó Dick Van Dyke y tuvo mucho de Mary Poppins, aunque también algunas sorpresas divertidas en el casting, como la actuación de Benny Hill en el rol de un fabricante de juguetes.


Chitty Chitty ganó un Oscar a la mejor canción original, y estrenó un personaje inventado totalmente por Dahl, el Child Catcher, que se parecía un poco a Willy Wonka, porque atraía a los niños que capturaba con golosinas. 

Muchos de los relatos cortos de Dahl fueron adaptados para series, y luego llegaron las versiones cinematográficas de sus novelas para niños, en las que renegó bastante porque nunca le gustaron como quedaron. 

Fue mejor escritor que guionista, pero fue las dos cosas. Con los guiones paró la olla, porque armó una familia numerosa: se casó con una actriz de Hollywood y tuvieron cinco hijos a los que había que alimentar. 

Con las novelas, en cambio, hizo plata hasta para regalar, y además, logró su pase a la inmortalidad. Su acierto fue entender el mundo como un campo de juego, o tal vez como una batalla secreta entre niños y adultos. Por eso su escritura no envejece: siempre habrá niños dispuestos a tomar sus banderas, porque no olvidemos nunca que él era un espía, un agente infiltrado en el mundo de los adultos, pero que peleaba en el bando de los niños.

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