El conejo, la reina, la niña y los verdes imberbes. Silvina Rocha frente al espejo.

En el mes de marzo, invitamos a mujeres escritoras a hablar de sus libros. Esta entrevista de Libro de Arena está dedicada a Silvina Rocha.


Por Laura Ávila

Foto: Diego Moscato

Silvina canta con las palabras escritas. Tiene una pose canyengue, el decir claro y
conciso, la parada de princesa desafiante en un mundo que le hace poco lugar a las mujeres decididas. 

Toda esa magia y esa energía que despliega hoy cada vez que escribe, empezó a cultivarla en la canción. Sus primeros pasos estuvieron orientados hacia la música ciudadana. Por Internet ronda un disco suyo, hermoso, “Mujeres”, en donde, con una dulzura cristalina y directa al pecho, reversiona clásicos y hasta se anima a interpretar canciones propias, que homenajean a mujeres de nuestra historia como Evita, Camila O' Gorman y Alejandra Pizarnik.

Los caminos de la vida la llevaron a buscar otras formas de expresión artística. En el mundo de la literatura para niños y niñas halló un hogar para sus historias imaginativas, profundas, apoyadas fuertemente en las imágenes. Cultivó el libro álbum y el cuento ilustrado para pequeños lectores. Encontró niñas y niños felices con sus lecturas y muchas distinciones hacia su trabajo, tanto nacionales como internacionales.

En 2020 dio el salto hacia una literatura en búsqueda de nuevos lectores. Escribió y editó “El conejo, la reina, la niña y los verdes imberbes”, una novela con todas las letras, que trae a escena a Lewis Carroll y parte de su universo para retratar este país nuestro, con una impronta tanguera, por qué no, y también escenográfica, poética, lúdica.


¿Cómo nació la idea de escribir este libro?

Surgió hace varios años. Fue a partir de una idea muy pequeña, la canción popular que cito al principio del libro: “Se me ha perdido una niña, Cataplín, Cataplín, Cataplero…” 

Como muchas veces sucede, la escritura surge de una noción mínima con la que empezar a jugar y probar y que debe desarrollarse. A partir de esa canción, surgieron los primeros personajes —la niña y los militares—. Luego la historia se fue poblando de situaciones, escenarios y más personajes. Fue una construcción lenta. La escritura requiere de tiempo y trabajo. Hay que cerciorarse de la estructura, para que funcione, y además, en este caso en particular, por el tipo de texto, hubo mucho trabajo con el lenguaje, las expresiones, lo coloquial, los recursos verbales: hay poesía, hay prosa, hay teatro.



¿Cómo te encaminaste por el pasaje de escribir para niños pequeños  hasta encarar una novela con una estructura pensada para gente más grande? ¿El conejo es un libro para niños? ¿Cómo lo reciben las y los lectores?

Fue un desafío para mí, que vengo de hacer mucho libro álbum, que se caracteriza por la economía del texto. Fue un aprendizaje grande porque, al revés que de costumbre, aquí no tenía que manejarme con la escasez. Acá podía hacer largas descripciones, y la trama es mucho más compleja que en un libro para primera infancia. Estoy contenta de llegar a lectores que no son mis lectores habituales. 

Con respecto a si es un libro para niños o no, esa respuesta se la dejo a los lectores. Trato todo el tiempo de desembarazarme de la idea de a quién va dirigido, porque si no una queda encorsetada y escribe con mucho, demasiado lineamiento. El libro salió hace poco y no tengo tantas devoluciones aún, pero de los chicos me ha llegado que se divierten. Eso para mí ya es un éxito. No hay nada peor que resultar aburrida como escritora. Los adultos que lo leyeron, según me dicen, disfrutaron mucho de los guiños y referencias a los juegos de antes, a la historia y a la política. Entonces me siento muy contenta de que esos diferentes niveles de lectura funcionen en ambos casos.



Ciertos momentos del libro recuerdan a una puesta teatral. ¿Ese efecto es buscado? ¿Por qué?

Fue buscado en el sentido de que realmente se me aparecían las escenas y los personajes con sus diálogos, y yo seguí ese “dictado”. Es muy hermoso cuando sucede naturalmente así, porque es muy fácil, una solo tiene que ponerse a describir lo que está “viendo”. De ninguna manera fue que me senté a escribir pensando en una obra teatral, pero así surgió y lo tomé sin cuestionamientos. Y me siento contenta porque parte de la frescura del texto, me parece, radica en ese formato más teatral. 

En verdad me gustaría adaptar este texto a teatro y verlo montado. Vengo de la música. Entonces, pensar en las escenas en donde el músico —uno de los personajes, toca todo tipo de música— o pensar en desarrollar cada uno de los personajes y asignarles una voz, me entusiasma muchísimo. 


¿Cómo es tu dinámica de trabajo? ¿Construís primero los personajes y luego la trama? ¿O es al revés?

Yo no tenía la trama. No me senté a escribir sabiendo todo lo que iba a pasar y cómo iba a terminar. Lo que hice fue “ver” a cada personaje muy de cerca, estuve muy sobre sus cabezas, y los puse a jugar entre sí dentro de los escenarios, a interactuar, entonces los diálogos venían solos. Después también construí un narrador. El tono del narrador me gusta mucho, no es un narrador objetivo, ese narrador opina, es un poco irónico, y él me permitió describir con mucho detalle las escenas, así también como contar qué le pasaba por la cabeza o el corazón a cada personaje. 


¿Cómo es tu relación con Carroll? ¿Qué te llevó a escribir un libro en donde en cierto modo, terminás homenajeando a sus personajes, sus temas y sus atmósferas?

Mi relación con Carroll es de completo amor y admiración. Durante muchos años releí “Alicia a través del espejo”, donde exprime al máximo los recursos que ya había desplegado en el país de las maravillas. Es un maestro en la utilización de los recursos lingüísticos, es un maestro de la ironía, es un maestro del humor. El creó esos dos textos sublimes, en los que rompió con la tradición de los cuentos de hadas. Dice en forma textual: “Recuerdo claramente cómo, al intentar desesperadamente inventar algo distinto de los cuentos de hadas corrientes, envié a mi heroína por la madriguera de un conejo, bien abajo, sin tener la menor idea de lo que habría de sucederle después”. Y vaya si inventó algo distinto. Lo admiro profundamente porque creó un universo novísimo, que seguimos exprimiendo, a modo de “homenaje”, desde todas las ramas del arte. Es una fuente inagotable. Me gusta decir que somos los Salieri de Carroll.



El texto tiene una línea del relato referida al tema de la identidad. ¿Cómo surgió ese interés de reflejarlo en la trama y cómo lo relacionás con nuestra historia argentina reciente?

No sé si todo el mundo lo sabe, pero en “Alicia a través del espejo” hay una constante referencia a la identidad, a “quién soy”, una pregunta que se hace Alicia todo el tiempo, o referencias al tema que hacen otros personajes, como cuando la Reina le dice: No te olvides nunca de quién eres o cuando el mosquito le pregunta: ¿Supongo que no te querrías quedar sin nombre?

El tema de la memoria, el olvido y la identidad es recurrente. Eso me llamó mucho la atención, me pareció conmovedor porque me parece una pregunta genuina que surge en la niñez. Creo que sin pensarlo deliberadamente, tomé ese tema. Cruzarlo con nuestra historia fue fácil, estaba a un paso. Ligarlo con nuestro pasado reciente, un tema que para mí es importantísimo, fue una consecuencia natural. Yo ya había introducido a los militares como personajes desde el principio, entonces fue como hacer una amalgama entre temas para nada distantes.  


Una de las cosas que más me gustan de esta historia es que la niña que se pierde en este mundo es dueña de sus decisiones y sus actos. ¿Cómo se trabaja con una mujer protagonista en una literatura que comenzó siendo escrita por un hombre? 

No sé si tiene importancia la cuestión de género, en este caso. Podría haberse tratado de un niño, pero por la extrema ligazón con Carroll, la protagonista quise que fuera una niña. Me gusta mucho el personaje de la niña porque a través de ella es que puedo hablar de la niñez, de lo complejo de ser niño en un mundo de adultos, con reglas que no son claras, con injusticias, con cosas que no logra comprender. Me gustó mostrarla como una niña que está aprendiendo; aprende, por ejemplo, que cada decisión que toma tiene consecuencias—como cuando patea el tablero—, aprende de sus equivocaciones, pero también es valiente, porque es la única que cuestiona y denuncia abiertamente el abuso de poder. Se sirve de su orgullo, como una reafirmación de su yo, como una herramienta frente a un mundo tan desigual y extraño.



Las ilustraciones son lujosas. ¿Cómo fue el proceso de incluir a O’Kif en el proyecto?

Tengo una gran admiración por el trabajo de este ilustrador magnífico. O´Kif tiene la enorme virtud de ser un dibujante genial, con un profesionalismo increíble a la hora de trabajar, y al mismo tiempo es una persona súper cálida y accesible. Le mandé el original contándole todo el trabajo que ya había hecho con el libro, las idas y venidas que había tenido con algunas editoriales que finalmente no lo publicaron, le conté del entusiasmo de hacerlo como una autoedición. Lo primero que me dijo era que le encantaban estos proyectos autogestivos, y luego me dijo que el texto le había gustado mucho, que se le habían “disparado” muchas imágenes. Hizo un trabajo excepcional, y fluyó siempre. Fue un lujo para mí que se sumara a este proyecto de forma tan natural, y definitivamente el resultado del libro no hubiera sido el mismo sin su enorme y bellísima contribución.


El libro está editado por Dinamita, tu propio sello editorial. ¿Cómo es lanzar una editorial independiente en medio de una pandemia?

Yo trabajé mucho tiempo en este libro, que saliera en 2020 fue medio una casualidad, porque como siempre en estos casos, el trabajo se fue retrasando. Finalmente salió en plena pandemia. 

Honestamente yo no “lancé” una editorial, hice un libro autoeditado y quise que saliera bajo un sello editorial. Me gustaba mucho pensar en un sello mío, propio. Aún no me decido a que sea una editorial —me lleva mucho tiempo y trabajo el tema de la venta y la distribución, cosas que voy aprendiendo—aunque a decir verdad, me tienta mucho pensar en editar cosas diferentes, editar a otros autores o hacer rescates editoriales, pero por ahora estoy completamente abocada a sacar este libro adelante, a que llegue a la mayor cantidad de lectores posibles.


¿Quién es hoy Silvina Rocha?

Creo que sigo siendo la de siempre, alguien con una tremenda inquietud por generar proyectos nuevos, por aprender y trabajar codo a codo con profesionales que me alimentan y me nutren, siempre interesada en poder vivir cada vez mejor de lo que sé hacer, y que lucha continuamente por preservar su escritura límpida, por fuera de los condicionamientos que impone el mercado. Tengo una imperiosa necesidad de comunicarme con los demás desde siempre, los libros me dieron esa posibilidad y yo la exprimo y la disfruto palmo a palmo. Aprendí de los errores y creo que cada vez estoy más enfocada en mi deseo, tengo ese faro, y la experiencia me dice que por ahí llego a buen puerto.  




El conejo, la reina, la niña y los verdes imberbes
Silvina Rocha. Ilustraciones de O´Kif
Dinamita editorial, 2020.
Edición: Verónica Carrera.
Diseño: Leticia Kutianski.
Diseño de logo editorial: Cucho Cuño.
Coordinación general: Silvina Rocha.

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