Mujeres de Tennessee

Hoy se cumplen 110 años del nacimiento de Tennesse Williams uno de los dramaturgos estadounidenses más importantes del siglo XX: Lo recordamos con esta nota de María Trombetta.



Por María Trombetta


Ahí, en el Olimpo de la dramaturgia, en la santísima trinidad del teatro realista norteamericano junto a Eugene O’Neill y Arthur Miller, está Tennessee Williams, consagrado exponente del género y creador de varias de la más maravillosas criaturas teatrales de todos los tiempos. Mientras en Europa se desarrollaban formas teatrales vinculadas con las corrientes vanguardistas del arte, estos y otros autores norteamericanos expresaban, en un realismo no exento de rasgos poéticos ni convenciones estilísticas que apuntalaran la teatralidad (tal como reclama el propio Williams en las notas iniciales de El zoo de cristal), la crisis social y humana por la que atravesaba la sociedad norteamericana durante la primera mitad del Siglo XX.

Nacido en Misisipi en el seno de una familia de profundas convicciones religiosas, hijo de un padre violento y una madre descendiente de una estirpe acomodada, con una infancia marcada por una enfermedad que lo postró en la cama por varios años y favoreció su vínculo con la lectura y la escritura, Thomas Lanier Williams recibió el apodo de Tennessee de parte de sus compañeros de la Universidad por su característico acento sureño. Algunos rasgos de su biografía, como su homosexualidad y la figura de su hermana Rose (que padecía una enfermedad psiquiátrica y que con el aval de los padres fue sometida a una lobotomía que la dejó incapacitada) vuelven una y otra vez en sus obras y en las sutiles y profusas capas con que reviste a sus personajes.

En los textos de Tennessee Williams, algunos de ellos clásicos indiscutibles del Teatro Universal, descubrimos el retrato perfecto de la decadente sociedad sureña y una galería de seres atravesados por su tiempo y en tensión con sus propios deseos. Las criaturas de Williams guardan un pasado idealizado y se dirigen hacia un futuro de plena felicidad, aunque la realidad se interponga ante ellas como un obstáculo insalvable. Y son los personajes femeninos, sobre todo, quienes presentan y denuncian todos y cada uno de estos caracteres: las mujeres de Tennessee, atormentadas, ancladas en un pasado mejor y luminoso, esforzándose por escapar de presentes fatales casi siempre con la sola ayuda de su propia fantasía, y presentadas por el autor, en sus obras, generalmente acompañadas por otra que las complementa y posee rasgos similares, aunque manifestados en diferente forma. Mientras tanto, los hombres parecieran ser quienes mueven los hilos para tejer la telaraña que las atrapa, las inmoviliza, las lastima sin remedio.

Amanda y Laura – El zoo de cristal (1944)

Amanda Wingfield tiene dos hijos que no satisfacen ninguna de sus expectativas. Tom, el varón (quien aparece como el narrador y deja la mirada final en la obra), demasiado bohemio y ausente de las responsabilidades para con su familia. Laura, la hija mujer, sin habilidades para desarrollarse en sociedad, al punto de descomponerse del estómago si tiene que hablar con desconocidos. Amanda recuerda su juventud, su arrolladora belleza sureña, los incontables hombres que la pretendían y que triunfaron en la vida, el error que la llevó a elegir un marido que abandonó a la familia y los sumergió en la necesidad, de la que solo los podrán sacar el trabajo del hijo o un casamiento conveniente de la hija. Tom no está dispuesto a cargar con esa responsabilidad, y Laura sólo quiere ocuparse de su colección de figuras de cristal, casi tan frágiles como ella misma. Williams muestra a una Amanda incapaz de ver la realidad por su voluntad incansable de modificarla, arrastrando a sus hijos a situaciones que se quebrarán por la pura tensión que contienen, en lo que aparenta ser la representación en escena de sus propias madre y hermana.

Violet y Katherine – Súbitamente, el último verano (1958)

Violet acaba de perder a su hijo, Sebastian, muerto en circunstancias no muy claras. Ambos habían sido compañeros inseparables en viajes a destinos exóticos del mundo, cuando Violet era más joven y muy hermosa. De repente, el último verano, Sebastian decide reemplazar a su madre por su prima Katherine, igualmente bella pero mucho más joven, para acompañarlo en un viaje del que no regresará vivo. Katherine conoce los hechos que llevaron a la muerte del hombre: la obra se centra en los esfuerzos de Violet para establecer las condiciones de la tragedia de un modo acorde a sus principios. Para eso acuerda con un psiquiatra que practique una lobotomía a Katherine, empeñada en contar una historia escalofriante que no encaja en la historia que Violet se cuenta a sí misma y a los demás. 

La obra, breve y estructurada en cuatro cuadros, va corriendo el foco desde el relato de Violet y su pintura de la vida y la relación ideal que mantenían con su hijo hasta la llegada de la joven, mientras la verdad de Katherine, acorralada por el poder de su tía, va apareciendo en destellos hasta el final del texto, cuando caen estrepitosamente los velos que la ocultaban.

Blanche y Stella – Un tranvía llamado deseo (1947) 

Blanche Dubois, el personaje femenino perfecto, la mujer a punto de desmoronarse que se refugia en la fantasía para poder sobrevivir, con el deseo irrefrenable de ser amada y protegida, envuelta en vestidos y adornos poco adecuados para su edad y su entorno, tan frágil que el menor temblor podría partirla. En un último y desesperado intento por sobrevivir va a buscar refugio a casa de su hermana Stella, porque, como repite una y otra vez a lo largo de la obra, siempre ha dependido de la bondad de los extraños. 

La actriz Vivien Leigh interpretó a Blanche en la versión cinematográfica dirigida por Elia Kazán en 1951, quien también había dirigido el estreno en Broadway. La película, con una puesta muy teatral, es bastante fiel al texto original de Williams, aunque suavizando algunas cuestiones, y permite ver una actuación excepcional de Marlon Brando como el marido violento de Stella. Leigh recibió el Oscar por su interpretación, como también Cate Blanchett en la versión de 2013 de Woody Allen, Blue Jasmine.


Un tren pasa ruidosamente por las vías. Blanche entre en la sala, hacia su bolsa que esta sobre la mesa, saca un frasquito de agua de colonia y se pone un poco detrás de las orejas. La pausa del diálogo para que se oiga el ruido del tren no es larga.

STELLA (deja el retrato sobre la cama. Se levanta, avanza y mira a Blanche): - Pero… ¿cómo se perdió Belle Rêve? ¿Qué pasó?

BLANCHE: - ¡Buena eres tú para preguntármelo!

STELLA (un paso más cerca): - ¡Blanche!

BLANCHE: - ¡Buena eres tú para acusarme a mí de eso!

STELLA (sentándose en el sofá, de frente a Blanche): ¡Blanche!

BLANCHE (enfrentándola): ¡Yo, yo, yo recibí los golpes sobre mi rostro y mi cuerpo! ¡Todas esas muertes! ¡La larga procesión hasta el cementerio! ¡Papá! ¡Y mamá! ¡Y el terrible espectáculo de Margaret! ¡Estaba tan hinchada que no pudieron acostarla en un féretro! ¡Hubo que quemarla como si fuese basura! Tú apenas volviste a tiempo para los funerales. Y los funerales son hermosos comparados con las muertes. Son silenciosos, pero las muertes no siempre lo son. A veces su respiración es ronca, a veces tartajosa, a veces le gritan a uno: ¡No me dejen ir! Hasta los viejos suelen decir: ¡No me dejen ir! ¡Como si uno pudiera detenerlos! Los funerales son silenciosos, con flores hermosas. Y… ¡oh, en qué suntuosas cajas se los llevan! No habiendo estado junto a la cama cuando gritaban: ¡No me dejen ir! No podrías sospechar esa lucha por respirar y ese sangrar. Pero yo lo vi. ¡Yo lo vi, lo vi! ¡Y ahora me dices con los ojos, descaradamente, que yo tuve la culpa de que se perdiera Belle Rêve! (Stella va hacia el centro, Blance la sigue, la aferra) ¿Cómo diablos crees que pagamos por toda esa enfermedad y esa muerte? (Blanche está junto al hombro de Stella) ¡La muerte es cara, señorita Stella! ¡E inmediatamente después de Margaret, murió la vieja prima Jessie! ¡Ay, el Ceñudo Segador había sentado sus reales sobre nuestra escalinata!... Stella ¡Belle Rêve fue su cuartel general! ¡Por eso se me escurrió de entre los dedos, querida! ¿Cuál de ellos nos dejó una fortuna? ¿Cuál de ellos nos dejó siquiera un centavo de seguro? Sólo la pobre Jessie…, cien dólares para pagar su ataúd. ¡Eso fue todo, Stella! ¡Y yo, con mi triste sueldo de la escuela! (Stella amaga un paso hacia la izquierda) Sí, acúsame. ¡Sigue pensando que yo dejé perderse Belle Rêve! ¡Que yo la dejé perder! ¿Dónde estabas tú? ¡En la cama con tu polaco!


TENNESSEE WILLIAMS - UN TRANVÍA LLAMADO DESEO

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