Diálogo con Laura Forchetti sobre Tolvanera

“La carta permite la intimidad en lo que se está conversando, y un ir construyendo el pensamiento mientras se escribe” dice Laura Forchetti en el diálogo de “postales de voz” que construimos juntas para conversar acerca de Tolvanera, su último libro, con imágenes de Juan Lima, editado por Fruto de Dragón.


Por Diana Tarnofky

El formato del libro, su tamaño, la potencia de la foto intervenida con ese cielo de nubes y el cementerio de Atacama abriendo paso a modos extendidos de lectura, me recuerda a una bitácora de viaje.

Me dispongo a la gran aventura. Me conmueve la escritura, precisa, preciosa, poética.

Me siento interpelada, en estado de viaje.

Cartas que cuentan un pasado, un presente, un futuro posible -volver-.

Cartas que reflexionan sobre la vida, la muerte.

Cartas que nombran palabras en otros idiomas, sus sonidos y sus significados.

Cartas que cruzan líneas de tiempos históricos con líneas de tiempos personales.

Cartas que dialogan con postales familiares, tiempos de infancia que vuelven entre las flores del desierto.

Cartas que narran fotografías, simultáneas a otras fotos que abren juego en el remolino de Tolvanera.


En la naranja solapa del libro, puede leerse:

Las cartas de viaje son una conversación. Quién escribe, convoca :quisiera que estés aquí conmigo para que veas esto. Del otro lado , un pedido: contame para que pueda acompañarte. 

La viajera de este libro escribe cartas a una amiga y se las escribe a ella misma. Quiere atrapar los detalles que desaparecen en las fotografías: un pensamiento bajo las estrellas heladas, el tono con el que alguien dice una palabra, el sabor de una hierba que se lleva a la boca, los giros de la luz. 

El destino final es San Pedro de Atacama. 

Abro el libro, todo en él es invitación a vivir un viaje que está por empezar:

¿Cuándo comienza un viaje?

Comienza con un deseo. Soñamos un lugar, un nombre, una ruta. A veces es una imagen que se cruza y guardamos bajo los párpados como una memoria del futuro: el viaje empieza en esa memoria hacia adelante.

A veces nace del deseo de otra persona. Alguien soñó y lo dijo. Vamos tras ese deseo ajeno que ahora nos pertenece, donación o robo.

Pero la vida de los deseos es misteriosa. Pueden dormir por años como una semilla en su cápsula o un animal que hiberna. Un día despiertan, se desperezan, se vuelven a encender. A veces ni siquiera somos nosotras quienes dejamos entrar la luz a la habitación donde duermen.

Esta vez fue el comentario de una amiga sobre el comentario de otra amiga. La invitación que llegó como una carta perdida y recuperada años después.

Yo dije que sí y abrí la cajita oscura donde dormía mi deseo.

Volvía la nostalgia de la luz.

 

Alquimia viaje-escritura

DT: ¿Cómo es en vos la alquimia viaje -escritura?

LF: La escritura también es un viaje, un viaje en el límite entre el afuera y el adentro. Entre lo que nos rodea y lo que vamos encontrando dentro de nosotras mismas. Y siempre que voy a hacer un viaje, aunque sea un viaje cercano al mar, a treinta kilómetros de casa, una de las primeras cosas que va en el bolso es un cuaderno, una libreta, un par de lapiceras. Porque ese movimiento que es el viaje, sé que va a generar -lo decimos ahí en Tolvanera- un viaje interno también. Siempre hay un movimiento que nos impulsa a mirar con ojos distintos, lo más cotidiano. El viaje es siempre una aventura, aunque sea una pequeñísima aventura. Salirse de una hacia otro terreno. Ahí entonces, el deseo de la escritura. El deseo de dar cuenta de ese movimiento, para una. Después puede venir la idea de hacer con eso algo para mostrar, pero en primera instancia es el viaje. Por eso hay tantos diarios de viaje, qué me está pasando mientras estoy moviéndome.

¿Diálogo o soliloquio las cartas?

DT: Estas cartas son diálogo con una amiga, también se leen como un soliloquio con una Laura que está en vos, otra Laura adentro tuyo con quién conversas mientras sucede el viaje

LF: Estas cartas tienen mucho de soliloquio, hablar conmigo misma. Son cartas íntimas podría decir. Pensadas para una amiga, en un momento del viaje surgió este formato de cartas. Venía escribiendo, tomando notas en un cuaderno y en un momento pensé en una amiga, que se llama Laura igual que yo y empecé a pensar en lo que venía diciéndome a mí misma, decirlo a otra persona que está afuera pero también adentro. Aunque sean cartas, y haya un “vos”, son un soliloquio…además la escritura siempre es una conversación con una misma. Escribo para entender mejor las cosas, para explicármelas, para no olvidarlas. Aún en el formato de cartas , está eso, como si le estuviera escribiendo a una Laura que va a estar en otro momento, en otro tiempo tal vez, en otro espacio. La carta permite la intimidad en lo que se está conversando, y un ir construyendo el pensamiento mientras se escribe. No algo cerrado, algo que me voy diciendo a mí misma y ahí lo voy pensando y lo voy escribiendo.

La escritura son esas cartas que me envío a mí misma todo el tiempo.

¿Cuánto de espejo tienen estas cartas? ¿Qué otros reflejos?

D.T: ¿Cúanto de espejo tienen estas cartas, con tu amiga, con vos? ¿Qué otros reflejos llegaron?

L.F: En el momento que se escribe la carta es como si una se detuviera delante del espejo para mirar el propio rostro, qué marcas tiene, así funciona la escritura. Pero después son espejo de la memoria, en el tiempo: así era esto, así estaba. Es un espejo lleno de otros reflejos. El viaje está atravesado por las otras personas que están en viaje con una misma, alrededor, las personas con las que nos vamos encontrando y los lugares, las palabras. Las palabras son otro reflejo que va entrando en ese espejo que son las cartas. Las palabras que escuchamos, que conocemos o no y suenan diferentes porque están dichas en otros contextos. La palabra tolvanera- título del libro- descubierta en el viaje. Palabra como remolino, que puso a circular esto que después fue el libro: cartas, imágenes, notas, preguntas que nacieron, la palabra aglutinó todo eso: Tolvanera.



Imágenes

D.T: ¿Qué abrieron las imágenes, las fotos que tomaste en el viaje? ¿Modificó tu escritura  la creación de Juan Lima, su intervención sobre las fotografías que habías realizado? ¿Cómo diseñaron el ensamble entre fotos y cartas?

LF: Siempre queremos sacar fotografías, más en estos tiempos que tenemos la máquina de fotos en el teléfono, en la mano todo el tiempo! Que no necesitamos esperar por el revelado para poder verlas, todo es inmediato! Queremos fotos como si quisiéramos  atrapar algo, una esencia que finalmente se nos escapa, porque nunca-más allá de la capacidad profesional de quién toma la foto- lograremos captar. Queremos representarlo, y se nos escapa. Así pasa también con la escritura con eso que queremos decir, nos acercamos, rondamos, pero nunca parece que terminamos de atrapar esa esencia. Con las fotos sucede algo similar.

Con las fotos de Tolvanera, cuando nos pusimos a trabajar con Agustina Merro editora de Fruto de Dragón, ella me preguntó si tenía material visual del viaje. Le conté que tenía fotografías que podían acompañar las cartas. Entonces surgió una idea nacida entre Agustina M, Juan Lima y yo de tomar esas fotografías e intervenirlas y eso fue lo que hizo Juan. Cambiar el color, la textura. De esa manera, las fotografías dijeron mucho más de lo que yo había visto en el viaje y había sentido en cada lugar. Se acercaron a los textos de las cartas, ese lugar es el paisaje pero filtrado por una mirada. Es lo que siempre hacemos, vemos a través de nuestro ser, nuestro yo, no vemos lo mismo dos personas frente al mismo cielo. Va a estar atravesado por nuestras miradas. Es lo que hizo Juan, volvió las imágenes fantásticas, oníricas, además de bellas. La edición, esa tapa con la gran imagen intervenida del cementerio de Atacama. La solapa naranja con el nombre del libro y nuestros nombres. Terminó siendo que todo el libro es un objeto, diferente a lo que podrían ser las cartas sueltas. Y eso sucede siempre que se publica un libro. Por un lado está lo que escribimos, hojas sueltas, un cuaderno, la pantalla, pero después el objeto libro es otra cosa. Ahí intervienen un montón de personas, de manos, y mentes y corazones haciendo el libro.


Cuaderno de notas -cartas

D.T: ¿Cuál crees que es la diferencia entre escribir un cuaderno de notas y una carta mientras se viaja? ¿fue ida y vuelta la correspondencia con tu amiga, durante el viaje?

LF:Empecé escribiendo notas, luego fueron cartas. La diferencia tal vez entre un cuaderno de notas y escribir cartas es el tono. Yo quiero decirle algo a alguien (aunque sea a mí misma en otro momento) en esta ocasión, yo tenía la imagen de mi amiga con quién quería conversar. El tono de las notas es un boceto, algo que una escribe para recordar luego lo que estaba aconteciendo, mientras que las cartas implican hablarle a otra persona y es necesario ser más explícita para que la otra persona capte eso que estamos sintiendo, pensando, mirando. 

En su momento no fueron enviadas las cartas, las tenía escritas en un cuaderno. Cuando volví, las envié en formato digital. 


De ningún viaje se vuelve

LF: El viaje nunca se termina, como dice Juarroz, de ningún viaje se vuelve. Siempre estamos un poco en viaje, hacia otros lugares, paisajes, hacia otras personas que nos vamos encontrando, circunstancias. El viaje creo que es eso, y el movimiento interno que genera el movimiento externo. A veces podemos viajar sin que nada cambie en nosotras. 

En esta oportunidad, el viaje generó deseos de otros nuevos viajes, de volver a esos lugares o sitios cercanos, de seguir pensando algunas cosas, como cajitas chinas los viajes. Un viaje no termina cuando regresamos a casa. El viaje continúa en todo eso que nos trajimos y como esas cosas van haciendo link y abriendo otras cajitas, deseos, pensamientos. Cada imagen, cada recuerdo va generando otros recuerdos, imágenes, deseos.

 


Comparto algunas cartas halladas en Tolvanera


24 de enero

Paso de Jama


Querida amiga:

El mal de puna, dicen, palabras un poco misteriosas para nombrar lo que te pasa cuando subís, cuando venís desde la orilla del mar y empezás a subir. Se apampó-dicen en Atacama para nombrar el mal del desierto-.

El viaje desde Salta fue largo, subimos, subimos hasta los 5400 metros. Llevábamos té de coca en el termo. La cabeza un poco suelta flotaba más arriba que el cuello, pesaba el cuerpo, mareo, ganas de dormir. Así viajamos, así nos despertamos, y sin embargo, fue un amanecer inolvidable, regalo del viaje.

Al abrir los ojos, la Puna. Nunca la había visto antes. El rosa apenas sobre los amarillos marrones rojizos, las curvas de los cerros, los picos nevados. Recordé nuestra conversación sobre la cordillera, eso que nos habla, nos pregunta por nuestros deseos, esperanzas, miedos.

Las piedras son nuestra memoria, como el cielo. Son el pasado. Sus largas vidas siempre en movimiento, en variación. Nuestra percepción tan minúscula, tan arbitraria, no ve la intensa vida de las piedras arrojadas al viento, al frío, al sol. Vemos un fragmento mezquino como nuestra materia, su degradación rápida, su paso fugaz. Nuestra individualidad es nuestra condena, nuestra condición de personas únicas, el valor puesto en el uno, la una. Somos un pasado brevísimo, un presente borrándose. Ni piedras ni luz lanzándose al tiempo. Por eso nos engañamos con la eternidad. Nada es eterno, ni inmóvil ni constante.

No sé nada de la cordillera. Hasta este viaje no supe nada. Cuando crucé a Santiago en mis viajes anteriores fue por aire. Hice fotografías de los picos nevados, de las nubes, pero no vi la cordillera. Y en el sur, en los viajes del sur, la vegetación , el agua turquesa o verde, los bosques y la nieve se llevan toda la atención.

Por eso esta mañana cuando el micro cruzaba los cerros y subíamos y subíamos y no podía dejar de mirar mientras mi cuerpo se alejaba y quería dormir, fue un despertar inolvidable, una ensoñación.


Los grupos de vicuñas tomando agua, descansando, levantando los ojos de los pastos para vernos pasar. Dos, que parecían más jóvenes, iban corriendo juntas, festejando el día nuevo, el mundo.

Sabés de que te hablo, querida amiga.

Laura


24 de enero

Plaza de San Pedro de Atacama

Querida amiga:

Entrábamos a la plaza recién y una mujer cantaba a Violeta. Las canciones de Violeta Parra recibiéndonos en Chile. Veníamos escuchando Gracias a la vida, pero cuando empezamos a cruzar la plaza, la mujer, su voz clara, trajo La jardinera. Como si fuer aun regalo especialmente para mí. ¿Será posible?

Entonces recordé que cumplo los años el 18 de septiembre y anudé un pañuelo: vendré algún año a festejar de este lado.

Recién llegada a San Pedro, estoy pensando en volver.

Laura


24 de enero

Hostal Piedrita de río

Querida amiga:

Son las once de la noche y el frío empezó a abrirse como un gran paraguas: un aire helado y seco que me recordó el desierto, la arena roja, la sed.

Antes, acostada en la tierra, a orillas de un algarrobo lunar, pensaba en el pasado. Mirar las estrellas es mirar el pasado. Las personas siempre estamos pensando en el tiempo: lo medimos, lo fragmentamos, lo ordenamos. Nuestro esfuerzo por descifrar la luz, el destello, un instante, la estrella como un rayo que viaja en el espacio hasta encontrarnos, encontrar mis ojos esta noche. ¿Cuántos años luz? ¿Qué importa?

Acostada en la tierra, bajo el cielo completo de Atacama, pensaba en el silencio de la luz. Dejar que el silencio nos hable, entre en nosotras, en esa otra cúpula cielo, los huesos alertas de nuestra cabeza.

Quisiera fotografiar  este cielo pero no sé hacerlo. ¿Y qué quiero atrapar? Lo único que guardo es lo que llevo en mi memoria. Este primer cielo, primera noche aquí, será un sello, un código en algún lugar de mi sistema nervioso al que podré volver, el negativo que se revela sobre los ojos otra vez.


 Cuando llegamos esta tarde, todo anunciaba lluvia: temporada de lluvias en el invierno del Altiplano-decían-. Pero se descorrieron las nubes y empezaron a florecer estrellas. Vi caer una, la estrella fugaz de los deseos. Supe que era la estrella que me trajo hasta aquí.

¿Cuántas historias nos cuenta un cielo?

Llegamos con luna nueva y la oscuridad es perfecta, perros y grillos. Un televisor lejos. El frío ahora se sentó, con las piernas cruzadas, sobre mis orejas. Me desafía. Tengo el pelo corto, orejas y cuello descubierto. La conversación con la noche del desierto sube y baja en el aire, se escarcha y brilla como una constelación. No hay palabras para ese diálogo, hay luz y silencio. Algo aprendí que todavía no sé.

Ojalá también hayas mirado el cielo esta noche.

Laura


P.D. Cuando escribí el cielo completo de Atacama, fui hasta el diccionario a mirar esa palabra: completo. La tercera acepción:  fem. pl. Completas : última oración de la Liturgia de las Horas. Se agradece y se pide protección para el descanso nocturno.



Tolvanera San Pedro de Atacama
Laura Forchetti. Imágenes de Juan Lima.
Editorial Fruto de Dragón, 2022.


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