90 años de Milan Kundera
Hoy cumple 90 años el escritor checo Milan Kundera. Su vida ha estado marcada
por sus críticas al autoritarismo del comunismo checo y su anti estalinismo. De
hecho, está radicado en Francia desde 1975, y desde 1981 es ciudadano
francés. La broma, y El libro de la
risa y el olvido son novelas en las que las referencias a la política y al
autoritarismo son explícitas. En otras trabaja desde el humor (El libro de los amores ridículos), o
narra la mayor o menor complejidad de los vínculos amorosos (La insoportable levedad del ser, La
identidad). Una novela que se destaca entre las demás por el tipo de
historia y de vínculo que elige contar es La
vida está en otra parte. En ella se narra desde el nacimiento la vida de
Jaromil, un joven poeta y su compleja relación con una madre posesiva y
autoritaria en lo personal, y con el autoritarismo estalinista en lo político.
Compartimos un fragmento del Capítulo 4 de esta gran novela de Kundera.
4
“Antes
de ir al colegio Jaromil ya sabía leer y escribir, de modo que la madre decidió
que su hijo podría ir directamente a segundo curso; tramitó en el ministerio
una autorización excepcional y Jaromil, examinado por una comisión especial,
pudo sentarse ante un pupitre, entre alumnos un año mayores que él. En el
colegio todos lo admiraban, y así el aula le parecía como su propio hogar
reflejado en un espejo. El Día de la Madre, cuando en la fiesta escolar los
alumnos presentaron sus propias creaciones, fue el último en salir al escenario
y recitó un nostálgico poemita sobre la madre, que le valió el gran aplauso de
todos los asistentes.
Pero
un buen día comprobó que tras el público que le aplaudía se agazapaba
traicioneramente otro público, enemigo suyo. Se hallaban de pie en el
consultorio repleto del dentista cuando encontró entre los pacientes a un
compañero de clase. Estaban los dos juntos, apoyados en la ventana, cuando
Jaromil advirtió que un señor mayor escuchaba con amable sonrisa su
conversación. Esto le estimuló y preguntó entonces al compañero (levantando un
tanto la voz, para que la pregunta la oyeran todos) qué haría si fuera ministro
de Educación. Como el compañero no supo qué decir, Jaromil empezó a desarrollar
su propia teoría, cosa no demasiado difícil para él, pues le bastaba repetir
las charlas con que el abuelo lo entretenía frecuentemente. Si Jaromil fuera
ministro de Educación, decía, el colegio duraría dos meses y las vacaciones
diez, el maestro tendría que escuchar a los alumnos y traerles postres de la
pastelería y muchas otras cosas más que Jaromil explicaba con gran detalle y en
voz alta.
Se
abrieron las puertas del consultorio y salió la enfermera acompañando a un
paciente. Una señora que tenía en sus manos un libro entreabierto, en el que
con un dedo marcaba la página donde había dejado de leer, se dirigió a la
enfermera con voz casi llorosa: «Por favor —le dijo— haga algo con ese niño.
¡Es un listillo repelente!»
Tras
las navidades, el maestro hizo pasar a los niños a la pizarra para que les
contasen a los demás que regalos habían recibido. Jaromil empezó a hablar de
los mecanos, esquís, patines, libros, pero en seguida advirtió que los demás
niños no lo miraban con el mismo entusiasmo que el a ellos, sino que vio en
algunos, ciertas miradas de indiferencia
y hasta de hostilidad; se detuvo y no mencionó los demás regalos.
No,
no temáis. No tenemos la menor intención de repetir la mil veces reiterada
historia del niño rico que cae mal a los compañeritos pobres; en la clase había
niños de familias más ricas que la suya que se llevaban perfectamente con los
demás y nadie les echaba en cara su riqueza. ¿Qué era entonces lo que a los
demás compañeros les molestaba de Jaromil, qué era lo que los irritaba, qué era
lo que lo diferenciaba de ellos?
Casi
nos da vergüenza decirlo: no era la riqueza, era el amor de su mamá. Ese amor
dejaba sus huellas en todo: en su camisa, en el peinado, en las palabras que
utilizaba, en la cartera en que llevaba los cuadernos de clase y hasta en los
libros que leía en casa para divertirse. Todo había sido especialmente elegido
y preparado para él. La camisa que le había cosido su ahorrativa abuela se
parecía más, quién sabe por qué, a las blusas de las niñas que a las camisas de
los niños. Sus largos cabellos los tenía que llevar recogidos en la frente con
un clip de la mamá, para que no le taparan los ojos. Cuando llovía, la mamá lo
esperaba a la puerta del colegio con un gran paraguas mientras sus compañeros
de clase se quitaban los zapatos y jugaban en los charcos.
El
amor materno marca en la frente del niño una señal que ahuyenta la simpatía de
sus compañeros. Jaromil, en el transcurso del tiempo, aprendió a disimular
hábilmente esa señal, pero aun así, después de su excepcional ingreso en el
colegio, pasó un amargo período (un año o dos) en el que sus condiscípulos
disfrutaban riéndose de él y varias veces le llegaron a pegar para divertirse.
Sin embargo, aun en esta época, que fue la peor, tuvo algunos amigos de quienes
nunca se olvidó; hablemos de ellos.
El
amigo número uno era papá: algunas veces tomaba el balón (había jugado al
fútbol de estudiante), situaba a Jaromil entre dos árboles en el jardín y le
daba una patada al balón y Jaromil se imaginaba estar en la portería del equipo
nacional checoslovaco.
El
amigo número dos era el abuelo: Jaromil lo acompañaba a sus dos comercios; una
gran droguería dirigida personalmente por el yerno del abuelo y una perfumería
especializada, donde la dependienta, una señora muy bonita, le sonreía siempre
y le permitía oler todos los perfumes, de modo que Jaromil aprendió pronto a
diferenciar las distintas marcas por el olor; cerraba los ojos y obligaba al
abuelo a que le acercara las botellas a la nariz para que él adivinase. «Eres
un genio del olfato», le decía el abuelo; y Jaromil soñaba con que descubriría
nuevos perfumes.
El
amigo número tres era Alik, un perrito vulgar que desde hacía tiempo vivía en
la casa; a pesar de su mala educación y desobediencia, Jaromil le estaba
agradecido porque era para él motivo de hermosos sueños en los que se lo
representaba como un amigo leal, que lo esperaba en el pasillo, delante del
aula; y cuando terminaba la clase lo acompañaba a casa con tal fidelidad que
todos sus compañeros le tenían envidia y querían ir con él.
Soñar
con perros llegó a ser para él la actividad más apasionante de su vida
solitaria que desembocó en un curioso maniqueísmo: los perros representaban
para él el bien del reino animal, la suma de todas las virtudes naturales; se
imaginaba tremendas guerras de perros contra gatos (guerras con generales,
oficiales y toda la estrategia militar que había practicado jugando con los
soldaditos de plomo) y siempre se ponía a favor de los perros, del mismo modo
en que el hombre debe ponerse de parte de la justicia.
Y
como pasaba mucho tiempo en la habitación de su padre con lápices y papeles,
los perros se convirtieron en el tema principal de sus dibujos: era una serie
interminable de escenas épicas en las que los perros eran generales, soldados,
futbolistas y hasta caballeros. Y como no podían desempeñar demasiado bien
estos papeles humanos a cuatro patas, Jaromil los dibujaba con cuerpos humanos.”
Milan Kundera
Seix Barral / Sudamericana-Planeta, 1984.
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