Se dice de mí
Corín Tellado ha sido una lectura “culposa” de un público mayoritariamente femenino, por ser vista como la voz de un género menor. Para cerrar el mes dedicado a la literatura romántica, Paula Daniela Bianchi reivindica la obra de la asturiana, cuya influencia hasta la actualidad la convierte en un clásico.
“Yo soy
Corín Tellado, entretengo y me conoce el mundo entero”
Por Paula
Daniela Bianchi
María del Socorro Tellado López, Corín Tellado, una asturiana con un nombre que incomoda.
Hablar de novela rosa generalmente suele estar ligado con la idea de mala
literatura y, muchas veces, ni siquiera alcanza a integrar el estatuto
literario. Mencionar en voz alta en ciertos círculos “prestigiosos” que leés a
Corín Tellado te puede dejar desacreditada en un abrir y cerrar de ojos. Pero
¿quién no ha leído entre bambalinas una de Corín? ¿Quién no soñó con caer en
los brazos musculosos de esos machos de pelo en flor? Puede ser que vos no,
pero que muchísimas otras y otros, sí. Quizás no la hayas leído, tal vez ni
siquiera hojeado, y eso que publicó cuatro mil novelas…cuatro mil… Pero
seguramente habrás soñado con una telenovela de Alberto Migré, suspirado con
una de Verónica Castro, lagrimeado con una de Thalía, hiptonizado con los
ojos de Amelia Bence, sonreído con Andrea del Boca o estremecido con la dupla Echarri-Duplá.
La cosa es que la novela rosa siempre tuvo un público
considerado habitualmente femenino y por qué no masculino también. Más allá de
quién es el/la lector/e mayoritaria, siempre es un público clandestino,
secreto, silencioso porque leer a Tellado no da prestigio sin embargo…la
asturiana se las trae.
Alguien que se jacte de ser un buen lector o una buena
lectora tiene que saber leer, y eso implica leer de todo un poco y saber leer
entrelíneas. Se podrá objetar que a veces sus novelas fueron repetitivas, muy
estereotipadas pero nadie puede escribir sobre el amor romántico rosa desde los
dieciséis años hasta los ochenta y tres sin perder vigencia. Admirada por el
cineasta español Pedro Almodóvar y por el escritor cubano Guillermo Cabrera
Infante quien la llamó “la pornógrafa inocente”, porque en épocas de Franco
debía ser cuidadosa a la hora de escenificar el erotismo, Corín puede ser
pensada en clave como La flor de mi secreto y ser transformada en la
reina pop de la literatura pink. Excluida de la gran literatura Corín ha
creado modelos fantasiosos del amor, pero acaso cuando leemos literatura
esperamos encontrarnos con realidades o buscamos ficción. Podrán objetar la
estilística, la profundidad, la calidad pero no las condiciones de producción y
muchos menos la vigencia que la convierte en un clásico. Como el tango
argentino, ambos mueven ciertas fibras de los cuerpos. Moira Soto cita al
escritor andaluz Eduardo Mendicutti quien afirmó respecto del género
rosado: “La novela rosa es indecorosa, empalagosa e inverosímil, pero así es la
fantasía sentimental de cualquier mortal. En el fondo, no importa cómo sea la
novela, todo depende de que la mirada sea rosa, o de lo que ponga rosa a cada
uno”.
Romántica al inicio literario, erótica inocente luego,
feminista como ella se definía después, Corín se ha mostrado lúcida al vivir de
y para la literatura. Su imagen fuerte, en contraste con las jóvenes doncellas novelescas,
contradictoria entre su devoción por Henry Miller, al punto que llegó a firmar veintiséis novelas eróticas
con la ex editorial Bruguera como Ada Miller y a confesarse partidaria del Opus Dei aunque
siempre fue acérrima enemiga del
dictador ferrolano Francisco Franco. Así era Corín, madre de Domingo y Begoña,
abuela de seis nietos y con un profundo amor por su familia.
Escribió más de cuatro mil novelas, orgullosa porque
manifestaba haber educado y despertado a millones de mujeres de habla española,
además de ser la pionera del género sentimental, empalagoso y colorido, del
mundo literario.
Su primera novela la publicó a los 16 años, y la escribió
mientras velaban a su padre en 1946: Atrevida apuesta. Título sin dudas inquietante
si pensamos en una joven escritora fantasiosa, que relata una historia de amor;
¿se podría asociar que tras la muerte del padre nace el logos de una escritora fundamental (guste o no su literatura) para
el siglo XX? En una entrevista del 12 de octubre de 2005 en el diario argentino
Página/12 ella responde a la pregunta sobre cómo describiría el camino
transitado por las mujeres desde aquel 1946 a la actualidad:
“–Empecé en 1946, en
Cádiz. Mi situación personal era represiva, pero yo ya hice mujeres valientes y
profesionales trabajadoras. Es evidente que la mujer se ha transfigurado. El
mundo es evolutivo y el ser humano también. Si no evoluciona, puede convertirse
en un vegetal. Y hay que ser valiente, y, con la mayor lógica del mundo, vivir
a tono con el futuro. El porvenir es problemático”.
Así era Corín, así su literatura que alimentó las
imaginaciones de millones de lectoras en España y América Latina. Sigue siendo
poco considerada; no obstante hoy, a
diez años de su muerte tiene algunas precursoras más modernas, aggiornadas
al siglo XXI y las huellas de la escritura de Corín pueden rastrearse en las
plumas o teclados de Isabel Allende, Rosa Montero, Florencia Bonelli e incluso
la feminista Gioconda Belli. Ellas al igual que Corín defienden el amor a capa
y espada. No se ofenden por ser señaladas como escritoras de novelas rosa
porque no interesa el color sino que Corín es un emblema del erotismo insinuado,
a los estereotipos sexo afectivos heterosexuales, una autora de cliché. Pero
repito: ¿por qué no aventurarnos al mundo de Corín para después opinar sin
tanto prejuicio literario?
¿Qué es un autor? Se preguntaba Michel Foucault, ¿Qué es la
literatura menor? indagan Deleuze y Guatarri ¿Quién establece el canon
literario? ¿Quién se atreve a confesar que ha leído… una de Corín? Me quedo con
El placer del texto de Roland Barthes, el texto tiene que producir goce
en quien lo lea, leer de manera lúdica y lúcida por placer sin intenciones de
un más allá del texto.
Me quedo pensando en lxs mexicanxs Juan Rulfo y Cristina
Rivera Garza: todo texto es una historia, entonces por qué no leer la novela
rosa de Corín solo como una historia de amor no borrascoso, no como el amor
después del amor, ni el mapa de tu amor, sino como un dejarse llevar, como un
amor de esos que no se olvidan. Pienso en Corín y me saltan a la memoria los
versos de Soto en la voz de Morán o Falcón: “Te quiero siempre así/Estás clavada en mí/como un puñal en la carne/y
ardiente y pasional/temblando de ansiedad/quiero en tus brazos morir”. Al
final Corín cada día escribe mejor.
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