Las revoluciones de Guillermo Cabrera Infante

Ayer se cumplieron 90 años del nacimiento de Guillermo Cabrera Infante, uno de los grandes escritores cubanos del siglo XX. Lo recordamos con esta nota de Mateo Niro, en la que hace una referencia a Tres tristes tigres, esa novela en la que se advierte el trabajo del escritor con la lengua como lo que es: un organismo vivo y en movimiento.




Por Mateo Niro

Las lenguas tienen la capacidad intrínseca de cambiar. Y esta transformación es fatal; no hay un solo ejemplo de lengua que la resista. Al cabo de cierto tiempo, siempre se pueden observar desplazamientos sensibles. Pero estos cambios no se dan en forma homogénea. Es decir, esta mutabilidad de una misma lengua de origen puede darse de una manera en, por ejemplo, una región rural del Perú y de otra, en una región urbana como el Distrito Federal de México, en una ciudad fascinante como La Habana. Las lenguas, a partir del uso, parecen estar en una lenta pero constante diáspora (movimiento centrífugo) que compite con las políticas de unidad (movimiento centrípeto) del lenguaje de los Estados nacionales y de organismos supranacionales como la Real Academia Española, tal como lo percibimos con sus esfuerzos y muecas en el último Congreso de la Lengua de Córdoba.

Como sabemos, la lengua dominante en el Imperio Romano era el latín, que convivía con otras variedades lingüísticas, algunas de ellas con un alto prestigio cultural, como el griego. El carácter dominante de Roma permitió la enorme expansión de su lengua en el vastísimo territorio del Imperio, que abarcaba gran parte de Europa. El latín, luego de la caída del Imperio, se conservó como lengua en usos literarios y religiosos –sobre todo en las prácticas litúrgicas de la Iglesia Católica-, pero no para el uso cotidiano. Desde la segunda mitad del primer milenio de la era cristiana, el latín como lengua hablada había mutado definitivamente en varias, transformándose en las llamadas “lenguas romances”; a su vez, de estas derivaron las actuales lenguas castellana, francesa, rumana, portuguesa, catalana, sarda (en la isla de Cerdeña), entre otras.

Dentro de cada una de estas lenguas existen distintos tipos de variedades (el castellano de La Habana, el castellano de Santa Marta, en Colombia, el castellano de Puerto Montt, en el sur de Chile). 

Guillermo Cabrera Infante, el célebre escritor cubano que ayer hubiese cumplido 90 años, publicó por primera vez en 1964 la novela Tres tristes tigres que comienza con la siguiente advertencia: “El libro está escrito en cubano. Es decir, apela a diferentes variedades lingüísticas que se hablan en Cuba y la escritura no es más que un intento de atrapar la voz humana al vuelo, como aquel que dice. Las distintas formas del cubano se funden o creo que se funden en un solo lenguaje literario. Sin embargo, predomina como un acento el habla de los habaneros y en particular la jerga nocturna, que, como en todas las grandes ciudades, tiende a ser un idioma secreto.” Muchos años después de aquella primera edición incómoda y provocadora, este gesto se actualiza en tiempos como los que corren y se posa en tiempos de reivindicación de diferentes colectivos y minorías, de recuperación e inclusión de las distintas voces en las lenguas.

Me acuerdo que cuando leí Tres tristes tigres, asumí esa advertencia previa del autor y me puse a transitarlo como quien anda por un camino escarpado en medio de una turbulencia. Sabía que había que andar con cuidado, pero que se trataba de algo (¿fenómeno?, ¿experiencia?, ¿pesquisa?), que no había vuelta atrás.    



Tres tristes tigres
Guillermo Cabrera Infante
Seix Barral, 2011.

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