El barón rampante: novela ejemplar
Los libros inolvidables a los que necesariamente volvemos nos marcan para siempre. Cada relectura los renueva y les agrega una mirada que los enriquece. Libro de arena publica en recuerdo del escritor italiano Ítalo Calvino, de quien hoy se cumple un aniversario por su muerte, una nota acerca de la novela El barón rampante.
Por Mario Méndez
Cada vez que en una escuela me preguntan por mis libros favoritos digo que la lista es larga, pero que si quieren puedo nombrarles cuatro o cinco títulos. A veces, por variar nomás, los cambio. Pero creo que hay un título que no falta nunca: es El barón rampante. Tengo por esa novela un amor infinito, y un recuerdo constante, que alimento cada tanto, cuando la vuelvo a leer. El relato del narrador testigo, Biagio, el hermano opacado de Cósimo Piovasco de Rondó, es sencillamente genial. Como es genial la figura de Cósimo, dominador de las alturas, en la juventud, guerrero valiente y librepensador, amante enamorado y sufriente (el personaje de la esquiva Viola también es inolvidable, y fascinante); y el mismo Cósimo en la vejez, entre los árboles de los que, como prometió a los doce años, no se bajaría nunca, ni una sola vez, en toda su vida. Son inolvidables el perro Pachón Óptimo Máximo, la hermana Battista, la que cocina los caracoles de la discordia y es “monja doméstica”, el huidizo tío Enea que tendrá un fin trágico (hermano ilegítimo del barón Arminio, que lo quiere bien, Enea Silvio Carrega ha dejado un amor en tierra de musulmanes), el maestro que les da clases a los dos hermanos en la casa familiar, la madre “generala”, el barón padre, el ladrón condenado a la horca que pide que Cósimo le lea a través de la ventana de la cárcel… todos estos son personajes inolvidables, tanto que los recuerdo de memoria, sin tener que abrir mi ejemplar de la colección Club de Bruguera (el número 14).
A diferencia de las otras dos novelas que forman la trilogía de fábulas titulada Nuestros antepasados (El caballero inexistente y El vizconde demediado), El barón rampante es una obra mayor. Una novela que resiste el paso del tiempo, que puede ser leída por jóvenes que comienzan su experiencia con la literatura, y por adultos como lo era yo cuando la leí por primera vez (tendría veintipocos años y estudiaba el magisterio) o como lo soy ahora, más de veinte años después, siempre con la misma fascinación. Entretenida, inteligente, ágil, profunda. El barón rampante es, como me dijo hace por aquellos años una futura maestra que estudiaba conmigo en el profesorado Mariano Acosta, “la novela que cualquiera hubiera querido escribir”.
Otras obras de Calvino me han gustado mucho: Las ciudades invisibles, Si una tarde de otoño un viajero (qué título maravilloso), Los amores difíciles. Pero hoy, en este día en que lo homenajeamos, yo destaco la que para mí es su obra mayor. La historia de vida de Cósimo, el querido, obcecado, nobilísimo barón que mantuvo su palabra empeñada en la niñez y vivió entre los árboles como un ciudadano más de la ilustración, que amó, sufrió, luchó y estudió entre las frondas de Ombrosa y que nunca, nunca jamás, traicionó su promesa.
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