La vida por un relato
El encantamiento de la lectura nos salva la
vida, nos traslada a otros lugares, como las ficciones con que Scherezada aplazaba
en Las mil una
noches su muerte, ganando cada noche un día
más gracias a sus relatos. La realidad se transforma por obra de la literatura, tal es el poder de la ficción. Libro de arena publica un fragmento del libro de relatos orientales
más famoso en Occidente en el que Sherezada cuenta la maravillosa historia de una
escritura hecha por un mono entre la noche 48 y 49, por un día más.
Nuestro barco muy pronto se vio rodeado
de un gran número de pequeñas embarcaciones colmadas de gente que acudía a
felicitar a los amigos por su llegada, o para saber noticias de aquellos a
quienes los viajeros habían visto en el país de donde venían, o por la simple
curiosidad de ver un barco procedente de tierras lejanas. Había entre aquella
gente algunos oficiales que, de parte del sultán, expresaron deseos de hablar
con los mercaderes que iban a bordo. Habiéndose estos presentado, dijo:
-Nuestro señor el sultán, nos ha
encargado que les expresáramos con satisfacción por su llegada, y que les
suplicáramos que cada uno se tomara la molestia de escribir algunas líneas en
este rollo de papel. A fin de que se enteren de qué se propone con esto, les
diremos que tenía un primer visir que, además de poseer gran capacidad para el
despacho de negocios, escribía con perfección suprema. Hace pocos días, aquel
ministro murió, y el sultán se encuentra sumamente afligido; y como siempre
contemplaba con admiración las escrituras trazadas por él, ha jurado que dará
su puesto al hombre que escriba tan bien como él escribía. Son muchos los que
han presentado muestras de su escritura, pero aún no se ha encontrado en todo
este imperio, una sola persona a quien se considere digna de ocupar el cargo de
visir.
Los mercaderes de a bordo creían escribir
bastante bien para aspirar a tan alto cargo, por lo que escribieron uno después
de otro lo que quisieron. Y cuando hubieron finalizado, me acerqué y tomé el
rollo de papel de la mano del que lo tenía. Todos los presentes, y en especial
los mercaderes, pensaron que iba a romperlo o a
arrojarlo al mar, y prorrumpieron en grandes gritos; pero se
tranquilizaron cuando vieron que yo agarraba el rollo con mucho cuidado y que
me disponía a escribir. Mas como jamás habían visto un mono que supiese
escribir, y no podían creer que yo fuese más hábil que mis demás congéneres,
quisieron arrebatarme el rollo de las manos, lo que el capitán impidió.
-Déjenlo escribir.-dijo-. Si vemos que
emborrona el papel, le impediremos que continúe; pero si escribe realmente
bien, como espero, lo adoptaré por hijo, pues en mi vida he visto un mono más
hábil ni más inteligente, ni que mejor comprenda todo.
Al ver que ya nadie se oponía a mi
propósito, tomé la pluma, la mojé, extendiendo bien la tinta por sus dos caras,
y no la solté hasta después de haber trazado seis estilos de escrituras usadas
entre los árabes. Cada prueba de escritura contenía una letra diferente y un
dístico o una cuarteta improvisados en alabanza al monarca. Mi escritura no
sólo dejaba muy atrás a la de los mercaderes, sino que casi me atrevo a decir
que, hasta entonces en aquel país, no la habían visto más hermosa. Cuando
terminé, los oficiales tomaron el rollo y se lo llevaron al sultán, quien, sin
hacer caso alguno de las demás escrituras, sólo se fijó en la mía, quedando tan
complacido de ella que dijo a los oficiales:
-Tomen el mejor y más ricamente enjaezado
caballo de mi corte y un traje de brocado de los más preciosos para vestir a la
persona que ha dibujado estas seis clases
de escrituras y me la traen.
Al llegar aquí, Scherezada advirtió que
era de día y calló.
Noche XLlX
Antes del amanecer, Doniazada la
despertó, y llamó a la sultana para que prosiguiese con su relato.
Al oír la orden del sultán, todos los
oficiales sonrieron, atrevimiento que enojó a aquel príncipe, que ya se
disponía a castigarlos cuando ellos le dijeron:
-Señor, suplicamos a Su Majestad que nos
perdone, pero estas bellas escrituras no fueron hechas por un hombre, sino por
un mono.
-¿Qué dicen?-exclamó el sultán-. ¿Estas
maravillosas escrituras no han sido trazadas por la mano de un hombre?
-No, señor.-respondió uno de los
oficiales-. Le aseguramos a Su Majestad que las ha escrito delante de nosotros
un mono que pertenece al capitán.
Aquello le pareció al sultán demasiado
sorprendente para no sentir curiosidad de verlo, así que repitió su orden a los
oficiales.
Las mil y una noches
Antología
Buenos Aires, Longseller, 1959
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