Norma Huidobro: "Si un cuento fantástico se explica, deja de ser fantástico."

En la entrevista a Norma Huidobro el 30 de junio en La Nube, la autora cuenta cómo fueron sus inicios en Sigmar arrancando de cero para formarse en el ámbito de la edición, apenas recibida de la carrera de Letras, en un momento en el que la literatura infantil aún no constituía un campo específico. Otros temas sobre los que conversaron con Mario Méndez, coordinador del encuentro, fueron los premios y publicaciones, la dedicación a la literatura infantil y sus temas, los géneros en los que se fueron perfilando sus producciones, el policial, el fantástico, la impronta del cine, de las lecturas, las experiencias y gustos personales. Libro de arena publicará la segunda parte el viernes próximo.




MM: Buenas tardes. ¿Cómo están? Damos comienzo al último encuentro de este ciclo, con la presencia de Norma, a la que le agradecemos enormemente. Es un lujo tenerte acá. Queríamos contar que esta es la segunda entrevista que le hacemos. La otra vez fue en un ciclo de un taller literario que teníamos en Hebraica. Acá me señalan, y eso merece la canción correspondiente, que hoy, nuestro anfitrión de siempre, Pablo Medina, cumple setenta y siete añitos. (Aplausos- Todos le cantamos el feliz cumple a Pablo, que agradeció contento). Muchos de los ciclos los hemos hecho acá, en La Nube, un motivo más para saludar a Pablo. En la entrevista anterior, nos habíamos centrado más que nada en El lugar perdido, tu novela para adultos, que ganó el Premio Clarín, y de la que hablamos bastante el lunes pasado. Hoy, para no salirnos del eje, vamos a empezar con la literatura infantil. Sé que hiciste una especie de aprendizaje, casi un taller, trabajando en Sigmar. ¿No? Contanos un poco acerca de eso.

NH: Yo trabajé muchos años en Sigmar. Fue mi primer trabajo relacionado con mi carrera. Hacía poco que había terminado Letras. Y en ese momento soñaba con trabajar en una editorial. Y salió un aviso en el diario, en el que pedían una asistente de editor, o algo así. Mandé una carta, en esa época una carta manuscrita, por correo, en el año ’78. Mandé la carta y me tomaron. Era todo nuevo para mí. No tenía ni idea de cómo era el trabajo en una editorial; empecé de cero. Trabajaba junto con una editora y entre las dos hacíamos todo. Corregíamos textos de otros autores, controlábamos las traducciones de libros informativos, preparábamos las maquetas de todo lo que se editaba (cuando empecé todavía no había computadoras)… Ahora, sobre todo a partir del concurso literario, Sigmar tiene muchos libros de autores argentinos, pero antes no. Se compraban los derechos afuera, había algunos textos de autores argentinos, pero en general todo venía de afuera. Y había que traducir o, si eran textos en verso, hacerlos de nuevo. Como a mí me gustaba escribir, me fui metiendo yo sola a hacer un montón de cosas que en muchos casos ni me pedían. Después quedó institucionalizado que el que entraba a trabajar en edición hacía de todo: rimas, cuentitos… los cuentos clásicos debo haberlos escrito ochocientas mil veces. La Cenicienta, Blancanieves, Caperucita Roja, en veinticuatro páginas, dieciséis páginas… ocho páginas con cinco líneas de texto… Estuve en Sigmar, primero, dos años. Renuncié cuando nació mi hijo mayor, Alejo, en el ochenta. Cuando él tenía doce años volví. En esa época daba clases. Y necesitaba un sueldo más importante. Entonces, volví a la editorial. No por medio día, que era lo que yo quería, sino el día entero. Y me quedé hasta el 2008. En el 2007 gané el Premio Clarín, en el 2008 renuncié, y decidí quedarme en mi casa a escribir, nada más. Desde entonces, hice eso, pero el trabajo de Sigmar para mí fue muy importante. Además, era un trabajo tranquilo, éramos pocos, más o menos tenía la libertad de hacer las cosas como me parecía…

MM: ¿No había presión con los tiempos?

NH: Al principio, no. Después hubo un poco más de presión, y como en el 2008 me fui, no sé cómo son las cosas ahora. Siempre fuimos dos o tres, estuve muchos años con Olga Colella, que terminó siendo amiga mía, y entre las dos hacíamos todo.

MM: Vos venías de Letras. Sé que en esa época no se le daba mucha bolilla a la literatura infantil. ¿Tenías alguna idea cuando llegaste a Sigmar?

NH: No, si era por la carrera, de literatura infantil, absolutamente nada. No existía ese tipo de literatura en Letras. Conocía a María Elena Walsh, las cosas básicas. Ahí empecé a leer otras cosas. No sólo lo que publicaba la editorial, sino, además, libros de otros autores. Ahí debo haber leído a Ema Wolf, a Graciela Montes… simplemente porque estaban los libros ahí, a mí me gustaba leer y leía. Pero no tenía una formación, para nada. Después leí más por mis hijos, porque uno va viendo y buscando cosas para ellos.

MM: Y ya escribías, pero para adultos…

NH: Sí, empecé escribiendo para adultos.

MM: ¿Y cuándo empezaste a escribir para chicos? ¿Con Alejo?

NH: Ya tenía a mis tres chicos. Son seguidos, en cuatro años los tuve a los tres. Empecé contando este que está acá, Josepérezastronauta. Que no era exactamente así, después le cambié algunas cosas. A uno de mis chicos le gustaban los camiones de la basura. A eso de las siete pasaba el camión de la basura y salíamos a la calle a verlo con Rodrigo, el segundo, que era chiquito. (Risas). No me acuerdo si en esa época compactaban o juntaban. Estoy hablando de los ochenta. No sé qué hacían, pero le fascinaban. Creo que iban dos hombres colgados en la parte de atrás del camión y bajaban a juntar las bolsas. Entonces inventaba cuentos con el camión de la basura. Y ellos me escuchaban. Siempre les contaba cuentos. Un día me pidieron un cuento de un astronauta. Escuchábamos la radio. En esa época no teníamos televisión, por mandato. Entre mi marido y yo decíamos que los chicos no tenían que ver televisión… Cosas de antes… ahora pienso diferente. Y en la radio escuchamos una noticia que decía que los rusos habían descubierto un planeta nuevo. Nunca más supe nada de eso; no sé qué planeta será. Pero empecé a inventarles algo con un astronauta y aproveché lo de la basura, lo de juntar cosas; este astronauta era un hombre común, de barrio, que salía por la noche a juntar cosas viejas, que tiraba la gente, y con eso se hizo la nave. Poco después, en otro programa, me enteré de un concurso del gremio de periodistas de Buenos Aires, la UTPBA. En el Departamento “Pibes” estaba Silvia Schujer. Se lanzó ese concurso, y mandé el cuento del astronauta. Eligieron ocho, y entre esos ocho estaba el mío. Después de dos o tres años de ese concurso, se editó un libro ilustrado por chicos; fue una tirada de no muchos ejemplares, que se regalaron a los hijos de los periodistas. Y ahí se terminó. Fue en el año ’86. Fue lo primero que publiqué. Veía el libro publicado y no lo podía creer. Pasó el tiempo, ese cuentito quedó ahí, ese libro no se vendió en librerías. Y un día, creo que fue mi marido, que me preguntó qué había pasado con ese cuento del astronauta. Fue en el año 2010. Lo busqué, lo rescaté. El cuento me seguía gustando, pero yo escribía de otra manera. Porque desde el ’86 al 2010, si no había cambiado, pobre de mí. Entonces, lo reescribí todo. Es básicamente el mismo cuento, con algunos cambios y otra escritura. Me lo publicaron en SM.

MM: Es una edición muy linda.

NH: Sí. El primer título era Josepérez astronauta del subdesarrollo. Ahora les nombrás el subdesarrollo a los pibes y te miran… pero en esa época era una palabra que se usaba.

MM: Ahora sería “Josepérez astronauta de países en vías de desarrollo” (Risas). Hubiera sido un poco largo…

NH: Tal cual. Entonces, quedó así.

MM: Justamente el lunes pasado hablábamos de las ilustraciones de Poly Bernatene…

NH: Hubo una cosa con Poly…Vieron que en el libro el personaje es gordo, me lo hizo gordo. Yo no me lo imaginaba así. Una cosa es lo que se imagina uno, cada lector también, hace su libro. Y el ilustrador también hace su libro cuando lo lee. Cuando lo vi tan gordo le pregunté por qué lo había hecho así. Me gustó, pero me pareció raro. Y me contestó que él era medio gordito (ahora adelgazó) que su mujer también tiraba a gordita, y que se imaginaba que cuando ellos dos fueran viejos, iban a ser así. Cada uno con lo suyo, y diferentes, pero juntos. Me encantó.

MM: Es muy simpático. Este fue el primero, pero tardó veinte años en salir.

NH: Esta versión, sí.



MM: ¿Y el primero que publicaste cuál es?

NH: Yo seguí escribiendo para adultos y nunca pasaba nada, y también escribía para chicos, cuentos (y tampoco pasaba nada). Y un día se me ocurrió empezar a escribir novela. Ya había vuelto a Sigmar, y en ese momento había salido una colección nueva de novelitas cortas. Yo leo de todo, pero lo que más me gusta es la novela. Algo que empezás a leer y seguís mañana… me gusta esa cosa de continuar al día siguiente que tiene la novela. Y eso que me gusta leer y escribir cuentos, también. Pero con la novela tengo una relación especial, porque aparte me permite explayarme, y yo soy de “ir a lo largo”. Entonces me puse a experimentar con una novela a ver qué pasaba, y escribí El sospechoso viste de negro. Esta fue la primera novela. Lo primero largo que escribí. Me gustó escribirla, me gustó cómo quedó. Ahí empecé a recorrer editoriales, la llevé a Alfaguara, a Sudamericana, a un montón… A Norma, no. No sé por qué a Norma no la llevé. Y así como la llevaba me la devolvían. La tenían meses, un año, dos años…Mientras tanto, escribí esta otra, ¿Quién conoce a Greta Garbo? El mismo círculo. Empecé a llevarla por las editoriales, y no pasaba nada. Y a Norma tampoco la llevé. Tampoco sé por qué. La cuestión es que iba pasando el tiempo, yo tenía dos novelas y estaba pensando en una tercera, que es Octubre, un crimen, tomando notas en un cuaderno, que es lo primero que hago. Reconozco que suelo ser bastante optimista, pero hubo un momento, en el que todo el mundo me decía que no, que llegué a preguntarme si no serían muy malas. Entonces se las di a mi mamá y a mi tía. (Risas). Mi mamá siempre fue muy lectora. Yo soy lectora y escritora por mi mamá, ella me enseñó a leer, antes de ir al colegio. No era maestra ni nada, pero era una lectora fanática. Mis tías también. Toda mi familia materna era muy lectora. Entonces hice copias y empecé a distribuirlas así. Y a ellas les gustaron mis novelas. A mi marido no le pedí que las leyera porque él no lee literatura infantil. Mis hijos también las habían leído y decían que les gustaban. Más o menos cuando mi mamá y mi tía me dieron su visto bueno, supe de dos concursos. En esa época, aunque ya había Internet, (eran los noventa), me llegaron las bases impresas en un folleto.

MM: Todavía hoy se hacen… si te presentás al Premio de SM te dan las bases en un folleto.

NH: Así me llegaron dos. El de FCE México, y el de Norma Fundalectura, que en ese momento era en Colombia. Agarré los libros y mandé uno a cada concurso. Y tenía un libro de cuentos, Los cuentos del abuelo Florián (o cuatro fábulas al revés), que lo tenía desde antes de las novelas, y que también había estado dando vueltas sin ningún éxito. Y encontré otro concurso de la editorial Everest, en España, que se llama “Leer es vivir”. Y gané en los tres de un saque. Fue a fines del ’99 y principios del 2000. Con este gané el primer premio, me invitaron a España, había plata, todavía estaban las pesetas, recién iban a cambiar al euro, pero era un buen premio. Con los otros dos, fui finalista. Y me los publicaron. Lo fui a ver a Antonio Santa Ana con este, ¿Quién conoce a Greta Garbo?, con el que gané en Fundalectura. Y enseguida, El sospechoso viste de negro, que también se lo llevé a Antonio y salió en Torre de Papel Amarilla.

MM: ¿Y salieron los dos el mismo año?

NH: El primero salió a fines del 2000. Los otros dos, en el 2001.

MM: Los cuentos del abuelo Florián, que leímos el otro día, está co-editado con Del Naranjo…

NH: No, lo que hizo Del Naranjo (no sé qué pasa ahora, que ya se está agotando), fue una especie de co-edición. Pero Alejo estaba tratando de ver de traerlo nuevamente aquí, porque las cosas en España están complicadas, aunque están invadiendo con libros toda América Latina, porque tienen que vender. No sé qué va a pasar. A mí me gustaría que pudiera editarse acá.

MM: Así que mandaste tres libros y ganaste tres premios.

NH: Tanta espera…

MM: Valió la pena… Y al año siguiente, Premio el Barco de Vapor.

NH: Sí, con Octubre, un crimen, en 2004, que ya tenía escrita y que también había recorrido su circuito. Primero hablé con Antonio Santa Ana, que es una persona que suele decir unas cuantas cosas interesantes. Le dije que tenía una novela policial nueva y le pregunté si había posibilidades de publicarla en Norma. Me respondió que a mí me convenía que me la publicara otra editorial. No sé si me lo dijo porque no le interesaba publicarme otra novela o qué, pero yo me lo creí y la llevé a Alfaguara, donde la tuvieron un montón de tiempo, hasta que me enteré del Premio Barco de Vapor, llamé a Alfaguara, dije que quería presentarla en un concurso y me respondieron que no había ningún problema, que la llevara nomás, y eso hice.

MM: Novela policial, como varias otras. ¿Por qué tanta presencia del policial?

NH: Es algo que me viene desde que era chica. Descubrí el género policial, la novela policial, cuando tenía trece años. Antes, de literatura policial, nada. Sí, películas. Yo miraba en televisión la serie “Alfred Hitchcock Presenta”, cuando tendría nueve o diez años. Me acuerdo de la edad porque el televisor llegó a mi casa cuando yo tenía ocho años. Antes, nada. Veía “La Dimensión Desconocida”… llegué a ver una cosa que sería parecida a lo que ahora es un unitario, sobre Ceremonia secreta, de Marco Denevi. Lo vi por televisión, cuando tendría más o menos diez años, con mi abuela. Y siempre asocio esta obra con ella, no sólo por haberla visto en su compañía, sino porque la protagonista, la que hacía el papel de la vieja, era Milagros de la Vega, una actriz española que se parecía a mi abuela, que también era española. Esa obra me impactó mucho, aunque el libro es mil veces mejor que cualquier representación que se haya hecho.

MM: ¿No hay una película con Elizabeth Taylor?

NH: Sí, después hubo otra que no me acuerdo quién hizo… el libro es maravilloso. Y el personaje de la vieja, es la que yo quería para El lugar perdido. Las cosas siempre salen de alguna parte. A veces sé de dónde saco, de una película, de un libro… Yo, para esa novela mía quería una vieja justiciera, parecida a la vieja justiciera de Denevi en Ceremonia Secreta. Y otra cosa que hacía de chica, era ir sola al cine. En vacaciones iba a San Clemente del Tuyú con mis padres y hermanos, mis tíos, mis primos. Enfrente del departamento había un cine. A veces iba con algún grande, si no, me iba sola. Me dejaban, y a la noche. Algo que ahora, con un chico es impensable. En el intervalo salía del cine, cruzaba a mi casa, me comía un sándwich, tomaba una Coca y volvía al cine de nuevo.

MM: Como Greta, la protagonista de ¿Quién conoce a Greta Garbo?

NH: Sí. Ahí he visto películas que después me cansé de buscar en Internet. Me acuerdo de una escena que me quedó para siempre (como quedan las cosas en la infancia). Había una pileta de natación, sucia, llena de plantas acuáticas. Y una mujer en silla de ruedas. Está todo oscuro. Y viene alguien de atrás y la empuja, y abajo había un cadáver, oculto. Es todo lo que recuerdo pero a mí me fascinaba. La busqué en Internet… Puse: film, paralítica o silla de ruedas, piscina… y la encontré. Tendría que buscarla de nuevo. Es una película del ’61. Yo tenía la cabeza llena de películas, y cuando era más chica veía en televisión un ciclo de películas argentinas viejas, que para mí en ese momento eran como de la prehistoria, y ahora me doy cuenta de que no eran tan viejas.  Yo las veía en la década del ’60, y serían de los ’40 o de los ’50.

MM: Ya nos diste un título. “Yo tenía la cabeza llena de películas”, es buenísimo. ..

NH: Y a los trece años empecé con las novelas.

MM: Acá, pocas veces se da que haya público infantil. ¿Había libros en tu cabeza cuando eras chica?

NH: Yo no conocía las novelas policiales. Tengo una anécdota que, a lo mejor, la fui adornando un poco con el tiempo, como suele suceder con los recuerdos, que les agregamos una que otra cosita a medida que los contamos. En la familia de mi mamá eran todos muy lectores. Mi abuela vivía en Barracas, en un departamento en un edificio viejo, con pasillo largo. El departamento del fondo era el de mi abuela. Cuando abrías la puerta había un patio, que yo lo recuerdo inmenso, seguramente no era tan grande, lleno de plantas. A un costado había dos habitaciones, el baño y la cocina. Nada más. Y en lo que era el comedor y dormitorio de mi tío, había un sótano, al que nunca me dejaron bajar. Era una tabla en el piso que se levantaba, y me decían que ahí abajo había bichos, cucarachas, cualquier cosa. Nunca supe qué guardaban. Cuando yo tenía trece años, mi tío se casó, se fue de la casa de mi abuela. Él tenía su biblioteca y regalaba los libros que no se iba a llevar. Cuando mi mamá se enteró, fuimos las dos a ver qué libros daba, para ver si nos llevábamos alguno. Ahí me enteré de que los libros estaban en el sótano. Los había sacado del sótano, los había extendido en el patio, en una lona (tenían  ese olor a humedad de los libros viejos), y yo empecé a elegir por el título, como creo que suelen hacer los chicos. El primero que agarré se llamaba El misterio de la cruz egipcia. Yo pensé que debía ser maravilloso y me lo llevé. El misterio del cuarto amarillo, por supuesto. El fantasma de la Ópera, ¿Es usted el asesino? y muchos más. Ahora no tengo ninguno de esos libros. No sé adónde fueron a parar. Pero me los llevé todos, y me pasé ese verano leyendo. Mi tío se casó en el mes de noviembre. Ya habían terminado las clases, y me la pasé leyendo novelas policiales tirada en el piso. Mi primer contacto con el libro policial fue ese. De ahí en más, seguí.

MM: Lo último, policial, es esta saga de Anita, ¿verdad?

NH: Son los últimos. Tengo uno que edité en Abran Cancha, que se llama Tres cisnes bajo la luna. Esa es la última novela, aparte de los de Anita. Y tengo otra que va a salir en Sudamericana el año que viene.



MM: ¿Cómo es trabajar con una saga?

NH: Como empecé sabiendo que iban a ser varios libros…

MM: ¿Cómo sabías?

NH: Porque lo hablamos con la editorial. Me preguntaron si quería hacer una especie de saga. Buscar un personaje y hacer varios libros. Yo me enganché enseguida. Lo había hablado unos años antes con Antonio Santa Ana, que me había pedido lo mismo. Y le dije que justo estaba pensando un personaje que me gustaría elaborar. Quedó ahí, pasaron unos años, con la gente que quedó en Norma en lugar de Santa Ana lo volví a hablar, volvieron a planteármelo, y ahí me enganché. Ya tenía algunas notas. Lo que me gusta de esto, es que como sé que va a haber varios libros, no largo todo de entrada. Voy dosificando las cosas. Por ejemplo, Anita es una nena a la que crió su abuela. Tiene una mamá que la tuvo a los dieciséis años, y cuando empieza el primer libro, Anita habla de su mamá, que se llama Ana Laura, (todas se llaman Ana, la abuela se llama Ana María). Y no digo de entrada que es la madre, porque ella no la llama mamá, la llama por el nombre, Ana Laura…

MM: Hay una vieja chismosa que se enoja…

NH: Sí. Es esa relación que se da, en la que es más hermana que madre, la abuela es la abuela pero es madre, yo quería trabajar una relación así. No me gustan mucho las relaciones familiares convencionales, que en la realidad pueden ser hermosas, pero en la literatura son aburridas. La realidad es una cosa y la ficción es otra. No me gustan por lo general las relaciones así, detesto profundamente las historias en las que los chicos corren aventuras, investigan algo, y están el padre, la madre, el abuelo y la tía metidos en el medio, investigando junto con ellos. ¿Qué tienen que hacer? ¡Que los dejen solos a los chicos, que en la realidad están bastante controlados! (Risas). ¿También hay que controlarlos en la ficción? Es insoportable.

MM: Esto alguna vez lo hablamos. Lo que pasa es que ahí tenemos un problema con el verosímil. Los chicos no salen, hoy. Todo esto que Anita Demare logra hacer en Barracas con su amigo Matías, invariablemente lo imagino hace unos años, aunque Barracas es tranquilo, y es más barrio. Los pibes no salen. No están mirando las luces de la calle a las doce de la noche.

NH: Lo que me pasa es que me guío mucho por mi experiencia personal. Cuando era chica, mi historieta preferida era Pelopincho y Cachirula. Eran mis ídolos. Los leía en el Billiken. Mi hermana, que es nueve años menor que yo, los leyó en Anteojito, porque pasaron de una revista a la otra. Billiken es de la década del ’20. Tengo algunos de mi papá, de cuando era chico. Mi papá fue obrero gráfico en la Editorial Atlántida, y él nos traía los Billíkenes a mi hermano y a mí. Bueno, Pelopincho y Cachirula me encantaban porque eran dos chicos que hacían todo solos. Y en ese momento, a pesar de que era otra época (estoy hablando de la década del ’50), tampoco teníamos la libertad que tenían Pelopincho y Cachirula. Y sin embargo, te lo creías igual. Sabías que no era la realidad, pero te lo creías. Después, rastreando historietas por Internet, hace unos años encontré una en la que Cachirula aparece como escritora. Escribe un libro, y Pelopincho, para festejar la publicación, la invita a comer a su casa, y cocina él. Pero no hay un adulto. Ella escribe sola, publica sola, el otro le hace la comida solo, (Risas) a mí me encantaba eso.

MM: Yo siempre pensé que Pelopincho y Cachirula eran adultos. (Risas).

NH: ¡No! ¡Eran nenes!

MM: ¿Vos estás segura?

NH: A veces aparecía algún adulto. No un papá o una mamá…

MM: Eran como novios…

NH: Eran amiguitos. Cada uno vivía en su casa y vivían solos. O por lo menos no te enterabas con quién vivían. A veces aparecía algún adulto. Me acuerdo de los dibujitos. Algún señor con portafolio, un cobrador, algún adulto que aparecía en la casa para hacer algo. Esa libertad que permite la ficción, ¿no? Cuando los chicos tienen una vida en la que les recortás todo, bueno, que por lo menos disfruten esa libertad en la literatura.

MM: Anita es una nena muy autónoma, no quiere malcriar a la madre…

NH: Si, en una de las novelas dice: “Ana Laura es una de esas personas que creen que porque tienen una tarjeta de crédito pueden gastar más de lo que ganan”. Esa es la reflexión de ella. (Risas). Hay muchos chicos que en esas cosas son más ubicados que los padres. Uno de mis hijos, el mayor, Alejo, siempre tuvo otra mirada con las cosas. Cuando tenía tres años, un día yo estaba pasando la lustradora, y de repente la máquina empezó a trabarse y a dar saltos en el piso. Y yo, con mi sistema bruto le hablaba a la máquina (“¡Dale, arrancá!”), porque tenía que salir y estaba apurada. Alejo, que estaba parado en la puerta, me miraba. Entonces me dijo: “No, mami, así no se hace”. Yo, que estaba acostumbrada a escucharlo, le pregunté cómo se hacía, y me dijo: “Primero desenchufala, después la das vuelta y vemos qué tiene abajo”. (Risas). Tres años. Le obedecí ciegamente. La desenchufé, la di vuelta y ahí estaba él tirado en el piso, investigando: “¿Viste?”, me dijo, “se le aflojó la correa”. Y sí, era así, tenía un cepillo suelto porque se había aflojado la correa. Desde ese día le hago caso en todo, (Risas) porque es muy racional.

MM: Alejo es uno de los dos directores de Del Naranjo. Junto con Jaqui.

NH: Sí, Jaqui fue compañera mía en Sigmar. Es diseñadora gráfica. Ella siempre me decía a mí que quería poner una editorial. Yo me fui en 2008. Ella se fue unos tres años antes. Y me decía que teníamos que poner una editorial entre las dos. Yo le decía que para los negocios no servía. Nada. Y ella, más o menos. Lo de ella era el diseño, averiguaba precios de papel, averiguaba todo. Ella me decía que quería irse de ahí. Y yo le decía que también, pero que el día que me fuera, me iba a sentar a escribir en mi casa y no me iba a mover nadie. Quedó ahí. Y tanto insistía, que un día le dije que por qué no se ponía con Alejo. Ella lo conocía. En ese momento tenía veintipico de años, jovencito, trabajaba en Losada, en Corrientes, cerca de Callao. Cuando el dólar estaba barato, mi suegra les regalaba dólares a los chicos, en los cumpleaños, para que ahorraran. Los otros dos los gastaban, pero Alejo los guardaba. Él era así. Llegó un momento en el que tenía sus ahorros. Y así empezaron los dos, con un poco de capital cada uno y editando muy poquito. Siempre de los textos me ocupé yo. Jaqui con el diseño, él con la comercialización, y así empezaron. Hay cabezas para todo.

MM: ¿Hoy seguís siendo la lectora de Del Naranjo?

NH: Sí.

MM: ¿Y cómo te llevás, como autora, con este rol de editora?

NH: Me gusta. Yo hacía algo así en Sigmar. Leo. Me atraso un poco con la lectura, porque te imaginás que, por ejemplo, a todo lo que está cercano a la Feria del Libro le doy respuesta después, porque es mucho. Ahora hay mucho material. Al  principio no había tanto. Ahora llegan muchas cosas, y hay de todo. Y no se puede sacar todo lo que te mandan.

MM: En Sigmar la cosa venía cocinada porque venían muchas cosas de afuera, pero acá tenés que decidir y tenés una responsabilidad económica, porque encima es la plata de tu hijo. ¿Cómo es pensar que una cosa puede andar, otra no?

NH: Hay cosas de las que me doy cuenta como lectora si van a ir o no. Hay libros que te das cuenta de que van a tener un circuito difícil, pero son muy buenos y hay que publicarlos. Me acuerdo de una vez, que Norma publicó un libro de María Teresa Andruetto, Veladuras,  y Antonio me había comentado que ese libro no se iba a vender mucho, pero que era un libro de esos que enriquecen el catálogo de una editorial, un libro indispensable. Es un libro hermoso. En una editorial chica, que recién empieza, que hace una edición y se está fijando cuántos vende o no vende, no te podés dar demasiados lujos porque no hay sustento. No da. Y otras veces hay textos que te das cuenta de que se van a vender mejor. Vas viendo. Pero siempre te tiene que convencer la calidad.



MM: ¿Y cuánto pesa la mirada escolar?

NH: La cuestión de la escuela es muy importante. Pero no es todo. Vos no podés publicar únicamente por lo que quiere la escuela. Uno se arriesga. Hay libros que uno supone que la escuela los va a mirar mal, pero es un riesgo que corremos porque es bueno, porque vale la pena. Y hay otros que te gustan y que en la escuela van bárbaro. Ahí tenés todo el paquete. Te gusta, es bueno y va a gustar en la escuela. Se descubren cosas hermosas. Tenemos una colección de libros de tapa dura. El otro día recibí material de un autor que mandó para todas las colecciones. Y mandó para una que se llama Un gato gris, en la que hasta ahora hay cuatro libros publicados porque es muy cara…

MM: ¿Ahí está el de las “Nanas de la Cebolla”?

NH: Sí. Es precioso. Yo tengo un orgullo con ese libro. Por el texto, bueno, ¿a quién no le gusta? Y además, cuando estaba buscando ilustrador vi el trabajo de Matías Acosta y es justo para ese libro. Vos podés hablar con el ilustrador, decirle qué te gusta y qué no, pero prefiero siempre que haga algo de acuerdo a su mirada. Él hizo algunas páginas y las mandó, y me pareció maravilloso. No hay una figura humana. Es muy difícil no caer en poner ni al bebé, ni al padre, ni a la madre… nada. Son imágenes de pájaros,  las rejas de la cárcel... es excelente. Bueno, volviendo a lo que iba, un escritor mandó para distintas colecciones y puso: “Para Un gato gris”. Si supiera lo que cuesta publicar un libro de esos. No sé cuánto exactamente. Sólo sé que es mucho. Se pueden sacar muy pocos libros. Hasta ahora hay cuatro, hay otro que está por salir, y después hay que ver cómo circulan. Hay uno que se llama Fofoletes, que salió para la Feria pasada, y que lo descubrí porque la autora es la novia de Alejo, y ganó un concurso en la Biblioteca de Docentes Jubilados de Adrogué. Lo leí y me fascinó, porque tiene que ver con la época de los desaparecidos, pero desde el punto de vista de una nenita. Está narrado por la nena. Excelente.

MM: ¿Cómo se llama la autora?

NH: María Gabriela Belziti. Ese libro es para esa colección. Hay uno de Márgara Averbach. Otro de un autor que se llama Martín Domecq, El conejo coronado, que es un cuento precioso. Así que son esos, y uno que está por salir de una escritora de Ushuaia, que me mandó unos poemas preciosos sobre las veletas, el viento y los techos de Ushuaia. Precioso. La autora se comunicó con el ilustrador, le mandó fotos de los techos y las veletas, y él ya lo está ilustrando. Pero son contados con una mano sola.

MM: Matías es uruguayo, ¿no?

NH: Sí. Es un chico muy joven.

MM: Matías Acosta, ilustrador de las Nanas de la Cebolla, de esta colección, Un gato gris. Hago la publicidad de paso, porque vale la pena. Es bellísimo. Es de esos libros para regalar en un cumpleaños, para adultos también. Es Miguel Hernández.

NH: Esa era la idea. Que fueran libros “sin edad”.

MM: ¿Y la colección donde está Tucán…?

NH: Esa es un éxito. Es la que más se vende. La colección Luna de Azafrán. Hubo dos primeros libros, Mateo y su gato rojo, de Silvina Rocha, ilustrado por Lucía Mancilla Prieto, que ya se tradujo, se vendió en casi toda Latinoamérica, fue impresionante ese libro. Y Tucán aprende una palabra, de Márgara Averbach, que ilustró Viviana Bilotti. Con esos arrancó la colección. Y se venden muy bien. Claro que si comparás con lo que vende una editorial grande, te querés matar, pero funcionan muy bien. Es la colección para la que mandan más textos. También hay un límite para la edición, que es el que ponen las ventas.

MM: Hablábamos de novelas y de cuentos… El otro día (me voy a animar a hacer una crítica) charlábamos de La casa de la viuda, y teníamos la duda acerca de si era cuento o novela. Yo decía que es un cuento un poco estirado. Algunos coincidieron y otros no.

NH: Es un cuento. Cuando se hizo esta colección, que funciona muy bien, que se llama Sub20, la empezamos con dos libros: este, y el de mi amiga Olga Colella. Ella hizo uno que se llama Terror en el tren fantasma y La habitación secreta, que son dos cuentos. Y yo hice este. Es un cuento largo. Recién se empezaba, no había un mango partido por la mitad, entonces, el formato es así (vos lo sabrás como editor) las colecciones tienen la misma cantidad de páginas. Por una cuestión económica. Se calcula el pliego de papel, se divide el pliego, se ve cuántas páginas salen, y ahí tenés la colección. No puede tener ni más ni menos de lo que es un pliego, para no desperdiciar papel. Entonces, teníamos un formato de sesenta y cuatro páginas y faltaba texto para completar, que se compensó con las ilustraciones. Fijate que el tuyo, Antiguos monstruos, en esta colección… nada que ver. Está diagramado de otra forma. Estos primeros se hicieron así, porque era lo que había. Después se modificó. Pero no es una novela, es un cuento, en todo caso, un cuento largo. Y la base fue una de las series de Alfred Hitchcock Presenta. La busqué en Internet el año pasado y la encontré. La había visto cuando tenía más o menos diez años. Entonces, la volví a ver el año pasado, pero cuando escribí este cuento, sólo tenía el recuerdo de aquella vez de mis diez años. La película empieza con un sobrino o un descendiente de una mujer que ya está muerta, y que encuentra en su casa una cajita con un ojo de vidrio. Y él le cuenta a su novia la historia de ese ojo de vidrio. Y en esa historia, aquella mujer, que vivía muy sola, va a una especie de feria donde hay un ventrílocuo, y se enamora de ese hombre que está con su muñeco. Lo sigue por todas partes. Donde él pone su espectáculo, ella va. Le escribe, y un día consigue una cita con él. Ella lo va a ver a un departamento, y el hombre está allí como si estuviera en escena. Oculto y con unas luces raras. Hablan y él le dice algo así como: “Bueno, ya me conociste, chau”. Pero ella insiste porque está enamorada. Se acerca y choca con algo, no sé qué, y el hombre se cae… Pero el que parecía el hombre, en realidad era el muñeco. Al revés. El hombre verdadero era el que actuaba como muñeco. Yo me acordaba bien de eso, era un horror. Pero estaba todo explicado, no era un cuento fantástico. La mujer llega a vieja y cuenta la historia, cuenta que cuando se cae el “hombre”, ella manotea algo que resulta ser el ojo de vidrio. Después hay una escena final en la que está el hombrecito este, que es un hombre enano, muy chiquito manejando una carreta en la que se va a hacer su espectáculo a otro pueblo. Todo tiene una explicación. Y yo me acordaba de lo del ojo, y lo puse en La casa de la viuda.

MM: Supongo que habrás ido a muchísimas escuelas, con este también.

NH: Sí.

MM: ¿Y qué dicen los chicos de ese final tan abierto?

NH: Tengo que explicar un poco qué es un cuento fantástico. Ellos me preguntan qué pasó. Si era o no era una muñeca. Y yo les digo que si un cuento fantástico se explica, deja de ser fantástico. A veces, hablando con las maestras, les digo que lo usen para enseñar lo que es el cuento fantástico, y que insistan en que ese tipo de cuento no se explica. Si lo explicás, es otra cosa. Justamente lo que gusta, es que estás en el límite entre una realidad y otra. 

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