La doble invención de Bioy
¿Qué ocurre cuando ni las explicaciones mejor organizadas satisfacen el sentido de lo que ocurre en el mundo? Cuando los mundos que frecuentamos nos piden un sacrificio, otra forma de pensar, es posible que estemos en el universo de los textos fantásticos. Como cierre de la semana dedicada a homenajear al escritor Adolfo Bioy Casares Libro de arena comparte una nota sobre La invención de Morel como impresión de lectura.
Por Cecilia Galiñanes
Cuando
leí por primera vez La
invención de Morel
estaba en la secundaria y recuerdo el texto y su lectura como un
sacudón. El planteo de una posibilidad casi alucinatoria de producir
realidades de tan próxima calidad y materialidad como las del mundo
real que pudieran superponerse con éste parecía una imaginación
propia de la ciencia ficción. Que el protagonista decidiera elegir
morir en la isla a la que había huído, prófugo de la justicia,
para en el final “inmortalizarse” en el registro de los
receptores de los aparatos de Morel, sorprende y horroriza. Pero todo
eso no llega a escandalizarnos tanto como lo que en el texto no se
termina de aclarar. Ni
todo el minucioso detalle prolijamente enumerado por el narrador de
explicaciones racionales, ni la aceptación de un orden sobrenatural
logran convencernos de ninguna de las hipótesis que cierran el
relato por el lado de lo extraño, o lo maravilloso. La
invención de Morel condensa
en esa sola frase del título todo el problema que se plantea la
novela corta o cuento largo de Bioy. En la tensión implícita que
inaugura una partícula tan ínfima como una preposición, se resume
la idea general que organiza la trama del relato fantástico: la
imbricación de dos mundos, el real y el sobrenatural. No se trata de
un relato maravilloso, surrealista, de ciencia ficción como se
podría suponer por todos los elementos que intervienen. Es una
historia fantástica. El título de doble lectura, que despierta la
anfibología en ...de
Morel, hace
suponer tanto que Morel ha inventado algo como una
“máquina”,
su invención, como que Morel es el resultado de una invención, en
este caso de la “máquina”.
El
doble sentido que circula en la frase es el anuncio de lo que vendrá
en cada oportunidad en que nos detengamos a reflexionar cómo es
posible que dos eventos ocupen al mismo tiempo el mismo espacio. Cómo
es posible no que existan fenómenos unos reales y otros
sobrenaturales, sino que en la simultaneidad de la superposición no
colisionen. Que en definitiva, la isla proyectada, con todo lo que la
habite coincida con la isla real que la sostiene. Lo increíble es
vernos forzados a aceptar la irrealidad, no de lo sobrehumano, sino
de lo considerado real. Ya es imposible distinguir un mundo de otro,
todo se ha tornado difuso. Hay
una tercera lectura del título, que se desdobla de la primera
interpretación: “invención” puede ser invento en sentido
práctico (la máquina) o bien puede ser una fantasía. En ese caso
la “invención de Morel” no es la maquinaria que descubre el
narrador, sino que el propio narrador es Morel y ha imaginado el
escenario y la sucesión de hechos que narra como si fuera otro. De
hecho, también es difuso el dónde y cuándo de los acontecimientos,
hay muchas referencias a muchos lugares, y es casi un rompecabezas
que hay que armar para saber el itinerario que ha seguido. Hay que
pensar cuál es el rol del Editor: ¿cómo llega ese “diario”
(que tiene un formato raro para ser un diario) a manos de quién lo
edita? ¿quién dio con la isla después de que muere el narrador?
Nada de esto queda claro, incluso hay una nota al pie que es de
Morel, ¿es acaso el editor?, ¿qué hace una nota de Morel en el
exterior de la historia relatada en el diario del narrador, como
parte del partexto? La irrealidad se empieza a colar por todas partes
y el lector advierte no sin asombro este irrefrenable problema.
Muchos momentos dejan traslucir tal circunstancia. En una de las
escenas finales cuando el narrador se mete en el sótano que guarda
las maquinarias que activan los proyectores, después de romper una
pared, y percibe contra toda lógica que el agujero ha desparecido
del muro, razona que lo que ocurre es que el mundo proyectado se ha
superpuesto con el real del que él proviene, y una pared se ha
superpuesto con la otra. Esto le permite explicarse por qué no
encuentra el hoyo. Pero no deja entender cómo dos fenómenos ocupan
a la vez un mismo sitio, cosa lógicamente imposible. Lo imposible,
que inicia el título en el desliz semántico, ya se ha trasladado al
mundo del relato. A nuestra razón sólo le queda tolerarlo, soportar
la lógica de la paradoja que despierta tanta aversión. Si
hay algo maravilloso en la historia es, en todo caso, la decisión
del narrador, la de preferir la propia muerte en favor del deseo de
existir para otro. Aunque más no sea de acuerdo a un guión
estudiado de diálogos y movimientos pensados para encajar con los de
Faustine, unidos en futuras proyecciones activadas y gobernadas por
el régimen de las mareas; aunque ese otro sea el otro de la realidad
virtual de las máquinas.
Nada más arriesgado que correr la suerte de probar la existencia en
otro mundo del que no hay conocimiento cierto acerca de si aparte de
los sentidos reconstruídos los personajes tienen conciencia de sí.
Morel no logra resolver el problema que causa la angustia existencial
de no saber qué hay después de la muerte, ¿existe acaso el
paraíso? No lo sabemos. Inmortalizarnos –mediante un sacrificio,
pero además una muerte horrible y dolorosa- a través de las
máquinas de Morel no garantiza que tengamos consciencia de nosotros
mismos en esa nueva realidad. Con el arrojo de quien no tiene ya nada
que perder el protagonista toma la decisión final de convertirse
voluntariamente, el único acaso en ingresar a ese mundo por decisión
propia aparte de Morel, (siempre que Morel y el narrador no sean el
mismo); todos los otros
fueron “tomados” por los receptores de Morel sin previo
consentimiento. El cuento-novela termina melancólicamente con este
final en que la derrota es la muerte cuyo único testimonio es el
diario. La muerte, como moneda de cambio de la última esperanza, el
reconocimiento amoroso, es un consuelo triste y fugaz que se acomoda
a la idea de lo eterno de la imaginación o el recuerdo, que en el
final aceptamos.
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