Elogio a Enrique Banchs

En busca de los orígenes de un recuerdo y una pasión Diego G. Di Vincenzo escribe una nota para Libro de arena acerca del poeta argentino Enrique Banchs (1888-1968). El relato desnuda el recorrido que va de la mirada infantil a la adulta sobre las relaciones que sus textos han despertado, desde las impresiones más ingenuas y directas hasta las que evocan las líneas del modernismo y el Siglo de Oro en lecturas posteriores. Lo que en ningún caso desaparece es la pasión del encuentro con la palabra escrita y el deseo de contagiar el estremecimiento que esta provoca.



Por Diego Di Vincenzo


En mi casa circulaba una antología, supongo que escolar, de hojas amarillas por lo viejas, sin más preocupación estética que la de expandir los textos en una “caja” lo suficientemente ancha como para que entrara la mayor cantidad de lecturas. Ahora que lo pienso, era una versión mecanografiada, encuadernada y cosida. No sé cómo llegó hasta nosotros. Imagino que habrá sido a través del kiosco que tuvo mi abuela materna, durante un tiempo, a comienzos de los años ochenta. Los dueños anteriores eran dos hermanos, a uno de los cuales mis primos llamaban Musculito por lo flaco de sus brazos. Los recuerdo perfectamente a los dos. El otro se llamaba Pablo. Creo (creo) que Musculito y su mujer eran profesores o maestros de Castellano, y Pablo, de Matemática. En ese kiosco había una cantidad importante de revistas, que podían canjearse por otras (las revistas eran, en su mayoría, de historietas: Nippur, D'artagnan, El Tony, Fantasia, Huinca), y algunas novelas y ejemplares como este del que ahora hablo.
Recuerdo de esa antología algunos textos que yo leía a los 8, 9 años: El hijo, de Quiroga; "Revelación", cuento de Augusto Mario Delfino, un escritor que fue durante muchos años jefe de redacción del diario La Nación, y que, un tiempo después, en primer año de la escuela secundaria, recordé de aquella vieja antología porque mi profesora de Lengua le dio un fin muy concreto: explicar el narrador omnisciente: ¿Sabe Angélica que, dentro de una hora, aparecerá tío Andrés disfrazado de Papá Noel, y teme que Ricardito, al advertir el engaño…?.
Esa antología, y un libro de tapas duras llamado Estampas de la Historia Sagrada, fueron unos de mis primeros acercamientos a libros que agarré yo solo, sin que nadie me los regalara o me indicara leerlos. Entonces leía como una sucesión de aventuras imborrables la historia de Moisés y el cruce del Mar Rojo (por esos mismos años yo vi –solo–, y sin avisar a nadiela colosal apertura del mar en Los Diez Mandamientos, la de Charlton Heston, una tarde, en el cine de mi barrio; fui solo para espanto de mis padres, que fueron a buscarme, enojados, en el interval. El arca de Noé, Job y la ballena, Sansón y Dalila, El juicio de Salomón.
Pero aquella vieja antología de la que quiero hablar traía un poema (un soneto, en realidad) de Enrique Banchs, que era este.

Árbol feliz

¿Qué es esto? Ayer no más árbol desnudo
Y seco, abandonado, inmóvil, mudo.
De nuevo al cielo azul joven te elevas,
Pomposamente lleno de hojas nuevas.

Y aquellas ramas rotas que tenías,
Y aquellas hojas secas que veías
Como instantes caer ¿adónde han ido?
¿Tanto antiguo dolor desvanecido?

Bajo la maravilla de hojas verdes,
no lloras lo que pierdes;
Retoñas en la misma cicatriz

Y flor se llama lo que fue quebranto...
¡Comprendo cómo puedes vivir tanto,
Árbol feliz!
                                                   (de La urna, 1911)


No sé qué pudo cifrarse en el encuentro con este soneto que tuvo resonancias posteriores, no solo porque se acomoda a la tópica de la poesía clásica latina que estudié mucho después o a la absorción que hizo de ella el Siglo de Oro, sino también porque estaba la palabra “retoño” que entonces desconocía, pero que sonaba también en la musicalización que hizo Serrat del poema de Hernández (Retoñarán aladas de savias sin otoño, reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida…). ¿No quedan, acaso, emparentados Banchs y Hernández, en la potencia de esa palabra tan hermosa al oído: retoño? Sí, no hay dudas: cuerpo y vida en la metáfora de lo verde, del incesante ciclo de la vida.
Banchs, como Darío y Lugones, como Martí, inscribió su obra poética en esa estética que las historias de la literatura (yo mismo, cuando escribí un manual de literatura argentina junto con dos compañeros) signan con el soberbio mote de primera estética latinoamericana: el Modernismo. Había tenido noticia del Modernismo en una observación que me hizo en segundo año otra profesora de Lengua, cuando nos propuso apropiarnos de algunas palabras y construcciones del cuento Los dos ruiseñores, de Martí, para escribir una redacción (En China vive la gente en millones, como si fuera una familia que no acabase de crecer...). Cuando me la devolvió corregida, encontré dos o tres frases subrayadas con rojo y, en lápiz, al final del texto, se indicaba: Cuando lea la corrección, recuérdeme que le haga un comentario. Detrás del usted con que todavía se volvía más enigmática y hermosa la profesora Peinovich, ataviada de unos ojos azul agua que evidenciaban su apellido, la profesora sentenció, con su tonada cordobesa y para mis pretensiones de futuro escritor: ¡Esto es el Modernismo!¡Esto! Yo asentí y agradecí por el 9 que me había puesto (eran épocas en que por acentos y otras yerbas, en las redacciones nos descontaban medio punto), pero no había terminado de entender a qué se refería con esa observación. Ahora es fácil juntar “retoño” y “pomposamente”, o “El mar como un vasto cristal azogado/ refleja la lámina de un cielo de zinc;/ lejanas bandadas de pájaros manchan/ el fondo bruñido de pálido gris.” para entender que Peinovich quería decirme que el Modernismo era un asunto de lenguaje.


Unos años después, cuando leí:
(…)
La vida futura encerrada en el grano
es como una Odisea dentro de una sien.
¡El misterioso origen, el origen arcano
del trigo y de la encina que hogaño no se ven!
                                                     (de El libro de los elogios, 1908)
ya no tuve dudas.


Borges reconoce el valor poético de Banchs en un poema del mismo nombre, que termina así:
(…)
Cumplida su labor, fue oscuramente
un hombre que se pierde entre la gente;
nos ha dejado cosas inmortales.
 (fragmento del poema Enrique Banchs, de Los conjurados, 1985)

Heredero, además, del Romanticismo, Banchs poetiza el árbol para hablar del tiempo, del paso del tiempo, del ciclo natural de la vida que los griegos (Odisea, Dionisio) ritualizan con la muerte, la desintegración y el inicio de los nuevos ciclos estacionales: la vida y la fiesta, árbol feliz.
(…)
Porque este cuerpo mío, débil vaso de un alma
que ama las armonías y la línea perfecta,
querrá estar con los nidos, con la luna de plata,
con la luz, lengua clara de las cosas sublimes,
con el gesto pacífico que insinúan las ramas.
(fragmento de Un anhelo)
Y como Cerrar podrá mis ojos…, con seguridad el mejor (o incomparable, entrañable, paulinamente vencedor) soneto escrito en lengua española, el amor triunfa inevitablemente sobre el paso del tiempo.Y la muerte.
La firme juventud del verso mío,
como hoy te habla te hablará mañana.
Pasa la bella edad, pero confío
a la estrofa tu bella edad lejana.

Y cuando la vejez tranquila y fría
del color virginal te haga una aureola,
no sabrá tu vejez mi estrofa sola,
y te hablará cual pude hablarte un día.

Y cuando pierdas la belleza, aquella
adolescente, el verso en que te llamo,
te seguirá diciendo que eres bella.

Cuando seas ceniza, amada mía,
mi verso todavía, todavía
te dirá que te amo.
(de La urna, 1911)

Banchs vino, una y otra vez, a mi recuerdo y a mi memoria, cuando a los veinte leí a Garcilaso, a Quevedo y a Fray Luis, a Horacio. En mi trabajo de editor, he intentado desatender la sentencia de Gustavo Adolfo, que todavía me estremece (…donde habite el olvido, allí estará mi tumba), y, entonces, siempre incluimos en libros y antologías, poemas y cuentos de esos autores que nos hipnotizaron en la infancia y la adolescencia, porque anhelamos secretamente que el temblor que nos produjeron sea también temblor y estremecimiento para los nuevos lectores.

Obras de Enrique Banchs
1907: Las barcas.
1908: El libro de los elogios.
1909: El cascabel del halcón.
1911: La urna.


*Diego G. Di Vincenzo es Profesor de Lengua y Literatura y Gerente de Contenidos y Marketing de Kapelusz.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

“Esa mujer”, de Rodolfo Walsh, por Ricardo Piglia

"El libro", un cuento breve de Sylvia Iparraguirre