El señor del misterio

Ana Emilia Silva nos ofrece un minucioso recorrido por toda la obra de nuestro invitado Sergio Aguirre. Su trayectoria, sus gustos literarios, las características detalladas de cada una de sus novelas. Un trabajo que nos invita a recorrer las novelas de un gran escritor.


Por Ana Emilia Silva*


Este nuevo encuentro propone un acercamiento a la obra de Sergio Aguirre, psicólogo y escritor cordobés, nacido en 1961, de extensa trayectoria y numerosos premios. Una de sus características más logradas es el trabajo con el misterio. Hacedor de una literatura inquietante que, a la manera de los grandes maestros del género, mantiene en vilo al lector hasta la última línea.

En una entrevista realizada en 2008 por cronicasdetercero2008.blogspot.com, Aguirre se define como un narrador de novelas de misterio, terror, policiales y el gusto por el cruce de géneros.

Al preguntarle cuáles son sus lectores, afirma que le escribe al lector que fue y que escribe pensando en lo que le habría gustado leer. Al hablar de los autores que lo han marcado menciona a Edgar Allan Poe y a Robert Louis Stevenson y su formidable El extraño caso del Doctor Jekyll y Míster Hyde, la que considera su novela modelo: “escritura exquisita, la hipótesis fantástica es fabulosa al igual que la estructura con distintas voces. Esa novela es la piedra fundamental, define lo que me gusta del género”.

También recuerda a Horacio Quiroga y Agatha Christie entre sus primeras lecturas. Patricia Highsmith, Raymond Carver, Arthur Machen son otros de los autores de su predilección.

En otras entrevistas, Sergio Aguirre afirma que “el gusto por el relato de miedo es algo natural en los niños”. Entre otros conceptos, sostiene que la oscuridad es más rechazada por los adultos que por los chicos y afirma que la literatura es el mejor lugar para enfrentarse al mal. Cuenta con entusiasmo cómo le han surgido las ideas para escribir una novela: “Mirando para atrás todas las ideas para mis novelas se me ocurrieron de maneras diferentes. Algunas por medio de un incidente fortuito. A veces una imagen, un encuentro, una escena, me dejaban pensando… Otras estaban condicionadas por mi deseo de escribir sobre algo en particular, crímenes o brujas, por ejemplo”.

Al hablar de sus procedimientos, comenta que “más allá del género, me he dado cuenta de que me gusta la idea del rompecabezas. Ir construyendo una maquinita que al final me devele algo que no esperaba, ya se trate de una novela policial o de un relato fantástico, o de ese territorio hermoso que está en el medio”.

Antes de adentrarnos en las novelas de Sergio Aguirre, haremos un recorrido por su trayectoria: Durante varios años coordinó un taller de escritura en el Hospital Neuropsiquiátrico de Córdoba.

En 1996 obtiene el primer premio en el concurso “Memoria por los derechos humanos” de la Cámara de Diputados de la Provincia de Córdoba, con el cuento “Los perros”.

Recibe el primer premio, en 1997, en el Certamen Literario Nacional “60 Aniversario del Fallecimiento de Horacio Quiroga, por su cuento “Corregir en una noche”.

En 1999 logra el Accésit del Premio Latinoamericano de LIJ- Norma- Fundalectura por su primera novela: La venganza de la vaca.

Inclusión de La venganza de la vaca (año 2000), en el catálogo “White Raven” y en el mismo año Los vecinos mueren en las novelas es seleccionada por el Banco del Libro de Venezuela, para su premiación anual de “Los mejores”.

El misterio de Crantock también es seleccionada por el Banco del Libro de Venezuela en 2004.

El hormiguero es incluida en el catálogo “White Raven”, en 2009 y seleccionada el mismo año por el Banco del Libro de Venezuela.

Recibe la Distinción Premio Nacional de Literatura del Ministerio de Cultura de la Nación por La señora Pinkerton ha desaparecido, período 2014 - 2017.

Leer a Sergio Aguirre es un descubrimiento permanente, que nos traslada desde el asombro a la inquietud más densa, por consiguiente, nuestro próximo paso es una invitación a recorrer sus novelas. Para abordarlo tendremos en cuenta las apreciaciones de Iser que sostiene “que el lector va desplegando el texto en un proceso de acciones mutuas y se actualiza solo mediante las actividades de una conciencia que lo recibe, de manera que la obra adquiere su auténtico carácter procesal solo en el proceso de su lectura… La obra de arte es la constitución del texto en la conciencia del lector”.


La venganza de la vaca, su primera novela, narra el plan urdido por un grupo de adolescentes para castigar a Marcela, compañera de curso, que mediante un mensaje ofensivo hacia la muy querida profesora de inglés Susana López, involuntariamente causó un daño irreparable. Este deseo de venganza será la matriz de un plan ejemplar, en el que cada personaje manejará un hilo de la trama hasta desembocar en un desenlace terrible e inesperado. A partir de un aparente viaje amistoso hacia Las vertientes, a la vieja casona gótica que perteneció al abuelo de Cristina, se echa a rodar un engranaje en el que nada será lo que aparenta ser y lo cotidiano irá tomando la espesura de lo siniestro. “Con el correr de los días ninguno de los cinco tenía dudas de que Marcela debía pagar por su crimen… debían vengar la muerte de Nicolás y el dolor de su amiga, y el arma que usarían sería la misma que provocó la tragedia: la vaca”.

Desde el inicio encontramos elementos perturbadores: la noticia del diario The Times del 9 de octubre de 1994, en el que se narra la violenta reacción de una vaca que embistió a un niño repetidas veces, hasta matarlo. Esta noticia desconcierta al lector porque las vacas, en general, son animales apacibles.

El segundo indicio es la situación horrorosa de alguien que es despertado por un ruido, en medio de la total oscuridad: “Salió al pasillo, el olor era más fuerte y quiso llamar a alguien, pero solo le salió un balbuceo… En ese momento comenzó a gritar. Tambaleándose y en puntas de pie quiso correr pero no dio más de tres pasos y tropezó con eso”.

El primer capítulo transcurre en el velorio de la madre de Rafael y nos da a conocer los puntos de vista de los personajes: Marcela, Rafael, Leticia, Carlos, Manuel y Cristina. Ese velorio les recuerda un hecho similar ocurrido el año pasado y los pensamientos de Carlos anticipan al lector algo inquietante: “Pero ahora también estaba Marcela. Supuse que Leticia le había avisado, como quedamos. Cristina pareció adivinar mi pensamiento porque en un momento se me acercó y me dijo que teníamos que juntarnos, que ya era tiempo y que disponía de la casa del abuelo en Las vertientes”. 

En la casona, después de cenar, crean un clima propicio mediante la narración de relatos de terror y misterio que complejizan la intriga y producen miedo e incertidumbre. Lo conocido y seguro se tambalea. Aparece lo siniestro en el marco de lo familiar: la hermosa chica del pueblo, una pareja de dulces ancianos ingleses o la familia campesina. Cada uno de los cinco narradores hace hincapié en transformaciones inexplicables acontecidas en distintos tiempos y lugares.  Historias, ya sea de narración oral o leídas de cuadernos y diarios encontrados por los personajes. Todos los relatos poseen un rasgo en común: personas con características de vaca, ya sea por su andar, su corpulencia, olores fétidos o por tener pezuñas en vez de manos. Con estos mecanismos logran que Marcela entre en pánico y vaya a acostarse muy perturbada, para luego dar el golpe final, el broche de oro de la venganza. 

La novela se estructura con relatos enmarcados, distintos puntos de vista de los personajes y la alternancia de lo cronológico. La temporalidad no es lineal, por el contrario, funciona a modo de un rompecabezas de piezas múltiples, que el lector debe ordenar.


Los vecinos mueren en las novelas

Un policial a la mejor manera del policial inglés: la casa en la campiña, Chipping Campden, el matrimonio joven que abandona Londres en pos de salvar la pareja, el escritor en busca de nuevos argumentos, el paisaje abierto y calmo, propicio para la creación, la única vecina, la anciana viuda. Todos estos elementos crean una atmósfera inicial típica de un relato de Agatha Christie, algo va a suceder. Pero la maestría de Sergio Aguirre va más allá: escribe una novela que rompe las fronteras del género y pone en funcionamiento un mecanismo de cajas chinas, en el que una historia se abre a otra historia donde nadie es lo que parece ser y los límites entran en crisis y como bien dice Cecilia Bajour, el autor demuestra que estas novelas son ideales para poner en juego un tema tan literario como la verosimilitud, la “verdad literaria, el pacto ficcional, la esencia misma de la ficción” (Imaginaria, N°51).

En la novela el tema de la verdad parece atravesar a los personajes. ¿Es cierto que Anne, la esposa de John Bland va a visitar a su padre enfermo? ¿Tal vez engaña a su marido? “Como en Londres, bastaba una llamada para que Anne saliera corriendo”.

Las historias que narra la señora Greenwold, ¿qué grado de verdad encierran? ¿O son tramas urdidas por la mente de una gran lectora?: “Casi había caído en la trampa. La anciana como muchos aficionados a las novelas policiales, no había dejado de inventarse una historia”.

La historia narrada por Bland sobre su futura novela, además de ser una improvisación para salir del paso, oculta un destello de envidia y maldad al percibir la calidad del relato de Emma: “… un hombre que tiene por costumbre visitar a sus nuevos vecinos llega a la casa de una anciana absolutamente desconocida, El mismo, no sabe, hasta que llama a la puerta, que ha decidido matarla”.

Paso a paso, la duda se instala en el lector, ¿qué es lo que está pasando? Y cuando la anciana da otra vuelta de tuerca a su relato, el juego inicial se complica aún más. ¿Hasta dónde llega la inventiva de estos personajes, en la tarde otoñal de la campiña? “La señora Greenwold, arrellenada en su sillón, parecía muy concentrada; como si recuperase, con gran esfuerzo, las palabras de un texto leído hacía mucho tiempo”.

Juego de sombras y capas envolventes, el último tramo de la novela se convierte en pesadilla. Los personajes han puesto las cartas sobre la mesa y exponen dudas y verdades, pero en otro giro inesperado, la pregunta de Emma, mientras despide a John, desarma nuestras hipótesis:” Lo creyó todo, ¿verdad?” Nuevamente la luz y la oscuridad entablan su diálogo de contrastes, reafirmando la incertidumbre.


El hormiguero por su temática y los procedimientos discursivos utilizados genera múltiples sentidos y provoca una lectura que se sale de los márgenes habituales, para instalar al lector en una zona ambigua, que perturba al mezclar el horror con lo siniestro. En el inicio los acontecimientos parecen inscribirse en el orden de lo real, pero luego se insertan en una impronta fantástica para arribar al desenlace en que lo siniestro nos golpea de lleno, en un eficaz nocaut narrativo.

La novela presupone un lector activo, que al intervenir, pueda cuestionarse esas zonas de ambigüedad y se interrogue por los indicios que sugieren lo inquietante en un movimiento pendular, que muestra y oculta a la vez. Este doble juego, sostenido hasta el final, produce una ambivalencia que invita a la relectura.

A partir del epígrafe de Lewis Thomas: “Una hormiga sola no podría considerarse que tiene algo específico en su mente. Varias hormigas juntas, rodeando una presa, parecerían tener una idea en común. Pero recién cuando se ve la sombra de miles de hormigas cubriendo el suelo del bosque, es cuando se puede percibir a la Bestia”, la inquietud se asoma y aparecen las huellas de la incertidumbre, que se convierte en un espacio privilegiado para descubrir mecanismos de sentido. Nada es lo que es. Condición que reafirma la oración que cierra cada capítulo y que, simultáneamente, abre otra incertidumbre: “No puede pasarle nada”, “No era como la recordaba, pero era ella”, “Más tarde, en plena madrugada algo lo despertó. El perro gemía”. “Hay cosas peores que un puma”…

Omar, el protagonista, un chico de doce años, realiza su primer viaje largo, impulsado por el padre, a pesar de los temores maternos. Este viaje, a la manera de los viajes iniciáticos, será clave en su manera de ver el mundo. Su encuentro con la tía Poli le enseñará otras formas de vivir, otra mirada ante la vida y las relaciones con los demás, especialmente con la naturaleza. El encuentro con lo diferente, el choque entre lo urbano y lo campestre sorprenderá al niño de ciudad. Asombro, desconcierto, toma de decisiones serán los motores que pondrán en marcha cuestionamientos y reflexiones sobre la vida y la muerte.

El narrador, focalizado en Omar, pone en evidencia los sentimientos y sensaciones del personaje; siempre detrás del chico, acompañándolo, narrará las peripecias de este aprendizaje, que va más allá de compartir la vida rural. Cada acto de la tía encierra un significado esencial

La tía, personaje emblemático, será la protagonista de la historia. Ya desde su nombre “Poli”, muestra una personalidad polifacética y una manera particular de vivir. Su figura impresiona a Omar en el primer encuentro: “… Omar no veía bien su rostro. Pero esa mujer era gorda, y estaba seguro de que su tía era delgada”.

La madre de Omar la rotula “la loca de la naturaleza”, alguien diferente, atípica a las convenciones pequeño burguesas y teme que su influencia sea determinante en Omar.

Esta tía tan particular establecerá con su sobrino una relación de diálogo y de simpatía, le compartirá el respeto por las leyes de la naturaleza, el cuidado que el medio merece, el respeto a todo lo viviente, además le contará las distintas etapas de su vida y lo que aprendió en su convivencia con los mapuches: “Para Omar estaba claro que la tía vivía en contacto con la naturaleza”. Todo en Poli es diferente: sus reacciones, su modo de vida, su relación con la tierra. Semeja a una Pachamama, que extiende su manto protector y respetuoso.

La vida y la lucha por sobrevivir en medio del monte cordobés, donde se ocultan misterios necesarios de desentrañar, están narrados con una extrañeza que se va intensificando página a página: “No me deja nada tranquila que estén allí solos, aislados de todo, en medio de ese monte”. 

El libro sobre las hormigas, regalo de la tía, es una fuente de investigación para Omar. Mientras lo lee se interioriza sobre ese mundo fabuloso y va conociendo los artilugios de la especie: “El libro solo decía que muchos hormigueros podían tomar cualquier forma”. Cuando se interna en el monte y logra descubrir al hormiguero, queda impresionado: “Ahora le parecía más grande, una especie de monstruo. Un monstruo dormido”. Las palabras “monstruo y dormido” son indicios que dejan entrever algo espeso y oscuro, que más adelante cobrará cuerpo. El monte acechante, la imagen del árbol abrazado por las raíces estranguladoras, la presencia alerta de Roberto, el perro de la tía, crean una atmósfera de miedo y amenaza. El monte o el bosque son los lugares en los que, en los cuentos tradicionales, se instala el peligro.

Raúl Tamargo en su artículo de la revista Imaginaria N° 305, al referirse al desenlace de la novela, sostiene que el final resignifica lo leído porque lo ominoso (unheimlich) se adueña del texto, lo familiar y conocido se torna de pronto ajeno, amenazante y cobra el color de lo siniestro.

Por todo lo señalado, El hormiguero posibilita diversas lecturas, en las que la opacidad del leguaje se evidencia en los juegos de luz y sombra que la novela propone. La lenta irrupción de lo fantástico, en medio de la rutina del campo, parece desacomodar el espacio elegido por la tía Poli, para poder ser. El refugio, nombre de la propiedad, cobra una ambivalencia muy interesante: refugio como escondrijo, madriguera. Lugar de ocultamiento y realización. Y los múltiples sentidos del texto que se ocultan bajo una aparente claridad.


El misterio de Crantock

La novela narra las extrañas situaciones que viven los habitantes del pueblo de Crantock, fundado por inmigrantes escoceses en 1943. En un paisaje idílico similar a una tarjeta postal de nuestro sur, nace el poblado con sus casas de piedra, al igual que la iglesia y las calles empedradas. El uso de este material habla del deseo de construir algo perdurable, que soporte todos los avatares, pero el capítulo final, que transcurre a las 18 horas “esa horrenda tarde de enero”, se llama “El último día” como un indicio apocalíptico. Los nueve capítulos, nombrados con la fecha de un año decisivo, marcan etapas en la vida de la comunidad y en cada uno ronda el misterio, oculto en las sombras, acechando de tal manera que nadie intenta salir en la noche.

A partir del título y la foto de Eduardo Rey, donde se muestra la iglesia bajo un fondo de relámpagos, más las primeras páginas, vemos una anticipación de la turbulencia y el presagio del espanto: “El rumor de que en Crantock ocurría algo que escapaba a la razón  y a la naturaleza siempre se mantuvo vivo entre sus habitantes”. Desde las primeras líneas, Aguirre nos instala en la dimensión de lo inexplicable. 

Durante el día las tareas se desarrollan con el aparente ritmo de cualquier pueblo, pero cuando la oscuridad enturbia el paisaje, la cotidianeidad de lo diurno da paso a sucesos inexplicables, nunca comentados abiertamente: “… algo secreto irrumpía en el silencio de la noche, en cualquier rincón del valle, sin que nada lo anunciase, como sobreviene lo oculto, lo que no se puede comprender”. 

En este juego de luz y oscuridad aparecen las distintas historias: el romance de Alma y Juan, el amor secreto de Lucía por Walter Crane, la huida del padre Castillo, la muerte extraña de Juan Vega, la crueldad del señor Almenda, el misticismo de la señora Bean y otros episodios perturbadores, narrados con precisión cinematográfica. La cámara enfoca y muestra.

El final inesperado, desbarata cualquier hipótesis de la razón. El mecanismo perfecto de la maqueta se quiebra ante la ira del despechado Orson, sobrino de Walter Crane y el sueño de un pueblo inigualable se rompe como una lente hecha añicos.


La señora Pinkerton ha desaparecido

Con el avistaje a esta novela, daremos por finalizado nuestro recorrido por la obra de Sergio Aguirre.

Quince capítulos que mantienen al lector en vilo hasta el final abierto, al igual que El hormiguero y Los vecinos mueren en las novelas. Este tipo de final crea más inquietud porque las historias no ofrecen un cierre preciso, los personajes quedan en la zona de la duda. ¿Qué pasará con ellos? ¿John Bland ha sido envenenado o todo es un juego macabro? ¿Cómo será la vida de Omar después de haberse enfrentado a la revelación de que la tía Poli es el hormiguero, la matriz de la bestia? ¿Qué pasa con la señora Pinkerton? ¿Saldrá de la pintura o quedará allí, clausurada para siempre? ¿Existen las brujas o son alucinaciones? 

La narración nos sitúa en el miedo vertiginoso que va envolviendo a la anciana, ante el desconcierto de su hijo Edmund. Desde la primera frase: “¡Es una bruja!”, Aguirre instala al lector en el territorio resbaladizo de la vacilación y lo enfrenta al monstruo, a los miedos ancestrales. 

En la novela, la bruja siempre es lo nombrado, nunca aparece ante el lector. 

La nueva vecina, la señorita Larden, es la causante del desasosiego de la señora Pinkerton, que recuerda haberla visto, hace ya muchos años, en Dorset, en un hotel. Esta evocación nos remite a la novela Las brujas de Roald Dahl, cuya acción también se desarrolla en un lugar de vacaciones y tiene por escenario un hotel, donde la Asociación de Brujas de Inglaterra realiza su encuentro anual. Además, en la conversación mantenida entre la señora Pinkerton y su amiga Lucy se hace una referencia directa al texto de Dahl: “¿De qué habla usted, Lucy? ¿De las que convierten a los niños en ratones?”.

La evocación continúa ante el asombro de Edmund, que escucha perplejo el relato de su madre y mientras siente que en ella se ha operado un cambio perturbador, mira con insistencia el reloj. Debe buscar a su hija Alice. 

El tiempo parece conspirar contra todo. Llueve torrencialmente, la noche se apodera de la ciudad y en medio de la penumbra amenazante, la señora Pinkerton escucha los ruidos que hace su vecina y su gato Picasso se mueve intranquilo.  

En el minucioso desgranar de los minutos, la anciana continúa su historia y recuerda con nitidez las palabras de Lucy: la bella mujer podría pertenecer al grupo de las brujas Metsküla, que “siempre son señoras hermosas e importantes. Y que nunca, pero nunca, hay que mirarlas a los ojos”.

Cuando el hijo se retira, promete que regresará a buscarla. Al llegar, la madre no responde a los llamados y él y Alice comienzan a buscarla. En el recorrido por la casa, la nieta observa los objetos de la abuela como si fuera la primera vez. Todo le resulta extraño. Son los de siempre, pero otros, no los conocidos, y el andar nervioso del gato negro incrementa la tensión.

El hallazgo del cuadro titulado Tormenta en Cornwall, le recuerda a Edmund lo último que dijo su madre, antes que la comunicación se cortara: “Oh, hijo… ¿nunca dejará de llover en Cornwall?”.

El horror ante lo inexplicable estalla y el final abierto no clausura el texto, abre otras posibles lecturas.


* Ana Emilia Silva es profesora (USAL) y licenciada en letras, egresada de la Universidad Nacional de San Martín. Se ha diplomado en Lectura y Escritura por FLACSO y por la Universidad Nacional de San Martín en las Diplomaturas en Literatura Infantil y Juvenil y obtuvo el Postítulo en Literatura Infantil y Juvenil: CEPA.

Es narradora oral, discípula del profesor Juan Moreno. Integra la Comisión Directiva de ALIJA y es miembro de la Academia Argentina de Literatura Infantil y de la Academia Alas.

Escribe poesía y narrativa, varios de sus textos integran diversas antologías.

Coautora de libros de texto en Lengua y Literatura para Editorial SM y Editorial Kapelusz  y autora de Prácticas de Lengua y Literatura. Pasar la Posta.






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