¿Quién le teme a Virginia Woolf?
A ochenta años de la muerte de Virginia Woolf, le pedimos a nuestra querida colaboradora la profesora Ana Emilia Silva que nos deleitara con una de las notas a las que nos tiene gratamente acostumbrados. Compartimos, entonces, este bello recorrido por la vida, las luchas ideológicas por los derechos femeninos y la obra literaria de la gran escritora inglesa.
Por Ana Emilia Silva*
“Escribir. El gran consuelo y la gran calamidad”
Hoy nos aproximaremos al mundo de una de las escritoras más importantes del siglo XX, cuya obra continúa siendo una fuente de recursos para los autores contemporáneos. Incansable lectora, desarrolló novedosas técnicas literarias para lograr una escritura que indagara los recovecos de la conciencia.
Al hablar de sus procedimientos, la misma Virginia reflexionaba así, en una conferencia de 1937: “Lo nuestro es unir viejas palabras en un orden nuevo para que subsistan y creen la belleza, para que digan la verdad”.
Virginia Woolf nació en 1882, plena época victoriana, vivió entre los siglos XIX y XX, padeció las dos grandes guerras y se suicidó el 24 de marzo de 1941. Esa mañana un gran bombardeo había sacudido Londres. Su esposo, al verla tan tensa, le sugirió que se mantuviera ocupada, pero la enfermedad mental que la asolaba desde la infancia llegó a su punto máximo y la impulsó a poner fin a sus padecimientos. En silencio, partió con una caña de pescar hacia el río Ouse. Encontraron su cuerpo dos semanas después. Había llenado de piedras los bolsillos de su tapado.
Dejó dos cartas, una a su hermana Vanessa y otra a Leonard, su marido: “Querido: Estoy segura de que me voy a volver loca de nuevo. Siento que ya no podemos atravesar otro de estos espantosos períodos. Y esta vez no me curaré. Empiezo a oír voces, ya no puedo concentrarme. Así que voy a hacer lo que creo que es mejor. Tú me has dado la mayor felicidad posible…”.
De familia acomodada y aristocrática, creció a la sombra de los rígidos valores morales de la época. Recibió la educación adecuada para las niñas de su clase, estudió latín, historia y francés, clases impartidas por su madre, la querida Julia. Además, ella y sus hermanos pudieron acercarse con total libertad a la importante biblioteca paterna. No pudo acceder a la educación universitaria porque solo le era permitida a los hombres. Esta disparidad produjo en Virginia un sentimiento de injusticia y tal vez fue el germen de su defensa de los derechos femeninos.
Escribió desde muy pequeña. Ya en 1891, armó junto a su hermano Thoby, un periódico escrito a mano, Noticias de Hyde Park Gate, que la familia leía semanalmente.
En su niñez comenzaron a aparecer extraños episodios que la alejaban del mundo: “Sin que pudiera encontrar ninguna razón, de repente todo se tornaba ideal; yo estaba suspendida, no podía cruzar un charco: intentaba tocar algo… el mundo entero se volvía irreal”.
El 5 de mayo de 1895, Julia, su madre, muere de fiebre reumática: “Recuerdo haberme separado del lecho de mi madre cuando acababa de morir y que Stella nos condujo hacia ella. Me reí a escondidas del llanto de la enfermera. Es puro cuento, dije yo”.
En 1904 fallece su padre y los hermanos deciden mudarse de la vieja casa, llena de recuerdos. Alquilan una hermosa casona en el barrio de Bloomsbury y retomarán las reuniones de Midnight Society, los días jueves. Los varones ya habían terminado la universidad y Virginia y Vanessa son admitidas en las tertulias, a las que asisten en silencio. Sin embargo, ya Virginia se estaba abriendo camino. Publicaba reseñas sin firmar en el Manchester Guardian y colaboraciones para el Times Literary Supplement.
Después de la muerte por fiebre tifoidea, de su hermano Thoby, con el que tenía mayor afinidad, una gran tristeza colma a Virginia y en 1931, en Las olas, considerada su obra más lograda, en la que funde prosa y poesía, retomará la figura de su hermano en el personaje de Percival, que morirá muy joven en un accidente y de quien se habla en todo el texto, pero nunca aparece su propia voz. Es el eje de la novela que, mediante el tono lírico, participa al lector de las emociones y pensamientos de los personajes. Todo se centra en la conciencia. La acción externa es mínima. Asistimos a un viaje por la mente de los seis amigos, conmovidos por la muerte de Percival, en un accidente, mientras cabalgaba en la India. Percival es el séptimo personaje, y aunque no está presente, el texto gira a su alrededor, los seis amigos se refieren a él constantemente.
En una alternancia de voces, transitamos de una mente a otra y a través de los monólogos interiores vemos personajes muy bien delineados que, en primera persona, recuerdan episodios de la infancia, juventud y madurez. No hay diálogos ni acciones. Nadie conversa con nadie. Cada uno está dentro de sí, de su memoria y pensamientos. Sin embargo, percibimos una tácita unión entre ellos, como si conformaran una conciencia integral en la que aparece la severa crítica al modo de vivir inglés. La rigidez del entorno social, las simulaciones barnizadas de buenos modales, los celos, los resentimientos, las diferencias de clases. La competencia y la búsqueda despiadada del prestigio.
Rhoda, uno de los personajes expresa vívidamente este malestar: “Estoy harta de lo lindo, estoy harta del recato (…) Esto es Oxford Street. Aquí el odio, los celos, la prisa y la indiferencia forman una espuma que es como una loca imitación del vivir”.
Cada capítulo nos introduce en un período de la vida de cada uno y en el último, Bernard hará una síntesis del espíritu del texto: la muerte, presencia constante y resaltará el desencanto existencial. Una vez perdida la inocencia, las grandes expectativas se diluyen con el correr de los días: “La vida es un sueño, seguramente. Nuestra llama, la chispa que danza en algunas, muy pocas pupilas, no tardará en extinguirse, y entonces todo se desvanecerá”.
Acompaña al fluir de la conciencia, el mundo exterior: un día en la playa, desde el alba al ocaso, similar al transcurrir de la vida acompañada del ir y venir de las olas, en un continuum vital.
Margarite Yourcenar, en un ensayo de 1937, Virginia Woolf, una mujer deslumbrante y tímida, dijo de la escritora que “su rebeldía es la afirmación de un punto de vista sobre la vida y Las olas es una meditación sobre la vida, un ensayo sobre la soledad humana.”
En 1928, las mujeres obtuvieron el derecho pleno al voto y en 1929, Virginia escribió un ensayo sobre la condición de la mujer, tema que siempre le preocupó y que todavía resuena entre nosotras: Un cuarto propio, donde ironiza sobre el derecho femenino de tomar vino y tener un cuarto propio. Este tema lo retomará en Tres guineas, libro de 1939, en el que vincula al nazismo con la dominación masculina.
En Un cuarto propio aparece su evolución sobre el pensamiento feminista, reflexiona sobre las mujeres inglesas, su situación en la sociedad patriarcal y el peso que implica la subordinación al mundo masculino en todos los estamentos de la vida. Es un análisis socio-político de la época desde una perspectiva de género: “De vez en cuando se habla de una mujer individual, una Isabel o una María; una reina o una gran dama. Pero es absolutamente imposible que una mujer de la clase media, sin otra cosa que cerebro y carácter, participara en alguno de esos grandes movimientos que, integrados conforman la visión histórica del pasado. (…) Pero, ¿por qué no agregarle un suplemento a la historia? Dándole, claro está algún nombre más humilde para que las mujeres pudieran figurar de manera apropiada. Porque en la vida de los grandes uno las suele vislumbrar, siempre escurriéndose en el patio trasero, ocultando, me imagino, una sonrisa, un leve gesto, quizá una lágrima”.El ensayo está escrito con humor, ironía y resentimiento. Habla sobre el silencio histórico de las mujeres, cómo sus voces han sido sofocadas ante el poder masculino. En este texto analiza la disparidad de oportunidades, dado que son numerosos los hombres que escriben sobre las mujeres y el escaso número de mujeres que osan escribir sobre los hombres.
Habla sobre el silencio histórico de las mujeres, las relaciones de poder entre ellas y los hombres; enfoca con claridad el mundo de la subjetividad femenina mediante un análisis socio-político de su época desde la perspectiva de género y reitera que las mujeres “necesitamos un cuarto propio y una renta de 500 libras al año.”
En su trabajo, Woolf considera las distintas clases sociales y compara la clase media con la clase alta: “La mujer, un sexo protegido, la feminidad, una ocupación protegida solo para la clase burguesa, para las trabajadoras de fábricas, del campo, las minas, eso no existía”.
En su estudio manifiesta que “la independencia intelectual depende de cosas materiales y las mujeres han sido siempre pobres (…) han tenido menos libertad intelectual que los hijos de los esclavos atenienses… por eso he insistido tanto en tener dinero y un cuarto propio”.
Al escribir sobre las limitaciones del género y su subordinación al mundo masculino, Virginia Woolf afirma que al hombre le está permitida la acción, a las mujeres, el decoro, el ámbito doméstico protegido y casto. Seguidamente, agrega que no es el sexo el escollo para que las mujeres escapen de su condición de subordinación al ámbito privado, sino los mandatos limitativos y estereotipados de género, que las mismas mujeres se apresuran a cumplir y a transmitir a las nuevas generaciones porque si somos mujeres pensamos a través de nuestras madres”.
Ahora nos detendremos en Orlando, la sexta novela de Woolf, escrita en 1928 y la que tuvo más éxito. En ella la autora realiza una parodia del género biográfico y muestra las complejidades de la biografía como género literario
Narra la larga vida de un joven aristócrata, con aspiraciones literarias, que se transforma en mujer. Se lo dedicó a su amiga Vita Sackville, con quien años antes, había tenido un romance. En la edición, la novela consta de seis capítulos numerados con ilustraciones y fotos de Vita.
En Orlando aparecen los cuestionamientos de la autora sobre la homosexualidad, la sexualidad femenina, el rol de la mujer dentro de lo social y todos los obstáculos que debe atravesar una mujer escritora en un viaje que dura trescientos años. Woolf definió su novela como “una fantasía”, porque el mundo que construye es tan fantástico que “una casa puede ser tan grande que el viento mismo pueda ser atrapado ahí”.
El personaje nace en 1588, en la época isabelina y muere en 1928, el año en que se publica la novela. Orlando vive 300 años, envejece hasta los 36 y conservará la frescura de esa edad durante su larga vida.
Esta insólita biografía, de la mano de un narrador omnisciente, transitará a través de la vida del protagonista distintas etapas de la sociedad inglesa y compondrá un extenso cuadro de su evolución. Abarca el reinado de Isabel I, a la que el personaje logra conocer. Su alejamiento del mundo inglés, su regreso durante el gobierno de Jaime I, en 1684, durante la época de “la gran helada”, cuando el río Támesis se congeló. Este episodio enmarca los amores de Orlando con Sasha, una princesa rusa, que partirá apenas el río logre ser navegable.
Muy apenado por el abandono de la princesa, Orlando se recluye por mucho tiempo en su palacio. Al salir ya reina Carlos II y, mediante sus contactos, parte hacia Turquía con el cargo de embajador, escapando de las aspiraciones matrimoniales de la duquesa Harriet Griselda. Es en esta etapa cuando Orlando, sin ninguna explicación, se convierte en mujer: “Debemos confesarlo: era una mujer (…) La voz de las trompetas se apagó y Orlando quedó desnudo (…) Nadie, desde que el mundo comenzó, ha sido más hermoso. Sus formas combinaban la fuerza del hombre, y la gracia de la mujer” (…)” “Orlando fue varón hasta los treinta años; entonces se volvió mujer y ha seguido siéndolo”. Ante el cambio aparecen la Pereza, la Castidad y la Modestia, que lloran desconsoladas y dicen a coro: “No siempre ha sido así. Pero los hombres no nos necesitan, las mujeres nos aborrecen. Nos vamos. Nos vamos.”
Sin embargo, cabe resaltar que para Orlando ser hombre es similar a ser mujer. No contempla las diferencias, a las que considera sutilezas sociales. Por eso nadie verá con extrañeza el cambio y nadie pondrá en duda que es la misma persona, no obstante, debió soportar el peso de ser mujer. Esta es la tesis que sostiene Woolf: las diferencias entre los dos sexos no alteran ni la psiquis ni el alma de la persona. Se puede ser hombre y mujer y esto no lo cambia. La transformación del personaje toma en cuenta la inmutabilidad del alma y resalta la torpeza de los que sostienen que hay diferencias en los espíritus e inteligencia de los hombres y las mujeres: “Los trajes no son otra cosa que símbolos de algo escondido muy adentro… Por diversos que sean, los sexos se confunden. No hay ser que no oscile de un sexo a otro, y a menudo solo los trajes siguen siendo varones o mujeres, mientras que el sexo oculto es lo contrario del que está a la vista.”
Para cerrar nuestro viaje, nos referiremos a La señora Dalloway, novela publicada en 1925 y narra un día londinense en la vida de Clarisse Dalloway. Comienza una mañana de junio de 1923, con los preparativos de una fiesta que dará esa noche en su casa y su recorrido por la ciudad para comprar flores para el evento. La novela finaliza con la partida de los invitados. Uno de los rasgos más destacables es que, tal como acontece en Las olas, la acción externa es mínima, todo sucede dentro de la mente. Construye una novela en la que el paso del tiempo y de la vida van y vienen en el interior de los personajes y con este recurso consigue hacerlos vívidos, reales.En el prólogo de la edición de Editorial Lumen, Mario Vargas Llosa sostiene que “El narrador de la novela está siempre instalado en la intimidad de los personajes, nunca en el mundo exterior. (…) Son las conciencias en movimiento de la señora Dalloway, de Elizabeth, de Doris Kilman, del atormentado Septimus o de Rezia, su esposa italiana (…) El mundo objetivo se disuelve en esas conciencias (…) se deforma y reforma según el estado de cada cual” (…).
Mediante monólogos interiores y descripciones, los lectores nos adentramos en la vida aristocrática de Clarisse, sus amores juveniles por Sally Seton y Peter Walsh, a quien no siguió a la India a cambio de una vida plácida en Londres. El próximo regreso de Peter despierta recuerdos y ambivalencias mientras recorre la ciudad. Su pasado, elecciones y temores aparecen con fuerza y al igual que el personaje de Septimus, ex combatiente de la Primera Guerra, atormentado por la experiencia del frente, la muerte es una sombra que ronda a ambos.
Se replantea lo que pudo haber sido y no fue, siente desprecio por su entorno, que también representa lo que ella es. Y cuando en el medio de la fiesta, escucha al prestigioso doctor Bradshaw hablar de su retraso a causa del suicidio de un paciente, Septimus, ella piensa en ese muchacho y su dolor: “Había allí algo que importaba (…) La muerte era una provocación. Un intento por comunicarse, gente sintiendo la imposibilidad de alcanzar el centro que místicamente se les escapa; la intimidad se quiebra; se desvanece el embeleso; uno está solo. Había una aceptación en la muerte”. Este personaje tiene muchos rasgos de la propia Virginia, especialmente en lo que se refiere a la enfermedad mental. Por consiguiente, fue uno de los más difíciles de construir. Para hablar de la enfermedad de Septimus tomó varios de sus propios síntomas: “Un gorrión posado en la verja de enfrente empezó a piar: Septimus, Septimus, Septimus tres o cuatro veces seguidas y continuó, desgranado notas, cantando con una voz viva y penetrante, en griego, que el crimen no existe (…)”.
La novela nos plantea las crisis internas de una sociedad de buenos modales y costumbres frívolas. Todos están alejados de los horrores de la guerra, protegidos en su campana de cristal. El suicidio de Septimus oficiará de elemento perturbador como una piedra que osa resquebrajar ese mundo armónico y prolijo.
El narrador inmerso en esas conciencias se encarga de mostrar el desasosiego y muestra que Clarissa presiente el peligro del afuera amenazante y de la fragilidad de los tratamientos médicos, que no logran impedir la muerte del joven soldado.
Con esta última imagen nuestro recorrido finaliza, con la esperanza de haber plasmado algo del universo de Virginia Woolf.
*Ana Emilia Silva es profesora (USAL) y licenciada en letras, egresada de la Universidad Nacional de San Martín. Se ha diplomado en Lectura y Escritura por FLACSO y por la Universidad Nacional de San Martín en las Diplomaturas en Literatura Infantil y Juvenil y obtuvo el Postítulo en Literatura Infantil y Juvenil: CEPA.
Es narradora oral, discípula del profesor Juan Moreno. Integra la Comisión Directiva de ALIJA y es miembro de la Academia Argentina de Literatura Infantil y de la Academia Alas.
Escribe poesía y narrativa, varios de sus textos integran diversas antologías.
Coautora de libros de texto en Lengua y Literatura para Editorial SM y Editorial Kapelusz y autora de Prácticas de Lengua y Literatura. Pasar la Posta.
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