Haroldo Conti: "Escribo porque no tengo más remedio"

Seguimos recordando a Haroldo Conti en este mes en el que se conmemoran no solo los 45 años de su secuestro, sino también, en pocos días, los 91 de su nacimiento. Compartimos algunas breves reflexiones del mismo Conti, acerca de su obra, y de la escritura en general. 



“–Suele afirmarte que En vida marca un momento especial de su producción literaria. ¿Coincide usted con esta evaluación? 


–Con Sudeste, mi primera obra conocida, emprendo un camino que se cierra con En vida. En ese trayecto, me voy encerrando en una literatura muy individualista. Para decirlo con una imagen, es un camino que se estrecha, muy solitario, hasta llegar a un paredón que me cierra el paso. Después de haber escrito En vida, que ya tiene muchos años a pesar de que apareció en 1971 –tardé cinco años en escribirla...–, entro en una tremenda crisis, formal y vital. Entro a preguntarme si estoy obligado a seguir siendo escritor, porque muchos creen que después de escribir un libro deben seguir haciéndolo toda la vida. Esto no es así. Pasolini, por ejemplo, es un excelente escritor como puede apreciarse en Muchachos de la calle, pero de pronto deja la literatura por lo menos parcialmente, y busca la cinematografía como nueva forma de expresarse. Para mí se trató de expresarme por otras vías o cambiar de vida. Algo mío estaba agotado y esa es mi característica: fatigarme, insistir en una cosa hasta el cansancio, hasta el agotamiento.

Por ese entonces, en 1971, me sucedió algo cuya trascendencia iba a vislumbrar más tarde. Me nombraron jurado de Casa de las Américas, en La Habana. Esta experiencia me marcó profundamente y se revirtió luego en lo que produje. Yo, que soy un lector lentísimo, me vi en la obligación de leer sesenta novelas en un mes. Yo ya venía fatigado de mi literatura y eso fue el colmo: veía letras por todas partes. Me pareció que la literatura no estaba a la altura de nuestra época, inclusive en Cuba. Se me apareció como una actividad muy solitaria, muy orgullosa, individualista y soberbia de buscarse a sí misma. Esto no hay que tomarlo al pie de la letra, porque así como hay estados de ánimo, creo que hay estados de verdad. En ese momento estaba embargado por todas esas ideas. Creí que no iba a escribir nunca más. Busqué formas de expresión más colectivas y desemboqué en una antigua aspiración mía: el cine.


(…)


-¿Cómo se traducen todas esas vivencias en la producción literaria? 


–Claro, comienzo a reorientarme en la línea de Arguedas y, en algunos aspectos, también de Manuel Scorza. Me propongo hacer una literatura latinoamericana. Se me iluminó entonces un tema, casi brotado de la tierra y de los viajes. Rompo esa soledad porteña y forastera. Con el mismo personaje de En vida salgo al descubrimiento de Latinoamérica, esta vez ya jubiloso, iluminado, brillante. Tuve que rastrear, leer, buscar, no solo a ciertos autores sino también el folklore, la música, los vestigios de literatura indígena, tan maravillosos, tan deslumbrantes. Bueno, de todo esto sale la actual novela aún inédita. Todavía no tiene título. A mí, si el nombre no se me da de entrada, después me cuesta un enorme esfuerzo titular. Generalmente resuelvo el título después de largas consultas con amigos. Pero esta es la primera novela que escribo con alegría y tengo pensados más de diez títulos. No quiero adelantar ninguno de ellos porque después el título que nombre queda de alguna manera favorecido frente a los demás y, sinceramente, necesito todavía mascullarlo.


–Bueno, queda la intriga sobre su novela última, todavía inédita. 


–Ya estoy en tratativas con el editor. Quiero destacar, eso sí, que desde el punto de vista del trabajo literario fue para mí una gran experiencia y que deseaba vivir desde hace tiempo. En resumidas cuentas, esta novela es un largo viaje o peregrinación por América en llamas, tan difusa y borrosa. Siempre digo que no escribo novelas sino que las vivo. De golpe no hay una división tan tajante entre mi realidad artística y la realidad que me rodea. Por eso la novela se vuelve tan totalizante que todo cae dentro de ella. En esta última me compenetré tanto que hasta tuve que dibujar los personajes, porque los veía al lado mío. Yo también hice mi viaje, mi peregrinación para escribirla. Durante nueve meses fui un nómade. Tenía una biblioteca rodante que era mi coche, con todos los libros adentro de un cajón de naranjas. Incursioné por los campos de Chacabuco, mi pueblo. Estuve merodeando por San Bernardo, en invierno, completamente solo, en una casita. Me aislé también en una isla del Tigre... Me movía constantemente, como si tuviera que dar alcance a mis personajes. Anduve por Bragado o Brageta City, como le dicen; y en Warnes, esos boliches, esa gente. Era bárbaro, no tenía con quién charlar de literatura. En definitiva, no se trata de aislarse, pero el que tiene que hacer una obra, que no se busque excusas, que largue todo, aunque se muera de hambre. No sé qué puede pasar con mi última novela ni sé si siquiera vale, pero la escribí con alegría. Salí de mi confort, de mi comodidad, me borré de Buenos Aires y de esta ritualidad que tanto me afectó, tal como se refleja en En vida. Con la última novela hice lo que dijo Faulkner: me encerré –es un decir– con siete llaves y luego las tiré por la ventana.”


(Fragmento de una entrevista publicada en el diario La Opinión, el 9 de octubre de 1973-No figura el nombre del entrevistador)


“–¿Cómo Haroldo Conti vino a resultar un escritor?


 –Habría que contar la historia de uno mismo. La cosa empezó de esta manera. Yo era alumno de una escuela de pupilos. En aquel tiempo no había cine, y reemplazábamos esa diversión dominical con unas funciones de títeres. Yo me ocupaba de escribir los libretos que, como en todas las seriales, se acababan en el momento de mayor suspenso y se continuaban en el próximo domingo. Así nació en mí una parte de esa vocación por la literatura. La otra parte se la debo a mi padre. Él siempre fue un gran cuentero y lo es todavía. Es un hombre de pueblo que cuenta y cuenta cosas como toda la gente de pueblo, que a veces no tiene otra cosa que hacer. Mi padre era un viajante, un tendero ambulante y yo salía a recorrer el campo con él; se encontraba con la gente y antes de venderle nada se ponía a charlar y contar cosas. Así recibí ese hábito de contar oralmente.

Un día en el colegio de curas donde estudiaba, se me ocurrió escribir una novela misional, sobre aventuras de misioneros en tierras extrañas. La novela se llamaba Luz en Oriente. No me acuerdo si la terminé. Así fue naciendo la cosa. Después ingresé a la Facultad de Filosofía y Letras y hubo una época de silencio en la que me dediqué a estudiar y, voluntariamente, dejé todo ese tipo de inquietudes. Por ese camino acabé siendo un triste profesor de escuela secundaria. Hace veinte años que enseño latín. Después se me dio por el teatro. En aquella época estaban en boga los teatros independientes. La experiencia fue dramática: en esa época la Municipalidad de Buenos Aires había organizado jornadas de teatro leído en el Odeón. Se seleccionaban obras de autores noveles y se leían al público. Lo lamentable era que el público estaba constituido por aquellos que habían sido rechazados en el Concurso. En cuanto los actores comenzaban con el parlamento, los del público, que estaban con una bronca negra, se levantaban y empezaban a despotricar contra la obra. Y eso fue lo que me pasó a mí y me borré para siempre del teatro. Por aquellos años conocí el Delta, uno de los metejones de mi vida, me dediqué a construir un barco, me fui metiendo muy adentro de un determinado mundo, fui conociendo la gente de la costa, los isleños, la gente de barcos. Y con toda naturalidad, mientras construía ese barco, surgió Sudeste. Así empezó todo.


 (…)


–¿Le hace feliz escribir?    


–En absoluto. Es un gran dolor, un gran esfuerzo, inclusive físico. Me crea problemas personales, de relación; me vuelvo huraño, fastidioso. Escribo porque no tengo más remedio. Escribo o me muero. Es como estar embarazado, supongo. Después uno pare y se acabó. Se siente mejor, más aliviado.


–En alguna ocasión ha dicho que con En vida había terminado haciendo una literatura muy “individualista”. ¿Qué significa eso? 


–Simplemente que estaba contando el drama de un pobre tipo y no el de un pueblo. La novela apareció en momentos en que en nuestro país ocurrían hechos sociales de enorme importancia. Algunos me acusaron de dar la espalda a la realidad del país; otros dijeron que la novela era francamente reaccionaria, porque yo me ocupaba de un problema individual en plena dictadura. A muchos amigos uruguayos, por ejemplo, la novela no les dijo nada, ellos estaban inmersos en el clima político de su patria, en la efervescencia militante. No fue así en España; claro, allá estaban en otra cosa. Pero creo que hay tiempos y estados de lectura, y con En vida sucedió esto: el tiempo de lectura no coincidió con el tiempo social. Tal vez más adelante pueda ser evaluada como hecho literario y no como desfasaje entre ambos tiempos.

 

Fragmento de “Un simple trabajador”, entrevista de Guillermo Boido y Heber Cardoso para el diario La Opinión, el 15 de junio de 1975.

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