Una lectura de Mascaró el cazador americano, de Haroldo Conti

A 45 años del secuestro y desaparición de Haroldo Conti durante la Dictadura militar, María Pía Chiesino nos acerca su lectura de Mascaró el cazador americano, la última novela del autor nacido en Chacabuco.

Por María Pía Chiesino


La última novela de Haroldo Conti, Mascaró el cazador americano, recibió el premio Casa de las Américas en 1975. Menos de un año después, a Conti lo secuestraba la patota criminal del Batallón 601. Se sabe que pasó por distintos centros clandestinos de detención, pero hasta el día de hoy se desconoce su paradero. 

En razón  de esto, no es antojadizo indicar que Mascaró… constituye su último legado literario. Y no solamente porque es lo último que llegó a publicar. 

En esa novela, Conti hace un viraje estético y político que, podemos conjeturar, era un primer escalón hacia una nueva mirada sobre relación entre el arte y la realidad. 

 El escritor Humberto Costantini, amigo personal de Conti, afirmaba: “Creo que su obra tuvo tres ciclos. El ciclo del río con Sudeste y el cuento “Todos los veranos”; el de la tierra con Mascaró…, y un tercero que hubiera sido el del mar. Él esperaba concretar eso, pero se le cruzó la muerte en el camino”. 

Por la razón que menciona Costantini, ese primer escalón fue también el último. 

En una entrevista del diario “La Opinión” en 1973, Conti definía de esta manera el proyecto de Mascaró…, aún ínédita: “Rompo esa soledad porteña y forastera. Con el mismo personaje de En vida salgo al descubrimiento de Latinoamérica”. 

En efecto, Oreste Antonelli, el protagonista de su novela anterior recorre a diario el trayecto desde una oficina en el Barolo hasta su casa familiar en San Telmo. Y los fines de semana, literalmente HUYE  a Tigre, a verse con unos pocos amigos. Toman vino, juegan a las cartas, van a bailar a algún club de barrio… Los fines de semana Oreste se escapa de esa cotidianeidad porteña asociada al trabajo y la familia que, literalmente, lo agobian. Y no solo a él. También a quienes leen la novela. 

En Mascaró… nos reencontramos con Oreste, instalado en un pueblo a orillas del mar, Arenales, cerca de una taberna llena de músicos, y con el proyecto inmediato de embarcarse hacia otro lugar,  Palmares, donde piensa construir una nueva vida, encontrarse con su destino. 

Lo paradójico es que ese destino que va constituyéndose no tiene un punto de llegada en el que Oreste se detiene. Cuando se embarca en El Mañana, conoce al Príncipe Patagón y se suma a su proyecto del Circo del Arca, que tiene un destino de errancia permanente. 

Enmarcada en los proyectos de cambio social y político de los años ’70, Mascaró… se lee sin dudas, como una alegoría de la revolución. 

Pero Conti no nos deja una novela escrita en clave realista. No hay descripciones explícitas de la manera en la que el Circo del Arca cambia la vida de la gente en los pueblos que visita. 

En un paisaje indudablemente latinoamericano que por momentos recuerda a la Comala de Rulfo, los artistas van recorriendo caminos, actuando en un pueblo detrás de otro.

En uno de esos pueblos, (que siguiendo con lo alegórico se llama Tapado) el narrador nos presenta el efecto que el circo produce en la vida de la gente: “ …el pueblo de Tapado se detuvo un momento, dejó de envejecer porque la carpa se iluminó por dentro y todos vieron que era algo hermoso sobre la tierra, aunque no pasara más que eso…”

Pero pasa más que eso. “…da  la casualidad que después de pasar ustedes por cualquier pueblo de mierda la gente empezaba a cambiar. Si vuelven para atrás encontrarán todo distinto”, les dice un personaje, ya bien avanzada la novela. 

El Circo del Arca ya se cruzó con Basilio Argimón, esa suerte de “hombre-pájaro” expulsado de su pueblo por el cura, después de haber inventado un dispositivo mecánico que le permite volar. Ese desafío a las leyes de la naturaleza entraña un desafío a otras leyes, a otro orden: el social y el político. 

De la misma manera que “los rurales” persiguen a Argimón, comienzan a perseguir entonces al Circo del Arca: el poder no tolera desafíos.

En ese derrotero artístico en el que se ha ido transformando su vida, Oreste escucha algo que ya intuía, cuando el Príncipe Patagón, que ha sido para él una suerte de maestro,  le dice esa frase que para él define lo que hacen: “…el arte es una entera conspiración…”.

Ese choque con el poder, esa imposibilidad de aceptar imposiciones, hace que el Circo se vea en la necesidad de desmembrarse, de pintar de otro color el carromato para que no se los reconozca, de que sus integrantes tengan que cambiar de nombre…

Esa separación es necesaria para que cada uno encuentre su destino. Pero más allá de que  tomen rumbos distintos,  ya todos están marcados por la experiencia de haber sido parte de un circo que cambió la vida de la gente. 

Este gran solitario que es Oreste Antonelli, recorre el trayecto entre las dos novelas que lo tienen como protagonista, y aprende eso. 

Cuando tenía una familia, un trabajo estable y amigos para verse los fines de semana, su vida se deslizaba por una cuerda monótona. 

En Mascaró… esa vida está llena de luz, de alegría y de sonidos, desde el comienzo en la taberna de Arenales hasta la impensada participación como parte de un elenco de artistas de variedades, en el que cada quien hace su parte. 

Leonardo Favio decía que “no se puede ser feliz en soledad”.

No sabemos si Conti oyó alguna vez esa frase. Pero de algo no tenemos dudas: le hizo un inmenso regalo a su personaje cuando lo puso en un camino en el que su propia felicidad es inseparable de la felicidad de los demás. 

Ese es también, el regalo que le agradecemos a Haroldo Conti quienes lo seguimos leyendo y releyendo hasta el día de hoy.



Mascaró el cazador americano
Haroldo Conti

Casa de las Américas, 1975.



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