El cómplice de los niños

La LIJ también tiene cosas para contar, cuando se trata de ciencia ficción. En esta nota, María Laura Migliarino nos cuenta su encuentro con la obra de Ziraldo, ideal para la primera infancia.




Por María Laura Migliarino


Hace algunos años, en la red,  leí  una entrevista a un escritor e ilustrador que comenzaba así: “No soy un hombre infantil. No hay ningún niño guardado en mi corazón. Soy un viejo que sabe leer la mirada del niño." El hombre en cuestión se llamaba Ziraldo y yo no conocía nada de su obra. Me puse a investigar. El posicionamiento en relación a su vínculo con las infancias, el énfasis puesto en discutir con los niños y escribir sin subestimar al lector, fueron la piedra de toque que funcionó como un imán para acercarme a este “contador de historias”. 
Ziraldo Alves Pinto nació el 24 de octubre de 1932 en Caratinga, ciudad del Estado de Minas Gerais. Trabajó en una agencia de publicidad,  y ese oficio le enseño todo sobre el dibujo, las formas y el color. Más tarde, comenzó a hacer historietas y chistes para diarios y revistas. Siempre hizo uso del humor. Más adelante, desde el dibujo, se trasladó a la palabra.
Cuando lo descubrí, el único libro en  papel que llegó  a mis manos fue El pequeño planeta perdido, una versión del propio Ziraldo del texto original del humorista brasileño Hermínio Castelo Branco (Mino). Cuando leí la contratapa, me enteré de que eran grandes amigos y que El pequeño planeta había sido pensada inicialmente como una historieta.
La obra es de 1985 y  circuló en Buenos Aires en los años ’90. Hoy en día es imposible hacerse de un ejemplar. Está descatalogado. Por eso, hace una semana, publicamos en  Libro de Arena, un video corto que cuenta –sin mostrar del todo- las andanzas de un hombre que un día es lanzado hacia un planeta perdido en el espacio y se siente solo. “¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí? ¿Quién soy?”, son las preguntas del astronauta que, vaya a saber por qué sintonía, se escuchan en todo el planeta Tierra. 


Así comienza esta historia intergaláctica en la que  los sentimientos de un hombre organizan toda la trama. Es una joyita de la ciencia ficción para compartir con la primera infancia pero, como los géneros en la literatura no se presentan puros, también les aclaro que es una fascinante historia de amor: del amor de pareja y del amor que los seres humanos somos capaces de dar. En la historia, los científicos harán todo lo posible para que en su estancia en el espacio el astronauta no muera de hambre, frío nostalgia y soledad.
Dibujos a mano, ilustración digital, fotografía, y un cuidado excepcional en el trabajo de diseño, hacen de esta obra un libro álbum que se afirma en el discurso científico y dispara infinitas lecturas.
Nunca en la vida imaginé que en una naranja podía caber tanto.

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