Esto aquí no puede pasar

Una de las especies narrativas que instala la ciencia ficción como género son las distopías, historias que nos presentan el colapso del mundo del futuro con consecuencia del deterioro medioambiental. Una de las novelas más interesantes en las que se presenta una mirada sobre un aspecto de ese universo distópico, relacionada con la posibilidad de concebir de las mujeres, es El cuento de la criada, de Margaret Atwood. Esta reseña de María Trombetta nos acerca al universo de pesadilla, creado por esta gran novelista canadiense.


Por María Trombetta


Como nací en 1939 y mi conciencia se formó durante la Segunda Guerra Mundial, sabía que el orden establecido puede desvanecerse de la noche a la mañana. Los cambios pueden ser rápidos como el rayo. No se podía confiar en la frase: “Esto aquí no puede pasar”. En determinadas circunstancias, puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar.
Margaret Atwood


Quienes tuvimos (tenemos) la oportunidad de haber vivido no sólo en dos siglos, sino en dos milenios diferentes, podemos comparar las promesas que nos hacía el futuro hace algunas décadas con la realidad que nos presenta hoy. Imaginar qué hubiese ocurrido si en vez de tal cosa pasaba otra, o qué rumbo habría seguido el mundo si la humanidad tomaba otras decisiones: el tan trillado aleteo de la mariposa. “El cuento de la criada” es una novela inquietante, entre muchos motivos, justamente por describir una realidad que puede parecer, al mismo tiempo, muy lejana y completamente posible. 
Escrita en 1984, la novela vio multiplicada su trascendencia a partir del anuncio de la producción de la serie que se estrenó en 2017. Precisamente, gran parte de su impacto proviene de aquellas referencias a cuestiones que aún, y a más de treinta años de su publicación, permanecen sin resolución visible o aparecen como amenazas probables. 
La República de Gilead es una teocracia instaurada en lo que fuera el territorio de los Estados Unidos de Norteamérica. El deterioro ambiental afectó la fertilidad de hombres y mujeres: aquellas pocas que conservan la capacidad de procrear son literalmente “cazadas” y sometidas a un proceso de adoctrinamiento para luego ser entregadas a matrimonios pertenecientes a la casta dominante, violadas en una ceremonia justificada en una interpretación particular de ciertos pasajes bíblicos y obligadas a parir hijos que serán entregados a esas familias en las que ellas cumplen el rol de Criadas. Además, deben considerarse agradecidas por su destino, ya que las mujeres que no pueden procrear son enviadas a trabajar como esclavas en las Colonias, áreas donde deben manipular residuos tóxicos que las envenenan en pocas semanas. Las criadas son despojadas de su identidad para ser nombradas aludiendo al Comandante que las posee: en el caso de la protagonista, Defred (Offred en inglés). Ellas o cualquier otro que se rebele es secuestrado y ejecutado: los cadáveres colgados son exhibidos durante varios días. Este universo opresivo está rodeado por un entorno más bien despojado, casi natural. No hay más aparatos electrónicos que las radios de los Ojos, agentes de vigilancia estatal. Las mujeres de cualquier casta tienen prohibido leer y escribir. El testimonio de Defred, que relata la historia, es recuperado por un investigador, según cuenta el epílogo de la novela, grabado en unos cassettes de audio, en los que nos enteramos de ”la nueva normalidad” en la que le toca vivir: 
Una silla, una mesa, una lámpara. Arriba, en el techo blanco, una moldura en forma de guirnalda, y en el centro de ésta un espacio en blanco tapado con yeso, como el hueco que quedaría en un rostro después de arrancarle un ojo. Alguna vez debió de haber allí una araña. Pero han quitado todos los objetos a los que sea posible atar una cuerda.
Una ventana, dos cortinas blancas. Bajo la ventana, un asiento con un cojín pequeño. Cuando la ventana se abre parcialmente -sólo se abre parcialmente- el aire entra y mueve las cortinas. Puedo sentarme en la silla, o en el asiento de la ventana, con las manos cruzadas, y dedicarme a contemplar. La luz del sol también entra por la ventana y se proyecta sobre el suelo de listones de madera estrechos, muy encerados. Huelo la cera. En el suelo hay una alfombra ovalada, hecha con trapos viejos trenzados. Ésta es la clase de detalle que les gusta: arte popular, arcaico, hecho por las mujeres en su tiempo libre, con cosas que ya no sirven. Un retorno a los valores tradicionales. Quien nada desperdicia, nada necesita. Yo no soy un desperdicio. ¿Por qué tengo necesidades?
La propia Margaret Atwood, militante por los derechos humanos, reconoce que en su libro hay referencias a Ana Frank, el robo de bebés practicado por los dictadores argentinos, la esclavitud en los Estados Unidos, y otros momentos espeluznantes de la historia mundial. Su novela, por otra parte, sigue planteando interrogantes aún hoy, con mujeres y niñas que todavía son obligadas a gestar y a parir contra su voluntad, grandes sectores de la población que viven en condiciones insalubres, y los evidentes problemas ambientales provocados por la actividad humana a los que todavía no se encuentra solución.  Historias como la de “El cuento de la Criada” nos conminan a pensar destinos alternativos, en el hermoso juego en el que la lectura nos lleva a imaginar otros mundos posibles.


El cuento de la criada
Margaret Atwood
Salamandra

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