David Viñas, la escudería del lenguaje
A un año de su muerte, recordamos a Horacio González con esta nota acerca de David Viñas que publicó en la revista El Ojo Mocho, y que está compilada en La palabra encarnada -Ensayo, política y Nación- Textos reunidos de Horacio González, (1985-2019), CLACSO.
David Viñas, la escudería del lenguaje*
No es difícil intuir lo que es un fino percibidor de los asuntos de la vergüenza, esa forma de mirarse a sí mismo donde surge nuestra incomodidad en el mundo. Parece que nuestra presencia sobre la presencia de los otros, en ocasiones se abultaría un poco de más. Pero que en otras ocasiones le faltaría lo que sería necesario. Ese desajuste suele ser compensado, en el exceso, con el agobio. Y en la escasez, con el desasosiego. Vivimos probablemente en lucha para eludir esos sentimientos que producen nuestros desacuerdos íntimos con lo que parece que somos o les parecemos a los demás que somos.
David Viñas es esa clase especial de duelista empeñado en conocer qué rastro de vergüenza dejamos en las cosas, cómo las rozamos con el toque exacto de nuestra vara o les dedicamos una demasía melosa, que las adhiere a nosotros pero de un modo inauténtico. Es habitual escucharlo decir pringoso, cuando califica lo que muere en la demasía de su propio sentimiento, o vehemente, cuando es necesario señalar que un argumento no guarda su sabia proporción con lo que debe ser dicho. Pero nunca es fácil saber lo que debe ser dicho, por eso David Viñas actúa con ironía frente a lo untuoso y con burlona complicidad frente a lo impetuoso. Su meditación más acabada se realiza ante todos los juegos de existencia a que nos obligan los demás y lo que esos otros disponen ante nosotros.
Anunciados por una palabra del acervo argentino que parece decir poco y quedar alcanzada por la misma fatuidad que señala –la palabra titeo– los trabajos de David Viñas surgen de ese núcleo oscuro de las vidas, allí donde trágicamente descubrimos que tenemos una capacidad de anular a otras existencias, de rebajarlas con una estocada sutil de nuestro decir o hacerlas meditar largamente sobre si han sido objeto de un desprecio calculado o involuntario que caía de nuestra lengua. David Viñas habla inspeccionando esa opaca cualidad del hablar, aquella por la que conjuramos la vergüenza con una punzada ocultamente dañina o refugiamos en una distraída cita literaria un envío destinado seguramente a zaherir. Así hablan los grandes retóricos, oficiantes y a la vez presos a los infinitos modos por los cuales el lenguaje nos devuelve o nos quita la certidumbre de ser.
Suele ir y venir en nuestros tiempos la pródiga palabra subjetividad. Es necesario decir que en David Viñas se bifurca ese gran concepto hacia lugares de duelo, desafío y prueba de oposición, con su consiguiente matiz honorífico. No creo inoportuno, ya que hablé de bifurcación, ver como ese mismo concepto aparece en León Rozitchner, donde otra clase de duelo y otra clase de honor conducen al yo conturbado, preso a sus íntimos llamados de sensualidad o espanto. De esa bifurcación de dos amigos, y no es necesario decir que un duelismo álgido y sugestivo puede verse en esa amistad que a todos nos alcanza, podemos entresacar buena parte de un considerable debate.
Considerable, digo, pues es palabra también de David Viñas cuando suele calificar el elenco de cosas que interesan, un libro, una novela, una investigación social, el decorado de un bar, la calle Corrientes, el apellido sonoro de algún circunstante o un viaje en tren. Considerable: elogio cauto mezclado con una enumeración pura y simple del mundo y del vivir. Pues bien, lo considerable del debate sobre la subjetividad permite avizorar en David Viñas la solución del duelista, que va puliendo y diluyendo su honra individual en fintas y escuderías del lenguaje y la conversación. De este modo, conversar son implícitas mediciones y buceos en el yo conversante, que va deshaciendo y rehaciendo su monólogo interior mientras habla con los otros.
David Viñas pertenece a una gran tradición literaria, la del monologuista que extrae de sí mismo una vasta conversación en la que se van ramificando los otros, clavijas que pertenecen a una voz interna del monologuista antes de abrirse paso hacia lo que alguien ha llamado la “conversada amistad”, fruto que se obtiene luego de largas luchas y retos que actúan a la manera de una conversación cortada mil veces y retomada otras tantas en el tiempo. Así creo ver yo mi propia relación con David Viñas y algo de eso quería decir en este brindis, género que el interesado debe preferir en su versión más que breve, y si es posible, ausentado, según la tradición de Macedonio Fernández, que los hiciera con la fina ingravidez necesaria para no molestar al homenajeado.
Siempre está luchando David Viñas cuando habla. Mantiene rastros de la caballería popular y del aguafuerte, del documentalista que va subrayando con extraños grafismos el diario La Nación y del que poniendo fugazmente el mundo en suspenso busca en su diccionario personal de frases y sentencias cuál es la más aconsejable para el caso del que se trata. Desde luego, nada de la manera en que ahora estoy hablando corresponde al estilo de nuestro amigo David, que acaso rechazaría esta demostración si percibiera que no hace justicia a sus austeros duelos, forma reversal de la vergüenza con la cual nos elegimos frágiles o afirmados frente a las cosas. El crítico literario, el novelista, el dramaturgo, el ensayista, el político, el urbanitas David Viñas toma lo que los combates mundanos dejan adherido al cuerpo propio de aquello que se desprende del cuerpo del antagonista. Sus figuras críticas se van desdoblando en las formas que van alimentando a cada criatura combatiente con los rasgos de sus opositoras. Allí cumple su papel lo considerable, la palabra considerable. Por solo ser objeto de la crítica, algo se hace considerable. Y entonces, podía pasar de ser un existente mundano a un secreto compañero de conversación. Lo considerable ya no como comprobación de existencia sino como elogio cauteloso o medido. Lo considerable es lo que compartimos de aquello que es criticado.
Así, no poco de Mansilla hay en David Viñas, esas causeries que en él adquieren soluciones político-sociales, sin el resuello de gratuita fruición que tenían en su antecesor. No poco de Lugones hay también, pero llevando la heroicidad a un estadio anterior que Lugones no explorara, es decir, a la pregunta referida a la posibilidad de devolvernos a nosotros mismos, y como comedia, las sentencias que queremos entregarles a la historia como tragedia. No poco hay también de Arlt, con la ilusión siempre renacida de que la prosa adquiera los movimientos de un cuerpo vivo, que asuma por una vez siquiera todo lo necesario para que la vida desnuda sea el teatro de la personalidad y el sueño cumplido de la literatura.
Sé que David hubiera preferido iniciar esta reunión de amigos reconociéndonos en la angustia común por el destino de las voces de justicia en esta Argentina destrozada, pero invitado por los amigos de la Dirección del Libro a ser coordinador de este encuentro, hubiera yo luchado mucho con mi propia vergüenza si no hubiera conseguido decir palabras como estas, que al faltar estoy seguro que luego echaríamos de menos los que sentimos que este sereno y luchador cumpleaños era ocasión para pronunciar los dones del recatado homenaje merecido, que nos reúne no solo para suavizar una época desmedidamente cruel, sino para asumirla en lo que corresponda. Y ahora, se cae de la mata que es necesario decir: feliz cumpleaños, David.
*Publicado en la revista El Ojo Mocho N° 17, verano de 2003.
CLACSO, 2021.
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