Cien años del nacimiento de Doris Lessing


Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Doris Lessing, Premio Nobel de Literatura 2007. Debido al trabajo de su padre, nació en la República Islámica de Irán, (por entonces Persia). Posteriormente la familia se trasladó al África. Doris huyó de la autoritaria casa de sus padres a los quince años. Su formación literaria fue autodidacta. A los dieciocho años viajó a Salisbury, Inglaterra, y a los diecinueve se casó por primera vez. Se divorció en 1943, ya madre de dos hijos, y se acercó al comunismo.

En 1944 se casó con Gottfried Lessing, con quien tuvo un tercer hijo. A pesar de su divorcio posterior, siguió usando el apellido de su ex marido para publicar sus libros. Tuvo una vida marcada por la tensión entre la escritura, la política y la maternidad. Se apartó del comunismo cuando salieron a la luz los crímenes de Stalin. Su obra narrativa y poética está marcada por la política, el feminismo y el anticolonialismo. También tuvo un período en el que escribió ciencia ficción. El libro dorado, se considera una de las obras imprescindibles de la literatura feminista. Lessing murió en Londres, el 17 de noviembre de 2013. Compartimos dos poemas de esta gran escritora.



Fábula


Cuando miro hacia atrás me parece recordar el canto.
Aunque siempre estaba en silencio aquel salón largo y tibio.

Impenetrables, creímos, esos muros,
oscurecidos de escudos antiguos. La luz
brillaba sobre la cabeza de una chica o sobre sus piernas
jóvenes despatarradas. Y las voces bajas
subían en el silencio a perderse como en el agua.

Además, estando todo tibio y quieto como una mano,
si uno de nosotros corría las cortinas
una lluvia bordada soplaba afuera con descuido.
A veces se colaba un viento que hacía bambolear las llamas,
proyectando sombras agazapadas en las paredes,
o afuera aullaba un lobo en la noche vasta
y al sentir que se nos helaba la carne, nos juntábamos.

Pero la danza seguía por un rato
—así me parece ahora:
formas lentas que se movían serenas a través
de charcos de luz tejiendo una red dorada sobre el piso.
Así debe haber seguido, para siempre, como un sueño.

Pero entre un año y otro —¿cambió el viento?
¿La lluvia al final pudrió las paredes?
¿Vinieron los hocicos de los lobos a empujar los rayos caídos?

Hace tanto.
Sin embargo a veces me acuerdo del salón cortinado
y escucho las voces lejanas y jóvenes que cantan. 



Oh cerezos que son demasiado blancos para mi corazón
 

 Oh cerezos que son demasiado blancos para mi corazón,
y todo el suelo se blanquea con su muerte,
y todas sus ramas van a sumergirse al río,
y cada gota cae de mi corazón.

Si hay justicia en el ángel de los ojos que brillan
va a decir “¡Esperá!” y me va a alcanzar un racimo de cerezas.
El ángel barbudo, justo y firme como una cabra
levanta una cabeza rumiante y masca la nieve con lentitud.

¿Hace falta, cabra, que te quedes acá?
¿hace falta que te quedes acá, quieta?
¿siempre vas a estar parada acá,
a prueba de fe, a prueba de inocencia?

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