Tradiciones Peruanas, de Ricardo Palma
Ayer se cumplieron cien años de la muerte de Ricardo Palma, el gran escritor costumbrista peruano. Su obra más importante son las Tradiciones Peruanas, que consisten en viñetas humorísticas, históricas, o ancladas en leyendas populares. Para recordarlo compartimos una de sus Tradiciones... mas conocidas: "Don Dimas de la Tijereta".
Cuento de viejas que trata de cómo un escribano le ganó un pleito al diablo
I
Érase que se era y el mal que se vaya y el bien se nos venga, que allá por los primeros años del pasado siglo existía, en pleno portal de Escribanos de las tres veces coronada ciudad de los Reyes del Perú, un cartulario de antiparras cabalgadas sobre nariz ciceroniana, pluma de ganso u otra ave de rapiña, tintero de cuerno, gregüescos de paño azul a media pierna, jubón de tiritaña, y capa española de color parecido a Dios en lo incomprensible, y que le había llegado por legítima herencia pasando de padres a hijos durante tres generaciones.
Érase que se era y el mal que se vaya y el bien se nos venga, que allá por los primeros años del pasado siglo existía, en pleno portal de Escribanos de las tres veces coronada ciudad de los Reyes del Perú, un cartulario de antiparras cabalgadas sobre nariz ciceroniana, pluma de ganso u otra ave de rapiña, tintero de cuerno, gregüescos de paño azul a media pierna, jubón de tiritaña, y capa española de color parecido a Dios en lo incomprensible, y que le había llegado por legítima herencia pasando de padres a hijos durante tres generaciones.
Conocíale
el pueblo por tocayo del buen ladrón a quien don Jesucristo dio pasaporte para
entrar en la gloria; pues nombrábase don Dimas de la Tijereta, escribano de
número de la Real Audiencia y hombre que, a fuerza de dar fe, se había quedado
sin pizca de fe, porque en el oficio gastó en breve la poca que trajo al mundo.
Decíase
de él que tenía más trastienda que un bodegón, más camándulas que el rosario de
Jerusalén que cargaba al cuello, y más doblas de a ocho, fruto de sus
triquiñuelas, embustes y trocatintas, que las que cabían en el último galeón
que zarpó para Cádiz y de que daba cuenta la Gaceta. Acaso fue por él por quien
dijo un caquiversista lo de
Un
escribano y un gato
en
un pozo se cayeron;
como
los dos tenían uñas
por
la pared se subieron.
Fama es que a tal punto habíase apoderado del escribano los tres enemigos del alma, que la suya estaba tal de zurcidos y remiendos que no la reconociera su Divina Majestad, con ser quien es y con haberla creado. Y tengo para mis adentros que si le hubiera venido en antojo al Ser Supremo llamarla a juicio, habría exclamado con sorpresa: -Dimas, ¡qué has hecho del alma que te di?
Ello
es que el escribano, en punto a picardías era la flor y nata de la gente del
oficio, y que si no tenía el malo por donde desecharlo, tampoco el ángel de la
guarda hallaría asidero a su espíritu para transportarlo al cielo cuando le
llegara el lance de las postrimerías.
Cuentan
de su merced que siendo mayordomo del gremio, en una fiesta costeada por los
escribanos, a la mitad del sermón acertó a caer un gato desde la cornisa del
templo, lo que perturbó al predicador y arremolinó al auditorio. Pero don Dimas
restableció al punto la tranquilidad, gritando: -No hay motivo para barullo,
caballeros. Adviertan que el que ha caído es un cofrade de esta ilustre
congregación, que ciertamente ha delinquido en venir un poco tarde a la fiesta.
Siga ahora su reverencia con el sermón.
Todos
los gremios tienen por patrono a un santo que ejerció sobre la tierra el mismo
oficio o profesión; pero ni en el martirologio romano existe santo que hubiera
sido escribano, pues si lo fue o no lo fue San Apronianos está todavía en
veremos y proveeremos. Los pobrecitos no tienen en el cielo camarada que por
ellos interceda.
Mala
pascua me dé Dios, y sea la primera que viniere, o deme longevidad de elefante
con salud de enfermo, si en el retrato, así físico como moral, de Tijereta, he
tenido voluntad de jabonar la paciencia a miembro viviente de la respetable
cofradía de ante mí y el certifico. Y hago esta salvedad digna de un lego
confitado, no tanto en descargo de mis culpas, que no son pocas, y de mi
conciencia de narrador, que no es grano de anís, cuanto porque esa es gente de
mucha enjundia con la que ni me tiro ni me pago, ni le debo ni le cobro. Y
basta de dibujos y requilorios, y andar andillo, y siga la zambra, que si Dios
es servido, y el tiempo y las aguas me favorecen, y esta conseja cae en gracia,
cuentos he de enjaretar a porrillo y sin más intervención de cartulario. Ande
la rueda y coz con ella.
II
No sé quién sostuvo que las mujeres eran la perdición del género humano, en lo cual, mía la cuenta si no dijo una bellaquería gorda como el puño. Siglos y siglos hace que a la pobre Eva le estamos echando en cara la curiosidad de haberle pegado un mordisco a la consabida manzana, como si no hubiera estado en manos de Adán, que era a la postre un pobrete educado muy a la pata la llana, devolver el recurso por improcedente, y eso que, en Dios y en mi ánima, declaro que la golosina era tentadora para quien siente rebullirse una alma en su almario. ¡Bonita disculpa la de su merced el padre Adán! En nuestros días la disculpa no lo salvaba de ir a presidio, magüer barrunto que para prisión basta y sobra con la vida asaz trabajosa y aporreada que algunos arrastramos en este valle de lágrimas y pellejerías. Aceptemos también los hombres nuestra parte de responsabilidad en una tentación que tan buenos ratos proporciona, y no hagamos cargar con todo el mochuelo al bello sexo.
¡Arriba,
piernas,
arriba,
zancas!
En
este mundo
todas
son trampas.
No faltará quien piense que esta digresión no viene a cuento. ¡Pero vaya si viene! Como que me sirve nada menos que para informar al lector de que Tijereta dio a la vejez, época en que hombres y mujeres huelen, no a patchouli, sino a cera de bien morir, en la peor tontuna en que puede dar un viejo. Se enamoró hasta la coronilla de Visitación, gentil muchacha de veinte primaveras, con un palmito y un donaire y un aquel capaces de tentar al mismísimo general de los padres beletmitas, una cintura pulida y remonona de esas de mírame y no me toques, labios colorados como guindas, dientes como almendrucos, ojos como dos luceros y más matadores que espada y basto en el juego de tresillo o rocambor. ¡Cuando yo digo que la moza era un pimpollo a carta cabal!
No
embargante que el escribano era un abejorro recatado de bolsillo y tan pegado
al oro de su arca como un ministro a la poltrona, y que en punto a dar no daba
ni las buenas noches, se propuso domeñar a la chica a fuerza de agasajos; y ora
la enviaba unas arracadas de diamantes con perlas como garbanzos, ora trajes de
rico terciopelo de Flandes, que por aquel entonces costaban un ojo de la cara.
Pero mientras más derrochaba Tijereta, más distante veía la hora en que la moza
hiciese con él una obra de caridad, y esta resistencia traíalo al retortero.
Visitación
vivía en amor y compaña con una tía, vieja como el pecado de gula, a quien años
más tarde encorozó la Santa Inquisición por rufiana y encubridora, haciéndola
pasear las calles en bestia de albarda, con chilladores delante y zurradores
detrás. La maldita zurcidora de voluntades no creía, como Sancho, que era mejor
sobrina mal casada que bien abarraganada; y endoctrinando pícaramente con sus
tercerías a la muchacha, resultó un día que el pernil dejó de estarse en el
garabato por culpa y travesura de un pícaro gato. Desde entonces si la tía fue
el anzuelo, la sobrina, mujer completa ya según las ordenanzas de
birlibirloque, se convirtió en cebo para pescar maravedises a más de dos y más
de tres acaudalados hidalgos de esta tierra.
El
escribano llegaba todas las noches a casa de Visitación, y después de
notificarla un saludo, pasaba a exponerla el alegato de bien probado de su
amor. Ella le oía cortándose las uñas, recordando a algún boquirrubio que le
echó flores y piropos al salir de la misa de la parroquia, diciendo para su
sayo: -Babazorro, arrópate que sudas, y límpiate que estás de huevo- o
canturriando:
No
pierdas en mí balas,
carabinero,
porque
yo soy paloma
de
mucho vuelo.
Si
quieres que te quiera
me
ha le dar antes
aretes
y sortijas,
blondas
y guantes.
Y así atendía a los requiebros y carantoña de Tijereta, como la piedra berroqueña a los chirridos del cristal que en ella se rompe. Y así pasaron meses hasta seis, aceptando Visitación los alboroques, pero sin darse a partido ni revelar intención de cubrir la libranza, porque la muy taimada conocía a fondo la influencia de sus hechizos sobre el corazón del cartulario.
Pero
ya la encontraremos caminito de Santiago, donde tanto resbala la coja como la
sana.
III
Una noche en que Tijereta quiso levantar el gallo a Visitación, o, lo que es lo mismo, meterse a bravo, ordenóle ella que pusiese pies en pared, porque estaba cansada de tener ante los ojos la estampa de la herejía, que a ella y no a otra se asemejaba don Dimas. Mal pergeñado salió éste, y lo negro de su desventura no era para menos, de casa de la muchacha; y andando, andando, y perdido en sus cavilaciones, se encontró, a obra de las doce, al pie del cerrito de las Ramas. Un vientecillo retozón, de esos que andan preñados de romadizos, refrescó un poco su cabeza, y exclamó:
-Para
mi santiguada que es trajín el que llevo con esa fregona que la da de honesta y
marisabidilla, cuando yo me sé de ella milagros de más calibre que los que reza
el Flos-Sanctorum. ¡Venga un diablo cualquiera y llévese mi almilla, en cambio
del amor de esa caprichosa criatura!
Satanás,
que desde los antros más profundos del infierno había escuchado las palabras
del humano, tocó la campanilla, y al reclamo se presentó el diablo Lilit. Por
si mis lectores no conocen a este personaje, han de saberse que los
demonógrafos, que andan a vueltas y tomas con las Clavículas de Salomón, libros
que leen al resplandor de un carbunclo, afirman que Lilit, diablo de bonita
estampa, muy zalamero y decidor, es el correveidile de Su Majestad Infernal.
-Ve,
Lilit, al cerro de las Ramas y extiende un contrato con un hombre que allí
encontrarás, y que abriga tanto desprecio por su alma que la llama almilla.
Concédele cuanto te pida y no te andes con regateos, que ya sabes que no soy
tacaño tratándose de una presa.
Yo,
pobre y mal traído narrador de cuentos, no he podido alcanzar pormenores acerca
de la entrevista entre Lilit y don Dimas, porque no hubo taquígrafo a mano que
se encargase de copiarla sin perder punto ni coma. ¡Y es lástima, por mi fe!
Pero baste saber que Lilit, al regresar al infierno, le entregó a Satanás un
pergamino que, fórmula más o menos, decía lo siguiente:
«Conste
que yo, don Dimas de la Tijereta, cedo mi almilla al rey de los abismos en
cambio del amor y posesión de una mujer. Ítem, me obligo a satisfacer la deuda
de la fecha en tres años». Y aquí seguían las firmas de las altas partes
contratantes y el sello del demonio.
Al
entrar el escribano en su tugurio, salió a abrirle la puerta nada menos que
Visitación, la desdeñosa y remilgada Visitación, que ebria de amor se arrojó en
los brazos de Tijereta. Cual es la campana, tal la badajada».
Lilit
había encendido en el corazón de la pobre muchacha el fuego de Lais, y en sus
sentidos la desvergonzada lubricidad de Mesalina. Doblemos esta hoja, que de
suyo es peligroso extenderse en pormenores que pueden tentar al prójimo labrado
su condenación eterna, sin que le valgan la bula de Meco ni las de composición.
IV
Como no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, pasaron, día por día, tres años como tres berenjenas, y llegó el día en que Tijereta tuviese que hacer honor a su firma. Arrastrado por una fuerza superior y sin darse cuenta de ello, se encontró en un verbo transportado al cerro de las Ramas, que hasta en eso fue el diablo puntilloso y quiso ser pagado en el mismo sitio y hora en que se extendió el contrato.
Al
encararse con Lilit, el escribano empezó a desnudarse con mucha flema, pero el
diablo le dijo:
-No
se tome vuesa merced ese trabajo, que maldito el peso que aumentará a la carga
la tela del traje. Yo tengo fuerzas para llevarme a usarced vestido y calzado.
-Pues
sin desnudarme no caigo en el cómo posible pagar mi deuda.
-Haga
usarced lo que le plazca, ya que todavía le queda un minuto de libertad.
El
escribano siguió en la operación hasta sacarse la almilla o jubón interior, y pasándola
a Lilit le dijo:
-Deuda
pagada y venga mi documento.
Lilit
se echó a reír con todas las ganas de que es capaz un diablo alegre y truhán.
-Y
¿qué quiere usarced que haga con esta prenda?
-¡Toma!
Esa prenda se llama almilla, y eso es lo que yo he vendido y a lo que estoy
obligado. Carta canta. Repase usarced, señor diabolín, el contrato, y si tiene
conciencia se dará por bien pagado. ¡Como que esa almilla me costó una onza,
como un ojo de buey, en la tienda de Pacheco!
-Yo
no entiendo de tracamandanas, señor don Dimas. Véngase conmigo y guarde sus
palabras en el pecho para cuando esté delante de mi amo.
Y
en esto expiró el minuto, y Lilit se echó al hombro a Tijereta, colándose con
él de rondón en el infierno. Por el camino gritaba a voz en cuello el escribano
que había festinación en el procedimiento de Lilit, que todo lo fecho y actuado
era nulo y contra ley, y amenazaba al diablo alguacil con que si encontraba
gente de justicia en el otro barrio le entablaría pleito, y por lo menos lo
haría condenar en costas. Lilit ponía orejas de mercader a las voces de don
Dimas, y trataba ya, por vía de amonestación, de zabullirlo en un caldero de
plomo hirviendo, cuando alborotado el Cocyto y apercibido Satanás del laberinto
y causas que lo motivaban, convino en que se pusiese la cosa en tela de juicio.
¡Para ceñirse a la ley y huir de lo que huele a arbitrariedad y despotismo, el
demonio!
Afortunadamente
para Tijereta no se había introducido por entonces en el infierno el uso de
papel sellado, que acá sobre la tierra hace interminable un proceso, y en breve
rato vio fallada su causa en primera y segunda instancia. Sin citar las
Pandectas ni el Fuero Juzgo, y con sólo la autoridad del Diccionario de la
lengua, probó el tunante su buen derecho; y los jueces, que en vida fueron
probablemente literatos y académicos, ordenaron que sin pérdida de tiempo se le
diese soltura, y que Lilit lo guiase por los vericuetos infernales hasta
dejarlo sano y salvo en la puerta de su casa. Cumplióse la sentencia al pie de
la letra, en lo que dio Satanás una prueba de que las leyes en el infierno no
son, como en el mundo, conculcadas por el que manda y buenas sólo para
escritas. Pero destruido el diabólico hechizo, se encontró don Dimas con que
Visitación lo había abandonado corriendo a encerrarse en un beaterío, siguiendo
la añeja máxima de dar a Dios el hueso después de haber regalado la carne al
demonio.
Satanás,
por no perderlo todo, se quedó con la almilla; y es fama que desde entonces los
escribanos no usan almilla. Por eso cualquier constipadito vergonzante produce
en ellos una pulmonía de capa de coro y gorra de cuartel, o una tisis
tuberculosa de padre y muy señor mío.
V
Y por más que fui y vine, sin dejar la ida por la venida, no he podido saber a punto fijo si, andando el tiempo, murió don Dimas de buena o de mala muerte. Pero lo que sí es cosa averiguada es que lió los bártulos, pues no era justo que quedase sobre la tierra para semilla de pícaros. Tal es, ¡oh lector carísimo!, mi creencia.
Pero
un mi compadre me ha dicho, en puridad de compadres, que muerto Tijereta quiso
su alma, que tenía más arrugas y dobleces que abanico de coqueta, beber agua en
uno de los calderos de Pero Botero, y el conserje del infierno le gritó:
-¡Largo de ahí! No admitimos ya escribanos.
Esto
hacía barruntar al susodicho mi compadre que con el alma del cartulario sucedió
lo mismo que con la de judas Iscariote; lo cual, pues viene a cuento y la
ocasión es calva, he de apuntar aquí someramente y a guisa de conclusión.
Refieren
añejas crónicas que el apóstol que vendió a Cristo echó, después de su delito,
cuentas consigo mismo, y vio que el mejor modo de saldarlas era arrojar las
treinta monedas y hacer zapatetas, convertido en racimo de árbol.
Realizó
su suicidio, sin escribir antes, como hogaño se estila, epístola de despedida,
donde por más empeños que hizo se negaron a darle posada.
Otro
tanto le sucedió en el infierno, y desesperada y tiritando de frío regresó al
mundo buscando donde albergase.
Acertó
a pasar por casualidad un usurero, de cuyo cuerpo hacía tiempo que había
emigrado el alma cansada de soportar picardías, y la de Judas dijo: -aquí que
no peco-, y se aposentó en la humanidad del avaro. Desde entonces se dice que
los usureros tienen alma de Judas.
Y
con esto, lector amigo, y con que cada cuatro años uno es bisiesto, pongo punto
redondo al cuento, deseando que así tengas la salud como yo tuve empeño en
darte un rato de solaz y divertimiento.
Tradiciones Peruanas
Ricardo Palma
Loqueleo.
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