“No me olviden, no puedo escribir más”: las últimas cartas de Alfonsina Storni
A
81 años de su suicidio en Mar del Plata, Mateo Niro nos ofrece un recorrido epistolar y
poético sobre las misivas que anunciaban su trágico desenlace.
El prolífico escritor austríaco Stefan Zweig publicó en 1927 la novela breve Carta de una desconocida. Se trata de una única extensa carta que llega a las manos del hombre que fue objeto de deseo de quien remite la carta. Y se utiliza el tiempo pasado (fue) ya que sabremos todos, destinatario y lectores, que se trataron de las palabras finales de la mujer desconocida, quien decidió después de escribirlas quitarse la vida.
La carta de la persona que se suicida es un tópico de la literatura y
también un tópico de la vida, si es que se permite el oxímoron. Es que
la carta funciona como sistema para lograr transmitir un mensaje
complejo a un receptor tardío, quien lo puede leer solamente una vez que
todo se hubo cumplido. El llamado “diferimiento” (el tiempo del que
escribe no es el mismo del que lee) y la ausencia (el receptor no se
halla presente en el acto enunciativo) parecen ser las coartadas claves
del suicida: puede reflexionar sobre sus dichos, pausarlos, volver a
estos cuantas veces quiera antes del envío; pero también puede
expresarlos sin ser interrumpido ni interpelado en lo inmediato. Ni en
los dichos, ni en sus sucesivos hechos.
Alfonsina Storni
vivió una vida plena ligada a la escritura. Y así fue hasta el
mismísimo límite. La noche del 18 de octubre de 1928 entró a la estación
Constitución acompañada por su único hijo, Alejandro. Al pie del tren
se despedirían. Ese sería su último viaje. En Mar del Plata, se alojaría
en una pensión de la zona de La Perla. La misma zona en la que hoy se
levanta un monumento que la recuerda. Desde allí le escribió dos cartas a
su hijo.
Sueñito mío, corazón mío, sombra de mi alma, he recuperado el sueño, ya es algo. Dormí en el tren toda la noche. Te escribo ésta recostada en mi sillón, la mano sin apoyo. El apetito mejor, pero sigo con una gran debilidad. Lo mental es lo que está todavía debilísimo. ¡Ay mis depresiones! Y qué temor me dan. Pero hay que confiar, si el cuerpo se levanta puede que lo demás también. Te abraza largo y apretado, Alfonsina.
Querido
Alejandro: Te hago escribir con mi mucama; pues anoche he tenido una
pequeña crisis y estoy un poco fatigada, solamente para decirte que te
adoro, que a cada momento pienso en ti, nada más por ahora para no
cansarme e insisto en decirte que te adoro, sueña conmigo, lo necesito.
Besitos largos, Alfonsina.
Y una tercera a su amigo también escritor Manuel Gálvez:
Querido
Gálvez: Estoy muy mal. Por favor, mi hijo tiene un puesto municipal, yo
otro. Ruéguele al intendente en mi nombre que lo ascienda acumulándole
mi sueldo. Gracias. Adiós. No me olviden. No puedo escribir más. Alfonsina.
Luego Alfonsina escribiría unas notas que dejaría sobre la mesa de la
habitación: una dirigida al juez y la otra, como el náufrago en una
botella, al que la leyese: “Me arrojo al mar”.
Cualquier carta parece estar sujeta de ser interpretada como mera simulación. Sea por el diferimiento, sea por la ausencia, la carta siempre puede ser carta falsa. Así lo dice Kafka en una de sus célebres cartas a Milena:
La gente apenas si me ha engañado, pero las cartas sí; y en verdad, no
solo las de otras personas, sino también las mías propias. En mi caso
éste es un particular infortunio del que no diré más, pero al mismo
tiempo, también un infortunio general. La fácil posibilidad de escribir
cartas debe de haber traído al mundo -vista nada más teóricamente- una
terrible desintegración de las almas.
Por eso cuando hablamos de carta final, se implicita un elemento
anómalo para esta tradición epistolar: se trata de la verdad, y nada más
que la verdad. Los muertos no mienten.
Y hay otro elemento anómalo de las cartas finales que tiene que ver con
la correspondencia. Desde la antigüedad, la carta fue descripta como un
diálogo en forma escrita. Dos o varios interlocutores participan así de
una sucesión de escritos personales que reponen escritos anteriores y,
de alguna manera, anticipan los próximos. Esto hace que, por lo general,
se encuentren los primeros párrafos ligados al eslabón anterior de la
cadena (recibí tu carta, etc.), mientras que los últimos párrafos prevén
la respuesta a través de preguntas (¿cómo están ustedes?) o exigencias
(escribime). La carta considera entre sus mismos elementos la fórmula de
su propia supervivencia. Por eso, cuando no hay respuesta, lo que se
rompe es la mismísima idea de correspondencia. Es lo que fatalmente
ocurre con la carta final.
Como sabemos, Alfonsina Storni agregó una carta más a este final. Se trató de su célebre poema: Voy a dormir, que envió al diario La Nación en sábado 22.
Dientes de flores, cofia
de rocío,
manos de hierbas, tú,
nodriza fina,
tenme prestas las sábanas
terrosas
y el edredón de musgos
escardados.
Voy a dormir, nodriza
mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la
cabecera;
una constelación; la que
te guste;
todas son buenas; bájala
un poquito.
Déjame sola: oyes romper
los brotes...
te acuna un pie celeste
desde arriba
y un pájaro te traza unos
compases
para que olvides...
Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente
por teléfono
le dices que no insista, que he salido...
le dices que no insista, que he salido...
Fuente: Infobae
Comentarios
Publicar un comentario