La historia que sembró Úrsula K. Le Guin
Para
festejar el cumpleaños de Úrsula K. Le Guin le pedimos a Márgara
Averbach, escritora que también ha transitado la literatura fantástica, que nos
escribiera unas líneas. En vez de unas líneas, Márgara nos escribió, de puro
generosa, esta brillante nota, que tenemos el gusto enorme de publicar.
Por
Márgara Averbach*
Tanto en la ciencia ficción (cuyo nombre correcto debería haber sido ficción de
la ciencia o ficción científica) como en la fantasía, quizá toda la obra de
Úrsula K. Le Guin gire alrededor del encuentro con la Otredad. En todo caso, es
el tema por el que yo, personalmente, me acerqué y me acerco a sus libros. La
Otredad es un tema que comparto con ella.
A Le Guin le fascinaba el instante mágico
en el que alguien se encuentra con otro, u Otra (y hoy habría que agregar un
Otre). Le fascinaba la forma en que ese encuentro cambia a los dos
protagonistas que lo llevan a cabo, la forma en que cambia la imagen que los
dos tienen del mundo y también de sí mismos. Ese deslumbramiento poderoso, ese
estallido de comprensión ilumina sus libros más conocidos: en cuanto a la
fantasía, la serie de Terramar
(primer tomo, Un mago de Terramar, 1968;
último, En el otro viento, 2001) o La mano izquierda de la oscuridad (1969)
en cuanto a ciencia ficción.
Como sus padres, que tuvieron relación con
la antropología, Le Guin exploró el contacto entre culturas en cuentos y
novelas de todos los géneros que cultivó: ficción científica blanda, fantasía,
y hasta novelas que transcurren en países inventados pero situados en este
planeta como Malafrena (1979). Por
otra parte, todos estos modos de ficción comparten ciertas características: en
todos ellos se plantea un alejamiento del aquí y el ahora. Ese extrañamiento
(que a veces tiene que ver con la necesidad de que aparezca un mapa del espacio
inventado) tiene funciones importantes pero, en realidad, lo que sucede dentro
de ese modo habla de este mundo, del presente. Le Guin estaba profundamente
interesada en su presente: escribió sobre la Guerra de Vietnam mientras esa
guerra estaba en desarrollo, de eso trata El
nombre del mundo es bosque (1972); escribió sobre la Guerra Fría entre
modelos políticos en Los desposeídos (1974).
El extrañamiento en tiempo y espacio le daba una libertad creativa que ella
aprovechaba al máximo para decirnos a nosotros, a nuestros problemas e
injusticias.
La razón por la cual empecé a leerla tuvo
que ver con sus opciones dentro de la ficción científica: los suyos son libros
que no tienen ningún interés en la proyección de lo tecnológico; que se dedican
solamente a la sociedad. Tal vez un resumen de su fascinación por otras formas
de vivir sea un libro menor y bastante reciente, Planos paralelos (2003), título que en inglés es intencionalmente
ambiguo porque también significa Aviones
paralelos. En esa colección de pequeños relatos se exploran muchísimos
universos posibles. Y la inventora de la técnica para llegar a ellos es una
mujer.
En la primera Le Guin (y, con ciertas
aclaraciones, habría que incluir en eso a La
mano izquierda de la
oscuridad), el centro de la acción la ocupan casi
siempre los hombres aunque yo creo que lo que se cuenta es decididamente
femenino. Pero en los libros posteriores al 90, asoman personajes femeninos
deslumbrantes y al mismo tiempo, cotidianos: por ejemplo, en Planos paralelos, la inventora de la
técnica para cruzar a otros universos es una mujer que viaja mucho en avión y
que encuentra una forma de entrar en contacto con distintas Otredades.
Borges decía que todo escritor cuenta siempre la misma historia.
Le Guin, que escribía desde los Estados Unidos, desde el centro de poder global
del siglo XX, estaba interesada en los márgenes (tal vez porque siempre fue
californiana y ese lugar alejado de Nueva York y Washington marcó mucho sus
ideas). Fue ese interés lo que la llevó a adelantarse a su tiempo: el personaje
Otro de La mano izquierda de la oscuridad
es lo que hoy llamaríamos una “persona no binaria”, alguien imposible de ubicar
en la oposición masculino versus femenino, alguien que exigiría que sus
adjetivos terminaran en la “e” del actual lenguaje inclusivo. Pero lo esencial
de esa novela inolvidable ni siquiera es ese Otro-Otra inesperado sino lo que
el contacto con él/ella le hace a los demás, la revolución interna y externa
que causa en la forma en que se definen a sí mismos y al mundo, siempre (claro)
que sean capaces de aceptar, abrazar, esos cambios. En Le Guin, el margen ve
más, sabe más que el centro, como dice la teoría que sucede siempre, ya que el
centro sólo se mira y se cree a sí mismo.
Desde el punto de vista de cada lector o lectora, las relaciones
que pueden tenerse con los géneros populares son muy variadas y diversas. A
veces, nos acercamos a un autor porque pertenece a un género que amamos; a
veces, es al revés y nos acercamos a un género por un autor o autora en
particular. Por ejemplo, yo leo policiales por el género y, a veces, llego a
autores que me conmueven y que después sigo por ellos mismos. Con la ficción
científica, para mí fue al revés: nunca me entusiasmó mucho el género (sobre
todo la dura, la que se interesa por la tecnología) pero me abrí a él por Le
Guin, por lo que ella construía en sus cuentos y novelas.
Hay libros de Le Guin que para mí son inolvidables; di dos varias
veces en cursos y materias: El nombre del
mundo es bosque y Las tumbas de Atuán
(1971), el segundo tomo de Terramar. Y hay cuentos que no me olvido
nunca porque en pocas páginas concentradas, me marcaron para siempre. Los dos
pertenecen a El pescador del mar interior
(1994), un libro de mediados de su obra. Uno es “El primer contacto con los
gorgónidos”, donde una mujer y un hombre tienen un encuentro con
extraterrestres y el relato muestra la diferencia entre el rechazo instantáneo
y terminante del hombre, que siente su autoridad desafiada por algo
completamente nuevo, y la aceptación fascinada, abierta de la mujer, que se
deja tocar por la Otredad absoluta, y no solo cambia ella sino que hace cambiar
al resto de su universo. El segundo, “La piedra que cambió las cosas”, donde
una mujer ve un objeto común, cotidiano desde otro ángulo y eso cambia el
objeto, a sí misma y a todo a su alrededor.
Esa historia -en muchas formas, en mejores o peores argumentos (la
obra de Le Guin como la de todo escritor, es despareja)- es la que esta autora
californiana puso en el centro de su interés por el margen. La historia que la
llevó al mundo y que ella sembró en el mundo. Y por suerte para nosotros, sus
lectores, nunca se cansó de explorarla. Porque toda historia es infinita y ella
lo sabía.
* Márgara
Averbach es Doctora en Letras y traductora literaria. Durante muchos años
enseñó literatura de los Estados Unidos en la Universidad de Buenos Aires y
traducción literaria en el Lenguas Vivas J. R. Fernández y en el Lenguas Vivas
Spangenberg. Comenta libros en medios de comunicación y escribe libros de
ficción para chicos, jóvenes y adultos. Ganó el Premio Conosur de Traducción de
Unión Latina en 2007. En 1992, ganó el Primer Premio del Concurso de
Cuentos para Chicos de las Madres de Plaza de Mayo con Jirafa azul, rinoceronte verde,
su primer libro (de pronta edición en la editorial Amauta); fue finalista del
Premio Emecé en 2003 con Cuarto menguante y su novela Una cuadra ganó
el premio Cambaceres de la Biblioteca Nacional 2007. En 2011, recibió el premio
“Maestra Latinoamericana de LIJ”. En 2014, obtuvo el Diploma Konex por su
trabajo en literatura juvenil entre 2004 y 2014. Obtuvo tres veces el Premio
Destacados de ALIJA: por su novela juvenil El año de la vaca (2004),
por su traducción de Había una vez una vieja (2010) y por su novela
infantil El
agua quieta (2016).
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