Cortázar y el rigor del homo ludens
La serie dedicada a Cortázar en el centenario de su nacimiento continúa trayendo a los lectores propuestas de acercamiento y recuerdo del escritor argentino que supo fascinar a generaciones con sus cuentos y novelas. Libro de arena publica hoy un artículo de Mario Méndez a propósito de la "traducción" a lenguaje literario de la teoría sobre el género fantástico que ensaya Cortázar en "Estado de las baterías", en Último Round.
Por Mario Méndez
En su libro Último round, fantástica miscelánea que
reúne, entre otros muchos textos memorables, “Sílaba viva” el poema dedicado al
Che Guevara, el cuento “Silvia”, fotografías comentadas, ensayos breves y más
cuentos y poesías, Cortázar incluye un impecable ensayo breve acerca de la
verosimilitud, lo fantástico, lo maravilloso y el rigor literario. Es, esa
pequeña reflexión, una obra maestra en apenas dos paginitas. El texto, titulado
“Estado de las baterías”, refiere a la página 220 de 62, modelo para armar, la novela que escribió luego de Rayuela,
unos cinco años después de su libro más célebre. Cortázar dice que cuando Juan,
uno de los personajes centrales de la novela, llega a París después de unas
cuantas semanas de ausencia, va inmediatamente al garaje y arranca su auto.
Eso, sostiene Cortázar, hará que el lector que desconozca la vida práctica de
París piense que nos encontramos ante algo imposible, porque la batería debía
estar descargada. Aunque de inmediato agrega que “El mismo lector, sin embargo
ha encontrado tantas irrealidades en el libro, que incluso si repara en ese
detalle técnico puede sentirse tentado de incluirlo en la cuenta de todo lo
precedente; si es así, debería dedicarse a leer otro tipo de literatura, porque
con éste no congenia”. Luego explica: la literatura fantástica no puede, ni
debe, dejarse tentar por “transgresiones frívolas”. Hay una lógica intrínseca
del relato que hace que el lector acepte lagunas que se encrespan en el medio
de París, o líneas del Metro que cambian de rumbo, pero que no puede aceptar la
facilidad de que el auto arranque porque sí. Juan, el personaje, nos asegura
Cortázar, ha llamado al patrón del garaje para que le tenga el auto listo, y no
hay necesidad de que tal llamado sea explicitado en el texto. El lector
implacable, ese “homo ludens” que se
toma las cuestiones de la realidad, la irrealidad y, sobre todo, la
verosimilitud de un relato muy en serio, no tolera el engaño. Ese es, al decir
de Cortázar, su “maravilloso rigor”. Para despejar toda duda, el texto,
esclarecedor y contundente, termina así:
“Un auto que
arranca con la batería descargada entra en lo maravilloso y no en lo
fantástico; el auto de Juan, en todo caso, no se parecía para nada a la carroza
de la Cenicienta”. (Que, si se me permite la irrespetuosidad, podría traducirse
por “cómo resumir la tesis que Todorov desarrolla en su famosa Introducción a la literatura fantástica,
en apenas una bellísima oración”).
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