Patricia Suárez: "Cierro los ojos y pienso que allá lejos hay un personaje que me pide ser escrito. "

La primera parte de la entrevista a Patricia Suárez, que se realizó en La Nube el  16 de junio de 2014 con la coordinación de Mario Méndez, comienza comentando acerca del deseo de escribir, de la necesidad y el aprendizaje que la escritura impone. La autora contó cómo fue que comenzó a dedicarse a su mayor pasión cuando dejó de estudiar la carrera de psicología, cómo probó con la literatura infantil siguiendo un consejo de un escritor amigo y se quedó con ella para siempre. La charla también rondó entorno de experiencias como las visitas a colegios, la escritura para teatro, la edición de los textos. Libro de arena publicará la segunda parte el viernes próximo.




Mario Méndez: Bienvenida, Patricia, un gustazo tenerte acá. El lunes pasado estuvimos hablando de tu obra. Las presentes y los presentes saben un montón. Que has ganado premios, que has escrito para niños, para jóvenes y para adultos, teatro, poesía, narrativa, y muchas cosas más…

Patricia Suárez: Fantaciencia…

MM: Fantaciencia, llegará. Publicidad también… ¿o no?

PS: No, no trabajé nunca en publicidad.

MM: ¿Y eso que contaste el otro día, de los separadores del canal? Yo se los comenté y se rieron mucho.

PS: Lo cuento. Yo me considero una persona afortunada. Vivo de lo que escribo. Y me encanta. Para mí, es como ser millonaria, de corazón. Pero también tiene su dificultad. Uno no puede estar creando todo el tiempo. No podés estar todo el tiempo escribiendo, porque llega un momento en el que te agotás. Y en esto de estar viviendo para escribir, a veces es muy difícil encontrar el tiempo para escribir lo que tenés más ganas. En un momento, estaba escribiendo para un proyecto teatral una obra sobre Mengele, el jerarca nazi, y me habían contratado, junto a una amiga, para escribir unos separadores, entre programa y programa, para Playboy. Una paginita erótica. Yo había hecho unos cuentos sobre ratones, y Mario iba a sacar un libro mío sobre ratones, y faltaba un cuento para completar. Y se me ocurrió hacer una versión de La ratita presumida. Vieron que en el cuento, ella va descartando candidatos porque con ninguno le cierra la cuenta. Y puse que al final se le presentó El Ratón Pérez, pero que lo despreció porque andaba de cama en cama. Mario me llamó, y me preguntó si no me parecía un poco fuerte para los chicos, y me sugirió que pusiera que era pícaro. (Risas). Eso pasa cuando se te cruza todo.


MM: Por supuesto, y también se cruza el tema de la edición. Ya que no voy a leer tu biografía, que es una cosa medio tediosa, te voy a pedir permiso para subir el post que subiste el día del escritor.

PS: Sí.

MM: Esto subió Patricia a su Facebook el Día del Escritor. Dice así: “Yo nunca creí que fuera a ser escritora: me parecía un oficio tan imposible como ser astronauta. Yo nunca pensé que pudiera vivir de mi escritura, ni que alguien podía pararme en la calle y decirme “Te leí”. Soñaba (sueño) todos y cada uno de mis días con historias que quiero contar, con personajes que acaban siendo seres queridos. Y leo como si en ello me fuera la vida. La peor desgracia es cuando no puedo escribir (y no me consuela del todo leer) y entonces me desmigajo y me trepo por las paredes de desesperación. Aun no aprendí que el deseo del texto siempre vuelve, que el talento nunca se acaba, que las historias que quiero contar esperan por mí. Entonces cierro los ojos y pienso que allá lejos hay un personaje que me pide ser escrito. Y más allá hay un espectador o un lector que desea de mí, lo que yo deseaba desde la niñez cuando leía: hacerse un amigo. Y ahí estoy segura y no dejo de agradecerlo un solo día de Dios: tengo el oficio más maravilloso de la tierra, y soy una afortunada, una elegida. Para todos aquellos que, como yo, viven con telarañas en los ojos y voces de gente que no existe, pero en lugar de un desorden médico, telarañas y voces se vuelven texto: FELIZ DÍA DEL ESCRITOR”.
Muy lindo y muy cierto.

PS: Sí, yo me acuerdo de una conversación que tuvimos con Mario en un momento, en el que estábamos haciendo mil cosas cada uno. Y yo le pregunté si él pensaba que si nosotros escribiríamos así si tuviéramos mucha plata. Y me dijo que sí. (Risas).

MM: Sí, porque está bueno. Más que nada, está bueno. ¿Cómo fueron los comienzos? Ya que estamos hablando de los sueños, y de lo que no creíste que ibas a llegar a ser, y estás llegando…

PS: Yo era muy lectora. Muy muy lectora de chica. Cuando terminaba de leer un libro me leía el diccionario. Tengo una teoría. Yo nací en el ’69, entonces mi infancia fue durante la dictadura. Mis padres no son lectores. Mi mamá tenía una biblioteca con libros grises, porque el sillón era blanco y gris. Y mi papá, creo que lo último que leyó fue cuando yo tenía doce años. A mí no me leyó nunca. La teoría que tengo es que ellos creían que, ya que me gustaba leer y me tenían entretenida, era una manera de tenerme quieta, de que no saliera a andar en bici… Cuando vivíamos a una cuadra de una casa que había sido tomada por los militares, mis viejos no querían tener el menor compromiso político. A ellos los podía divertir que yo escribiera, lo mismo que si participara de un campeonato de patín. No era que me apoyaran por una vocación… porque para ellos era extraño esto. Y yo soy rosarina, no es lo mismo desde una provincia imaginar una profesión como esta. A lo mejor las cosas ahora cambiaron un poco, pero una profesión que tenga que ver con la cultura, con los medios de comunicación, con la edición (en Rosario, hoy día, que es una gran ciudad, debe haber dos editoriales), para ellos era algo raro. Me acuerdo de que cuando vivía en Rosario, a los veinticinco, treinta años, me preguntaban que hacía, y yo decía que me gustaba mucho escribir, que era escritora, me decían: “Ay, sos bohemia”. (Risas). Yo me pasé del comercial que detestaba, al nacional, con el cuento de que iba a ser médica. Después estudié Psicología muchos años, y fue una gran oportunidad para leer, y enterarse del alma humana. Pero había que cursarla. Hice cuatro años completos y en el último año, en una materia que se llamaba “Estructura Psicológica del Sujeto III”, llegué a la clase y estaba la profesora, pintada como una puerta, el pelo arreglado… a las ocho y cinco de la mañana, y yo me preguntaba a qué hora se levantaría esa mujer. El ayudante de cátedra estaba considerado una eminencia, y tendría veinticuatro años. Los que cursábamos día a día teníamos veintiuno. Y en la clase estaban explicando “la histérica”,  a partir del caso Dora. Y le eminencia nos dijo que nosotros nos íbamos a dar cuenta inmediatamente cuando una mujer histérica entrara en el consultorio, “porque la histérica es muy…”, (Patricia hace el gesto de señalar un amplio pecho de la señora). ¿Qué tiene? ¿Mucho busto? ¿Pone el cuerpo? ¿Escupe cuando habla? Y ahí empezó una crisis vocacional y no fui más.

MM: Y te quedaste sin saber que es “muy qué”… (Risas).

PS: Es que en un lugar en el que tiene que circular la palabra, aún la mal entendida… si la eminencia te habla con mímica, hice una crisis, y mis padres me quisieron matar. Por suerte ya no vivía con ellos. Y me dediqué a escribir que era lo que me gustaba hacer. Tenía esa fabulación que llevaron adelante Bucay o Rolón, de escribir las historias de sus pacientes. Deben ser fabulaciones, no creo que estén poniendo los historiales en serio.

MM: Espero que no.

PS: Es poco ético. Sin embargo, hay un escritor que les recomiendo, que es Yalom, que supuestamente cuenta historiales, que para mí son unas ficciones preciosas. Es un literato, tiene la pluma del escritor. Él no puede saber lo que hace la paciente cuando llega a la casa. Que le da de comer al bulldog francés, le corta la comida chiquitita… si sabe todo eso es porque la analizó cincuenta años. Está ficcionalizando. Y escribe muy bien. Es el autor de El día que Nietzche lloró, que es muy buena. Empecé a escribir, era muy tímida. Me daba mucha vergüenza ir a un taller literario. Tenía esa fantasía de todos los que empiezan, o los niños, de que todos se van a enterar de lo que te pasa. Escribía en mi casa y estuve cuatro años escribiendo y rompiendo. Hasta que hice un cuento que me pareció que estaba bien. Yo trabajaba en la zapatería de mis padres con los que prácticamente no nos hablábamos…

MM: ¿Estaban  muy enojados?

PS: Decepcionados. Había dejado la carrera a los veintiún años. A los veinticuatro escribí ese cuento y tuve la sensación de que nacía de nuevo. Sentí que eso era lo mío. Igual, todo el año siguiente sufrí como un perro, porque estuve con la preocupación que tenemos todos acerca de si tenía talento para hacer lo que hacía, si servía para esto, si valía la pena, si iba a poder vivir de esto…

MM: ¿Cuál es el cuento?

PS: Se llama “El gato”. Creo que lo pueden encontrar en Internet. Es muy breve. Trata de un muchacho y su madre que viven juntos, y se les escapa el gato. El hijo culpa a la madre, y la hace subir a un tinglado. A veces se los cuento a los chicos cuando voy a las escuelas y se quedan asombrados. Y las maestras, ni te digo. (Risas). A ella se le vuelan los pelos porque hay mucho viento, se mueve la antena de la televisión, ella se agarra de la antena tratando de ver, ý él le dice que tiene que ir más allá. Y más allá está la hojalata, la chapa de la que se puede caer. La madre comprende en ese momento, los instintos asesinos de su hijo. Con ese cuento sentí que había aprendido a dominar la tensión, y sobre todo, a no decir todo en el cuento. Que quede librado al lector, que es algo que lleva práctica. Al principio pensás que tenés que aclarar más las cosas.



MM: ¿Y de ahí a la literatura infantil?

PS: Ahí nomás fue. Porque los cuentos me salían dramáticos. Había uno en el que una chica iba a comer a un restaurante alemán en Córdoba, y viene un alud y se muere, todo así. Todo negro. Y hablando con Enrique Butti, que es un amigo, me contó que escribiendo cuentos para chicos se divertía de verdad. Se me ocurrió probar. Y ahí empecé.

MM: ¿Qué había escrito Butti?

PS: El fantasma del Teatro Municipal. Escribió en Colihue.

MM: ¿Puede ser que tuviera algo en Plus Ultra, también?

PS: Puede ser.

MM: Ya que hablamos de las raíces, sos de una familia mixta. ¿Cómo es eso?

PS: Un día me invitaron a un colegio hipercatólico de Santa Fe, con mi hija, que se llama “la llaga de Cristo” o algo así, (Risas), y una nenita de diez años me preguntó que quería decir “mixto”. (Risas). Mi papá es cristiano y mi mamá es judía. Tengo la teoría de que mi mamá se casó con mi papá para esconder sus raíces judías, (Risas), no encuentro otro motivo. Mi mamá decía que en su casa no se iba a hablar de religión, de política ni de sexo. Así nos llevábamos. (Risas). Mi hermana es protestante, yo soy atea… No se hablaba de religión, y eso está bien, porque cada uno tiene sus creencias. Y una religión es también una serie de tradiciones y de formas de pensar.

MM: ¿Y en la literatura cómo aparece esto? Porque el otro día leí el de la mariposa, que me pareció genial, lo que hablás de la literatura infantil, es muy bueno.

PS: Lo has leído. Hay un parte del cuanto en la que hay un decálogo  o algo así de lo que pasa con las maestras. Es algo que dijo Mariño, o que escribió. Él decía que cuando vos le decís a un periodista que sos escritor de literatura infantil, eso hace que el fotógrafo te ponga abrazado a Elmo. (Risas).

MM: Hace poco leí como Mariño describe a través de los ojos de Cinthia Scoch la visita de un autor, que es genial. Nos da a nosotros mismos, es un escritor bastante tonto, y la parafernalia que se monta en la escuela.

PS:La experiencia de ir a las escuelas, sobre todo cuando es en el interior, y en el mismo día tenés cinco cursos, ya se pone muy difícil. A veces se pone hasta maltratador. Porque los chicos te tocan… a veces son muy chicos. Pero otras quizá hay algún secundario, o adultos. El año pasado fui a Villegas, todo el día visitando colegios para chicos, y a la noche me tocó uno de adultos. Yo me senté y dije… perdón eh…: “Ay, la puta madre…” Todas las puteadas juntas, porque me sentía más libre.

MM: A veces visitás doce colegios en dos días. Y el chico no sabe lo que preguntó el del otro grado. Entonces, escuchás cien veces la misma pregunta.

PS: Entre ellos mismos no se escuchan. Están muy excitados. Igual, antes, la experiencia de ir a las escuelas la tomaba como un trabajo. Iba y me volvía. Hasta que un día  una bibliotecaria me dijo si me imaginaba lo que me hubiese pasado si cuando era chica iba una escritora a mi escuela. Y ahí me di cuenta. Otra vez que fui a Córdoba, con Alfaguara fui a una escuela cooperativa católica. Y había una nena pelirroja sentada. Y una maestra dijo: “Ahí está sentada Anita que leyó toda tu obra pero no se anima a decirte nada porque tiene mucha vergüenza”. Entonces la miré, y la nena, de la vergüenza, se puso a llorar. Y entonces la abracé, y me puse a llorar yo. (Risas). Esto es parte de la vida de uno. Y sos la persona que se sienta a hablar, pero que tiene que pagar las cuentas, las expensas, y que tenés un problema con la AFIP, y te peleaste con tu hijo, y tu marido tal cosa… Tenés los problemas cotidianos que tiene cualquiera. Y de pronto, aparece alguien que te ve con el cristal de la literatura. Y yo lloré, y le dije que le iba a mandar mis libros. Y después el promotor me contó que la nena había sido abusada, ¡y yo lloraba peor! (Risas).

MM: Es un poco como el teatro, también. En ese lugar estás en el escenario. ¿Cómo llegaste al teatro?

PS: Siempre me interesó el cuento. Lo escribía y me sentía como en casa. Empecé a escribir poesía para ver de qué se trataba… Y un día va Kartun a Rosario, a dar un seminario, y me anoté, pensando en tomarlo para aprender a dialogar. Kartun es un showman espectacular, un seductor hablando. Entonces decidí hacer un curso con él. Venía a Buenos Aires una vez por mes, y empecé a hacer una obra basada en un cuento para adultos que había escrito. Me llevó como seis meses. Un laburo, que no quería volver a hacerlo más. Con fuerza y con convicción decía que no iba a escribir teatro nunca más. Y después, pasaron seis meses y me decidí a hacerlo. Así empecé. Después hubo una beca para autores santafesinos. Éramos un grupo de doce que veníamos a verlo a Kartun, entonces tomé ese curso. De todas maneras, para mí, al comienzo escribir teatro era muy difícil. Había que separar una parte de la cabeza. Cuando uno escribe un cuento, tiene el decálogo de Horacio Quiroga. Tenés que tener una idea aproximada de dónde vas a terminar, hay una música del cuento que tiene que resonarte, tenés que saber quién lo cuenta… En el teatro tenés una idea mucho más general. Yo me busco un final aproximado, porque vengo de la narrativa, pero sé de mis pares que se sientan… y “adonde vaya”. Realmente, el teatro se define escena a escena. Mientras estás escribiendo y tenés más técnica, más afinado es lo que ocurre. Pero no sabés lo que va a hacer un personaje, lo que va a contestarle otro. Es en la página. Esto lo hace más divertido, para mí es un género más relajado, porque vos podés haber cometido errores que luego va a corregir el director. Siempre es como si fuera un boceto, para mí. Hay autores, que les movés una coma y te ponen una demanda. Para mí es eso, porque el destino verdadero del teatro es el público, y para eso se modifica. Con un texto, se modifica a través del editor. Quizá el lector está ajeno a saber qué pasó.


MM: Igual, lo completa el lector. Le da el sentido último. Vos decías lo de tener voces en la cabeza en el texto que posteaste. ¿En el teatro tu trabajo es así? ¿Los personajes van hablando y vos los seguís?

PS: Sí, a mí me encanta eso. Estás como tomado. En la narrativa, por lo general, tenés una voz, secuencial, si querés. Pero tenés una voz, o una música en el texto. En el teatro, no. Un personaje habla de una manera, otros hablan de otra, qué se dicen… Con el teatro aprendí lo que no se dice. Cómo uno oculta lo que dice, sin querer. Uno siempre trata de comunicarse. Pero todo lo de la antipsiquiatría, las teorías de la comunicación de Benjamin… cuando las leés te das cuenta de qué es la comunicación humana, y de que tiene que estar en un texto. Por lo menos en los míos. Hay otra gente que trabaja desde otro lugar, con una poesía diferente en la que pesa lo surrealista u otras poéticas. A mí, me gusta que suene verosímil en la boca de una persona.

MM: ¿Y cuándo hacés teatro para chicos cambia?

PS: No, pero me divierto más. Podés hacerlo más loco. Podés poner un sapo o un papagayo que hablan.

Asistente: ¿Cuándo escribís teatro tenés un boceto de cada personaje, y a medida que se van entrelazando van adquiriendo su propia personalidad? ¿O ya lo tenés bien enfocado?

PS: No. Vos tenés una idea, te sentás, escribís una escena, la primera, que en general está totalmente lavada, no tiene color, no tiene textura. Esto no sucede cuando escribís narrativa. Cuando volvés a sentarte, volvés sobre la misma escena. Hasta que no adquiere coloratura, no podés seguir. En un cuento seguís, y al final volvés corregís todo. Por eso, para mí, no conviene que uno se siente y escriba todo. En cualquier género, un fragmentito. Hago una escena que puede ser de tres páginas o menos. Y después veo. Porque en el tiempo entre lo primer que escribiste y lo que escribís después te aparecen cosas. Por ejemplo, si el personaje es asmático, no puede hablar como estoy hablando yo. Se muere.  El texto va a ser otra cosa, porque va a hablar poquito y lo que puede.

MM: Vos dabas talleres de teatro. ¿Ibas a Tandil?

PS: Sí, muy linda experiencia. En la Universidad de Tandil. Taller de escritura teatral. Cada tanto voy. Yo no tengo paciencia para hacerlo semana a semana, pero cada tanto, algo intensivo… Ahora estoy por viajar a Córdoba.



MM: ¿Es una charla?

PS: Son como seis horas de trabajo con un descanso. No es lo ideal. Nadie puede aprender algo en seis horas. Pero pueden tener un panorama que les aclare las ideas, y les haga tener confianza en sí mismos. Me parece que hay gente que tiene que tener más confianza en sus propias capacidades, Esto lo sé por alumnos que venían y me preguntaban lo mismo que yo me preguntaba. Si me parece que ellos sirven, que tienen la capacidad…Si no tenés la tenacidad no va a servir. Tenés que tener eso. Decir que te vas a poner igual.

MM: ¿No te pasa que todavía hoy estás insegura?

PS: Totalmente. En realidad, más que estar insegura, está el período en el que uno está por escribir, no está escribiendo, está buscando, y tarda. Cuando es narrativa, me siento y escribo un párrafo. Si no me gusta me pongo a hacer otra cosa, y si no me sale pienso que es el principio del fin. (Risas). Somerset Maugham decía que, en  el escritor, el período más fértil era entre los cuarenta y los sesenta años.

MM: Aristóteles decía que el momento más brillante de la mente humana era a los cuarenta y tres años. Pero tenía cuarenta y tres años cuando lo dijo.

PS: Los filósofos griegos eran longevos. Si no los mataban con cicuta, no aflojaban. (Risas).

Asistente: Platón decía que recién a los cincuenta años se podía ser filósofo.

PS: Hay algo de eso. El tango, ¿a quién le gusta a los veinte años? Salvo a alguien que lo baile, y le guste bailar. Las letras son un bajón… después, cuando los escuchás a los cuarenta, es otra cosa. Cuando escribo para un actor, o una actriz, y el personaje tiene veinticinco años, tenés que buscar alguien más grande, que dé veinticinco. No tenés experiencia, casi. Ahora, con esa adolescencia que dura hasta los cuarenta, todos son muy aniñados… Necesitás alguien de más experiencia. Yo traje para mostrarles, un libro familiar que todavía está en proceso. Una historia de mi  tío abuelo y de mi bisabuelo. Mi bisabuelo se vino de Italia a vivir a la Argentina a los dieciséis años. Se casa, tiene hijos, tienen una gran pelea familiar en la que el hijo amenaza de muerte a su padre, para que le dé la tierra que le había prometido. Yo le pregunté a mi papá cuándo había sido. Y tenían treinta y cinco años. Y yo pienso que pongo un chico de treinta y cinco años en escena, y es un estúpido. Salvo alguna excepción, no puede tener esa fuerza en escena. Entonces buscaron un chico de treinta y cinco años que venía del campo, con una historia de haber sido expulsado de su familia por querer ser actor, y entonces daba con la historia de vida. Pero es muy difícil.

Asistente: Ahora que mencionás lo de la realidad y la ficción, eso que leyó Mario de “Mariposa Nocturna”… sentí que había mucha realidad ahí. ¿Lo escribiste como una ficción?

PS: Por supuesto, gracias a Dios no pasé algo así. Lo escribí  cuando mi hija era un bebé, con el papá, que es escritor, teníamos algunos problemas y vivíamos en casas separadas. Probablemente esté influido por lo que estaba leyendo en ese momento… es este japonés que se editó tanto en Emecé… un Premio Nobel… Kawabata.

MM: ¿Y el periodismo? ¿Seguís ejerciendo?

PS: Sí, pero es un modo de vida, nada más. Yo empecé escribiendo periodismo. Como no terminé la carrera, y me gustaba mucho escribir, y escribir cuentos, pensaba en cómo iba a hacer para llegar a las editoriales. Pensaba que era muy difícil, que nadie me iba a conocer. Entonces, un modo era escribir periodismo cultural. Empecé en Rosario 12, y en La Capital, que es como La Nación, de allá, escribiendo bibliográficas de tango.

MM: Explicanos un poco qué era.

PS: Por ejemplo, hoy se celebran no sé cuántos años del estreno del tango Malena. Investigaba y escribía. Y nos pagaban nada, porque teníamos veintitrés, veinticuatro años. Con un amigo lo hacíamos. Después lo conocí a Elvio Gandolfo, que para mí fue súper importante, porque me apoyó en lo que hacía, y empecé a escribir en El País, de Uruguay, que pagaba muy bien. Lo que era mi sueldo en la zapatería en ese momento. Entonces le ponía onda. Alguna cosa en Clarín. Y nada más. Esto habrá sido hasta el ’97, ’98 en el que la conocí a Adela Basch.

MM: Ahí nos conocimos.

PS: Sí, estábamos en Del Quirquincho, que ya no existe más. Fui a dejarle dos textitos para chicos que había escrito. Llegué, y había una puerta de cristal que estaba cerrada, y yo me dije que si estaba cerrada era porque el destino… Yo iba con mi primer marido, que me dijo que tocara el portero o me mataba. (Risas). Lo dejé, Adela no estaba, volví a Rosario, estaba en la zapatería y ella me llamó para decirme que le gustaban los cuentos y que los pensaba publicar. Jamás había publicado nada en mi vida. Fui a la vez siguiente a la editorial, con dos botellas de champagne. (Risas). Es una persona maravillosa, generosa, no sé si otra persona hubiera hecho eso. No sé si yo, editora, lo haría.

MM: No. Lo hizo con muchos de nosotros.

PS: Pero porque es ella. No sé si otra editora lo hace. Como eso era una publicación mensual, era un dinero, y siempre me divirtió más escribir ficción que escribir periodismo (que además como yo era muy joven para mí era mucha presión) dejé el periodismo unos cuantos años, y retomé, por suerte a los cuarenta. Colaboro con Clarín habitualmente, me llaman porque soy autora. Entonces, me puedo permitir escribir más libremente. Es un placer. Ahora estoy peleada con medio mundo porque hice una crítica de un libro de Amelie Nothomb, que no me gustó. Y pienso en si era necesario decirlo así. (Risas).

MM: Se viene repitiendo Nothomb.

PS: No sabés. Lo último es una taradez. En la crítica justifiqué que era una taradez. Después miré otras críticas y también.



MM: Ya que dijiste que como editora no sabés cómo te comportarías, vamos a enfocarnos en la literatura infantil, ¿cómo es tu relación con la edición?

PS: A mí me gusta mucho sacar libros. Me hace muy feliz. Es una palabra que suena como extemporánea, pero cuando publico me pongo muy contenta. Me gusta escribirlos, y que salgan. Y cuando sale un libro para chicos no siento que yo esté en tela de juicio. Cuando es literatura infantil, te divertís vos, divertís al editor, porque si no, no lo harías, y vas a divertir a un público lector que es tu expectativa. Con las editoriales grandes es difícil. Tengo una agente que maneja los contratos con las editoriales grandes, porque tienden a deslumbrarse con un texto, y cuando llega el momento de editarlo se convierte en otro. Entre las correcciones, lo “políticamente correcto” que cada vez pesa más… Una editorial que me gustaba mucho era Norma, porque había mucha apertura, mucha libertad de argumento, y no me parece que siga igual. En las editoriales chicas, en algunas, hay un espacio de mayor apertura. Y te tratan como un ser humano, tanto en las de chicos como en las de adultos.  Hay un punto en el que las editoriales grandes te tratan como si fueras un negro, aunque no lo seas (en literatura se dice así cuando sos el que escribe el libro de otro). Y otra cosa, que decía Manuel Puig del cine, de cuando estaba filmando con Torre Nilsson, que lo llamaban todos los días, le preguntaban cómo iba el guión, cómo se estaba inspirando, que le mandaban bombones… y una vez que el guión estaba, él llamaba y le decían: “No, la señora no está”. Hay algo de eso. Salió el libro, te ponen en vidriera dos semanas y se olvidan.

MM: Con los de  adultos…

PS: Sí.

MM: Además de lo políticamente correcto, ¿por dónde pasan las correcciones y los cambios tan grandes que te proponen en las editoriales?

PS: No sé. A veces pienso que son ocurrencias de las editoras, que son como genialidades que ellas se autorizan a ejercer. En una editorial, me dio la sensación de que la sub editora, que era nueva, trataba de mostrarle a la editora todo lo que sabía. Eso no habla ni mal ni bien. Estoy segura de que el libro quedó mejor. Pero no era el libro que yo había pensado. Y muchas veces, las ideas de los editores tienen que ver con apuestas comerciales. Verónica Sukaczer, que es una autora brillante para chicos me hacía una marcación, en la que me decía que yo iba a sacar un libro en el que hablaba mal de las maestras, pero las maestras eran las que le compraban a la editorial. Y me pedía que hablara mal del portero. (Risas). Eso me pareció bárbaro. Es una idea comercial, pero está bien. Si yo no tengo algo contra el gremio. Es distinto cuando cambian cosas que parecen menores y no son tanto. Siempre te dicen que lo modifican si vos querés, pero tengo el prurito de si, al decir que no, lo van a comercializar tanto como yo quisiera.

MM: Eso explicaría la pregunta que había pensado que es acerca de tanta dispersión, tanta apertura.

PS: Yo tenía la sensación de que como en las editoriales chicas hay mayores posibilidades de libertad a la hora de escribir, alguien que te lee no se va a quedar con la sensación de que vos sos “esa” persona que está publicando únicamente.

MM: A ver si lo entiendo… las editoriales grandes tienden a encasillarnos: Por ejemplo, a nuestra amiga, Adela, le han dicho, cuando lleva narrativa o poesía, que lo que quieren es que les lleve teatro. Y por otra parte, los autores (no todos), se acomodarían mucho a esta situación…

PS: Yo no estoy en contra de que se acomoden. Está bárbaro. Pero si tenés algo más, tenés que ponerlo en otro lado. Si yo hubiera publicado únicamente El amor dragón, en Alfaguara, o el de Simón y el Pájaro Vivaldi en SM… no sé si estaría contenta. No me sentiría yo. Y además, la única manera de crecer es escribiendo cada vez más, y así uno va a tomar un camino diferente, que no es algo que puedas hacer si una editorial te tiene encasillado.

MM: Muy interesante. Polémico.

PS: Sí. 

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