Todos los juegos el juego
Nadie habrá dejado de observar con qué frecuencia Cortázar propone juegos con el lenguaje que se transforman en textos literarios. Convertir un instructivo en literatura es sin dudas un juego ingenioso, propio de la experimentación que lleva las reglas del género al extremo de transformarlas para significar otra cosa. Eso ocurre en Historias de cronopios y de famas, que fue el texto elegido para trabajar junto con los chicos de La Casa del Niño y del Adolescente de la Boca la actividad Todos los juegos el juego. Libro de arena comparte con sus lectores el relato de la actividad como cierre de la semana especial dedicada al escritor de Rayuela.
Por María Trombetta
A 100 años del nacimiento de Julio Cortázar nos
encontramos con los niños y niñas de la Casa del niño y el adolescente de la
Boca, para recordar con ellos y sus docentes al genial escritor buscando los
juegos que esconden algunos de sus textos más conocidos. La Casa está
estratégicamente ubicada en el centro de una plaza del barrio, por lo que
contamos con la escenografía ideal para una jornada de juegos. Todo comenzó
con una “búsqueda del tesoro”, pequeños
objetos prácticamente imperceptibles, a los que una pista enigmática permitía
ubicar en algún sector de la plaza: las hamacas, las rejas, la estatua del
prócer. Fueron apareciendo hebillas, ganchos, colitas: ¿con qué tienen que ver
estas cosas? El pelo, y las búsquedas infructuosas nos llevaron a “Pérdida y
recuperación del pelo” de las “Historias de Cronopios y de Famas”.
“Con mucha frecuencia tendremos la
impresión de haber llegado al término de la tarea, porque encontraremos (o nos
traerán) pelos semejantes al que buscamos; pero como no se sabe de ningún caso
en que un pelo tenga un nudo en medio sin intervención de mano humana,
acabaremos casi siempre que el nudo en cuestión es un simple engrosamiento del
calibre del pelo (aunque tampoco sabemos de ningún caso parecido) o un depósito
de algún silicato u óxido cualquiera producido por una larga permanencia contra
una superficie húmeda. Es probable que avancemos así por diversos tramos de
cañerías menores y mayores, hasta llegar a ese sitio donde nadie se decidirá a
penetrar: el caño maestro enfilado en dirección al río, la reunión torrentosa
de los detritus en la que ningún dinero, ninguna barca, ningún soborno nos
permitirán continuar la búsqueda. Pero antes de eso, y quizá mucho antes, por
ejemplo a pocos centímetros de la boca del lavabo, a la altura del departamento
del segundo piso, o en la primera cañería subterránea, puede suceder que
encontremos el pelo. Basta pensar en la alegría que eso nos produciría, en el
asombrado cálculo de los esfuerzos ahorrados por pura buena suerte, para
escoger, para exigir prácticamente una tarea semejante, que todo maestro
consciente debería aconsejar a sus alumnos desde la más tierna infancia, en vez
de secarles el alma con la regla de tres compuesta o las tristezas de Cancha
Rayada.”
La
fría mañana nos pedía volver a un lugar cubierto, pero cuando quisimos
abrigarnos en el salón nos encontramos con que, sorpresivamente, el piso
comenzaba a plegarse, subiendo en ángulo recto desde el suelo, y luego la parte
siguiente se colocaba de manera paralela a ese plano, para dar paso a una nueva
perpendicular, y esa conducta se repetía varias veces hasta llegar a la puerta
de entrada. Esta dificultad, afortunadamente, pudimos resolverla buscando en
las “Instrucciones para subir una escalera”:
“Para subir una escalera se
comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta
casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el
escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos
pie, se recoge la parte equivalente izquierda (también llamada pie, pero que no
ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie,
se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste
descansará el pie, y en el primero descansará el pie.”
Otras
tareas cotidianas y en apariencia simples, requieren también de instrucciones.
Los chicos recordaron las “Instrucciones para comer papas fritas” (debe abrirse
el paquete tirando de la parte superior del mismo, teniendo cuidado de no
hacerlo bruscamente ya que podría desparramarse el contenido. Con los dedos en
forma de pinza, se extrae una papa frita, que será llevada a la boca,
masticándola suavemente para escuchar el sonido crujiente) y las “Instrucciones
para hacer un globo de chicle” (masticar el chicle hasta ablandarlo, estirarlo
entre la lengua y el paladar, e introducir la lengua hasta que quede cubierta
por una fina capa de goma de mascar. Luego, soplar con suavidad hasta que se
forme el globo. Hay que tener dos precauciones: no soplar con fuerza, o el
chicle saldrá disparado, y no hacer un globo cerca de un hermano travieso que
podría explotarlo en nuestra cara.) Una
vez adentro del salón, y siguiendo con el tema de los hermanos, nos esperaba la
historia de Leticia, la chica que jugaba con sus primas junto a las vías del
tren en “Final del Juego”. Reprodujimos juntos el juego de los personajes del
cuento, el de “Estatuas y Actitudes”.
“El juego marcaba dos formas:
estatuas y actitudes. Las actitudes no requerían ornamentos pero sí mucha
expresividad, para la envidia mostrar los dientes, crispar las manos, y
arreglárselas de modo de tener un aire amarillo. Para la caridad, el ideal era
un rostro angélico, con los ojos vueltos
al cielo, mientras las manos ofrecían algo – un trapo, una pelota, una rama de
sauce – a un pobre huerfanito invisible. La vergüenza y el miedo eran fáciles
de hacer; el rencor y los celos exigían estudios más detenidos. Los ornamentos
se destinaban casi todos a las estatuas, donde reinaba una libertad absoluta.
Para que una estatua resultara, había que pensar bien cada detalle de la
indumentaria. El juego marcaba que la elegida no podía tomar parte en la
selección; las dos restantes debatían el asunto y aplicaban luego los
ornamentos."
El
encuentro llegaba a su fin, pero Cortázar todavía tenía juegos para mostrarnos:
entonces llegó Rayuela, la del libro,
y también la de colores, pintada en el sector de juegos de la plaza.
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