El libro escondido de Marosa
Un libro hurtado, una lectura furtiva, un encuentro insólito o mágico con un universo de palabras que desbordan los papeles en que aparecen impresas son toda una aventura en la infancia. La escritora Ángeles Durini escribe para Libro de arena un bello relato acerca de su primer encuentro con la poetisa uruguaya Marosa di Giorgio, con los Papeles salvajes.
Por Ángeles Durini*
Cuando tenía dieciséis años vinieron a visitarnos Esther y
Eloísa, mis tías postizas uruguayas, y se quedaron en casa. Venían una vez cada
tanto y eran muy bien recibidas porque eran dos señoras solteras, cariñosas y
simpáticas que siempre se acordaban de traer un regalo para cada uno de los que
formaba parte de mi ristra de hermanos. Esa vez, Esther, que había trabajado en
el BP Color, venía para atender el stand de Montevideo en la feria del libro. Y
una de esas tardes en que se iba para la feria, la acompañaron su hermana
Eloísa y mis padres, porque una parienta de una parienta presentaba un libro.
Volvieron con dos libros, eran dos los que se presentaban, de dos autoras
diferentes. Nunca supe cuál era la parienta de la parienta. Yo escuchaba con un
oído los comentarios de que estaba fulanita y sutanito, y lo bien que había
hablado menganita, cuando vi el título. Los habían dejado por ahí, dos libros
hechos con poco, se notaba a la legua, pero con forma algo rara, cuadrados, del
tamaño de un azulejo. Los papeles
salvajes. En ese momento, que la palabra “salvajes” estuviera al lado de
“papeles” me entró hasta la médula. Mientras seguían conversando robé el libro.
Lo escondí en una bibliotequita que yo tenía en un pasillo. Y esperé. Un buen
día se terminó la feria y mis tías queridas y postizas se volvieron. Nadie lo
reclamó nunca. Supongo ahora que la parienta de la parienta era la otra.
Entonces me fijé en el nombre de la autora: Marosa di Giorgio. Marosa en vez de
Marisa. Y lo abrí. Entré en un montón de palabras que, así como estaban
puestas, empezaron a caer adentro de mí, o yo a caer adentro de ellas sin saber
a dónde me llevaban. A una fascinación. Olores, luna, una abuela, campo, rocas
como mujeres de la medianoche, una niña que sale de la casa a buscar huevos
rojos.
Una vez le vi la cara en la tele, en un programa de Silvia
Hopenhayn. Era una cara con pelo ondeado y misterioso. Después me enteré que la
prestigiosa editorial Adriana Hidalgo había reeditado Los papeles salvajes en el año 2.000. Yo conservo la “mía” vieja,
de tapa cuadrada y naranja, de la editorial Arca.
Cuando quiero oler almendro o que me roce la frente un
racimo de uvas, cuando me dan ganas de leer una versión de Campánula, una niña
a la que la sigue un perro enorme -a la niña le gustan los perros- y luego la
abuela encuentra muerta y al levantarla, su cuerpo se le dobla como una
campánula, cuando me viene la nostalgia de sentir lo que sentía cuando mi
abuela me contaba, cuando muero por palpar hasta la sangre que se me fabrica en
los tuétanos, lo busco en mi biblioteca y lo vuelvo a abrir. Los papeles salvajes. Y sale un olor a
ramita de pino, y a piñón.
La luna ha clavado su
herradura fina, de vidrio, en mitad del cielo.
La chimenea le envía
humo, humo, humo.
Llega a la cocina y
entra. El perro se detiene en el umbral.
A la voz de la niña se
vuelve la abuela.
Y la abuela da un grito
horrible.
La palabra “lobo” rompe
los oídos de la niña.
La abuela se enloquece y
golpea enloquecida, la puerta.
Cuando puede volver a
mirar, ve a la niña, caída junto a las chimeneas. Y cuando puede detener el
sacudón bárbaro de sus brazos, va hacia las chimeneas. Levanta el pequeño
cuerpo, que se le dobla como una campánula.
Lo oprime, lo oprime. La
niña está muerta.
La oprime, la oprime.
Tiene olor a ramita de pino, y a piñón.
(Los papeles salvajes,
editorial Arca, 1971)
*Ángeles
Durini es escritora, nació en Maldonado, Uruguay, y siempre vivió en Buenos
Aires. Escribió, entre otros, los famosos libros ¿Quién le tiene miedo a Demetrio Latov?, ¿Qué esconde Demetrio Latov?
y De la Tierra a Kongurt.
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