Eduardo Gonzalez: “Para un niño y para cualquier persona, la vida está llena de enigmas”
¿Quiénes somos, de dónde venimos, de qué se trata el mundo, cuál es el sentido de las cosas que ocurren? Los enigmas ocupan un lugar natural en la infancia y el modelo del policial es exitoso porque trabaja sobre esta trama de la conciencia. En la entrevista
a Eduardo González en La Nube, el 2 de junio pasado, el autor habla sobre esta cuestión y explica el interés que el género despierta en niños y luego en jóvenes. Además comenta sobre su interés particular por el policial negro y el comic, la relación de su escritura con temas históricos y sus personajes, su reconocimiento a Gustavo Roldán como maestro, guía e influencia para su propio devenir como escritor, entre muchos otros temas. Libro de arena publicará la segunda parte el viernes próximo.
Mario Méndez: Buenas
tardes. Gracias Eduardo por venir.
Eduardo González: Gracias a vos por invitarme.
MM: La verdad, es un placer tenerte acá. El lunes
pasado estuvimos hablando mucho con los presentes acerca de tu obra. Tu biografía
la conocen. Saben que sos psicólogo. Surgieron algunas preguntas acerca de la
relación de tu profesión con la literatura. Saben que tenés dos sagas muy
conocidas, que son la de Pilo Montaliú y la del Pirata Abascal, y varios libros
más; que has trabajado en la radio y que
has dirigido el Festival BAN! para Jóvenes del año pasado. Conocen tu obra. Así
que vamos a hablar de eso, y de tu trabajo puntual. Se me ocurre empezar por la
cuestión del policial. Tenés un premio internacional del que me vas a hacer
acordar el nombre. ¿Cómo era?
EG: “AtanasMandadjiev” de la Asociación de Escritores Policiales de Bulgaria.
Nunca apareció el premio.
MM: ¿Cómo era esa anécdota?
EG: Es un premio que ganamos Germán Cáceres y yo. Un
premio Gran Maestro del Misterio. Gané en Gijón también, uno de relato, uno en
Cuba, de relato policial, y el Konex.
MM: Eso lo dijimos el lunes pasado. Ganó el Konex. Un
premio que dan por la obra y el trabajo de diez años. ¿Cómo llegás a la
literatura policial para jóvenes y para adultos?
EG: Por una cuestión de gusto. Es hedónico el criterio.
Siempre me gustó leer policial, me interesó
tanto la novela de enigma como la novela negra. Paralelamente me
interesó la literatura infantil y juvenil. Yo trabajaba como docente desde el
año ’77, soy maestro de grado. Trabajé hasta el ’84 en escuelas primarias. Ahí
conocí los libros de Laura Devetach, Javier Villafañe, los pioneros. Ya en el
’75, en el Profesorado, antes del golpe teníamos acceso a esos textos. En San
Martín. Era un Profesorado muy bueno. Y desde el vamos me interesó la
literatura infantil y juvenil. Hice la carrera, la terminé, no tenía tiempo de
dedicarme a las dos cosas, seguí siendo docente, me recibí y empecé a trabajar
como psicólogo. Dejé la docencia y empecé a buscar talleres para seguir
formándome en literatura infantil y juvenil. Lo encontré a Gustavo Roldán, nada
menos, por un aviso de Clarín…
MM: ¿Gustavo había puesto un aviso de talleres?
EG: Sí. Decía: “Talleres de Literatura Infantil y
Juvenil. Gustavo Roldán.” Agarré el diario y me fui volando, y creo que fue
como un amor a primera vista con Gustavo. Creo que él fue el mentor. Yo no
pensaba ser escritor profesional. Nunca lo pensé. Sí, me interesaba escribir y
la literatura. Creo que hay que discriminar entre el escribir y el publicar.
Son dos temas distintos. Hay muy buenos escritores que no publican, y hay
escritores no tan buenos que publican. Gustavo publicó mi primer libro. Yo
empecé a trabajar con él en el año ’95. Éramos un grupo de cinco que se fue
reduciendo. Quedé yo solo. Y tuve el lujo de que él siguiera dándome clases,
cuando yo era el único alumno.
MM: ¿Y de los otros cuatro alguno llegó a publicar?
EG: No, se fueron yendo. Gustavo era una persona muy
dura y muy exigente. Decía que no había que leer solamente literatura infantil
y juvenil. Decía que había que leer todo tipo de literatura. Bajaba material y
daba Cortázar, Faulkner, Borges. Trabajaba de esa manera y era muy exigente.
MM: ¿Y tiraba consignas de escritura? ¿Cómo trabajaba?
EG: Él te orientaba. Te interesaba un tema, y entonces
te tiraba con la biblioteca. “Leé esto”. Este autor lo hubiera escrito de esta
manera, aquel autor de otra. Era increíble, porque era de una erudición…
agarraba un texto y te mostraba cómo distintos autores hubieran escrito eso. Y
te decía eso hablándote del sapo en el monte. Era increíble. Y así, me fui
metiendo en la escritura infantil y juvenil, pero con la idea del policial.
MM: ¿Lo primero que publicaste fue un policial?
EG: Sí. Cementerio Clandestino, en Colihue, que eran relatos. Él fue el editor de ese libro
que estaba en la colección Libros del
Malabarista. Era extraño, porque para esa colección, era un libro más
denso.
MM: ¿Hablabas de los desaparecidos?
EG: Uno de los cuentos era la historia de una maestra
desaparecida.
MM: Fuerte, sí. Y decime, ¿por qué creés que les gusta
tanto el cuento policial a los chicos lectores?
EG: A mí me parece que el policial, sobre todo por la
vertiente del relato de enigma, gusta porque para un niño y para cualquier
persona, la vida está llena de enigmas. Un niño tiene que saber qué hace en
este mundo, quién es, de dónde vino. El enigma es una pregunta natural en la
infancia. Y por otro lado, a medida que va creciendo, el desplazamiento en lo
juvenil, que es bastante nuevo, a la novela negra. No hay tanta novela negra
escrita.
MM: No, hay mucho menos. Quizá por la escuela misma. La
cosa de violencia, le permite entrar menos, pero hay. En los tuyos de Pilo
Montaliú hay acción en cierta dosis. Rozan el policial negro.
EG: Sí. Me meto más en el policial negro en Graffiti Ninja, que es sobre las drogas
de diseño, y ahora viene la segunda parte que es La plata de los chicos rubios, que es sobre el problema de la
segregación de los peruanos en el Abasto. Ahí nos metemos abiertamente en lo
que sería de alguna manera el planteo de Rodolfo Walsh del límite entre la
ficción y la realidad, el non fiction,
que creo que en realidad lo inventó Walsh, porque Operación Masacre se publica mucho antes que A sangre fría. Es un poco ese modelo. La escritura de la novela
negra tiende a la idea de tomar elementos de la realidad, ficcionalizarlos, y
así, tener un contenido de denuncia mayor que el enigma.
EG: Lo escribimos con Osvaldo Aguirre, que es
periodista de La Capital, de Rosario, especializado en policiales hace muchos
años. Yo lo conocí porque estaba vinculado con la gente de Gijón, yo hacía “La
Semana Negra” en España, e hice un nexo para que él presentara un libro allá. La pandilla del sur. Él trabaja mucho en
historia, investiga sobre la mafia, los delincuentes, tiene mucha investigación
histórica de policial. Presentaron su libro, le fue bien, nos hicimos amigos, a
su vez hizo algunas notas de mis libros en Rosario, y quedó una relación de
amistad. Un día se me ocurrió la idea de hacer una novela a cuatro manos por
mail. En realidad, empezó como un juego. Mi idea era que la novela fuera un
homenaje a Oesterheld. El personaje es un periodista que empieza a trabajar en
un diario tipo Crónica. Es un chico de Letras. Y está todo el choque de su
realidad como estudiante de Puán con el mundo de la prensa amarilla. Hay una
serie de cadáveres que aparecen colgados por distintos lugares de la ciudad y
en todos aparece una leyenda. Esas leyendas son de El Eternauta. En lugares emblemáticos de El Eternauta aparecen también esas leyendas. También es un homenaje
al cómic, porque aparece un homenaje a Pampita, de El Loco Chávez. Incluso, el coche que maneja la chica que se llama
Hejira, es un Citroen. Yo le pregunté a Altuna de qué color era el Citroen de El Loco Chávez, y me dijo que no sabía
si amarillo patito o verde. Quedó amarillo patito. Es un homenaje al Cómic, a Parque Chas… es un homenaje al cómic
argentino y una novela negra. Porque es pesada. Se descubre un caso de diseño
de drogas. Una droga que se llama Ninja, se prueba en boliches y en realidad es
mortal.
MM: ¿En qué colección está?
EG: Ahora está en Zona Libre. Cuando la empezamos a
escribir le mandé a Tony Santa Ana los borradores, y me dijo que estaba
buenísimo. Y lo puso a Fernando Cittadini como director técnico. Ahora te
cuento la historia de la tapa. Porque este es un graffiti de verdad. Es una
fotografía de una pared. Yo con Cittadini ya había trabajado la serie de Pilo.
Lo había tenido de co-editor, era un gusto trabajar con él. Es muy minucioso,
muy preciso, muy respetuoso. Y Tony, creo que es uno de los editores más
lúcidos que hay acá. Cuando él arrancó, creo que todas las personas que
arrancábamos con él recién empezábamos. Él empezó con Liliana Bodoc, con Sergio
Aguirre, con varios autores a los que nos encaminó muy bien. Finalmente quedó Graffiti Ninja, y lo editó en una colección que se llamaba Siete Vacas, una
colección nueva que tenía Norma en ese momento. Antonio tenía la idea de hacer
una colección de supermercado y de quiosco. Que se vendieran masivamente.
Después no sé qué pasó, que no fue así. Ese se vendió mucho y ahora pasó a Zona
Libre. Cuando pasó de colección, ya estaba Hinde Pomeraniec. Me parece que
Laura todavía no estaba. Yo le dije que me parecía que estaría bien que la tapa
fuera un graffiti. Esta es una novela dentro de otra novela. Es un chico que va
escribiendo una novela que es la novela en sí. Por eso me parecía bueno que
hubiera un graffiti dentro de otro. La persona es un graffiti también.
MM: ¿Sabés quién es el autor?
EG: Sí, Juan Abba, es el hijo de una colega. Es un graffitero
conocido.
Asistente: ¿Dónde está el graffiti?
EG: No me acuerdo. Me dijo la calle. Me decía que era
como la calle importante de los graffiteros. Ellos tienen sus paredes. Es una
pared enorme. Incluso, le propuse a Laura Roldán, que hagamos algo en la Feria
de Virrey del Pino con Juan. Es una feria hermosa. Yo estuve el año pasado.
MM: Hay un programa de radio, en una escuela del
kilómetro 27, en Virrey del Pino, que es el Partido de La Matanza. Trabajan muy
bien. Contanos un
poco de dónde salen Pilo y sus suculentas
historias.
EG: Pilo empezó en realidad con historias que compartía
con mis hijas cuando eran muy chicas, hace más o menos veinte años, y en un
momento, en AZ diez, había presentado unos cuentos policiales
breves en los que el protagonista era Agustín Montaliú. No me acuerdo de quién
era la editora en ese momento, que me dijo que Agustín no era un nombre que
pegara tanto y me pidió que pensara otro nombre. Y entonces, no sé por qué, se
me ocurrió Pilo. Y está ese juego de palabras que es “privado”… Privado de
hacer las cosas que le gustan, por su madre sobreprotectora…
MM: Y un padre no muy presente, pero muy antipático.
EG: Este fue el final de AZ diez, creo que fue en el ’98. Y entonces se me ocurrió la idea
de hacer novela. Empecé a escribir El fantasma de Gardel. La terminé, la presenté en una editorial, y la editora,
de la que no voy a decir el nombre (Risas), me dijo que no, que estaba muy
verde, y que me aconsejaba que hiciera un taller de literatura. (Risas). Le dije
que bueno, que hacía seis años que estaba trabajando con Gustavo Roldán, y que
había estado unos meses con Guillermo Saccomanno, pero que iba a tratar de
buscar. Fue muy fea esa situación. En ese momento, yo lo conocía a Tony de
ALIJA, generalmente nos quedábamos charlando de música. Le di la novela y me
dijo que para él estaba buenísima y que me la publicaba. Yo le dije que la idea
original era la de hacer una saga, y que yo pensaba que había un prejuicio por
el que el policial tenía que ser urbano y transcurrir en Buenos Aires. Yo
quería que el policial se diera en distintos lugares del país, como una manera
además, de que no todo ocurriera acá. Esto fue en el año 2000. Hoy, Pilo se sigue vendiendo y va por la
edición veintipico. O sea que la editora estaba un poco desubicada.
MM: Esas son las pequeñas revanchas que te das… (Risas)
EG: Después me dijo: “¿Por qué no me traés material?”
(Risas)
MM: El fantasma de
Gardel fue un exitazo. Publicado en Cuba ¿y en algún otro
lugar?
EG: Creo que se vendió en Venezuela un tiempo. Con
Norma. Y también vendió algunos fragmentos en Brasil para manuales. Como estaba
la idea de federalizarla, después vino El
secreto de Leonardo, que ocurría en la Quebrada de Humahuaca, y después, La maldición de Moctezuma, en la
Patagonia. En relación con La maldición de Moctezuma pasó algo muy
gracioso. Yo lo conocía a Paco Taibo, el escritor mexicano, el fundador de La
Semana Negra, en Gijón. Cuando vino a Buenos Aires se lo regalé, y cuando vio
el título empezó a matarse de la risa. Y me explicó que allá, la maldición de
Moctezuma es la diarrea. (Risas). Dicen que cuando una persona llega al DF y
tiene diarrea, es la maldición de Moctezuma por los españoles. Yo no tenía ni
idea…
MM: No, más vale, en México no se puede publicar… O sí…
(Risas)
EG: Y después, con el tema del regreso, me pasó algo
que antes no me había pasado…y es que un poco lo escribí por pedido de Antonio.
Me dijo que tenía que actualizarlo. Cuando escribí El fantasma, por ejemplo, en el Abasto recién empezaba el shopping
a formarse, el barrio estaba totalmente abandonado, la casa de Gardel estaba
abandonada, no existía un auge del tango, que es lo que se refleja en el libro,
que el barrio estaba postergado, por eso me dijeron que había que actualizarlo.
EG: Fui músico de tango en una época. Soy muy amigo de
una gran cantante de tangos que se llama Silvana Gregori, y en la época en que
estudiaba, la acompañaba con guitarra. Gracias a ella conocí a Cholo Mamonne,
un bandoneonista muy importante que murió hace poco, a los noventa y cinco
años. Siempre me acuerdo de una frase de Cholo de esa época… yo tenía formación
clásica en guitarra. Ensayábamos y me dice: “Vos tocás muy lindo pero te falta
mugre” (Risas). Empecé a meterme con el tango. Yo vengo más del rock y del
jazz, de la música clásica… y me empezó a pegar el tango. Yo escuchaba mucho
Piazzola, pero no escuchaba mucho el tango más viejo. Silvana trabajaba mucho
con el tango y el humor, Tita Merello, Celedonio Flores… y además, había un
grupo de tango que habían formado unos psicoanalistas. Los dirigía Lalo Braier,
que ahora está en Barcelona. Se reunían una vez por semana. Empezaron en el
living de la casa de Lalo, y terminaron tocando en Homero. Ese material se
grabó, está catalogado en la Academia del Lunfardo. Un trabajo muy interesante
relacionando psicoanálisis y tango. El humor, la sexualidad, la madre, los
guapos, la homosexualidad en el tango, los berretines. Eso me gustaba mucho del
tango, y lo metí.
MM: Con la música en general. También en Origami hay una cuestión con el chico
que toca el violín y le enseña a la españolita.
EG: Y en Barrio
de tango, cada capítulo es un tango.
MM: Cambiemos un instante de libro. Origami lo estuvimos charlando bastante
el lunes pasado. Una novela en la que te metés con temas difíciles, no
solamente la represión, los detenidos, los desaparecidos, sino lo del Síndrome
de Estocolmo y muchísimas cuestiones. ¿Lo de los japoneses cómo sale? ¿Es investigación?
¿Tenés alguna relación? Es muy original, uno no se espera la mamá japonesa
esposa del asturiano…
EG: Lo del origami no viene del lado japonés. Cuando yo
era chico, tenía uno de mis tíos que era asturiano. Le debo haber escuchado
diez palabras. Uno de esos asturianos que no hablaba. Como mi abuela gallega,
mi abuela paterna. Me acuerdo de ella vestida de negro, con la cara chupada, y
de que los chicos la trataban de “usted”. Muda. Viuda, fuerte, fibrosa. Había
venido a los trece años y había trabajado de mucama y se había levantado una
casa. Y había criado seis pibes. Juan, el asturiano, era así también. Muy
parco. Pero tenía una cosa: hacía origami. Yo me sentaba con él, él agarraba
los papeles y hacía una jirafa. Agarraba otro papel y hacía un perro. En ese
momento no me puse a pensar de dónde sacó este hombre la idea de hacer origami.
Me quedó la imagen de él haciéndolo. De ahí surgieron el origami y el
asturiano. Después pensé que si trabajaba con el origami, tenía que meterme con
los japoneses. No podía poner un asturiano haciendo origami.
MM: Te falla el verosímil.
EG: Claro. Aunque en este caso la realidad supera a la
ficción.
MM: Igual, tu asturiano es muy tierno, nada que ver con
el tío este… es más dura la japonesa.
EG: No, nada que ver. Sí, ella es más dura.
MM: ¿Qué devoluciones has tenido con el tema del
Síndrome de Estocolmo y lo demás?
EG: Te cuento de donde surge la idea del Síndrome es
Estocolmo. Cuando era adolescente, en el año ’74, estaba en el centro de estudiantes
de la secundaria. Una de mis compañeras del centro, después se metió en la
Unión de Estudiantes Secundarios, la UES, que era de Montoneros. Pasó a la
clandestinidad, le perdí el rastro, algunos compañeros desaparecieron, y de
ella no supe nada más. Un buen día, en el año ’80 u ’81, viajando con mis
amigos en un colectivo en Río de Janeiro, ella sube al colectivo con su marido,
con una cámara tremenda… Charlamos, después nos vimos acá dos o tres veces, y
lo que me llamaba la atención era que ella estaba casada con un millonario. En
ese momento sospeché. “¿Quién será este tipo?”. Con los años, empezó a circular
la idea de qué pasaría si alguien que estuvo en la clandestinidad se enamora de
alguien… Yo empecé a darle vueltas a partir de este recuerdo que quizá es un
caso que con eso no tiene nada que ver. Es mi fantasía. No es que ella hizo
eso. A mí se me ocurrió. “De la
clandestinidad a la high class”. La
idea me quedó dando vueltas y pensé que alguna vez iba a escribir a partir de
esto. Hay veces que escribo cosas, las dejo y después las retomo. Todos hacemos
eso. En un momento empecé a desarrollarla y apareció esta idea en esta novela.
MM: Y esta negación que tiene la mamá… está bien que
está empastillada, está como perdida por eso, pero la creación de una hermana
que no existe, ese mundo de fantasía que tiene mucho que ver con la negación,
¿lo estudiaste? ¿Es posible desde el punto de vista psicológico? ¿Pasan estas
cosas o no?
EG: En el Síndrome de Estocolmo, hay una negación,
obviamente, porque te enamorás de quien te perjudica. Por masoquismo, por
sometimiento… termina produciéndose una relación sadomasoquista. La persona que
está enferma, vive una realidad que es su realidad típica. No importa la
realidad. Ella crea un mundo que termina siendo ese mundo de fantasía para
reprimir el otro mundo. Ese mundo, en determinado momento empieza a quebrarse,
porque está sostenido por la medicación y por la represión. Empieza a
resquebrajarse cuando la hija empieza a indagar. El amor de su hija empieza a
cuestionarle cosas. Y de alguna manera, le permite recuperar esa personalidad
perdida. Cuando uno vive una situación extrema, traumática, que desaparece tu
pareja, que desaparece tu hijo, en realidad puede pasar cualquier cosa. El
psiquismo empieza a generar situaciones para sobrevivir a eso. O para someterse
a eso. Lo más sano no hubiera sido eso. Ella salió por el lado de le
enfermedad, si hubiera estado más sana, hubiera podido meterse antes en la
causa por los derechos humanos. Al someterse a esta situación, ella pierde
contacto con la realidad. De ahí en más, vive en su propio delirio. Ya perdió
una hermana… Todo eso queda tapado. Cuando aparece, la realidad se resquebraja
y entra en conflicto. Y después eso va y viene. Quiere hacerlo y no quiere hacerlo.
MM: Y está el hecho concreto de que cuando intenta
recuperarse el tipo la vuelve a reprimir, la vuelve a empastillar, la tiene
ahí…
EG: La tiene sometida.
MM: Es interesante la elección del novio. No es casual
que sea un hijo de la tierra. Un mapuche.
EG: Ella, en realidad, también formaba parte de ese
mundo irreal, hasta que se produce una crisis. Un punto de ruptura. Cualquier
situación de enfermedad o de represión es inestable. Aparece algo que lo rompe,
y se rompe. Puede que aparezca un delirio, o que aparezca la crisis con la
realidad. Que es lo que ocurre acá.
MM: En tu fantasía, porque los lectores siempre pensamos en cómo sigue, ¿qué pasa con ese padre represor? Por ahí, lo único que a mí me produce una cierta duda es el total desapego de ese padre. Vemos, por ejemplo, en “La historia oficial”, el padre que hace Alterio, es un hijo de puta, pero no le toquen a la nena. Este está totalmente desapegado. No tiene ningún lazo con su hija.
EG: No. Yo creo que a él no le importa nada. Mantiene
un equilibrio sostenido por su poder, y por su poder económico, además. De
hecho él sus contactos los había mantenido. Ha pasado mucho acá también. En
realidad, tomo el sur porque ha sido lugar de refugio de nazis…
MM: ¿Viste “Wakolda”?
EG: Sí, tremenda. El sur fue un lugar de refugio,
históricamente.
MM: Bueno, hablando de historia, vamos enganchando una
con otra, la saga del pirata Abascal, ¿te la pidieron para el Bicentenario?
¿Cómo surgió?
EG: No me la pidieron. Surgió. A mí me gusta mucho la
Historia. Tenía ganas de buscar una excusa para contar… en realidad, en este
proceso revolucionario, de 1806 a 1816, de alguna manera están plasmadas todas
mis contradicciones con el proceso histórico revolucionario de los ’70. ¿Qué
pasó con los ’70? ¿Es una revolución traicionada? La Revolución de 1810, ¿es
una revolución traicionada? Al final terminan ganando los ingleses. Es algo que
siempre pienso. Qué cosa, que en estos países siempre gana el imperio. Si no es
España, después es Inglaterra, después Estados Unidos, y seguimos siendo
colonia. Como dice Viglietti, no hacemos otra cosa que cambiar de patrón. Todo
ese cuestionamiento lo tengo en la cabeza. Habíamos hablado con Gustavo en un
momento, de la ventaja del distanciamiento. Que uno podía tener un conflicto
histórico real, y uno podía distanciarse, ya sea en el futuro o en el pasado. A
mí me gusta mucho Dumas y el folletín, que en realidad es el antecedente de la
novela policial. La novela romántica, la novela popular… tenía ganas de ir para
ese lado. Hacer un folletín histórico con todas las reglas, los vicios y las
virtudes del folletín. El romanticismo, el héroe… elementos de las novelas de
capa y espada. Ahí surge la idea de este personaje, contado por un narrador ya
viejo, que cuenta lo que le pasó cuando era chico, cuando conoció a Abascal. Y
las contradicciones de él en relación a quién cuenta la verdadera historia. Los
vencedores cuentan una versión, los vencidos no pueden contarla porque no
están, entonces la cuentan los desterrados que se quedaron afuera de la
situación y pueden contarla. Otra de las historias de nuestro país, el exilio…
MM: San Martín, Rosas…
EG: …Sarmiento…
MM: …Perón…
EG: Es como que desde acá no se puede contar y hay que
contarlo desde otro país. Ahí surge esta historia. En la creación del
personaje, cuando surge Abascal, está toda esta cuestión de los maestros de
esgrima… como El maestro de esgrima de Reverte. Y empiezo a encontrar ciertas semejanzas entre los
espadachines, la danza y la coreografía. Mi esposa es bailarina, entonces le
pedí ayuda a ella para que Abascal tome la danza. Si el logra conquistar a su
enemigo danzando lo va a vencer. Tiene que deslumbrarlos con sus movimientos.
Una cosa que me quedó una vez, que fui a ver al doctor Pintos, un traumatólogo
que era médico de Boca. Yo tenía un problema en la rodilla. Nos quedamos
charlando y él me dijo que siempre les decía a los muchachos de Boca que por
qué no hacían una barra clásica. ¿Te imaginás a los de Boca en una barra
clásica? (Risas). “¿Sabés qué bien que saltarían?”, me decía.
MM: Con tutú. (Risas).
EG: Él decía que los bailarines tienen una técnica para
saltar, que si la usara un jugador de fútbol no lo para nadie. Hay que romper
el prejuicio. También hubo que romper el prejuicio de que la danza puede ser
algo de hombres.
MM: ¿Y esgrima estudiaste?
EG: No, de eso me puse a investigar. Es una trilogía
con partes bien diferenciadas. La primera sería la de la formación, toda la
historia de él y de la llegada. Incluso
en el capítulo cubano me ayudó un escritor cubano, Lorenzo Lunar
Cardedo, que aparece como personaje. Me mandó recetas, descripciones de las
mulatas en las que me decía que la mulata cubana es la más bella, lugares… y
aparece como personaje a modo de homenaje. Aparece un cura que tiene que ver
con mi adolescencia. Estos curas que buscaban algo distinto. El segundo, Sangre Negra, es un policial histórico y
el tema es la esclavitud, y el tercero habla del colectivo de las mujeres en el
Alto Perú. La idea de Oesterheld de que el héroe ya no es individual sino
colectivo.
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