Eduardo Gonzalez: "Escribir por encargo te obliga a manejar reglas muy estrictas."
La segunda parte de la entrevista a Eduardo Gonzalez continúa profundizando acerca de las anécdotas que dieron vida a las historias de los libros, del fútbol, de los referentes de la infancia, del amor. Además, el escritor sostuvo, en la conversación con Marió Méndez, coordinador del encuentro, y los asistentes, que el crecimiento que ha experimentado la literatura infantil y juvenil a partir de los años '80 es indiscutible. Libro de arena publica el final de la última charla del primer ciclo de "Encuentros con autores de literatura infantil y juvenil" de 2014, desarrollado en La Nube. Para finalizar el autor compartió la lectura de uno de sus textos con el público.
Asistente: También es interesante lo del acercamiento amoroso, que está narrado con la expectativa del que está por hacer el gol. Me causó mucha gracia.
EG: Se llama “Abril”, el primer capítulo. La vi por primera vez una tarde luminosa de abril. O por lo menos así lo recuerdo. Un recuerdo claro como la luz del otoño, a las tres de la tarde, en las cinco esquinas de Soler y Honduras. Claros como abril. Yo estaba tomando un café, leyendo a Cortázar, como también lo estaba leyendo el día en que conocí a Akemi, cuando los cerezos florecían en Tokio. Ella entró y todo el mundo dejó de hacer lo que estaba haciendo. Porque cuando apareció el tiempo se clavó a las paredes y todo se detuvo. Se quitó la campera y se sentó junto a la ventana. Justo frente a mí. Casi por reflejo pensé en cazar su alma solitaria. Abrí el cierre de mi bolso y metí la mano. Saqué la Nikon y apunté; pero justo en el momento en que estaba por gatillar ella puso un libro sobre la mesa. Moby Dick. No sé si por la luz de abril, por el aura de su presencia, o por el libro, sentí que fotografiarla sería imperdonable. Me levanté atrapado por el hechizo. Me acerqué y apoyé la cámara sobre su mesa.
MM: Bueno, en En busca del cielo perdido, cuando te
pedimos que recomendaras libros, el que recomendaste con más calidez fue El eternauta… Vos me habías contado una
vez en unos mails esta historia del cura al que homenajeás. Contanos un poco.
EG: Pienso que lo que le agradezco a este cura, que acá
se llama Ernesto, pero en realidad se llamaba Alberto, es que, nosotros éramos
chicos, íbamos a jugar al fútbol a la iglesia, había dos chicas que organizaban
los campeonatos, nos habían puesto nombres de pueblos originarios… te estoy
hablando del año ’74…
Asistente: ¿En dónde?
EG: En San Martín. Los equipos eran “Los charrúas”,
“Los quechuas”. Cantábamos las canciones de Leda y María (Leda Valladares y
María Elena Walsh)… y lo que yo siempre le voy a agradecer es que nos
transmitió la idea de lo religioso, sin ligarlo con la represión, ni con el
miedo, el pecado, el castigo o la culpa.
Ibas a confesarte y le decías: “Dije una mala palabra”. Y él te decía
que hicieras una buena acción. Le agradezco eso, la apertura. La humanidad. Él
después colgó los hábitos, se casó. Y dijo que él no dejaba los hábitos, porque
seguía teniendo buenos y malos hábitos, se puso una imprenta… Después tuvo que
irse porque a la imprenta la sonaron en la época de los militares. Una de las
chicas que trabajaba tenía una librería y desapareció, pero queda el espíritu
de toda esta gente que fue como un puente, que trajo algo nuevo hace muchos
años, y traté de que eso siguiera ahí. Que no se perdiera.
MM: Hoy nos decía una lectora que estaba conmovida con En busca del cielo perdido.
Asistente: Me hiciste llorar. Me impresionó la escritura en
tono de cronista deportivo, el relato de las jugadas.
EG: Hubo un cuestionamiento. Yo planteaba que el fútbol
no era una guerra. Y en ese foro hubo alguien que decía que había una
contradicción, porque yo tenía un relato en el que se fomentaba la competencia.
MM: Sí, en la crítica de El Mangrullo.
EG: Lo que yo decía es que este es un libro que va en contra
de la explotación infantil en el futbol. Que es algo que está pasando. Hay
chicos que ya no juegan por la camiseta, van a cobrar…
MM: Sí, tienen representante a los diez años…
EG: Van a cobrar. Los pibes de FUTSAL cobran. Y la
madre dice que si no cobra no juega.
Asistente: Los papás están parados al costado de la cancha
gritando barbaridades en partidos de chicos de cinco años.
EG: Me decía un amigo que fue con su hijo a probar porque
el pibe quería, y que le impresionó, un padre que estaba ahí y que le hizo una
seña a su hijo para que jugara porque tenía que comer… Tenía que ganarse el
pan. Eso es lo que yo le decía a la gente de El Mangrullo. Yo estoy manejando
dos discursos distintos. Una cosa es el discurso o le ideología que sustenta la
novela, en la que estoy en contra de la explotación infantil. Pero si yo voy a
relatar un partido de fútbol, tengo que hacerlo con el discurso del periodista
deportivo, no con el discurso de un intelectual que dice que eso está mal.
Asistente: También es interesante lo del acercamiento amoroso, que está narrado con la expectativa del que está por hacer el gol. Me causó mucha gracia.
EG: Eso tiene que ver con algo que hablamos con Mario.
En la novela original no estaba Nati. Cuando él la leyó, me dijo que le había
encantado, que la había leído de un tirón, pero que le parecía demasiado
masculina. Y me preguntó si no me animaba a que apareciera un personaje
femenino. A mí me deba miedo desbalancearlo y le dije que me lo dejara pensar.
MM: Sí, me acuerdo. Me acuerdo de que me dijiste que se
estaba por casar tu hija, y que después de eso te ponías a pensarlo.
EG: Claro, en noviembre se casaba mi hija… Bueno,
pensando y pensando, se me ocurrió que tenía que ser una chica futbolera,
porque ¿quién les podía hacer el aguante? Y a su vez, tenía que haber cierta separación, porque ella llega al
fútbol por el papá, pero también por la literatura. Ella es de Rosario Central
por el Negro Fontanarrosa. Tenía que ser un personaje que tuviera algo que la
diferenciara del hincha. De hecho, ella le dice: “Atajaste muy bien y estabas
muy lindo”. Y entonces él le dice que las mujeres pueden saber mucho de fútbol,
pero que no tiene nada que ver que sea lindo.
MM: Acá surgió una polémica interesante, porque toca el
tema de tu profesión de psicólogo, que era la relación del pibe con su padre,
golpeador, violento… Me acuerdo que cuando me diste la novela para que la
leyera, me dijiste que era de fútbol, pero que en realidad el fútbol era una
excusa, porque se hablaba del abuso familiar. La polémica que se dio acá el
lunes pasado era sobre si Pupi lo quiere o no lo quiere al padre.
EG: En realidad, la relación amor-odio es una relación
compleja…
Asistente: En Barrio de tango también pasa esto…
EG: Sí, con el abuelo. Lo que pasa es que en Barrio de tango el abuelo quiere otra
cosa, lo hace porque es bruto y tiene miedo. Yo creo que un niño capta la
intencionalidad. Hay algo que los adultos perdemos porque la cultura nos va
sacando ciertas cosas. Y creo que lo que más capta un niño es la intención. En
el caso del abuelo de Barrio de Tango,
si bien es cierto que él lo odia y piensa que se murió, hay cierta intención en
el abuelo, que lo quiere. Y que eso se ve en el final, porque está preservado
el amor. En cambio acá, creo que el tema de este hombre, si bien uno puede
entender que es por la adicción y por el deterioro, creo que hay un daño que el personaje hace sobre su hijo. De
hecho, eso pasa con cualquier adicto. En todo programa de recuperación con
adictos, el último paso de la recuperación es la reparación. Porque un adicto,
por su enfermedad, ya sea drogadicto, alcohólico, jugador, lo que sea, hace
daño. Lo hace por su enfermedad. Puede ser que revierta la enfermedad o no. Y
en el caso de que la revierta, el último paso es la reparación. Si este hombre
se recuperara, cosa que no sé, porque eso queda abierto, tendría que reparar el
daño que le hizo a Pupi. Y habría que ver si Pupi lo acepta. Porque eso pasa
con los adictos. Puede ser que la otra persona no lo acepte. Y está en su
derecho.
MM: Lo fuerte es
que Pupi se queda sabiendo que va a tener que soportar golpes, y que después se
va a ir a la miércoles, apenas pueda.
EG: Eso pasa. Había una película hace muchos años que
no sé si se acuerdan, Padre Padrone,
en la que finalmente pasa eso. Un día el pibe se cansa, se la devuelve y se va.
Es que el que tiene la responsabilidad, para no decir la culpa, es el adulto.
Será por su enfermedad, pero Pupi se defiende como puede. Si este hombre no
repara esto, no creo que Pupi pueda quererlo algún día, porque el daño que hace
es terrible. Es más… Pupi va a tener que hacer un esfuerzo por no repetir esa
historia con sus hijos cuando crezca.
Asistente: Es muy fuerte el acto de coraje que hace que él lo
desafíe, que elija por el amigo, que la amistad pueda más que el miedo.
EG: Claro, es como que el amor es su alternativa.
Además, el ve otro padre. Y eso lo sostiene.
MM: El otro tema es que la madre es un personaje
victimizado y débil…
EG: Lo que pasa es que en realidad, en toda adicción,
hay una coadicción. Todo adicto tiene un co-adicto. Si no, no está al lado. Si
no, ella no se queda. Ella de alguna manera sostiene esa adicción. Si no, se
va. O lo denuncia. Se queda porque es co-adicta, es complementaria de esa
situación.
Asistente: Es complicidad…
MM: Es fuerte. Es un tema muy fuerte.
EG: “Complicidad”, tendría una carga más jurídica. Es
co-adicta, está enferma… es una cuestión patológica.
Asistente: A mí me hizo acordar mucho a una película que se
llama Pelota de trapo, de Armando Bó.
Esa cosa de adicción que genera el fútbol.
EG: Es como en la película Los tres berretines, el tango el fútbol y el cine. Yo creo que
también el psicoanálisis. (Risas). Yo creo que las pasiones que tenemos son
estas tres.
MM: Saliendo un poco de la novela… Te van a dar un
Konex por una obra de diez años. ¿Qué has visto en estos últimos diez años, de
literatura infantil y juvenil? ¿Qué destacás? ¿Qué criticás?
EG: Me parece que el crecimiento que ha tenido la
literatura infantil y juvenil ha sido enorme. No se puede discutir más si esto
es algo menor. Me acuerdo que hace muchos años, en el ’80, le escribí una carta
a Andreu Martín. A mí me gustaban mucho
los libros de Flanagan, le escribí y a
partir de ahí nos hicimos amigos. Yo también estaba escribiendo, y le mandé esa
carta en broma, en la que le decía que yo no era un escritor en serio, y que
escribía para chicos. Me mandó una carta, enojadísimo. Me decía que no podía
decir eso, y que en España había pasado eso. Ellos ya tenían un Premio Nacional
de Literatura, que acá todavía no había.
Entonces le aclaré que era una broma. Todavía no existía el mail. Y él me decía
en ese momento, que todavía había gente que discutía si la literatura infantil
y juvenil es algo menor en calidad que la literatura para adultos. Como si la
única literatura fuera la de los grandes. Es como decir que la Pediatría no es
Medicina. (Risas). Creo que han surgido un montón de editoriales nuevas,
independientes, que han permitido una diversidad muy amplia. Creo que la
Argentina tiene autores muy buenos, impresionantes. Colombia lo tiene a García
Márquez, y nosotros tenemos a Quiroga, Cortázar, Borges… (Risas). La Argentina
es un país de grandes escritores. Y que en la literatura infantil y juvenil
argentina hay grandes escritores. No tengo nada que decir que sea negativo. Uno
puede decir que hay escritores que a veces publican por demás… Puede ser. Pero
uno entiende que si alguien vive de la literatura, está contemplado dentro de
lo que se hace para vivir. O escribir por encargo, o algo que no tenga la misma
calidad que otras cosas. Pero dentro de lo que se escribe por encargo, uno
encuentra cosas muy buenas.
EG: El regreso del fantasma de Gardel,
fue por encargo. Y los TNT. Norma
Huidobro me rogó que escribiera
un TNT Y escribí El misterioso campamentoen Maschwitz.
MM: ¿TNT qué significa?
EG: Tomás, Teo y Nina. Ese lo hice por encargo y me
divertí muchísimo. Ya estaba muy pautado. Los personajes, la estructura, y fue
una buena experiencia. Es interesante escribir por encargo, porque te obliga a
manejar reglas muy estrictas.
MM: Es como una consigna de taller, pero te la mandó la
editora. (Risas). ¿Y de la diversificación? Esa es una charla que tuvimos con
varios de los autores que han venido, o incluso fuera de estos encuentros. Hay
gente que se centra en dos o tres editoriales. Otros, como vos y yo, andamos
por varias. Origami se lo diste a Del
Náufrago, que es una editorial mínima. En
busca del cielo perdido a una un poquitito más que mínima que es Crecer
Creando. ¿Cómo manejás eso? ¿Por qué lo aceptás? Si sos un escritor que está en
Norma, en Alfaguara, podés decir que a Crecer Creando no le das una novela.
EG: Es como en el fútbol. Los equipos chicos tienen la
cosa de la camiseta. Norma o Alfaguara tienen el desafío de grandes
editoriales, un gran respaldo, venden gran cantidad de libros, están muy bien
organizados, pero a veces tienen criterios editoriales más estrictos. Me pasó
que me dijeran que la novela vino con una devolución de diez puntos, pero que
no va dentro del plan editorial. De hecho, tengo dos novelas finalistas en el
concurso de Norma, Fundalectura, y todavía no se sabe si las van a publicar. Y
las dos son finalistas.
MM: Porque no le ven el costado comercial…
EG: Claro. No entran dentro de “lo que se vende”. La
editorial grande tiene eso, que es respetable. Son grandes empresas que tienen
que sostener una estructura. Me parece que lo que tiene la editorial chica es
que te permite otro tipo de vínculo, otro tipo de trabajo, y otra libertad. “Yo
quiero escribir esto. Al que no le gusta… bueno…”. Estas editoriales permiten
que uno pueda escribir y publicar.
MM: Muy bien. Antes de despedirnos, ¿qué nos vas a
leer?
EG: Estoy escribiendo una trilogía policial. La primera
novela fue una de las finalistas. Esa novela se llamaba Muerte Súbita. Por el fútbol y por un asesinato. Es sobre la
explotación infantil.
Asistente: ¿Por qué Muerte Súbita se relaciona con el fútbol?
MM: Te lo explico rápidamente. En un tiempo ensayaron
que el alargue de los treinta minutos, cuando termina un partido, se cortaba
cuando había un gol. Entonces, como se cortaba ahí, era “muerte súbita”. El
nombre más elegante era “el gol de oro”.
EG: En la novela son las dos cosas. Hay un periodista
que denuncia una situación de explotación infantil en el fútbol y lo matan, y
es Muerte Súbita porque no te esperás quién es
la persona que organiza todo esto. Es como decir: “Vos te acostaste a
todos, es como la muerte súbita del fútbol”. Bueno, de esa trilogía que todavía
está en proceso de escritura, es sobre la trata de personas y no tiene título, este es el comienzo de la
novela. El primer capítulo… Ya lo corregí, además.
MM: Es inevitable.
EG: Se llama “Abril”, el primer capítulo. La vi por primera vez una tarde luminosa de abril. O por lo menos así lo recuerdo. Un recuerdo claro como la luz del otoño, a las tres de la tarde, en las cinco esquinas de Soler y Honduras. Claros como abril. Yo estaba tomando un café, leyendo a Cortázar, como también lo estaba leyendo el día en que conocí a Akemi, cuando los cerezos florecían en Tokio. Ella entró y todo el mundo dejó de hacer lo que estaba haciendo. Porque cuando apareció el tiempo se clavó a las paredes y todo se detuvo. Se quitó la campera y se sentó junto a la ventana. Justo frente a mí. Casi por reflejo pensé en cazar su alma solitaria. Abrí el cierre de mi bolso y metí la mano. Saqué la Nikon y apunté; pero justo en el momento en que estaba por gatillar ella puso un libro sobre la mesa. Moby Dick. No sé si por la luz de abril, por el aura de su presencia, o por el libro, sentí que fotografiarla sería imperdonable. Me levanté atrapado por el hechizo. Me acerqué y apoyé la cámara sobre su mesa.
-Puedes
llamarme Ismael –dije.
Sonrió con una
sonrisa quieta como la luz de otoño, a las tres de la tarde, en Palermo. Abrió
el libro y comenzó a leer. Yo volví a mi mesa, junté mis cosas, regresé y
también leí.
Así pasó la
tarde. Con palabras dichas sobre el papel. Habladas por otros que nos hablaban
y nos hacían hablar en silencio. A veces ella levantaba la vista y me descubría
mirándola, otras, de reojo me daba cuenta que ella me miraba. O nos
sorprendíamos observando, tras la ventana, las hojas arremolinadas por el
viento, entonces nos mirábamos y, enseguida, como si ese fuera el pacto,
volvíamos a los libros.
Sin que nos
diéramos cuenta las nubes cubrieron el cielo, las sombras se hicieron largas y
las luces del bar dieron por finalizada la tarde. Llamó al mozo; pero le dije
que yo la invitaba.
-Gracias.
–sonrió y guardó el libro. Se levantó y se puso la campera-. La próxima pago
yo.
“¿Próxima? ¿Si
ni siquiera sé tu nombre?”, pensé y me angustió la idea de no verla nunca más.
No habíamos hablado. No sabíamos nada el uno del otro. Sólo que a ella le
gustaba Melville y a mí Cortázar. Que amábamos los libros viejos, con olor a
librería con estantes de madera desvencijados por el peso de toneladas de papel
escrito y tiempo y tinta volcados en la escritura. Y eso era más que
suficiente. Quería estar con ella. Algo mágico había sucedido; pero si salíamos
juntos a la calle todo se echaría a perder. Cualquier movimiento fuera de lugar
arruinaría todo. Mis pasos tenían que tener la levedad de una grulla sobre la
nieve.
Me miró como
diciendo “¿no pensás hacer nada?” Cerró su campera y levantó las solapas. Se
colgó el bolso al hombro. Había olor a café. Los vidrios estaban empañados. Se
leían las letras al revés en la vidriera que miraba hacia la calle.
¿Adónde vas?
¿Te acompaño? Quise decir. Pero eran palabras torpes. ¿Cómo competir con
Melville y con Cortázar?
Caminó hasta
la puerta sin dejar de mirarme.
-Gracias
–murmuró y frené el impulso de levantarme, de abrazarla, de gritarle que se
quedara conmigo para siempre. Pero me había dicho gracias y eso significaba que
estaba bien así. Que la tenía que dejar ir. Tal vez algún día la ballena blanca
o el gato de Cortázar volverían a juntarnos. O no.
O no.
O no.
Como un eco el
dilema se repetía en mi cabeza. O no.
Salió del bar
y me sentí solo, como tantas otras veces. Con un silencio insoportable dando
vueltas. Me quedé mirando el vidrio empañado. Las letras al revés. Los coches
borrosos pasando por Coronel Díaz. Las sombras extinguiéndose en la noche
prematura. ¿Por qué no la había fotografiado?, aunque sea tendría el consuelo
de su imagen atrapada en píxeles. El destino me había dado la gracia de unas
horas de tregua; pero otra vez la realidad me empujaba al abismo. A la
desesperación.
De repente, la
puerta se abrió. Un aire frío se mezcló con el olor a café y todo el mundo dejó
de hacer lo que estaba haciendo. Una vez más el tiempo se clavó a las paredes y
todo se detuvo.
Se paró frente
a mí y casi susurrando me habló.
-Aunque
tentador, sería imperdonable dejar todo esto en manos del azar…
Quise
responderle en glíglico, para que
solo ella y yo entendiéramos, pero preferí no hacerlo por temor a que no
comprendiera. Saqué una tarjeta y se la di. Una tarjeta que tenía el logo de mi
estudio dibujado en letras de graffiti: LSH.
Bajó los ojos
y la miró. Vi sus párpados y sus pestañas. Lo único que recuerdo, de aquel
soplo de tiempo, fueron sus pestañas, cuando bajó los párpados para leer.
Guardó la tarjeta y antes de que volviera a salir le tomé la mano. Frené el
impulso de besarla, hubiera sido obsceno.
-No te vayas…
-Es tarde.
-¿Cuándo nos
vamos a ver?
-Ya no depende
del azar, ahora depende de mí.
Sonrió y se
soltó de mi mano.
-Por favor, no
te vayas.
-No puedo, es
tarde.
Antes de que
saliera del bar puede atajarla con una última frase.
-¿Cómo te
llamás? Aunque sea decime tu nombre.
Me miró.
Sonrió. Miró el almanaque que estaba tras el mostrador al lado del reloj y bajó
la vista. Vi sus párpados. Sus pestañas. Una vez más.
-Podés
llamarme Abril.
Salió. Me
quedé mirando el vidrio empañado. Las letras al revés. El olor a café. Los
coches borrosos pasando por Coronel Díaz. Las sombras largas extinguiéndose en
la noche prematura. Cerré el libro de Poe y lo guardé en mi bolso. Colgué mi Nikon al cuello. Cuando levanté la vista tuve que esquivar la mirada del mozo. “No
te entiendo”, imaginé que pensaba. Tomé la campera, calcé el bolso al hombro y
salí. Caminé por Soler. Lloviznaba. Los autos trazaban conos de luz el asfalto
brilloso. Saqué las llaves del bolsillo de mi campera y apreté el botón de la
alarma. Las luces de la camioneta parpadearon. Abrí la puerta y arrojé la
campera y el bolso en el asiento de atrás.
-¡Me van a
matar! ¡Ayúdenme! ¡Policía! ¡Policía!
Los gritos
fueron una bofetada. Levanté la vista. Alguien corría. La perseguían dos
hombres.
-¡Abril!
–grite y corrí hacia ella. Me esquivó. Quise frenar a sus perseguidores y me
interpuse; no duré mucho. Eran dos gorilas. Me empujaron como si se sacaran una
basurita del hombro. Caí de rodillas sobre el asfalto. Un auto negro frenó
demasiado cerca de mi frente. Me levanté. Salté hacia la vereda. Por reflejo
empuñé la Nikon y apunté como si fuera un fusil con mira telescópica. Empecé a
disparar. Los gorilas se abalanzaron sobre Abril. El coche paró y se abrió la
puerta trasera. La metieron a empujones. Los tipos treparon atrás. Los gritos
se acallaron al cerrarse la puerta, como si una campana de vidrio la asilara
del resto del universo. El auto negro arrancó a toda velocidad. Pensé en
perseguirlo pero era inútil, me llevaba ventaja y, además, mi camioneta era muy
vieja y jamás podría alcanzarlo. Ajusté el zoom y fotografié la patente. El
auto se esfumó en la noche. (Aplausos)
MM: Nos dejás con muchas ganas de seguir leyendo.
Asistente: ¿Es un papparazo?
EG: No, es un cazador de modas. Se llama headhunter Son
los que cazan moda callejera. Tienen un blog que se llama Blog de las almas
solitarias. Él fotografía esta escena por casualidad y después sigue.
MM: Bueno, ya lo leeremos. Acá los asistentes se
acercan para que firmes libros. Muchas gracias, Eduardo.
EG: Gracias a vos.
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