Cuando estalla la naturaleza

Una infancia llena de texturas, sabores, aromas, en la que explotan las imágenes de un mundo natural se hace poesía. Como cierre de la semana especial dedicada a Marosa di Giorgio por el décimo aniversario de su muerte, Libro de arena publica una nota de María Pía Chiesino a propósito de los temas y los personajes de la naturaleza que pueblan la escritura de la autora.


Por María Pía Chiesino


En “Señales mías”, el Prólogo a la edición definitiva de Los Papeles Salvajes, Marosa Di Giorgio nos indica a los lectores, algunos de los caminos a transitar cuando se recorre su poesía.
Menciona su nacimiento en Salto, los “campos con escarcha crecida”, a los que la llevan a los ocho días de vida, la casa grande y oscura de sus abuelos…
Desde ese comienzo, la poesía de Marosa se asocia permanentemente con los seres de la naturaleza que acompañaron su infancia. A veces se refiere a grandes árboles cubiertos de musgo. Otras, a flores pequeñas, mínimas como una violeta o una prímula. Puede hablarnos de animales grandes, bellos y poderosos, como un lobo o un caballo. Otras veces, por los versos se pasea un caracol de jardín, vuela una mariposa, asistimos al tejido de una telaraña frágil y perfecta (acaso emparentada con aquella de Emily Dickinson).
“Apenas rozado el umbral de la adolescencia, Dios me quitó el bosque. Y me trajo a la ciudad…” nos cuenta, antes de referirse a su niñez, como “la edad del bosque”.
La Guerra de los Huertos, publicado en 1971, reunía la obra de Marosa publicada hasta ese momento, y agregaba nuevos poemas.
Ese bello libro, publicado cuando la autora estaba cerca de cumplir los cuarenta años, es como toda obra de madurez, una condensación perfecta de su poética. Sobraban guerras grandes en el mundo. La guerra de Marosa se localizaba en el ámbito mínimo y familiar de una huerta.
Específicamente,  en el poema 20, hay  un hermoso pedido, (¿a Dios? ¿a la poesía?) , de retorno a la infancia.
Y como tal, los seres reales o imaginarios que poblaron su niñez, son aquellos que recuerda el yo lírico, en este hermoso poema en el que, por medio de la palabra, Marosa Di Giorgio busca recuperar los momentos más felices de su  “edad del bosque”:



Los choclos con arvejas dulces y con flores
los lirios de alas de oro
vuélveme al maizal de los colores,
la tarde con lobizones y con santos,
la banda de liebres por el aire,
las cigüeñas que venían a comer babosas en mi mano,
los animalitos transparentes, callejeros.
Déjame ser la niña adolescente,
con el cabello rubio a las espaldas,
y que pueda ir hasta la iglesia,
a ocultarme un ratito en el altar,
en las canastas de rosas, las abuelas.
Déjame ser como las liebres,
tener alas,
dormir con los ojos abiertos,
vuélveme al maizal de los colores.

Que pase el viento.

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