Un polaco inclasificable


Novelista y dramaturgo que incomodó a la sociedad de su época, esquivo a toda clasificación, en permanente búsqueda de una expresión que evadiera los límites de lo impuesto, Witold Gombrowicz propuso en la escena literaria un pensar irreverente. Entre sus textos figuran las novelas Ferdydurke, (1937), Los Hechizados, 1939, Transatlántico (1953), Pornografía (1960) y obras de teatro como Slub (La Boda), (1953), Yvonne, Princesa de Borgoña (1958). Y además dejó un texto muy interesante sobre la identidad argentina tal como la percibe su mirada en el ensayo Diario argentino publicado en 1968 por Sudamericana, al que vale la pena leer. Libro de arena publica una nota y un artículo periodístico en recuerdo del escritor de Varsovia que supo pasar una temporada en Buenos Aires.



Por Eugenia Avila

No soy especialista en teatro, artes escénicas, ni mucho menos literatura, y conocí a este autor, aunque me sonaba su nombre desde antes, gracias a mi primo. Así que esta es una nota personal. Los afectos nos llevan por caminos impensados. Es muy extraño cómo a veces una relación nos hace saber algo nuevo, algo a lo que no habríamos accedido a no ser por el cariño con que acompañamos a un ser querido en un emprendimiento o como en el caso de mi primo en su vocación. Diego Rozo es músico, se dedica a la percusión y cuando me enteré de que trabajaría en una puesta en escena supe que estaría primera haciendo la fila para oírlo. Y me emocioné más todavía cuando descubrí que se trataba de una obra de teatro basada en el texto de un escritor reconocido, de quien poco sabía y al que rápidamente quise conocer. Se trataba de la puesta Opereta, de Witold Gombrowicz, escritor polaco, que como tantos hombres europeos vinieron a estas tierras en busca de escenarios promisorios. Gombrowicz nació en una familia de nobles y estaba acostumbrado a una buena vida. El viaje que lo trajo a Buenos Aires, que tenía que ver con un paseo literario, se terminó extendiendo más de lo planeado por el estallido de la II Guerra Mundial. Esto lo hizo enfrentarse a varias penurias durante un tiempo, hasta que consiguió trabajar. Sus obras las fue escribiendo a escondidas durante las horas de trabajo, ese dato me pareció alucinante. Nadie lo recordará por su gris labor en el banco de Polonia, que lo refugió de la intemperie, en cambio, los escritos que salieron de las penumbras lo inmortalizaron. Después de ver Opereta, leí su primer texto, la novela Ferdydurke, que parece que ocasionó revuelo en su momento por las críticas políticas a la sociedad nacionalista de Varsovia. La visión del mundo que tenía este polaco era evidentemente conflictiva respecto de su época y su intención provocadora se refleja en cada texto suyo. En Opereta estallan todas las contradicciones de la sociedad moderna: la pugna constate entre moda y desnudez, libertad y reglas sociales, máscaras y deseo sensual acaban con el derrumbe de un reino imaginario (Himalay) a manos de una revolución. La puesta fue un homenaje en el centenario del nacimiento del autor, y recuerdo que fue muy buena y concurrida. De hecho, hubo notas periodísticas con buenas críticas y aquí  (a continuación) agrego una entrevista que le hicieron a su director. Yo por mi parte, además de recomendarla, volví a verla más de una vez y a aplaudir la propuesta que unía a Gombrowicz con el percusionista que me lo hizo conocer.

Entre la desnudez y la máscara
En Opereta, Witold Gombrowicz se entusiasmó con “la teatralidad ostentosa y la naturaleza esclerótica”, en palabras de Adrián Blanco, director de la puesta recién estrenada en Buenos Aires.
Por Hilda Cabrera


¿Cómo dirigir una obra de un autor con vocación de inoportuno como el polaco Witold Gombrowicz? En principio, aceptando sus disonancias. En Opereta, obra que acaba de estrenar el actor y director Adrián Blanco en el Club del Bufón (Lavalle 3177), lo festivo ocupa un lugar dominante. “Por momentos el ritmo es demencial y, en otros, shakespereano”, apunta Blanco, quien conduce aquí a un elenco de veinte actores y tres músicos en escena: Juan Ignacio Sicardi, en piano y guitarra, Jerónimo Naranjo en bajo y Diego Rozo en percusión. Los textos de Gombrowicz (1904-1969) son un reto y un anzuelo: incomodan y atrapan tanto a los lectores de sus novelas, cuentos, ensayos y artículos como a los espectadores de sus obras.
Escribió sólo tres piezas teatrales: Yvonne, princesa de Borgoña, de 1935 (que editó Talía en 1972, con prólogo de Jorge Lavelli, quien la estrenó en Buenos Aires); El casamiento, de 1945, montada en 1982 por Laura Yusem, y esta versión de Opereta, musical de 1958 que se ofrece los viernes a las 21 y sábados a las 22 en Del Bufón, donde se exhiben además algunas de las fotografías de la muestra realizada en el Centro Cultural Borges, bajo el título de El enigma de Gombrowicz y a propósito de los cien años del nacimiento de este escritor, el 4 de agosto de 1904. Egresado del Instituto Vocacional de Arte (Lavardén) y de la Escuela Nacional de Arte Dramático, Adrián Blanco se desempeñó como actor, entre otras obras, en Luces de Bohemia, Alma en pena, Caricias, El movimiento continuo, Un tal Macbeth y La historia del huevo, de la que es autor. Entre sus últimos trabajos como director figuran Despertate Cipriano, de Defilippis Novoa, y El Farmer. Rosas en el destierro, versión de Susana Nova sobre la novela breve El Farmer, de Andrés Rivera. En la producción de Opereta intervino el Instituto del Libro Polaco a través de un subsidio. En diálogo con Página/12, Blanco dice haber abreviado la obra respetando el contenido. “Gombrowicz la sitúa en tres épocas bien diferentes. Elige la opereta entusiasmado por su teatralidad ostentosa y su naturaleza esclerótica: no necesita ser coherente ni explicar los saltos en el tiempo. Le permite en cambio pasar en el carruaje más antiguo el contrabando más moderno. Se estaba refiriendo a las ideas.”
–Que eran expresadas de un modo particular, como decía cuando, sintiéndose molesto, observaba que se lo comparaba con otros autores. ¿Cuál es la idea base en Opereta?
–El conflicto entre la desnudez y la máscara. La dificultad del ser humano de asumirse tal como es. Una forma de simulación exterior es la vestimenta. Por eso, en esta puesta el desnudo cumple la función de enunciar la existencia del enmascaramiento social.
–¿Cómo influyó la escritura de este autor en intelectuales y artistas argentinos?
–En su período argentino sufrió la indiferencia de los intelectuales agrupados en torno de la revista Sur. Lo ralearon, pero él tampoco se esforzó por caerles simpático. No aceptaba el paternalismo intelectual y demostraba su bronca respecto de los aduladores borgeanos. Muchos le robaron ideas, acá y fuera del país. La película Prêt-à-porter, de Robert Altman, es en mi opinión una copia de Opereta, con personajes arquetípicos y contradicciones respecto de la vestimenta.
–Gombrowicz criticaba la oligarquía nacional tratándola de ignorante...
–Manifestaba gran sarcasmo hacia su europeísmo cultural. Lo escribe en Diario argentino (de 1957 y editado en castellano en 1968, traducido por el escritor mexicano Sergio Pitol). Se sorprendía ante la compulsión a mirar y copiar a Europa. Los artistas locales le resultaban inauténticos. Después se hizo amigo de algunos escritores, entre ellos Ernesto Sabato, autor del prólogo de la novela Ferdydurke. Gombrowicz comparaba a la Argentina con una masa que no llegaba a ser pastel.
–Una masa que sin embargo lo atraía...
–Porque era algo informe, inacabada... El relacionaba ese estado con la adolescencia, y le gustaba tener cabeza de adolescente, sentirse libre. Los intelectuales franceses lo calificaban de anarcoexistencialista. Arrastraba algo de aristocracia. Si bien provenía de una familia de terratenientes, acá fue un humilde más. Su vida en Buenos Aires transcurrió en una pensión de Venezuela y Perú, y obtuvo el reconocimiento de unos pocos.
–La historia de Opereta se desarrolla en un lugar imaginario, Himalay, donde el conde Agenor y el barón Firulet se disputan el amor de Albertina. ¿Qué modificó en esta puesta?
–Los sucesos de Himalay pueden transcurrir en la Argentina. La imposibilidad de concebirse sin máscaras es también un problema para los argentinos. Sitúo la acción en la década de 1990, aunque no lo explicito. La única referencia histórica es la inclusión de una marcha militar. Los personajes se encuentran al filo de la estupidez y del ridículo. Son también desopilantes, como los dos alumnos de la guerra de muecas de la novela Ferdydurke (de 1937), casi una guerra de galaxias. Los diálogos de Opereta tienen algo en común con los que idearon Los Melli (Damián Dreizik y Carlos Belloso) y los creadores del programa Todo por dos pesos. Eso de deleitarse con la pavada, con “no decir nada”. Gombrowicz pone en primer plano la estupidez con gran ingenio. Quiebra el lenguaje y se mantiene ambiguo, aun cuando en Opereta utiliza arquetipos. Es la escritura de un provocador, y eso, creo, lo mantenemos.

Extraído de: aquí

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