Personajes que encuentran autor
La tensión entre vivir y narrar tiene
muchas caras. En El
sobrino de Wittgenstein, de Thomas
Bernard se ficcionaliza acerca de la escritura de las memorias y experiencias
de tinte filosófico de Paul Wittgenstein, sobrino de Ludwig Wittgenstein, el conocido filósofo. El narrador nos cuenta que pese a su propia insistencia Paul finalmente
no consigue realizar ese pedido, aunque en su lugar sí aparecen otros escritos. Arrastrado por
la vida y su locura el pintoresco personaje vienés se convierte, sin embargo,
en una excusa perfecta para narrar.
“Un día, probablemente impresionado por
algunos de los relatos de su vida, siempre totalmente extraordinarios, le
propuse que se pusiera a escribir todo lo que me relataba, por decirlo así, con
tanta base filosófica, para que, con el paso del tiempo, no se perdiera. Pero
hicieron falta años para que lo convenciera de que escribiera así sus
experiencias y vivencias, que serían interesantes para todos. Para ello, me
dijo, después de haberse comprado un montón de papel, tendría que alejarse de
su entorno, es decir, de las garras de sus estúpidos parientes, enemigos del
arte y del espíritu, y como es natural también de todas aquellas mansiones de
los Wittgenstein, construidas contra el arte y contra el espíritu, y alquilar
en algún sitio, donde no pudieran descubrirlo, una habitación para ese fin. Y
así fue como alquiló una habitación en un pequeño hostal de las afueras de
Traunkirchen. Pero ya después del primer intento abandonó. Más tarde, de
pronto, medio año antes de su muerte, contrató efectivamente una secretaria
para dictarle, por decirlo así, su curiosa existencia. Pero aunque solo sea
porque, por sus circunstancias vivía de una forma tan extraordinariamente
apretada en los últimos años de su vida, ese intento fracasó naturalmente de
forma más o menos lamentable. A esa
secretaria, como me consta por ella misma y por Paul, le había prometido una fortuna si le dejaba dictarle su
curiosa existencia, una riqueza inmensa, porque Paul estaba seguro de que sus torpes memorias según él, tendrían un
inmenso éxito mundial. Después de todo, termino diez o quince páginas. En el
fondo, probablemente, no estaba en absoluto equivocado al creer en ese éxito
inmenso, según sus propias palabras, porque un libro así hubiera podido tener
realmente ese éxito inmenso, ya que habría sido, sin duda, verdaderamente lo
que se llama único, pero no era hombre capaz de aislarse totalmente un año, al
menos con ese fin. Sin embargo es una pena que no haya fragmentos así de él. Los Wittgenstein sólo pensaban
siempre en millones cuando se trataba de sus negocios, y era totalmente natural
que también Paul, su oveja negra, pensase en millones con respecto a su dictado
impreso. Escribiré unas trescientas páginas, decía, y no será difícil encontrar
editor. Él pensaba que yo haría llegar su manuscrito al editor adecuado. Debía ser un relato de su
vida totalmente filosófico, no algo disparatado como lo expresaba él. Realmente
lo veía muy a menudo con papeles bajo el brazo en los que tenía ya algo
escrito, y la verdad es que sería muy posible que hubiera escrito realmente más
de lo que queda aún, y que incluso en alguno de sus muchos ataques hubiese
aniquilado incluso partes bastante grandes de algún manuscrito, en un estado de
autocrítica absoluta, como estado de ánimo; eso, por lo que yo sé de él, sería
incluso de lo más natural. O que lo que hubiera escrito se hubiera perdido de
otra manera, por decirlo así, de una manera antiartística y antifilosófica, y
hubiera sido hecho desaparecer, como suele decirse. Porque resulta difícil
imaginarse que se ocupara por lo menos durante dos años, de las mismas diez o
doce páginas y anduviera con ellas de un lado a otro por Viena, y a orillas del
Traunsee. Entre amigos decía que,
cuando estaba otra vez en forma, era
mucho mejor escritor que yo, a quien sin duda admiraba, pero que sin embargo no
estaba a su altura, decía que yo había
sido sin duda su modelo, tanto
literario como también filosofante,
pero él hacía tiempo que había ido más allá de mí y de mi pensamiento, desde
hacía ya mucho tiempo se había hecho
independiente y me había dejado atrás. Cuando publicara su libro, el mundo
literario, según él, no saldría de su asombro. Finalmente, hacia el final de su
vida, es decir, en su mayor penuria como escritor, compuso, porque
indudablemente le resultaba más fácil
que escribir prosa, y por decirlo así, a la pata la llana, varios poemas
rimados cuya locura e ingenio hacían realmente reír. Él mismo, la mayoría de
las veces cuando estaba a punto de ser internado de nuevo en alguno de sus
manicomios, leía en alta voz, a quien fuera, el más largo de esos poemas bufos.
Existe lo que se llama una cinta magnetofónica de ese poema, que tiene por tema
a él mismo y el Fausto de Goethe, y quien lo oye recitar se siente sumamente
divertido y profundamente conmovido. Podría contar ahora anécdotas de Paul, no
sólo hay cientos sino miles centradas en él, y en la llamada alta sociedad de
Viena que fue la suya y que, como es sabido, vive desde hace siglos de
anécdotas y de nada más…”
Fragmento de: El sobrino de Wittgenstein
Thomas Bernard
Barcelona, Anagrama, 1999
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