120 años del nacimiento de Leopoldo Marechal

Hoy se cumplen 120 años del nacimiento de Leopoldo Marechal. Como él mismo le dice a Alfredo Andrés, en el ya clásico Conversaciones con Leopoldo Marechal: "Según el acta 1907 (tomo 4 A) de la sección 5º, nací el 11 de junio de 1900 en la calle Humahuaca 464 de la ciudad de Buenos Aires, en el Barrio de Almagro. A fin de disipar cualquier ilusión acerca de mi generación espontánea, el acta me dice hijo de don Alberto Marechal, uruguayo del Carmelo, y de doña Lorenza Beloqui, argentina y porteña". 
Fue narrador, dramaturgo y poeta. Después de la "muerte civil", (así la llamaba), posterior al golpe de 1955, Marechal volvió a publicar en 1966. Ese año se editaron su novela El banquete de Severo Arcángelo y su poemario Heptamerón. Para recordarlo hoy elegimos "Descubrimiento de la Patria" publicado en ése último libro.



Por María Pía Chiesino

La primera vez que leí este poema de Marechal, tenía poco más de veinte años.  Los tempranos ochentas no eran buenos años para la patria
Éste poema se leía en voz no muy alta, en reuniones con poca gente  y de confianza. Había que animarse a mostrar que se  tenía  en la biblioteca el Heptamerón, que estaba prohibido por la dictadura. 
Me acuerdo de la primera impresión que tuve al leerlo. Fue un deslumbramiento por la potencia de las metáforas. Ese  “dolor que no tiene bautismo”,  en un libro de 1966,  y en la voz de un poeta que había sido condenado al ostracismo, tenía mucha fuerza y remitía a los dolores del presente. 
Lo releo ahora, tantos años más tarde,  y me conmueve la capacidad de la voz poética para desdecirse de la primera afirmación. Cuando a pesar de lo que dijo unos versos antes, intenta una primera definición de la patria frente a esos inmigrantes, “con ojos de ultramar”.  Se interna en una generalización, (si se quiere, en una soberbia) sobre la que después  vuelve y reflexiona.
Porque él  también es hijo de inmigrantes. No sabe mucho más acerca de la Patria, que lo poco que saben las primeras generaciones de argentinos. Siempre pienso en esa mención que hace acerca de Maipú. Como hijo de inmigrantes, solamente pudo haber conocido  esa batalla en la escuela. 
Como poeta adulto, peronista, exiliado en su propio país, se  reconoce en  esa historia y la entronca con la realidad de una Patria, que no termina de afirmarse como tal. 
La Patria es una niña. Ese es el gran “descubrimiento” del título. No es una madre a la que se le pide nada. Tampoco una novia o una hermana. Es una niña y hay que cuidarla y ayudarla a crecer. Y a que crezca feliz. 
En el contexto del aislamiento en el que vivía desde 1955, esa visión de una patria niña no deja de ser optimista. Marechal no se resigna a que todo se haya terminado. De ninguna manera. 
En la Patria, todo está por hacerse.  Por eso  no puede afirmarse que es  solo una infancia inocente, ya que inevitablemente hay que asociarla con los metales de la  guerra, necesarios para vestirla.
Se trata de una patria en construcción. Cuando habla del tema con otros  hombres, el poeta se siente incomprendido. No lo entienden los trabajadores que apisonan adoquines, ni los hombres que hacen cuentas en el Mercado de Lanas…
La Patria, en este poema, es  un dolor presente, y es un futuro desconocido.  Pero no se trata de un dolor inútil sino del que es  inevitable y acompaña a  todo crecimiento. 
Por eso, pienso, cierra su poema diciendo que no volverá a mencionarla. Porque antes que hablar de la Patria, hay que ayudar a construirla.


Descubrimiento de la Patria, por Leopoldo Marechal

 1
Dije yo en la ciudad de la Yegua Tordilla:
“La Patria es un dolor que aún no tiene bautismo”.
Los apisonadores de adoquines
me clavaron sus ojos de ultramar;
y luego devoraron su pan y su cebolla
y en seguida volvieron al ritmo del pisón.

2
¿Con que derecho definía yo a la Patria,
bajo un cielo en pañales
y un sol que todavía no ha entrado en la leyenda?
Los apisonadores de adoquines
escupieron la palma de sus manos:
en sus ojos de allende se borraba una costa
y en sus pies forasteros ya moría una danza.
“Ellos vienen del mar y no escuchan”, me dije.
“Llegan como el otoño, repletos de semilla,
vestidos de hoja muerta.”
Yo venía del sur en caballos e idilios:
“La Patria es un dolor que aún no sabe su nombre”.

3
Una lanza española y un cordaje francés
riman este poema de mi sangre.
Yo también soy un hijo del otoño
Que llegó del oriente sobre la tez del agua.
¿Qué harían en el sur y en su empresa de toros
un cordaje perdido y una lanza en destierro?
Con la virtud erecta de la lanza
yo aprendí a gobernar los rebaños furiosos;
con el desvelo puro del cordaje
yo descubrí la Patria y su inocencia.

4
La Patria era una niña de voz y pies desnudos.
Yo la vi talonear los caballos frisones
en tiempo de labranza,
o dirigir los carros graciosos del estío,
con las piernas al sol y el idioma en el aire.
(Los hombres de mi estirpe no la vieron:
sus ojos de aritmética buscaban
el tamaño y el peso de la fruta.)

 5 
La Patria era un retozo de niñez
en el Sur aventado, en la llanura
tamborileante de ganaderías.
Yo la vi junto al fuego de las hierras:
estampaba su risa en los novillos;
o junto al universo de los esquiladores,
cosechando el vellón en las ovejas
y la copla en las dulces guitarras de septiembre.
(No la vieron los hombres de mi clan:
sus ojos verticales se perdían
en las cotizaciones del Mercado de Lanas)

 6
Yo vi la Paria en el amanecer
que abrían los reseros con la llave
mugiente de las tropas.
La vi en el mediodía tostado como un pan,
entre los domadores que soltaban y ataban
el nudo de la furia en sus potrillos.
La vi junto a los pozos del agua o del amor,
¡niña y trazando el orbe de sus juegos!
Y la vi en el regazo de las noches australes,
dormida y con los pechos no brotados aún.

7
Por eso desbordé yo mi copa de tierra
y un cachorro del viento pareció mi lenguaje.
Por eso no he logrado todavía
sacarme de los hombros este collar de frutas,
ni poner en olvido aquel piafante
cinturón de caballos
ni esta delicia en armas que recogí en Maipú.

8
Guardosos de semilla, vestidos de hoja muerta,
los hombres de mi clan ignoraron la Patria.
Con el temblor sin sueño del cordaje
la descubrí yo solo allá en Maipú.
Y, de pronto, en el mismo corazón de mi júbilo,
sentí yo la piedad que se alarmaba
y el miedo que nacía.
“La Patria es un temor que ha despertado”,
me dije yo en el Sur y en su empresa de toros.
“Niña, y pintando el orbe de su infancia,
en su mano derecha reposa la del ángel
y en su izquierda la mano tentadora del viento.”

9
Tal fue la enunciación, el derecho y la pena
que traje a la Ciudad de la Yegua Tordilla.
Y así les hablé yo a los inventores
de la ciudad plantada junto al río
y a sus ensimismados arquitectos
o a sus frutales hombres de negocio.
“La Patria es un dolor en el umbral,
un pimpollo terrible y un miedo que nos busca:
no dormirán los ojos que la miren,
no dormirán ya el sueño de los bueyes”.
(Los apisonadores de adoquines
masticaban su pan y su cebolla.)

10
Y así les hablé yo a los albañiles:
“La Patria es un peligro que florece:
niña y tentada por su hermoso viento,
necesario es vestirla con metales de guerra
y calzarla de acero para el baile
del laurel y la muerte”.
(Los albañiles, desde sus andamios
hacían descender cautelosas plomadas.)

11
Y dije todavía en la Ciudad,
bajo el caliente sol de los herreros:
“No sólo hay que forjar el riñón de la Patria,
sus costillas de barro, su frente de hormigón:
es urgente poblar su costado de Arriba,
soplarle en la nariz el ciclón de los dioses
la Patria debe ser una provincia
de la tierra y el cielo”.

12
Me clavaron sus ojos en ausencia
los amontonadores de ladrillos.
Los abismados hombres de negocio
Medían en pulgadas la madera del norte.
Nadie oyó mis palabras, y era justo:
Yo venía del Sur en caballos y églogas.

13
Y descubrí en mi alma: “Todavía no es tiempo:
No es el año ni el siglo ni la edad.
La niñez de la Patria jugará todavía
más allá de tu muerte y la de todos
los herreros que truenan junto al río.”

14
La Patria no ha de ser para nosotros
una madre de pechos reventones;
ni tampoco una hermana paralela en el tiempo
de la flor y la fruta;
ni siquiera una novia que nos pide la sangre
de un clavel o una herida.

15
Yo la vi talonear los caballos australes,
niña y pintando el orbe de sus juegos.
La Patria no ha de ser para nosotros
nada más que una hija y un miedo inevitable,
y un dolor que se lleva en el costado
sin palabra ni grito.

16
Por eso, nunca más
hablaré de la Patria.


Heptamerón
Leopoldo Marechal
Sudamericana, 1966.

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