La función de los epistolarios en la construcción histórica
Es innegable que además de los textos, que nos cuentan la vida
de grandes figuras del pasado, la historia la construyen día a día las
personas comunes. Los epistolarios son una buena herramienta para
rastrear, en anécdotas cotidianas, las huellas de la "historia grande"
en la que están inmersas las personas que las firman. En esta nota,
Belén González hace una interesante aproximación a ese tema.
Por Belén González
Hay evidencia de intercambios epistolares desde la Antigüedad, pero fue a partir del siglo XVII que aparece la carta como manifestación de la privacidad de un sujeto que se la transmite a otro. Este hecho está relacionado con el ascenso de la burguesía y la construcción del sujeto que acompaña dicho proceso, siendo la epístola el medio privilegiado para manifestar y consolidar esta noción. En el ámbito femenino, la carta se vuelve prácticamente el único recurso para expresar ideas, opiniones y sentimientos, inmersas en una sociedad profundamente patriarcal.
A partir de las últimas décadas la correspondencia cobró un nuevo interés como objeto de estudio de los individuos y las sociedades. Hoy este tipo de fuentes son consideradas documentos insoslayables para conocer y ampliar las complejidades de la vida política, social y cultural de las distintas comunidades, ya que las propias características de la escritura epistolar permiten fijar ciertos elementos de la micro-historia que la memoria tiende a confundir, seleccionar, borrar u olvidar. También permiten un mirada basta de los acontecimientos ya que incluyen perspectivas de todas las clases sociales, posiciones políticas, costumbres, etc.
¿Verdad absoluta?
Normalmente pensamos que las cartas de un sujeto evidencian claramente su mentalidad, sentimientos, motivaciones, etc. Pero se deben tener en cuenta algunas cuestiones al momento de enfrentarse a este material: por un lado, la publicación de los epistolarios implican necesariamente un recorte del corpus. ¿Cuáles son las misivas más relevantes y cuáles no? Aquí entra en juego el papel del editor y, dentro de la misma línea, siempre existe la posibilidad de que, en un futuro, aparezca una nueva correspondencia que modifique en gran medida la información recabada hasta entonces. El papel de editor es doble ya que elimina contenido (selecciona las cartas) pero también lo agrega reponiendo información de la comunicación que no siempre está explícita (lugar y tiempo, motivación para escribir, interpretaciones, etc.) para que el lector pueda entender la situación comunicativa. Ese paratexto se suele tomar como verdadero y no está exento de implicar errores.
Por otro lado, muchos epistolarios suelen ser monólogos de una sola persona con el fin de preservar la privacidad de sus destinatarios ya que la mayoría de las veces no son figuras públicas. Esta ausencia de correspondencia entre los protagonistas de la comunicación puede inducir a errores de interpretación.
También cabe el estudio de la correspondencia en sí misma: la caligrafía, el papel, los elementos utilizados, entre otras cosas que enriquecen la mirada en el análisis de las comunidades y los individuos que las integran, y muchas veces se encuentran ausentes en las publicaciones, que por cuestión de espacio y costos, solo muestran las transcripciones. ¿Por qué puede ser importante encontrarse con el objeto en sí? La carta solo existe cuando hay una distancia, en la gran mayoría de los casos geográfica, entre los sujetos de la comunicación. Para acortar esa brecha, el remitente puede dejar signos corporales para hacerse, de alguna manera, presente ante su destinatario. Estas marcas físicas van desde la caligrafía, la firma, el doblez del papel, etc. Esto se exacerba en el caso de las cartas de amor que suman besos, recortes de pelo, perfumes y fotos.
Teniendo en cuenta esta salvedades, hoy el ámbito científico considera la correspondencia como un documento imprescindible para conocer el mundo interior, concepciones, motivaciones de un sujeto y las circunstancias sociales, culturales, económicas y políticas en las que trabajó. El mejor ejemplo del valor que tienen son nuestras propias cartas, que preservan en el tiempo nuestra memoria personal y social.
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