Frankenstein desencadenado, de Brian Aldiss

Hoy se cumplen 95 años del nacimiento de Brian Aldiss, uno de los más importantes escritores ingleses de ciencia ficción. Lo recordamos con un fragmento de su novela, Frankenstein desencadenado, en la que a través de la intertextualidad, homenajea la obra de Mary Shelley, que acaso sea el texto fundante del género. En agosto de 2020, el científico Joseph Bodenlad viaja en el tiempo y el espacio y llega a la Suiza de 1815. Allí conoce a Frankenstein y su criatura, por un lado, y a Lord Byron; Percy y Mary Shelley por otro. Un texto en el que se mezclan los planos de la historia y la literatura, en el mes que dedicamos a la ciencia ficción.


Frankenstein desencadenado (fragmento Segunda parte- Capítulo ll)


“El bote de Frankenstein echó amarras en Plainpalais, del otro lado de la dormida Ginebra. En mi época ese sector formaba parte del centro de la ciudad. Ahora era apenas una aldea, y en el momento en el que llegábamos, cuatro pequeños veleros de velas colgantes y remos replegados, zarpaban de un diminuto muelle de madera. 
Pedí al botero que aguardase y seguí a Frankesntein a cierta distancia. ¿Puedes imaginarte la emoción que me embargaba? Supongo que no, pues los sentimientos que yo tenía entonces me parecen ahora inescrutables, tan poseído estaba por las eléctricas vibraciones del momento. Mi yo superior se había hecho cargo de la situación, resultado de la conmoción temporal, si así quieres llamarla; pero yo, yo me sentía en presencia del mito, y por asociación, ¡me aceptaba a mí mismo como ser mítico! Es una impresión de verdadero poder, te lo aseguro. La mente se simplifica, la voluntad se fortalece. 
Frankenstein, el Frankenstein, caminaba a prisa, y yo lo seguía al mismo ritmo. Pese a la profunda calma de la noche, en el horizonte centelleaban relámpagos.. Horizonte puede ser una palabra adecuada en Texas, perono lo es para describir el panorama que se extiende más allá de Plainpalais, pues allí el horizonte incluye el Mont Blanc, la montaña más alta de los Alpes,  o de toda Europa. Los relámpagos trazaban intrincadas figuras en la cumbre, que parecía cada vez más clara y brillante, a medida que las nubes avanzaban ocultando la luna. Al principio, eran relámpagos silenciosos, casi furtivos; pero después retumbaban los truenos. 
Los truenos contribuían a disimular el ruido de mis pasos. Ahora ascendíamos por un empinado camino de montaña y si no quería perder a mi presa, el silencio me era imposible. De pronto, Frankenstein se detuvo en un montecillo y llamó a voces, tal vez no sin un toque de dramatismo, característico de su edad. 
-¡William, adorado hermanito! ¡Aquí, en este lugar fuiste asesinado, aquí fue profanada tu tierna inocencia! – Alzó las manos y dijo en tono aún más sobrio: - Y la culpa recae sobre mí… Los brazos le colgaron a los costados. 
(…) 
Empezaron a caer  gruesas gotas de lluvia. Recordé que en los lagos suizos las tormentas  suelen desencadenarse repentinamente, como convocadas a la vez desde todos los confines del cielo. El trueno rugió por encima de nuestras cabezas y el agua de los cielos se derramó a raudales. 
(…)
Iba gritando a voz en cuello. Mucho de lo que decía era inaudible  en medio de aquella barahúnda, pero en un momento, cuando trepábamos por una senda escarpada, y no había entre nosotros más de cuatro metros, le oí pronunciar nuevamente el nombre de William. 
-¡William, angelito adorado! ¡He aquí tu funeral, he aquí tu canto fúnebre!
Vociferando siempre llegó con paso vacilante a terreno más llano. Estaba yo a punto de dejar el escondite de una roca para ir detrás de él, cuando lo vi detenerse horrorizado y alzar un brazo involuntariamente, como protegiéndose de algo. 
(…)
Frankenstein retrocedía, boquiabierto, siempre con el brazo levantado. Estaba bastante cerca como para que yo pudiera ver la lluvia que le bañaba copiosamente el rostro. De pronto, un relámpago lo iluminó de cuerpo entero. Frente a él, por entre un grupo de escuálidos pinos, emergió una figura monstruosa. 
No era un oso. Tenía en realidad formas humanas, pero era de estatura gigantesca, y no había nada de humano en el modo en que apareció de pronto, adelantándose entre los árboles. Un nuevo relámpago restalló en los cielos. , acompañando por el enorme estruendo de un trueno. ¡Yo tenía ante mí al monstruo de Frankenstein!
(…) 
Presa de un terror extremo, caí de rodillas sin dejar de mirar al monstruo, sin atreverme siquiera a pestañear, a pesar de que la lluvia me caía a raudales por la frente y sobre los ojos. 
Hubo un nuevo relámpago en el cielo. Frankenstein había saltado hacia atrás, buscando apoyo en el tronco de un árbol; la cabeza le colgaba a un lado como si estuviese a punto de desmayarse. El monstruo, la criatura que él había creado, avanzaba hacia él a grandes zancadas. Y de pronto, otra vez la oscuridad.
Luego, nuevos relámpagos. La gigantesca figura acababa de pasar junto e Frankenstein, como si este no existiera. Pero ahora venía hacia mí…”


Frankenstein desencadenado
Brian W. Aldiss
Minotauro, 1977.

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