La ciencia detrás de la ciencia ficción

Seguimos con la ciencia ficción, nuestro tema del mes. Hoy, con una nota de Belén González en la que reflexiona sobre las características generales del género y acerca de cuánto de ciencia hay en la ciencia ficción.


Por Belén González


La ciencia ficción es un género que se destaca por la imaginación. No podemos predecir nada de lo que vayamos a encontrar en este tipo de narrativas: pueden aparecer varios mundos, catástrofes, mutantes, extraterrestres, robots; además de las variaciones temporales y los personajes que pueden ser de lo más diversos.

Las claves de la literatura de ciencia ficción son:

  • La creación de un mundo ficticio
  • El uso de la tecnología, ciencia o cambios en la realidad muy profundos
  • Base científica (ya veremos que no se cumple en todos los casos)
  • Coherencia
  • Y que invita a la reflexión

Dentro de estos puntos sin duda el más importante es el papel que ocupa la tecnología/ciencia: esta debe ser central en la trama. Si la eliminamos y nada cambia, no es ciencia ficción.

Si no existe el género sin acontecimientos científicos, podríamos preguntarnos cuánto hay de ciencia real en este tipo de narrativas. Aquí se abre la verdadera grieta del género, con dos bandos:

Los autores que basan sus historias en conceptos científicos reales que, aunque su desarrollo no sea realmente materializables en el momento de escribir la historia, sí es factible que suceda en un futuro. Sus relatos suelen ser una excusa para desarrollar esa tecnología que imaginaron y explicarnos la ciencia que la funda. A este grupo se le suele llamar ciencia ficción dura. Muchos de estos autores pertenecen ellos mismos al campo científico: son matemáticos, ingenieros, sociólogos, etc.

Pertenecen a este grupo Carl Sagan, Julio Verne, H. G Wells, Arthur C. Clarke y Ray Bradbury. Asimov ha mantenido el rigor científico en novelas donde se narran los aspectos más controvertidos de la ciencia-ficción: en Los Propios Dioses, describe de una forma muy completa y filosófica a alienígenas. O en El fin de la Eternidad se relatan los viajes en el tiempo con una base relativista e introduciendo el concepto de campo temporal, haciendo hincapié en su uso preventivo y en la paradoja de encontrarse a sí mismo en el pasado (muy importante si queremos entender algo de la serie Dark).

Es realmente destacable el trabajo de Isaac Asimov, que además de escritor, fue un acreditado divulgador científico. Todas sus novelas se basan en teorías científicas reales, más allá de que muchas veces se aplican a inventos o situaciones impensables en el momento de crearlas.

En la otra esquina se encuentra, por supuesto, la denominada ciencia ficción blanda. Y es, en algunos puntos, lo contrario de la anterior. Los inventos científicos no tienen correlato con el mundo real y difícilmente puedan llegar a existir en algún momento. No existe el fundamento científico. En estas tramas, importa más la historia alrededor de la ciencia que ella en sí misma. Ejemplos son las obras de los autores como Pierce Brown, Ernest Cline y Ann Leckie.

También se puede recorrer el camino inverso: que el campo científico tome conceptos de la ciencia ficción para generar hipótesis de trabajo. Es el caso del concepto robot de las novelas de Asimov y Arthur C. Clarke.

Tal vez el ejemplo más renombrado sea De la Tierra a la Luna de Julio Verne, quien, en 1865, describió como tres hombres viajan de Florida hasta la Luna. Aproximadamente 100 años después, esta historia se volvió realidad gracias a la investigación y los avances científicos.

Entonces, ¿cuánto de ciencia tiene la ciencia ficción? Depende del autor y la finalidad que persiga, pero en cualquier caso, sigue siendo un género que dispara nuestra imaginación más que cualquier otro.

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