Laura Ávila: “En nuestro país hay mucho racismo y la gente se niega a hablar de eso. La literatura es un buen camino para empezar a conversar”
En esta segunda parte (segundo zoom) de la entrevista virtual, seguimos conversando del recorrido de Laura en la literatura infantil y juvenil, su especialización en los temas históricos, sus gustos de lectura, de la influencia que tuvo en su forma de escribir el haber estudiado Cine en el IDAC de Avellaneda, además de otra influencia muy anterior, por cierto maravillosa, de una maestra, la seño Carmen, ¡que estaba presente en la sala! Imperdible.
Mario Méndez: Bueno, después de “La rosa del río”, el que continúa es “El pan de los patricios”, una novela publicada por Edebé que tiene unas ilustraciones muy particulares, ¿verdad?
Laura Ávila: Sí. Ese libro fue muy mágico, porque yo lo estaba escribiendo cuando trabajaba en la productora de Lita Stantic, como conté antes. Lo escribía en mis momentos libres y no tan libres. Estaba enamorada del libro y escribía todo el tiempo. Y con ese libro pude salir un poco, pude zafar del mundo de las productoras de cine, y me puse a escribir ficción histórica. Me encanta porque está ilustrado por mi hermana Cristina. Fue su primer trabajo de ilustración. Después ella no quiso seguir publicando, pero es un libro entrañable para mí, porque lo empecé a escribir en el año en que nació Ciro, que es mi sobrino, su hijo… Pasaron una serie de cosas que hacen que ese libro sea un recuerdo hermoso para mí. Y es ahí donde aparece el primer registro de Mariano Moreno en mi literatura. El capítulo 9 se llama “El revolucionario”, aparece él en su despacho. Lo amamos a Mariano Moreno.
MM: Seguro. Bueno, ya que hablaste de Mariano Moreno, y rompiendo el orden cronológico, pero no importa mucho porque es una charla, acá tengo “Moreno”, uno de los libros de Laura que a mí más me gusta. Este es un guion publicado por la editorial Edelvives, en su colección juvenil Alandar. Yo no sé si hay otro guion publicado en una colección juvenil, se lee como una novela y es una maravilla. Merecería ser filmado, para eso fue escrito. Me gustaría que cuentes cómo es que surge la idea, y como hiciste para que te acepten la idea en el mundo editorial.
LA: En realidad, yo estaba escribiendo este guion en la época de la que les estaba hablando antes, la de Lita Stantic. Yo quería hacer una película con esto, pero es carísimo hacer una película histórica en Argentina. Traté de hacerla con la mejor productora, que es Lita, la que produjo “Camila”, para que hiciera esta película. En ese momento, en 2008, ella se la llevó a Tristán Bauer, que estaba en Canal Encuentro y en Canal 7, para ver si podían producirla ahí. Porque es un guion que necesita producción nacional. Es muy difícil que venga gente de afuera a poner plata en un proyecto así. Y cuando lo presentó, Bauer le dijo que ya tenían en preproducción otras dos películas: una era “Belgrano”, y la otra era “Revolución”, la de San Martín. Las que vimos el otro día en el ciclo de cine de Hebraica. Así que le dijo que si era un documental estaba todo bien, pero que si era una ficción no, porque ya tenían esas dos. Lo que pasó fue que para el Bicentenario terminaron haciendo cosas sobre Belgrano y San Martín, y no de próceres distintos, como Mariano Moreno. Así que agarré mi guion, me lo quedé para mí, y lo guardé en un cajón. Y un día estaba en la Feria del Libro, firmando “El fantasma del aljibe”, vino un muchacho que era inglés pero que hablaba con acento de Barcelona y nos pusimos a charlar. Me dijo que era guionista, le dije que yo también, y empezamos a hablar de Mariano Moreno. Él lo citaba de memoria. Y era David Morrison, el editor de Edelvives Latinoamérica. Y él quiso que se publicara como guion, porque también es guionista. Así que empezamos a trabajar con Natalia Méndez, a la que le mandamos un beso porque me tuvo mucha paciencia. Es difícil editar, ya de por sí. Más aún editar un guion. Hay un pacto ahí, que tiene que ver con lo que se ve y con lo que se escucha, que es muy difícil de editar. Porque no es una novela, pero tenía que quedar grácil a la lectura. Estuvimos trabajando siete meses en la edición de este libro, y la verdad es que quedó bastante bien. Yo lo leo hoy y me sigue gustando. Cosa rara en mí que soy bastante hincha con eso.
MM: Quedó muy bien, y está buenísimo que te guste, porque realmente logra que se lea con esa gracilidad que decís, o que fluya como una novela. Y se permite algunos momentos (tengo que decirlo porque me encanta) de la intimidad de Mariano Moreno, la primera noche de su intimidad con María Guadalupe, que es muy jovencita… es muy graciosa. No se las voy a spoilear, pero cuando en el ciclo de cine hablamos de desacartonar, no hay nada más desacartonado que la primera noche nupcial de Mariano Moreno y María Guadalupe Cuenca.
LA: Esa escena que viste tiene más de veinte años; empecé a escribir ese libro a los diecisiete, así que tiene mucha elaboración, mucho trabajo.
MM: Bien. Voy a hacer un salto, porque perdí el orden cronológico que ya les dije que no me importaba, así que elijo los libros que tengo acá. Hay un momento muy importante en tu historia como escritora, es cuando ALIJA te da el premio por la novela “La sociedad secreta de las hermanas Matanza”, en la que otra vez vuelven niños y adolescentes protagonistas, y donde el eje es el pueblo afrodescendiente. Son las hermanas Matanza y un chico, Marcelino, que son negros. ¿Cómo surge la idea de esta novela de las hermanas Matanza (que se parecen bastante a las Ávila), y cómo fue para vos recibir este primer premio?
LA: Carolina Tosi, que era mi editora en Edebé y a la que le mandamos un beso, fue la que me avisó que había ganado este premio. Yo estaba re contenta. No lo podía creer. Que a alguien, fuera de mi familia, le gustara un libro mío. Después de “La rosa del río”, empecé toda una investigación. Quería saber qué había pasado con los argentinos afro. Y así nacieron las hermanas Matanza. María del Carmen Caeiro, que era también mi editora en Edebé, me pidió un libro pero me dejó escribir acerca de lo que yo quisiera. Porque siempre estaba el tema de las efemérides, que debo admitir que me molesta bastante. “Las Matanza” no tiene relación con una efeméride, es un libro de ficción histórica clásico. Una novela histórica. Y a mí me interesaba contar específicamente esto: que los afrodescendientes seguimos vivos hoy, que no murieron todos en la guerra del Paraguay, ni en las batallas de la independencia, ni por la fiebre amarilla. Sigue habiendo afrodescendientes. Y esta historia sucede, expresamente, después de todo eso. Para mostrar que seguía y que sigue habiendo gente negra en el país. Después hice un curso de candombe en el Rojas, con la agrupación Misibamba y con Pablo Cirio, que es un investigador de lo afro. Con él y con Misibamba empecé este camino de registrar nuestra raíz afro. En este país hay mucho racismo y la gente se niega a hablar de eso. Entonces me parece que un buen camino para empezar a conversar es la literatura, y sobre todo la literatura para los chicos. Porque si una no pone sobre el tapete esto desde la temprana infancia, ¿cuándo lo va a hacer? Cuando yo lo escribí, quería contar una historia que pasaba en mi casa, con mis hermanas. Pero todo eso otro, lo que me estaba pasando mientras investigaba, vino acompañando la historia del libro.
MM: ¿Vos sentís, Lau, que el presente se mete en la historia cuando estás escribiendo narrativa?
LA: Sí, porque lo que yo escribo tiene que ver con cosas que suceden hoy. En realidad, todos los temas de mis libros hablan del presente. Que la anécdota suceda en el pasado me sirve porque puedo tomar aliento y distancia de ese evento que a mí me conmueve. Por eso, a los libros que suceden en este tiempo me cuesta más escribirlos. Porque las cosas me atraviesan de otra manera. Yo tengo un libro que se llama “Polo Sur”, que no puedo terminar nunca, que es sobre los chicos que viven en Villa Inflamable, un barrio que está en Dock Sud. Es un libro que lo tengo hace diez años parado, no puedo terminarlo. Porque me lastima tanto saber que a veinticinco minutos de la Capital Federal hay gente muriendo porque el agua está contaminada, se me hace difícil hablar de esas infancias vulneradas. Una digresión, hay un documental producido por Lita acerca de Dock Sud, que es muy lindo. Se llama Dársena Sur, es de Pablo Reyero, está muy bueno y lo recomiendo.
Si yo hablo acerca del racismo, me resulta más fácil contarlo desde el Siglo XIX, por la distancia ficticia que me ofrece la narrativa histórica. Me parece más fácil así, aunque en realidad esté hablando de la actualidad y las situaciones de racismo de hoy.
MM: Hay dos preguntas que se me vienen a la cabeza con respecto a lo que acabás de decir. Por un lado, ya que hablaste de documentalistas, una cuestión técnica y formativa. ¿Cuánto influyó estudiar cine en Avellaneda, en tu escritura?
LA: Todo. Yo fui a estudiar ahí para todo lo bueno y para todo lo malo, porque era muy sufrida la carrera. (Se ríe). Tuve profesores que tenían una narrativa que no entendía, me rebotaron laburos, me sirvió haber luchado contra esa sensación de incertidumbre, aprendí. Haber tenido a Miguel Mirra y a Guillermo Fernández Morán en segundo año, en guion, la verdad que estuvo bueno, también, porque me dieron muchas herramientas para poder escribir después. Todos mis libros tienen como una narrativa audiovisual, tienen mucho diálogo, hay una puesta en escena, hay una longitud de las novelas que se parece a la de las de las películas. Eso está muy presente. Que la escuela fuera documentalista tiene mucho que ver en el tratamiento de mis novelas. Como “Los músicos del 8”, por ejemplo. Yo ahora la leo, y veo que tiene un registro documental. Logré que se pareciera a un documental.
MM: De “Los músicos del 8” justo era la segunda pregunta de la que hablé recién. Porque hablabas de los negros, de que no murieron todos en la guerra del Paraguay, ni en las luchas fratricidas, ni en las campañas de San Martín. ¿Qué era “El 8”?
LA: No es el Chavo del 8, como piensan los niños cuando la maestra les pide la novela. En realidad, el regimiento 8 era uno de los regimientos del Ejército de los Andes, que junto con el 11 eran los de negros, los de esclavizados que San Martín tenía para enfrentar a los realistas. Era un ejército que no estaba formado por gente que quería ir a luchar, vamos a ser sinceros. La forma de hacer luchar a los esclavizados era con el rescate. Era un plan que tenía el gobierno de ese momento, por el cual les pedía los esclavizados a los amos. Le daban una plata y a los esclavos se los quedaba el ejército. Ellos tenían que servir una determinada cantidad de años, y si cumplían y vivían, quedaban libres. Pero la campaña libertadora se extendió, cruzaron el Pacífico, se empezaron a perder muchas vidas, y de estos africanos esclavizados volvieron muy pocos. Pero hubo gente que volvió. En “Los músicos del 8” está expresado todo eso, cómo se vivía en El Plumerillo, en el Ejército de los Andes… Cuenta cómo se armaron, cómo aprendieron a pelear, cómo San Martín los organizó y los convenció a todos de que luchaban por una libertad que podía ser posible. A mí siempre me fascinó un montón por qué los esclavizados iban a pelear. No era algo que les nacía del corazón, porque en cierta forma sentían que estaban peleando por la libertad de los blancos. Pensemos que unos años antes no los dejaban armarse. En las milicias urbanas, los jefes de los negros eran blancos. Y en el Ejército de los Andes, también. En las primeras batallas no había oficialidad negra, porque tenían miedo de que una vez armados, agarraran las armas y se rebelaran, como en Haití. Me pareció interesante meterme en la piel de esos esclavizados, pensar la historia desde ese lugar. “¿Por qué yo estoy en este quilombo? Y no digo quilombo como debería usarse la palabra, que es para hablar de una reunión amable, sino para nombrar ese desastre en que me tocó estar como esclavizado. ¿Cómo voy a tomarme esto de la libertad? ¿Ese sueño será también para mí?” En realidad, el libro iba a llamarse La libertá, pero me dijeron que los chicos iban a pensar que se escribía así… Entonces… bueno… quedó “Los músicos del 8.”
MM: Es un muy buen título. Es atractivo y además remite a algo que se aprende.
LA: Además lo ilustró Julieta Farfala y la verdad es que le puso mucho corazón a eso de buscarles caras a Benito y a Simón.
MM: Voy a hacer un pequeño spoiler, pero de una sola cosa, y porque tiene que ver en general, no solo con esta novela. Vos tomás, como narradora, una decisión muy fuerte poniendo a estos dos personajes. ¿Te arrepentís a veces del destino de tus personajes? ¿Lo escribirías de vuelta cuando ves las reacciones de tus lectores?
LA: A mí me parece que si lo escribiera de vuelta, volvería a tener el mismo final. No se puede cambiar ese final, porque es así como sucedió, es el verosímil del libro. Igual, lo lloro todos los días, es una tristeza, no me gusta hacer eso. Ya me había pasado en el libro de Moreno, aunque no haya ahí una escena directa de su muerte. Igual, creo tendríamos que poder hablar de la muerte. Es un tema más, es el gran tema de nuestras vidas humanas y finitas. Una vez, en una escuela, una seño me contó que el libro lo leyó una chica a la que justo se le había muerto un hermano… Pero la nena vino a darme un beso y a agradecerme el libro. Es como que hay una forma de llorar a través del libro, también, que está buena. Porque no todo es alegría en la infancia. Una se olvida de que hubo momentos tristes en la infancia, pero existen y necesitan ser conversados, abordados… Yo me acuerdo haber leído de niña a Cronin… Vos también lo has leído… Sus libros eran bastante tristes, pero estaba bueno leerlos, llorar con ellos.
MM: Vasconcelos, Edmundo De Amicis… esos eran todos para llorar.
LA: Sí, y es que hay una tristeza que tiene que ser atravesada en la infancia.
Lo que me pasó a mí con “Los músicos del 8” es que fue un libro muy intenso, fue todo un viaje escribirlo. Me acuerdo que volví locos a dos amigos míos, Julio y Marcelo, a los que les leía capítulo por capítulo, y que me ayudaron un motón. Especialmente Julio, que buscaba bibliografía y películas para complementarme, para que pudiera escribirlo mejor. La verdad es que me ayudó muchísimo para hacer ese libro.
MM: Hablando de películas… se me ocurrió recién, cuando contaste que no mostrás la muerte de Moreno. Todos sabemos que murió en un barco y lo que pasó con su cuerpo. ¿Qué pensás de las ucronías? Estaba pensando recién en las películas de Tarantino, que plantea “pasados mejores”, donde Hitler muere en Francia, o en “Érase una vez en Hollywood”, los que van a matar a Sharon Tate son interceptados y ella no muere…
LA: Me encantan.
MM: ¿Se te ocurre un libro en el que Moreno no muere? ¿En el que llega a Inglaterra y vuelve?
LA: Estaría bueno para contarlo. Qué hubiera pasado si él hubiera vivido. Me parece que sería interesante. Lo que pasa es que me parece que estamos sobre una generación en la que es complicado que eso funcione. No funcionó en la película de Tarantino, porque mucha gente no sabía que era una ucronía, y pensaba que la historia real terminaba bien. No tenían la noción histórica de la muerte de Sharon Tate. Sobre todo el público más joven. Entonces me parece que para intentar una novela así, hay que partir de un evento histórico súper conocido, para que los lectores puedan disfrutar de ese enroque. Si una tiene que escribirlo, quizá sería un libro para adultos.
MM: No sabía que no había funcionado lo de “Érase una vez en Hollywood”…
LA: Y no, no funcionó mucho… No la entendieron mucho. Por ahí con la otra, “Bastardos sin gloria”… Aunque mucha gente la entendió pero le pareció una falta grosera a la verdad histórica el giro del relato que tiene.
MM: Bueno, tenemos un desafío. Hacemos una historia en la que pasen cosas mejores.
LA: Me acuerdo de un libro de Soriano que se llama “El ojo de la patria”. Hay una especie de prócer renacido al que le instalan un chip, y no se sabe si es Castelli, si es Belgrano, si es Moreno… El prócer perdido por el libro, medio como un zombie. El germen de esa novela, la idea, es fantástica. Pero creo que no se entendió precisamente por esto. Porque la gente no estaba alertada de ciertos eventos de la Revolución de Mayo, faltaba como un colchón preexistente de conocimientos… Pero bueno, cada libro encuentra a sus lectores.
MM: ¿Y cómo funciona con los chicos, que no saben? ¿Por la participación de los docentes?
LA: Las seños y los divulgadores de lectura, las bibliotecarias, a mí me dan una mano muy grande. Porque son las que se atreven, las que leen primero, las que acercan a los chicos al libro. Me parece bárbara esa mediación que hay, las narradoras… Pero a mí lo que me pasa es que cuando escribo estoy pensando en el niño. Porque soy cineasta, porque siempre pienso en el público, y pienso que el libro tienen que entenderlo todos aunque no sepan nada de historia. Un niño tiene sus saberes. Pero para que el libro funcione para todos yo voy hacia una historia de personajes más que al contexto histórico. Después, ese contexto lo vas conociendo en el camino, te vas enterando de cosas de la época a medida que las vas leyendo.
Me pasaron cosas re bizarras con niños de ocho años, que decían que habían ido al paseo belgraniano, y que habían visto a Pío Tristán, y me contaban toda la historia de la batalla de Salta… Lo habían imaginado leyendo “Historia de tres banderas”, un libro mío. Mi sobrino, que no es muy lector, se lo sabía de memoria. Tiene algo mágico ese libro. Aprendieron algo así… No sé si es bueno o malo, no sé si yo quiero que aprendan, pero sucede.
MM: Yo creo que está bueno. Y creo que por algo tus libros tienen tanto éxito.
LA: Yo quiero escribir libros que le gusten a los niños y a las seños, que son las primeras lectoras, a los divulgadores… que también se vean interesados y que el libro les guste. Porque es un bajón compartir algo que no te gusta. Hay que pensar un camino para que todos disfrutemos.
MM: Bueno, acá tengo un cartel que me avisa que quedan diez minutos. Así que vamos a abrir a las preguntas del amable público. Quedan un montón de comentarios. Vanina dice que en la escuela 1419, de Uruguay, los gurises le contaron la historia de los agrotóxicos, hay buenos comentarios sobre “Los músicos del 8”, tu seño, Carmen, dice que es muy bueno que aprendan así…
LA: Aprobada.
MM: Bueno, escuchamos… ¿Alguien quiere hacer alguna pregunta? Si no, tengo un montón más, pero me gustaría abrir la participación de ustedes. A ver, Gladys…
Gladys: Te quería preguntar, Laura, ¿cómo te sentís, cuál es tu estado de ánimo cuando terminás de escribir una novela?
LA: Primero me da un alivio, la alegría de que terminé. Estoy muy contenta. Y después me da como una melancolía por no estar más en ese lugar. Porque cuando estoy en el libro, estoy adentro, con esos personajes, compartiendo. Entonces, cuando salgo hay un momento de melancolía. Siempre la dejo descansar un tiempo para volver y corregirla. A mí no me gusta entregar primeras versiones. Las miro de nuevo. Me odian porque tardo un montón en escribir. Me interesa que todo cierre. Pero el primer sentimiento es de alegría. Y melancolía después, una cosa medio rara.
MM: Eso nos pasa a casi todos los que escribimos, Gladys. Ansiedad por terminar y la nostalgia. ¿Alguna otra pregunta? Una de nuestras participantes dice que solo quiere darte las gracias, que disfrutó mucho de tus libros, que de a poco se los está comprando. Redescubrió la historia a través de “Farolero”.
LA: Sí; ella me viene siguiendo desde Farolero.
MM: Que es el último.
LA: Por el momento. Lo hicimos con Cucho Cuño, es un libro muy pensado, muy trabajado. Es un libro álbum. Es mi primer libro álbum.
MM: A ver, Silvina…
Silvina: Más que una pregunta, yo le comenté a Laura en su momento que me pareció buenísimo, un libro pensado más para primeros lectores, que los puede introducir con conceptos sencillos en ese ambiente de la Revolución de Mayo, incluso previo. Se lo comenté porque en general los libros de ella son para comienzo del segundo ciclo. Cuarto o quinto grado, tienen mucha información, y está bien que así sea. Me encantó “Farolero”. Me gusta también Cucho, tiene un estilo muy desestructurado para ilustrar… Así que la felicité en su momento, y aprovecho que acá hay tanto público, siempre se renueva… Felicitar a ambos, porque están los dos.
MM: Dice Carmen, que te va deschavando, que a los ocho años escribías poemas geniales.
LA: Sí, la seño Carmen está deschavando que yo escribía poesía… Lo hice hasta los veinte años. Después me dio vergüenza, y no sé por qué no insistí más. Vos leíste algunas, Mario Méndez, cuando estábamos en la Escuela de Cine.
MM: Puede ser, sí. Soy poco memorioso, pero respetuoso.
LA: La seño Carmen está más joven que yo, porque ella es profesora de yoga, también.
MM: Yo le preguntaría, ya que la tenemos acá a la seño Carmen… ¿No hay nada malo? (Risas). Escribía bárbaro, era la mejor alumna… ¿No hacía alguna travesura? ¿No la mandaban a dirección?
LA: Acá me preguntan sobre qué personaje no escribiría nunca. Es para pensar esa pregunta. Cuando estuvimos en el vivo de Edelvives, Natalia me preguntó también. Yo había dicho que no escribiría nunca sobre Bernardino Rivadavia, por ejemplo, porque lo detesto con todo mi ser. Pero después, pensando un poco, tal vez sí escribiría sobre él. Para contar desde otro lugar los hechos históricos que pasaron. Me acordé mucho de “La fiesta del Chivo”, esa novela de Vargas Llosa que a mí me encantó, y que está escrita desde un personaje súper siniestro. La verdad es que sería un ejercicio interesante de hacer. Desde Cornelio Saavedra, o desde Pedro Esnaola…
MM: A Esnaola lo tenés en “Final cantado”…
LA: En las Matanza, pero como personaje negativo. Porque es el que tiene el conventillo, es el que no quiere ayudar a Marcelino con el tema de la música… Hay personajes siniestros en la historia, y más en el Siglo XX. No podría escribir nada sobre ninguna de las personas que participó del golpe cívico militar. Videla, ponele…
MM: Es interesante.
LA: Por ahí está bueno explorar ese costado también, pero tendría que investigar mucho y ver por dónde empezaría a contarlo.
MM: Ahí pudo conectar el micrófono la seño Carmen. La escuchamos.
Carmen: De Laura, nada malo.
MM: ¿Nada? Póngale un poco de sal…
Carmen: Muy observadora. No hablaba demasiado pero observaba. Y lo que escribía era increíble. Siempre cuento la anécdota de que en una poesía, a los siete u ocho años, escribió la palabra “nenúfares”… Una niña de esa edad, que sabe lo que es un nenúfar… Las tengo guardadas en algún lado…
LA: ¡Qué lindo que las tengas…!
Carmen: Tengo que empezar a revolver papeles… Un orgullo. Poder verla y escuchar todo lo que sabe, todo lo que dice… Lo de “esclavo” y “esclavizado”… Te quiero mucho, Laura, te admiro.
LA: Yo también. Y te quiero agradecer siempre, porque si no hubieras estado vos, no hubiera escrito. Porque nadie se hubiera enterado de que a mí me gustaba.
Carmen: ¿Para tanto? Ay… me emociono…
MM: Bueno, seño, gracias por haber venido. Gracias por este final tan arriba. Mejor que esto no se me ocurre nada. Así que saludos acá a todos y todas, y muchas gracias por venir.
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