La poética del terror

Laura Gutman nos ofrece una muy interesante reflexión acerca del terror en la LIJ, a través de dos obras de un autor hace poco entrevistado, Hernán Carbonel. La colección de cuentos El chico que no crecía y Una excursión a los comechingones, novela breve, que integra el libro Antiguos dueños de la tierra, son el punto de partida de la nota de Laura. Imperdible.

Por Laura Inés Gutman *


“Las ánimas del infierno dantesco o los espectros de Hamlet, Macbeth y Julio César de Shakespeare, pueden ser todo lo truculentos y lúgubres que se quiera, pero en el fondo son tan poco siniestros como, por ejemplo, el sereno mundo de los dioses homéricos. Adaptamos nuestro juicio a las condiciones de esta ficticia realidad del poeta, y consideramos a las almas, a los espíritus y fantasmas, como si tuvieran en aquélla una existencia no menos justificada que la nuestra en la realidad material”. 
S. Freud, “Lo siniestro”
                                                                                                                                                
El cuento o la novela de terror como género literario, es algo bastante parecido a una caja de bombones. Nunca vas a saber bien que te va a tocar hasta que no termines cada una de las delicatessen que se te ofrecen, mordiéndolas hasta el fondo. Por supuesto que como todo género es una cuestión de gustos. Por eso a mí me gustan las cajas de bombones con sus misteriosos envoltorios y sus diferentes compartimientos para pequeñas tentaciones que encierran sabores inesperados. Hasta que no muerdas alguno nunca sabrás si lo que te espera adentro es la textura rugosa de una nuez, la granulosa masa de un higo, el espeso elixir del licor o una guinda. Todo eso me resulta mucho más jugoso y atractivo que esos chocolates que ya desde el envoltorio te están contando todo lo que te va a pasar cuando los tengas en la boca. Así también como creo que en la LIJ, el terror y lo sobrenatural hay que tomarlo en serio, sí, pero no con criterio de realidad, sino con criterio poético. 
Cada una de las piezas que componen el libro El chico que no crecía y otros cuentos, de Hernán Carbonel, es una delicada construcción ficcional que nos propone un encuentro con la infancia y algunos de sus fantasmas. Aquellos que lo acompañaron, según él cuenta, durante su infancia de pueblo, de campo y de río. No es que en la ciudad no pasen cosas, por supuesto, es que el ambiente y la geografía completan la verosimilitud del relato. Están los personajes de siempre que de tanto estar se convirtieron en leyenda. Los que ya no están, pero siempre vuelven. Los que conocemos por los cuentos de otros, y que de repente se nos aparecen. Los que parecen ser, y al final, no lo son, y los que finalmente nos muestran su verdadera apariencia. Los que se desvanecen, los que piden ayuda, y los que, muy a nuestro pesar, nos quieren llevar con ellos. En fin, un libro que posiblemente a algunos niños les permita encontrarse con sus miedos, poder hablar de ellos, o simplemente comprender que sus temores, son también los temores de otros. Pero me imagino que estarán también aquellos niños habituados a la fantasía, que intuyen el poder de la imaginación y que simplemente pueden disfrutar del género sin temores. 
Por otro lado, Antiguos dueños de la tierra es un libro que reúne tres novelas cortas: Una excursión a los comechingones, de Hernán Carbonel, La última memoria, de Jorge Grubissich y Viaje al Wallmapu, de Mario Méndez. Este libro nos acerca a las creencias de nuestros antepasados para comprender mejor nuestro presente. Tres relatos que son a la vez tres viajes iniciáticos. El viaje con el padre, el viaje en el tiempo, y el viaje con los amigos constituyen la trama de cada una de estas tres ficciones. Tres aventuras, tres poéticas diferentes para entender, en el paso de la adolescencia a la juventud, nuestro destino humano de habitar esta tierra. El futuro es incierto, ya no somos niños, pero tampoco adultos y los ritos de pasaje en nuestra cultura van cambiando. La sabiduría ancestral que proviene de la leyenda y es rescatada por la literatura, traza un mapa posible para el alma. Sin certezas, pero con augurios, el mapa nos permite habitar el territorio. 
Entonces el adulto que conserva en su ser el niño que fue dice: “los fantasmas no existen, pero que los hay, los hay”, a lo que el poeta responde: “No importa tanto si los fantasmas existen o no, lo importante mi amigo, es lo que vienen a este mundo a decir”.

* Laura Inés Gutman, Intérprete titiritera y de música popular. Licenciada por la UNA en Artes del Movimiento. Egresada del Teatro Colón en Regiè y de la Escuela de titiriteros del Teatro San Martín. Docente universitaria en la Licenciatura en Musicoterapia UBA. 

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