Marte, crónicas de una obsesión
Habitado por seres superiores -veganos, constructores, enemigos de lo humano-, el planeta fue una matriz fantástica que se multiplicó en novelas e historietas y en el rock.
"Mi marciano favorito" fue una serie de televisión de vastísima audiencia. |
Por Alejandro Cánepa
Ojo rojizo que mira a la Tierra desde tiempos inmemoriales, por su peculiar color y relativa cercanía resalta en el cielo. Cautivó a babilonios, chinos, griegos y romanos pero también a mayas y mapuches. Primero telescopios y mucho después sondas y robots espaciales fueron sacándole velos a nuestra ignorancia, pero la literatura, el cine, la radio y la televisión no dejaron de teñirlo de fantasía.
Ahora dos misiones no tripuladas amartizarán sus megajeeps de recolección –el Perseverance Rover de la NASA y el Tianwen-1 de China, lanzados a fines de julio con diferencia de días– van a merodear los polvorientos cañones desde febrero de 2021. Marte vuelve a brillar y a ser prenda de una carrera entre dos potencias. Se trata de la primera campaña interplanetaria de China. En el horizonte despunta la posibilidad de que el ser humano haga pie allí por primera vez en una o dos décadas; el multimillonario Elon Musk propone colonizarlo y ya ha vendido pasajes. Reunimos los indicios de científicos y autores que exploran cómo y por qué nos fascina tanto el cuarto planeta en relación con la distancia al Sol.
Fronteras de la ciencia
El hechizo de Marte tiene raíces antiguas y sensoriales: es un planeta visible sin ayuda de telescopios, por lo que aparece registrado por distintas culturas a lo largo de la humanidad. “Aparece entre los mayas; cuando Venus y Marte se acercaban al amanecer era signo de acontecimientos importantes. En Babilonia interesaba la posición de Marte por cuestiones astrológicas; en Egipto llamaba la atención su recorrido. Y para los mapuche estaba asociado al espíritu del fuego”, cuenta el antropólogo y astrónomo Alejandro Martín López, investigador del Conicet y de la UBA.
Cabe aventurar si llamar a Marte con el nombre del dios romano de la guerra –luego de que los griegos lo bautizaran Ares–, no obedecería a la asociación de su luz rojiza con el derramamiento de sangre. “En el caso del nombre de Marte, parece heredar a un dios babilónico, Nergal, también vinculado con la guerra; pero es una hipótesis”, dice López.
Conforme avanzó la astronomía, motorizada por los avances técnicos que permitieron el desarrollo de los telescopios, Marte se reveló de otra forma. Es con Galileo en 1610 cuando empiezan a identificarse con más precisión los rasgos del planeta. Sin embargo, también hubo malentendidos de larga duración que alimentaron mitos sobre la vida marciana. El astrónomo francés Camille Flammarion (1842-1925), por caso, interpretó ciertas líneas como obras hidráulicas de una civilización inteligente, lo que puede haber cimentado la idea de que el planeta alojaba a seres superiores.
Pulp fiction
En tanto, la ciencia ficción atrapaba a Marte entre sus letras y comenzaba a producirse una astronómica cantidad de historias vinculadas a él. La literatura argentina, de hecho, con Viaje maravilloso del señor Nic Nac a Marte, del científico Eduardo Holmberg, inicia en 1875 la serie local de obras vinculadas al tema. Hubo otros surcos argentinos en la ciencia ficción y ese planeta. “Está la obra de Héctor Germán Oesterheld, Marcianeros, en la que él ya está haciendo las indagaciones que luego decantarán en el universo de El Eternauta. Antes de todo eso, había escrito Rolo, el marciano adoptivo”, explica Laura Ponce, escritora y editora especializada en ciencia icción del sello Ayarmanot.
Mientras tanto, en el cielo literario internacional gravitaban obras esenciales como La guerra de los mundos, de H.G.Wells, de 1898 (que tuvo su famosa adaptación radiofónica en 1938 en Estados Unidos), Una princesa de Marte, de Edgar Rice Burroughs, de 1917 (entre muchos otros títulos de su autoría dedicados al planeta rojo) y el famosísimo Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, de 1950.
La fiebre literaria, con sus altas y bajas, nunca se detuvo. De hecho, el estadounidense Kim Robinson publicó su trilogía de novelas Marte rojo, Marte verde y Marte azul, en 1992, 1993 y 1996, respectivamente. “Es de lo más contemporáneo de la ciencia ficción. Retoma el tema de Marte pero dentro de una utopía. Si Wells criticaba alegóricamente el modo anglo de colonizar el mundo, Robinson planea sacar la idea de utopía de la Tierra y llevarla a Marte”, señala Ponce. Como si, ante un planeta Tierra contaminado e hiperexplorado, sólo quedase otro cuerpo celeste ajeno para probar un nuevo camino de la humanidad.
Yendo de la suite a la pista de baile
Marte alumbró novelas, historietas y series de radio, pero también series de televisión como Mi marciano favorito, emitida originalmente en Estados Unidos entre 1963 y 1966, y una larga lista de películas. De ese influjo no podía escurrirse la música. Aunque un primer impulso conecte al planeta con el rock, al coincidir temporalmente la masificación de ese género con la carrera espacial con la URSS, la música clásica también recibió su influencia. El compositor inglés Gustav Holst presentó en 1918 la suite Los planetas, uno de cuyos movimientos se titula “Marte”, con fuerte presencia de una atmósfera… marcial.
La suite puede derivar al bulín; el tango también hace mención a nuestro vecino. En “Juan porteño”, con música de Carlos Di Sarli y letra de Héctor Marcó, se dice: “Viene Gina, se va Gina/y de un pícaro planeta/un marciano en camiseta/ baja en plato volador”, y en otro tramo la historia cuenta: “Este siglo es de locura//y si Marte busca arrime/es que ha visto una bikini/por la playa caminar”.
Con el rock se van a multiplicar las canciones que aluden a Marte. En plena sintonía con la época de los grandes vuelos espaciales, se hallan Life on Mars, de David Bowie, de 1971 y Ballrooms of Mars, de Marc Bolan y T.Rex, de 1972. “Hubo una retroalimentación entre el rock y la ciencia ficción, tanto de escritores que se metieron con el rock como de músicos que se inspiraron en autores. El rock era disruptivo y la ciencia ficción era vista como un género menor, en ambos casos iban por la tangente”, resalta el escritor de ciencia ficción y músico Néstor Figueiras. En esa simbiosis, esos dos productos masivos, despreciados en sus comienzos por la alta cultura, acercaban sus órbitas. Ese fenómeno reverbera hasta en la actualidad, ya que en 2018 un equipo de la NASA bautizó de manera informal a una piedra marciana como “Rolling Stones rock”.
Lo que vendrá
La cultura popular nunca dejó de explorar ideas asociadas a Marte en distintos formatos, pero la investigación científica tuvo otro ritmo. La llegada a ese planeta del Viking I en 1976 aportó muchísima información, descartó (hasta ahora) cualquier presencia de vida compleja y, con el triunfo geopolítico de Estados Unidos al alcanzar la Luna en 1969, la obsesión por viajar a Marte pareció decaer.
Una selfie del vehículo Rover de recolección durante la misión Curiosity de la Nasa, destinada a Marte, que se conoció en 2018.
Pero en los últimos años aquella volvió a encandilar a la NASA y otras agencias espaciales. También Elon Musk, dueño, entre otras empresas, de Space X, se embarcó en la idea de apoyar un viaje tripulado a Marte. Otro magnate, el propietario de Amazon, Jeff Bezos, tiene su propia compañía aeroespacial aunque se burla del proyecto de su colega y prefiere focalizarse en la Luna.
Gerónimo Villanueva es un astrónomo e ingeniero en electrónica mendocino que trabaja para la NASA y que se especializa en analizar la atmósfera marciana. “Estados Unidos después de 1969 en cierto sentido dice ‘ya llegamos’ y la Unión Soviética tiró la toalla. Además la misión Viking comprobó que Marte era un planeta muerto, eso desinfló las expectativas”, dice vía telefónica. Sin embargo, nunca se dejó de explorarlo y en la actualidad Estados Unidos mantiene en su órbita tres satélites y dos robots exploradores en la superficie. “Vamos a ver exploración espacial humana en Marte más adelante, con seguridad. Yo que creo eso sucederá de acá a 10 o 20 años”, explica.
En suma, si libros y películas mantuvieron encendido el interés sobre Marte, ahora la investigación aeroespacial vuelve a estar en la misma frecuencia. Pablo De León es un ingeniero argentino nacido en Cañuelas que tiene una tarea más que peculiar: diseña para la NASA trajes espaciales y prototipos de vivienda a ser utilizados por los astronautas en un posible viaje a Marte. “Ya se sabe bastante sobre Marte. El robot Curiosity encontró ahí perclorato, una sustancia tóxica para los seres humanos, lo que agrega un problema, si los astronautas tocan suelo marciano tendrán que descontaminar esos trajes. Lavar algo con agua en Marte no es algo trivial”, explica.
Así que hay un argentino que se especializa en medir la atmósfera de ese planeta y otro diseña trajes y bases para que el ser humano pueda instalarse ahí en el marco de una misión espacial. De León, que escribió dos tomos sobre la historia de la actividad espacial hecha por Argentina, dice: “A medida que más sabemos sobre Marte, es más fascinante. Hoy todo lo que hizo el ser humano existe en la Tierra, si algo sucede a nivel planetario todo lo que hicimos quedaría erradicado del Universo. Colonizar otros cuerpos celestes multiplica nuestras posibilidades en el cosmos”. Mientras tanto, el planeta con nombre de dios guerrero y con dos satélites llamados en griego Fobos (miedo) y Deimos (terror) aguarda a los nuevos visitantes con paciencia acumulada en millones de años de existencia.
Fuente: Clarín
Fuente: Clarín
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