Chesterton y su candor
Para concluir este mes dedicado al policial, la escritora Laura Ávila hace su aporte hablando de Gilbert K. Chesterton y su personaje, el padre Brown.
Por Laura Ávila
Conocí a Chesterton a través de un comentario de Borges en donde hablaba de los autores que lo influenciaron. Yo ya leía a Paul Groussac, que él recordaba con calor, y me alegré porque nunca había encontrado a otra persona viva que lo leyera, al menos no en mi barrio.
Después Borges se murió y yo me puse a buscar a los demás escritores que él había mencionado. A Chesterton lo encontré en una casa de libros usados de Lomas de Zamora. Una edición muy linda de Mis libros de Hyspamérica, con biografía incluida, de El candor del padre Brown.
Enseguida vi que se trataba de una serie de relatos policiales: a mí los policiales no me gustaban. Había leído algunos de Raymond Chandler que me parecieron misóginos y decadentes. Los de Edgar Allan Poe me atraían, pero porque eran fantásticos. Su mundo pesadillesco no se condecía, por suerte, con los prosaicos misterios del noir.
Así que podría decir que Chesterton (si sacamos al mismo Borges y a Enid Blyton con su saga de Los siete secretos) fue mi primer autor de policiales.
Me llamó la atención que su detective fuese un cura, un sacerdote católico de Essex, bastante torpe y medio cegatón. Un tipo que no tenía pasiones ni turbulencias propias, pero que conocía bien la maldad por los gajes de su oficio de confesor.
El candor del padre Brown está compuesto por doce cuentos que recopilan las peripecias del curita y su relación con Flambeau, un delincuente de guante blanco, francés y sanguíneo, con gran imaginación para el robo y las suplantaciones. Cada ilícito suyo parece una puesta en escena divertida, incluso escandalosa, aunque siempre pletórica de buen gusto.
Flambeau se pasa la primera mitad del libro escapando de la policía y de los cebos de redención que el buen padre le vive tirando para que deje atrás el camino del delito. La parte final nos lo muestra convertido, un Flambeau dentro de la ley, dueño de una agencia de detectives. El padre Brown pasa a ser su ladero, su confesor y su amigo.
Los cuentos son autoconcluyentes, como los de Sherlock Holmes, con un enigma que altera el orden y que es allanado por el poder de deducción del protagonista, aunque están interconectados por el desarrollo de la amistad entre el perseguidor y el perseguido.
Qué prosa maneja Chesterton: nítida, luminosa. Describe los ambientes en donde va a suceder el misterio con precisión de tramoyista. Sus narraciones son montajes de artilugios maravillosos, de este mundo y también de mundos paralelos. A veces las historias se disparan a universos imposibles, paradójicos, atemorizantes. Pero, a la manera de los refutadores de leyendas de Dolina -en un plan más amable-, el padre Brown endereza los entuertos de la imaginación del autor y nos vuelve al sendero de la sensatez.
Chesterton delira y Brown lo hace aterrizar.
Los títulos de los relatos son bellísimos: Las estrellas errantes, La forma equívoca, El martillo de Dios… Se cuentan crímenes de sangre y crímenes del alma. Los actantes son sentimientos, pasiones y pensamientos. El padre Brown resuelve los misterios porque los analiza con las herramientas del que conoce el mecanismo del corazón de las personas.
Chesterton bromeaba mientras escribía, era bondadoso pero sin ser un mojigato. Profundamente inglés a principios del Siglo XX tenía que ser, casi por default, colonialista, racista, machista.
Pero existía en él algo de niño inocente que siempre estaba descubriendo su entorno, cuestionándose todas las cosas, y eso lo eximió de ser un completo hombre de su tiempo.
Chesterton no defendía el progreso ni las teorías evolucionistas. Además de católico era cultor del distributismo, una especie de tercera posición entre el capitalismo y el socialismo. Algunos dicen que Juan Domingo Perón estableció las bases de su doctrina tomando algunos principios de estos distributistas.
Nuestro autor no confiaba ni en la tecnología ni en el poder del dinero, al menos no con la misma pasión que sus contemporáneos. Tres acres de terreno, una vaca y la conciencia limpia era lo que pedía para cambiar el mundo.
Tampoco creía en las dietas, ni en lo dañino del tabaco, ni en el sedentarismo. Vivió como quiso, comiendo hasta reventar las camisas y brindando a la salud de sus amigos. Creía en los seres humanos y su capacidad de redención. Resolvía sus historias pensando en el perdón y no en el castigo. El orden roto al principio de la estructura de sus policiales nunca retornaba, porque después de haber conocido al padre Brown, los personajes no eran los mismos. El cura de Essex no era un policía encargado de hacer cumplir la ley, de encarrilar a los inadaptados: él era un pescador de hombres, un transformador.
Gilbert K. Chesterton escribió ensayos, novelas, semblanzas, notas periodísticas… Dejó una larga saga del padre Brown, reunida en varios tomos, escritos desde 1911 hasta su muerte en 1936.
Todos tienen una trama cuidada y envolvente. Hacen que nos replanteemos posturas, que nos riamos un poco, que ejercitemos la filosofía y el pensamiento, que visitemos algunos de nuestros lugares oscuros; pero su pluma siempre vuelve a la superficie, a dejarnos luz y optimismo.
El candor del Padre Brown
Gilbert Keith Chesterton
Hyspamerica - EGA, 1982.
Laura, tu nota es una tentación deliciosa y yo soy débil (en lo literario, en este caso).
ResponderBorrarPara satisfacer mi gula en estos momentos de aislamiento, acabo de descargar una versión online de EL CANDOR DEL PADRE BROWN, y me dispongo a disfrutarla.
Gracias por traerme a Chesterton.
Silvia