El policial mestizo: Nightland como ejemplo del policial amerindio estadounidense
Enterada de que El libro de arena dedica el mes al género policial, la escritora Márgara Averbach nos envió un artículo de su autoría, "Nightland, de Louis Owens: una máscara distinta para la novela policial", acaso muy extenso para las dimensiones de nuestra publicación. Sin duda excesivos, le preguntamos si no quería hacernos una síntesis. Lo hizo en poco rato, ¡y nos pidió disculpas por lo apurado del trabajo!
Compartimos orgullosamente este texto de nuestra amiga, generosa y sabia, que nos acerca a una mirada diferente del policial: la de los pueblos amerindios estadounidenses.
Por Márgara Averbach*
La novela policial, ese invento estadounidense (el primero fue Edgar Allan Poe con tres cuentos esenciales sobre un periodista francés que hace las veces de “detective”) y después europeo (con autores como Arthur Conan Doyle o Georges Simenon), se ha convertido en un género universal: actualmente, hay policiales chinos, rusos, africanos, islandeses, australianos. Y cada una de esas culturas (que de por sí son mestizas y múltiples) pone los elementos del género dentro de sus propias perspectivas y les da características propias.
Cada cultura humana es una manera de leer el mundo, de entenderlo, transmitida de generación en generación. Cuanto más lejos esté una cultura en formas y rasgos de las que originaron el género (en este caso, las europeas) más cambia el género, más tiene que adaptarse a ella. Desde mi punto de vista, esa adaptación lo vuelve cada vez más interesante.
Todo género tiene ciertos elementos básicos que se repiten de una obra a otra. En el caso del policial, en una lista muy incompleta y breve: el crimen (generalmente uno o varios asesinatos), el detective (un hombre o mujer superiores por inteligencia o fuerza o valentía, según el subgénero), un enigma que hay que resolver. Cada autor o autora hace una versión propia de ese esquema y en esa variación, se puede rastrear la cultura a la que pertenece. Si algo sabemos a esta altura del siglo xxi es que el policial es un género muy flexible, un género con una capacidad increíble para reinventarse: consiguió sobrevivir a muchos cambios históricos y también a paisajes muy diferentes.
Una metamorfosis especialmente interesante que sufre el género desde la segunda mitad del siglo xx es la que le imprimen los autores estadounidenses que pertenecen a alguna de las quinientas tribus que habitaron Norteamérica antes de la llegada de los europeos. Se trata de literaturas especialmente mestizas: son autores que escriben en una lengua europea (el inglés) pero pintan el mundo desde culturas claramente no occidentales como la navaja, la cheroque, la apache, la pueblo.
Visiones amerindias del mundo
Para entender lo mucho que cambia el género en estos casos, hay que tener alguna idea de las diferencias principales que hay entre las “visiones del mundo” (según la terminología de Lucien Goldmann) de estos pueblos en el continente americano y las de las culturas europeas:
-Tal vez la diferencia esencial entre ambos grupos de visiones del mundo tenga que ver con el binarismo de gran parte del pensamiento europeo desde Sócrates en adelante. En general, las culturas europeas piensan en pares opuestos, uno de los cuales es positivo y el otro, negativo. Por ejemplo: masculino versus femenino; vida versus muerte; ser humano versus naturaleza; y, claro, bien versus mal. En las culturas amerindias (entre muchas otras culturas no europeas), en cambio, el mundo nunca es binario, las fronteras entre oposiciones son porosas y hay una mirada holística del universo. Por lo tanto, en los autores que provienen de esas culturas, ciertas preguntas no son pertinentes. Por caso: hay personajes e historias que son totalmente imposibles de clasificar dentro del esquema “bueno versus malos”. Eso toca el centro del género policial y suele producir confusión a los lectores occidentales.
-Una segunda diferencia importante tiene que ver con la idea de “individuo”, que estas culturas no entienden en el sentido que se le da en la Europa posterior al Renacimiento. En los pueblos originarios de toda América, la identidad de cada ser humano no termina en cada persona, no es individual: una persona es solo dentro de su clan, que incluye a su familia humana extendida y al lugar en el que vive, sus animales, plantas, montañas, ríos, lagos y sí, a la Madre Tierra. Todos ellos (humanos y no humanos) son “parientes” imprescindibles. Por lo tanto, no hay oposición entre humanidad y naturaleza. La naturaleza no es recurso y no es enemigo. Es pariente y no se puede ser sin todos los parientes. Esa visión del mundo explica que muchas veces, en estas novelas o cuentos, no haya protagonistas ni héroes individuales; que la narración y el centro sean siempre grupales, que las historias tengan siempre una dimensión comunitaria.
-Esa dimensión explica también otra característica: la importancia de lo ceremonial. En estas comunidades y en el arte que producen, el rito es esencial porque es un momento en el que se reúne el grupo como grupo. Y el momento en que reconoce lo esencial de su tradición, de su pasado comunitario.
El policial amerindio
Con esa base en mente, veamos lo que pasa en los policiales de autores como Louis Owens (cheroque), Louise Erdrich (ojibwe) o Toni Hillerman (un blanco que adoptó la cultura navaja), entre muchos otros. En el género policial occidental, suelen aparecer ciertos pares binarios básicos como ley versus crimen; inocencia versus culpabilidad; y se pone atención en instituciones relacionadas con esos pares, como la policía, los tribunales, la cárcel. La mayoría de las historias se mueve alrededor del par “bien versus mal” y también de la idea de “búsqueda de la verdad”, que es la que mantiene la tensión y forma el hilo central del argumento.
En el caso de Nightland, la novela policial de Owens, por ejemplo, hay enigma y hay crimen pero fuera de eso, el esquema policial está muy lejos del europeo. No hay una tensión alrededor de la pregunta “¿quién lo hizo?”. La comprensión de lo que pasó es totalmente intrascendente. Lo que pesa es el desafío que plantea el crimen al equilibrio presente y futuro de la comunidad. Aquí, no hay “investigación”. Hay un crimen-misterio desde el comienzo: la muerte de un hombre que cae desde un avión con una valija de dinero en medio de la Reservación. No hay ningún interés en la ley y sus instituciones; no importa imponer castigo a los culpables. Y el centro del libro es lo que ese cadáver y esa valija pueden hacerle a la comunidad, marcados como están por señales que la tradición de la comunidad considera importantes.
En su origen, la novela policial europea nació en el positivismo para homenajear el poder de la razón para solucionar todos los problemas humanos y aplaudir el individualismo. En cambio, los policiales amerindios no se apoyan en el par binario “razón (valor positivo) versus emoción (valor negativo)”: en una visión holística, esas dos funciones cerebrales están unidas. Lo mismo sucede con la oposición “vida versus muerte”. Esa frontera es porosa aquí. Por ejemplo, en Nightland, aparece el espíritu del asesinado, Arturo Cruz, y eso es completamente impensable en un policial europeo.
El personaje que conversa con el “fantasma” del muerto es un viejo tradicionalista, Siquani, que representa a la sabiduría acumulada por la comunidad, como pasa con los viejos en todas estas culturas. Siquani conversa con Arturo Cruz y esas charlas no están marcadas como sueños, símbolos o alucinaciones en la narración. Al contrario, no se las diferencia de las charlas entre los vivos. Y el “fantasma” no es “la víctima”; en realidad, en muchos sentidos, es un victimario. Arturo cae con una valija llena de dólares y la verdad es que su muerte es menos importante que el dinero, que, aquí, representa el “American way of life”, la visión anglosajona, blanca, del mundo, que Arturo había adoptado y que es la que lo mata.
La existencia de un “fantasma” separa profundamente a Nightland del policial europeo pero no lo acerca tampoco al género “de terror”, en el que las apariciones siempre se marcan de manera que quede claro que los espectros vienen de otra dimensión, que la narración ha cruzado una frontera hacia otro universo. En cambio, en Nightland, se acepta al fantasma como parte de la realidad, porque la visión del mundo es holística. En Nightland, cuando aparece Arturo, el viejo Siquani no hace diferencia entre Arturo y los humanos vivos con que se cruza. Se comporta como haría con cualquier visitante: por ejemplo, le ofrece una silla. Y al revés de lo que sucede en las historias occidentales de fantasmas, en esa charla, el que sabe más es Siquani porque se ha quedado en su cultura original. La muerte no ha dado más sabiduría a Arturo. Por lo tanto, si hay una frontera, es la que cruzó Arturo cuando abandonó su cultura “de parentesco” y adoptó el “American way of life” (por eso es un indio con traje occidental, anillos y dinero).
En cierto sentido, Siquani es el guía. Como el detective tradicional del policial, sabe qué se debe hacer, cómo hacerlo y por qué. Pero a diferencia del detective, la ley no le interesa, ni siquiera le pregunta a Arturo quién lo mató. Se dedica no a “resolver el crimen” sino a salvar la tierra en la que vive, devolviéndole la lluvia. Actúa para que termine la sequía en la Reservación. Cuando llega la tormenta al final (producida por los actos de Siquani), se rechaza definitivamente el dinero de la valija, que algunos querían usar para buscar agua. Se demuestra que el dinero no es necesario, que al contrario, contamina.
Así, los actos de Siquani subvierten la figura del detective a la Sherlock Holmes o Philip Marlowe. El detective tradicional descubre al criminal (culpable del crimen) con la razón y lo elimina (matándolo o apresándolo) para salvar a la sociedad. Siquani interpreta el crimen desde la tradición de su pueblo y salva a su comunidad no del asesino sino de los efectos terribles de la contaminación traída por el afán de dinero de los blancos y de los indios que abrazaron el modo de vida blanco (por ejemplo, Arturo Cruz). Consigue ese resultado no por ser un individuo excepcional, un “héroe”, sino porque conoce la tradición de la comunidad. No lo hace solo: todo el pasado comunitario está con él. Por eso, restablece un equilibrio perdido y una convivencia con todos los parientes, incluso los no humanos. Es evidente que, en Nightland, la otra oposición esencial del policial, la que hay entre crimen y ley, entre la sociedad y el criminal asocial, queda absolutamente a un costado.
A pesar de los que dicen las contratapas y el marketing, en novelas como Nightland, el policial europeo está profundamente cambiado, seguramente irreconocible para algunos lectores que permiten poca flexibilidad. Aquí, la novela policial (que surgió en el positivismo, un momento de profunda creencia en la razón y en el futuro venturoso de la civilización europea) se adapta incluso a visiones del mundo que afirman la existencia de una relación de parentesco (no de posesión) con el planeta, y consideran que la “civilización” europea nos lleva a todos al desastre porque aplaude la inteligencia sin emoción, la competencia, el individualismo y el amor al dinero.
* Márgara Averbach es Doctora en Letras egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y Traductora Literaria de Inglés, egresada del Instituto Superior de Enseñanza en Lenguas Vivas Juan Ramón Fernández. Ha trabajado como docente de literatura y traducción. Dictó la materia Literatura de los EEUU en la carrera de Letras de la UBA, dedicada sobre todo a las literaturas de minorías. Como traductora de inglés, editó más de 50 novelas y se dedica al estudio de la literatura de las minorías étnicas estadounidenses. Ha colaborado en varios medios periodísticos haciendo crítica literaria.
Como autora ganó el Primer Premio del Concurso de Cuentos para Niños de las Madres de Plaza de Mayo (1992) con el relato Jirafa azul, rinoceronte verde (recientemente publicado por la editorial Amauta) y el Primer Premio de Cuento en el Segundo Concurso Identidad De las Huellas a la palabras, Abuelas de Plaza de Mayo e H.I.J.O.S. (Córdoba, 2001) con "Rompecabezas de lunes". Obtuvo tres veces el Premio Destacados de ALIJA: por su novela juvenil El año de la vaca (2004), por su traducción de Había una vez una vieja (2010) y por su novela infantil El agua quieta (2016). Entre otros libros de su autoría podemos mencionar el libro de cuentos Lo que cuentan los iroqueses y las novelas Dos magias y un dinosaurio, La charla, Cuarto menguante y Los que volvieron (Seleccionada en la Biblioteca White Raven en 2017).
NightLand
Louis Owens
Penguin, 1997.
Penguin, 1997.
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