Zoom
¿Puede afirmarse que el aislamiento obligatorio que impone una pandemia es un momento ideal para dedicarse a la lectura? No. O no siempre. O no para todo el mundo. En todo caso, no es el momento ideal para cualquier tipo de lectura. En esta nota María Laura Migliarino nos cuenta cuáles aspectos de su vida como lectora siguen funcionando en los días del COVID 19.
Por María Laura Migliarino
Me pidieron que escribiera un texto sobre mi recorrido como lectora en tiempos de pandemia.
A diferencia de lo que sucede habitualmente, se podría pensar que es un momento ideal para cualquier tipo de lectura(s), pero no. Si hay algo que se está llevando consigo el COVID-19 son mis ganas de leer. Motivos hay muchos: de los reales vinculados al tiempo de lo doméstico, (el desarrollo de la vida familiar entre un par de ambientes y un balcón), y de los otros -que también son reales- pero que se agolpan y apaciguan en mi cabeza. Con quien leo sí, es con mi hijo de cinco años. El ritual de la lectura antes de dormir sigue intacto y como está descubriendo cómo se lee y cómo se escribe, los libros pensados para niños en mi casa son moneda corriente.
Uno de los que más nos gustan -creo que más a mí que a él- es Zoom; un relato visual que exige mucho del lector para la interpretación de su contenido.
Zoom es un caso paradigmático de los libros sobre los que la clasificación dentro de un género, se torna problemática. Se puede decir que es una historia donde la imagen es el motor del relato; un cuento para adultos que, incluso, puede ser compartido junto a niños de cinco y seis años. Pero como hace poco más de un mes mi vida giraba en torno al vínculo de la literatura y la primera infancia necesito aclarar que no todos los niños y niñas de corta edad se sienten a gusto con este libro. La clave de lectura se encuentra en el título: se lee bajo la lente de un zoom. Y esta modalidad no siempre es bienvenida.
El artista rumano y creador de este cuento, Istvan Banyai, utiliza el recurso de la cámara fotográfica para describirnos una historia que se inicia con la cresta de un gallo y culmina con… No, no voy a develar de qué manera termina. Cada vuelta de página implica una progresión en el relato que va del detalle mínimo, del primerísimo primer plano, pasando por una sucesión de planos intermedios, hasta llegar a un plano general donde se pierde todo tipo de detalle. Zoom es un claro ejemplo de arte secuencial ya que cada página es una viñeta que completa la historia a medida que se avanza de una a otra. En Zoom nada es lo que parece ser.
Como dice Roland Barthes, el gesto del operator -el fotógrafo, el artista- consiste en sorprender a alguien (por el pequeño agujero de la cámara), revelar lo que estaba tan bien escondido que hasta el propio actor lo ignoraba o no tenía conciencia de ello. Zoom sorprende y en el juego sin fin que propone, en el que una imagen se encuentra inmersa en otra, aparece, promediando el libro, el dibujo de la estampilla de un sobre con destino a Arizona.
Nada se dice de la carta que contiene ese sobre pero éste sirve como pivote para darle fuerza al último tramo del texto. Es el puntapié que permitirá al lector la culminación del viaje. En esta historia la carta reviste su doble función: dentro del relato, como medio de comunicación; fuera de él como exposición ficcional de lo que en un principio fue una experiencia individual y privada. Hago foco en este pequeño detalle porque ahí, lo novedoso, lo llamativo, es la representación de una carta que es esencial para el desarrollo de la trama pero a cuyo contenido jamás podremos acceder.
Ese gesto me parece muy enriquecedor porque nos transporta y permite abrir nuevas lecturas junto a los niños en relación con lo epistolar, con los límites y los alcances de una carta.
¿Para qué y por qué se escribe? ¿Quién es el dueño, el que la escribe o el que la recibe? ¿Cuál habrá sido el contenido de la carta que aparece en Zoom? Lecturas que disparan otras lecturas y que provocan pequeños movimientos en tiempos de cuarentena.
Istvan Banyai
Fondo de Cultura Económica
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