El limonero real, de Jorge Fandermole
Una de las posibilidades de cruzar la literatura y
la música es la de hacer referencia a lo musical en textos literarios de
diferentes géneros. También sucede lo inverso, y es cuando la música da cuenta
de las lecturas literarias de quien la compone. Un caso en el que se da un
cruce especialmente bello, y de gran altura estética, es El limonero real, la canción en la que Jorge Fandermole condensa en versos, su homenaje a la gran novela homónima de Juan
José Saer.
El
limonero real (Jorge Fandermole)
Manchas de
lejos:
mujeres que van
llegando y los viejos
perdidos del hablar.
Sombra en los filos.
-Sujeta ese animal-;
y va tiñendo el río
la roja luz ritual.
mujeres que van
llegando y los viejos
perdidos del hablar.
Sombra en los filos.
-Sujeta ese animal-;
y va tiñendo el río
la roja luz ritual.
Manchas que
los viejos
prefieren no mirar,
van las tres llegando
vestidas de ciudad.
Sólo ella no viene,
luctuosa, innominal;
-vete a buscarla,
es tiempo de olvidar-.
prefieren no mirar,
van las tres llegando
vestidas de ciudad.
Sólo ella no viene,
luctuosa, innominal;
-vete a buscarla,
es tiempo de olvidar-.
Amanece y ya
está con los ojos abiertos;
repetidamente vuelve a recordar
un chasquido de agua y un cuerpo moreno
y esa vuelta oscura desde la ciudad.
Y silencioso el Layo va clavando el remo,
de un nombre ladeado suena esa otra voz;
el tiempo se vuelve, redondo y eterno
como agolpa el árbol el fruto y la flor.
repetidamente vuelve a recordar
un chasquido de agua y un cuerpo moreno
y esa vuelta oscura desde la ciudad.
Y silencioso el Layo va clavando el remo,
de un nombre ladeado suena esa otra voz;
el tiempo se vuelve, redondo y eterno
como agolpa el árbol el fruto y la flor.
Mancha del
cuchillo que mata al cordero;
rojo un vino fresco para festejar
sombras repetidas para el Año Nuevo;
nueve veces cuenta para no olvidar.
Cuenta y va dejando sobre el fruto viejo
capullos perplejos de un nuevo amargor,
pura eternidad como en el limonero
su limón maduro y al lado la flor.
rojo un vino fresco para festejar
sombras repetidas para el Año Nuevo;
nueve veces cuenta para no olvidar.
Cuenta y va dejando sobre el fruto viejo
capullos perplejos de un nuevo amargor,
pura eternidad como en el limonero
su limón maduro y al lado la flor.
Amanece y ya
está con los ojos abiertos;
repetidamente vuelve a recordar
un chasquido de agua y un cuerpo moreno
y esa vuelta oscura desde la ciudad.
Y silencioso el Layo va clavando el remo,
de un nombre ladeado suena esa otra voz,
el tiempo se vuelve, redondo y eterno
como agolpa el árbol el fruto y la flor.
repetidamente vuelve a recordar
un chasquido de agua y un cuerpo moreno
y esa vuelta oscura desde la ciudad.
Y silencioso el Layo va clavando el remo,
de un nombre ladeado suena esa otra voz,
el tiempo se vuelve, redondo y eterno
como agolpa el árbol el fruto y la flor.
Amanece y ya
está con los ojos abiertos
fija en el momento en que el hijo se fue,
que no tiene nombre, mujer en silencio
por el agua adentro del Colastiné.
Y va remando el Layo cruzando el desierto
con la nada extrema de su soledad:
repetida pena circulando el tiempo
como fruto y flor del limonero real.
fija en el momento en que el hijo se fue,
que no tiene nombre, mujer en silencio
por el agua adentro del Colastiné.
Y va remando el Layo cruzando el desierto
con la nada extrema de su soledad:
repetida pena circulando el tiempo
como fruto y flor del limonero real.
Jorge Fandermole
Audiam, 2002.
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