Patricio Pron ganó el Premio Alfaguara de Novela

El escritor rosarino obtuvo la distinción gracias a Mañana tendremos otros nombres, “la fascinante autopsia de una ruptura amorosa, que va más allá del amor”, según la definió el jurado, presidido en esta edición por el escritor Juan José Millás.

Patricio Pron es argentino, vivió en Alemania y desde 2008 reside en Madrid. Imagen: Bernardino Avila.



Un dedo caprichoso selecciona o rechaza posibles citas. Así de arbitrario y vertiginoso puede ser el amor en tiempos de Tinder. Las formas de relacionarnos están cambiando a una velocidad tan asombrosa que las reflexiones quedan muchas veces atrapadas en las redes de un anacronismo difícil de sortear. Después de cuatro años de convivencia, Ella y El se separan, ya próximos a los cuarenta años, y comienzan a habitar nuevos espacios, sin desgarros románticos, pero con una fuerte añoranza misteriosa que tal vez vuelva a acercarlos. Patricio Pron recuerda que en el metro de Madrid leía un libro. Cuando levantó la cabeza, quedó impresionado por la escena que lo rodeaba: un montón de personas que estaban escogiendo o descartando personas a través de sus pantallas móviles. “Me pregunté si, dadas las circunstancias, yo también iba a tener que descartar personas de esta forma. Y comencé a pensar en qué implica que decidamos algo tan determinante como quién va a ser nuestra pareja a partir de una impresión inicial y muy breve, mediada además por un algoritmo del cual no sabemos nada”, cuenta el escritor rosarino, ganador del Premio Alfaguara de Novela con Mañana tendremos otros nombres, “la fascinante autopsia de una ruptura amorosa, que va más allá del amor: es el mapeo sentimental de una sociedad neurótica donde las relaciones son productos de bajo consumo”, según la definió el jurado, presidido en esta edición por el escritor Juan José Millás.

“No puedo respirar desde que me he enterado de la noticia”, confiesa Pron, que nació en Rosario en 1975, vivió en Alemania y desde 2008 reside en Madrid. “De un tiempo a esta parte tengo la impresión de que en torno al concepto de amor confluyen una serie de cosas que no pensamos cuando pensamos en el amor: dispositivos tecnológicos, ciertas dinámicas económicas y presiones sociales. Se trata de un momento en que el concepto de amor está cambiando como no lo había hecho en muchos años. Al tiempo que se conforman nuevas parejas y nuevas formas de unión, resulta cada vez más difícil imaginar cuál es el final feliz. Mi apuesta personal era tratar de imaginar un final feliz para dos personas que no tienen nombre y que al menos parcialmente somos todos noso-tros”, explica el autor de novelas como El comienzo de la primavera (2008), El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (2011), Nosotros caminamos en sueños (2014) y No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles (2016); los libros de relatos La vida interior de las plantas (2013) y Lo que está y no se usa nos fulminará (2018), entre otros.

Pron acepta los elogios sobre los títulos de sus libros. “Son lo único que me esfuerzo en escribir; todo lo demás lo escriben escritores anónimos a los que contrato para que hagan mis libros”, bromea el escritor. “Los amigos libreros me dicen que los lectores van con un apunte con el título de mis libros o el recorte del periódico, o directamente hacen una mezcla que es incluso más interesante que mis propios títulos”. La duplicidad no podía estar ausente en esa novela íntima y simbólica, que aborda las relaciones sentimentales del animal humano desde una óptica sociológica bien apuntalada en la ternura. “No hay duplicidad mayor que la de dos personas, tres personas, o cuantas sean, que conforman una pareja. En estas parejas se está produciendo el germen de instituciones que al menos cuentan con la ventaja de no haber fracasado aún como sí lo han hecho otras instituciones para enfrentar un presente que no es fácil”, explica el escritor, que dedicó el Premio al editor Claudio López Lamadrid, que murió recientemente. La anonimia de los protagonistas de Mañana tendremos otros nombres tiene un fundamento. “Muchos autores tienden a intentar completar los huecos que dejaban en los libros anteriores. La forma en la que yo trabajo es exactamente la contraria: libro tras libro voy quitando cosas; quito todo lo que creo sobraba de mi libro anterior. Mi impresión es que lo que sobraba eran los nombres. Quitándolos aspiro a que mis libros tengan un alcance universal, que podría haberse visto dificultado por el hecho de que los personajes tuviesen nombres. El y Ella constituían un vehículo apropiado para mí. Estas intuiciones de autor serán sometidas a la constatación de los lectores, pero esta apuesta inicial espero que sea acompañada por los lectores en cuanto a que no hace falta que tengan nombres”, plantea Pron.

“Las familias son algo más que las familias tradicionales con las que se ilustraban los libros de textos cuando yo era niño. Esto supone un magnífico paso adelante para todos como sociedad, pero se producen otros desplazamientos y otros cambios que, como en los sonados casos del Me too, tienen que ver con cómo definimos el consentimiento, qué es una relación, cuánto dura, quién decide qué en la relación, cómo comienza, cómo termina. Todas estas cosas están en un momento de transición. Como en toda época de transición, estamos sumidos en una especie de incertidumbre que no me parece un mal lugar. La incertidumbre es un buen lugar desde el cual escribir”, pondera el escritor que en la novela ganadora del Premio Alfaguara se atrevió por primera vez a mirar el presente de frente, sin ninguna argucia textual. “El futuro parece haber adelgazado o desaparecido en las sociedades occidentales”, afirma Pron.

–¿Por qué el futuro ha desaparecido del horizonte?

–Todos tenemos la percepción de que el futuro ya no es lo que era. Y no es lo que era en virtud de que estamos atravesando un presente muy singular, donde los estímulos políticos, económicos, sociales, son de tal magnitud y de tal fuerza que tornan prácticamente inconcebible el día de mañana. En la recuperación de la idea de un mañana, que en el ámbito de las relaciones se manifiesta bajo la pregunta qué es un final feliz en este momento histórico, confluye buena parte del carácter político de esta novela. Quisiera pensar que es la novela a la que me he enfrentado con mayor perplejidad, pero también con el mayor convencimiento de que alguien tenía que escribir este libro. 

–¿De qué modo se puede ver lo político, algo que siempre aparece en tus novelas?

–Esta novela es tan política como mis novelas anteriores. Pero a diferencia de las otras, en las cuales había un subterfugio o un atajo para dar cuenta del hecho de que el presente está imbuido de pasado, en esta se aborda claramente el presente, una licencia que creo haberme otorgado después de haber escrito algunos libros. A menudo soslayamos el hecho de que en torno al concepto de amor se produce una articulación de instituciones, de ideología y de dispositivos tecnológicos que constituyen una clara intromisión del mercado en un ámbito tan subjetivo y tan íntimo como el de la elección de la pareja. Hay allí una politicidad latente muy importante, en particular en un momento como el actual. Hoy participamos de unas batallas culturales que tienen como finalidad –y esto es bastante evidente en Buenos Aires en estos días– definir cuestiones trascendentales: qué es el consentimiento, cuáles son los límites que no se pueden transigir en el ámbito de las relaciones entre hombres y mujeres, qué derechos que las mujeres han adquirido no deben ser entregados o descartados. La novela incorpora discusiones que son muy contemporáneas; casi todos mis libros pretenden ser contemporáneos. Hay una politicidad que se opone a la baja politicidad de algunas novelas que pretenden pasar de puntillas por las cuestiones políticas importantes del momento. Esa politicidad de la novela se manifiesta a través de la forma en que los personajes miran, se piensan a sí mismos como ciudadanos de una ciudad europea y cosmopolita, y cómo piensan sus subjetividades en un momento en el cual han perdido a la persona que estaba a su lado y los ayudaba a pensar quiénes eran.

Fuente: Página/12

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