El árbol talado que retoña
El tópico que relaciona la literatura y la música puede ser
enfocado de múltiples maneras. En este caso, María Trombetta comparte lo que le
sucedió en la adolescencia, cuando descubrió el disco en el que Joan Manuel
Serrat musicaliza poemas del inmenso Miguel Hernández.
Por María Trombetta
Hace unos años, un programa de televisión mostró un informe que
reunía la opinión de los más prestigiosos cantautores argentinos en torno al
debate acerca de si en una canción importa más la letra o la música. No se llegó a ninguna conclusión, porque todos
opinaban diferente, y esa era justamente la conclusión: que primero la melodía,
y luego se rellena con las imágenes que van surgiendo; que antes una idea que
dispara una historia y después la misma musicalidad de las palabras lleva a
crear la melodía; que ni una ni otra, es la conjunción en partes iguales y la
interacción entre ambas lo que hace efectiva una canción.
La hermosa Para la
libertad cerraba el lado B del disco 1 (cassette,
en mi caso) de Serrat en directo, que
se editó en 1984 y recibí como regalo de cumpleaños durante mi adolescencia.
Era para mí el momento más esperado del disco: la poderosa versión llegaba
después de un tema en catalán que mucho no me gustaba, pero que se dificultaba
adelantar dadas las limitaciones técnicas que imponía la cinta. Y entonces, tres
minutos de música, un árbol carnal, generoso y cautivo, cirujanos, más
corazones que arenas, azucenas, aplausos, la voz de Serrat y nuevos aplausos y
ovaciones, que se pasaban volando. Era la música y era el poema de Miguel Hernández,
que irrumpían como un reflector de los más potentes.
Encontré luego a Hernández en otra canción de Serrat, por
entonces mi cantante favorito, que también me gustaba mucho: Elegía, con imágenes fuertes y nítidas
enmarcadas por la belleza de la música. La muerte que temprano levanta vuelo,
el sujeto que escarba la tierra con los dientes para besar la noble calavera
del amigo, que vuelve por los altos andamios de las flores, con el alma
pajareando por ahí.
Después conocí la historia del poeta, y pude escuchar el
disco completo que grabó Serrat con sus
poemas. Lo vuelvo a escuchar ahora y me genera la misma sensación: rayos de luz
rompiendo la negrura más absoluta: menos tu vientre, claro y profundo, todo es
oscuro, inseguro, postrero. El hijo que se alimenta de sangre de cebolla pero
que cuando ríe hace libre y pone alas. Mayo, que llega en el tema siguiente
poniendo cintas de amor en las guitarras. El niño yuntero, que el poeta desea
ver convertido en martillo desde el pecho de los hombres jornaleros. Las
heridas de la vida, la muerte y el amor que traemos todos, como la falla
trágica de cualquier héroe clásico.
En medio del desastre de la Guerra Civil Española y la
dictadura franquista, Miguel Hernández
encontraba las hendijas para que pasara la claridad. Serrat grabó el álbum en
1972, bajo el mismo régimen por entonces aún vigente. Después de otra
dictadura, en los ochenta, la luz del poeta de Orihuela se seguía proyectando en mí una y otra vez.
Como en el final del informe televisivo, en el que un artista comenta que una
canción es buena si hace que nos sintamos juntos cuando la escuchamos.
Para la libertad
sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis
ojos y mis manos,
como un árbol carnal,
generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Para la libertad siento
más corazones
que arenas en mi pecho:
dan espumas mis venas,
y entro en los
hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.
Para la libertad me
desprendo a balazos
de los que han
revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes
de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.
Porque donde unas
cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras
de futura mirada
y hará que nuevos
brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.
Retoñarán aladas de
savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo
que pierdo en cada herida.
Porque soy como el
árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la
vida.
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