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El comandante Cohen. Anticipo exclusivo del libro de entrevistas a Leonard Cohen

A partir de la próxima semana, Planeta empezará a distribuir Cohen por Cohen, el libro de entrevistas a Leonard Cohen recopiladas por Jeff Burguer que se considera el legado oral del poeta canadiense. Las conversaciones, que incluyen entrevistas radiales y televisivas, van desde 1966 a 2012, en medios masivos como The Guardian o GQ, pero también en la Televisión Nacional Sueca o medios de la comunidad judía como The Jewish Book News. Radar reproduce, como adelanto exclusivo, la que le dio a Robin Pike en Londres, en septiembre de 1974 para Zig Zag. Se trata de una charla bastante rara dentro del universo de Cohen: habla de su intervención en Bahía de Cochinos y su compromiso, incluso militar, con el Estado de Israel; también de sus conversaciones con líderes del Black Power. Y también habla de Nico, Lou Reed, los Rolling Stones, sus fans y las drogas.


Por Robin Pike
El 15 de septiembre de este año cayó domingo. El día después de Wembley. Llovía cuando me marché de Aylesbury y cuando llegamos a Bristol. Nos habían dicho que los integrantes de la gira se estaban quedando en el Hotel Royal, pero que no nos esperaban. A las tres y cuarto de la tarde, estábamos en el vestíbulo de un hotel desierto y preguntamos por el señor Cohen. Luego de una breve llamada telefónica de la recepcionista, nos enviaron a la segunda planta. La puerta de la habitación estaba abierta y allí, en la cama, teléfono en mano, estaba Leonard Cohen. Nos pidieron que esperáramos en la habitación de al lado y hablamos con John Miller, el bajista. La gira había abierto en el auditorio de CBS, en Eastbourne, la semana anterior. Desde allí, la banda viajó a París a tocar en la Fête de l’Humanité, un encuentro organizado por el Partido Comunista francés, al cual asistieron trescientas mil personas y participaron [el compositor griego Mikis] Theodorakis, Cohen y otras figuras literarias.
El ala británica de la gira comenzó en Edimburgo y antes de Bristol habían tocado en Liverpool. Todo transcurría con serenidad hasta que el autobús estuvo a cincuenta kilómetros de Bristol. En ese punto se rompió, el sistema de refrigeración había fallado por completo. Así que salieron e hicieron dedo. Solo que nadie paraba. Llovía a cántaros, no sé si se acordarán. Eventualmente, Leonard y John fueron recogidos por un hombre gentil que resultó ser operador de autobuses. El resto del equipo no pudo regresar sino mucho más tarde. Para entonces, ya se habían perdido el almuerzo y el hotel no tenía comida el domingo por la tarde, así que John salió a buscar algo de comer. Encontró un bar Wimpey y regresó con cuatro hamburguesas, cuatro Coca-Cola, algunas papas fritas y una porción de pastel de chocolate. Comimos y entrevistamos al mismo tiempo.
Leonard Cohen nació en Montreal en 1934. Tiene una hermana. Su padre murió cuando él tenía 9 años. Leonard describe su crianza como estricta en el sentido victoriano. La familia era de una tradición judía conservadora. Hacían un cumplimiento total de la fe judía y el atuendo, pero sin la rigidez de la tradición ortodoxa. El abuelo de Leonard era un judío erudito. Figura imponente de largo pelo sin arreglar, el rabino Solomon Klinitsky era grandiosamente reverenciado por su nieto [Cohen mismo ha deletreado el apellido de su abuelo “Klinitsky” y “Klinitsky-Kline”; pero el deletreo original aparentemente es “Klonitzki-Kline”]. Leonard fue educado en una escuela cristiana. Recuerda esos años, pero sin emoción. Los días de escuela eran aburridos. Editaba el periódico de la escuela, jugaba al hockey y era delegado estudiantil. En la universidad, tocaba la guitarra en lo que describe como un grupo “arrollador”. A la edad de 15 años, dejó la escuela para tomar un curso de literatura inglesa en la Universidad McGill. Mientras tanto, se marchaba de casa para vivir en un departamento en el centro de Montreal. La novela The Favourite Game abarca ese período de su vida.
¿Nunca echaron a nadie, o algo por el estilo?
–Lo peor que podía pasarte era que repitieras un año y que tuvieras que empezar de nuevo. La vida era el centro de la ciudad, conocer a los artistas y a los poetas y descubrir lo que era la vida de café. Yo era joven en esos días. No había una tradición opresiva o algo así, entonces la forjabas tú mismo. Era divertido. 
Me preguntaba si pasaste por esa época de leer todas las obras de Skakespeare; si leías poesía mucho más estilizada.
–Leía un montón de poesía pero no específicamente vinculada al curso que estaba tomando. Hay algunas obras de Shakespeare que no leí. Hay otras que leí muy, muy meticulosamente. Durante un tiempo salí con una actriz que hacía Shakespeare, así que solía tener que aprenderme todas sus obras para poder seguir de qué trataban. Pero en absoluto tengo una base muy amplia en literatura inglesa.
¿Tienes alguna obra favorita? En concreto, digamos, ¿alguna obra favorita de Shakespeare?
–Me gusta mucho Timón de Atenas. Me parece que es una de las últimas.
Pensaba más bien en tragedias como El rey Lear o Hamlet o Macbeth.
–Bueno, para mí es igual que preguntar cómo te sientes frente al Himalaya o algo así. Son articulaciones grandiosas, enormes, de la experiencia humana, escritas por el poeta maestro de nuestra raza. Para mí es difícil sentarme, comer una hamburguesa, decir lo que me gusta y lo que no. Siento una especie de reverencia frente a estas cuestiones. Para nada me tomo a esa gente a la ligera.
¿Puedo cambiar de tema y preguntarte sobre tu compromiso político? En particular respecto de, digamos, los movimientos revolucionarios.
–Mi conexión interior con estos movimientos se aproxima a la experiencia de Camus, pese a que, desde luego, yo no corrí ninguno de sus riesgos. Fui a Cuba para observar y asociarme con la revolución justo antes de Bahía de Cochinos.
¿Conociste a Castro?
–No, nunca a ese nivel. Solo un soldado raso. Es difícil para mí hablar de estas cosas. Mi sensación ahora es muy diferente. No creo que la revolución armada deba ser fomentada en las sociedades industriales. Sería verdaderamente horrible. ¿Cómo te sientes tú al respecto?
Sí, no veo a la revolución como un gran logro en esos términos. Más por la infiltración que por el alzamiento armado. Creo que estuviste involucrado con el movimiento del Black Power una vez.
–Bueno, conocí a algunos de ellos. Conocí muy bien a Michael X. Está esperando que lo cuelguen. Conversé muchas veces con él. Para algunas razas, hay hombres de imaginación que son realmente oprimidos y no lo ven de otra manera. Tienen que tomar esta posición tanto si realmente la sienten en el corazón como si no. Necesitan tener una estructura a la cual poder vincularse. Esperar y ver, eso no satisface su hambre o su imaginación. Solo pueden verse extendiéndose sobre la sociedad, con esa especie de confianza que los apaña. No hay discusión posible con ellos. No puedes pedirles que se relajen, o ¿que irías a conseguir con esto y aquello salvo violencia? Vamos, dejen que nosotros les llevemos la violencia, estamos cansados de estar del otro lado. Pero él mismo conocía las limitaciones de esta posición. Eso es lo que nosotros no entendemos. Los líderes del movimiento (tener esa especie de poder en el movimiento significa que son bastante listos) siempre entienden a la perfección las limitaciones de su posición. Michael me dijo que estaba completamente en contra de armar a los negros en Estados Unidos; decía que era una locura, que nunca podrían resistir ante la maquinaria. Ellos poseen las balas, las fábricas de armamento y las armas. Entonces qué, ¿les das unas cuantas armas a los negros y los enfrentas al ejército? Incluso estaba contra las navajas. Decía que deberíamos usar nuestros dientes. Algo que tuviese todo el mundo. Esa era su visión sobre el asunto. Era un tipo de subversión diferente. La subversión de la vida real para implantar el miedo negro. Me invitó a su casa y me sirvió un trago, un trago delicioso. Le dije: ‘Dios, ¿cómo preparas esto?’. Me dijo: ‘No esperes que te lo diga. Si conoces los secretos de nuestra comida, conoces los secretos de nuestra raza y los secretos de nuestra fuerza’. Sabes, esa era la clase de visión que quería desarrollar. Bastante buena además.
¿Cómo te sientes respecto de tu posición como judío? Apoyas, por caso, el movimiento para liberar a los prisioneros judíos en la Unión Soviética? En particular artistas, como los Panovs.
–Sí. También en Ucrania. Me gustaría ver al imperio ruso derrumbarse. Me parece que hay muchos rusos que se sienten de la misma manera, además. A muchos rusos no les interesa de verdad la dominación de Checoslovaquia, Bulgaria, Ucrania y Letonia. Es una posición difícil la que adoptaron. Los judíos caen en esa clase de rumbo también.
¿Trabajas activamente en esa área? ¿De veras les das tu apoyo?
–No. No. Doy mi nombre si alguien me lo pide. No siento que mis habilidades vayan en esa dirección. Nunca he disfrazado el hecho de que soy judío y de que, ante cualquier crisis en Israel, yo estaría allí. Estuve durante la última guerra y estaría durante otra guerra. Estoy  comprometido con la supervivencia del pueblo judío. Tengo muchas discrepancias respecto del liderazgo judío, el valor judío y cosas por el estilo. Pero estoy comprometido con la supervivencia del pueblo judío y creo que esa supervivencia se encuentra amenazada en sitios como la Unión Soviética. También pienso que, en otro nivel, se encuentra amenazada en Estados Unidos. Allí tan solo es una sensación tribal. No tiene ninguna representación.
Mencionaste que regresaste a Israel al momento de la última guerra y cantaste. ¿Puedes decir un poco más sobre eso? ¿De qué formaste parte exactamente?
–Tan solo me uní a un grupo de entretenimiento de la fuerza aérea. Caíamos en pequeños lugares, como un área de cohetes, y ellos nos alumbraban con sus linternas y nosotros cantábamos unas pocas canciones. O nos daban un jeep y bajábamos hacia el frente y allí donde viéramos unos cuantos soldados esperando un helicóptero o algo así, cantábamos unas canciones. O a veces en la base aérea, hacíamos un pequeño concierto, en ocasiones con amplificadores. Era muy informal y muy intenso. Allí donde vieses soldados, simplemente parabas y cantabas.
Me impacta, siendo que es bastante peligroso. ¿No sentías cierta preocupación personal de que te mataran?
–La sentí una o dos veces. Pero te acostumbras. Y el desierto es hermoso y piensas que tu vida es significativa durante uno o dos instantes. Y la guerra es maravillosa. Nunca la harán desapare- cer. Es una de las pocas ocasiones en las cuales la gente actúa de la mejor manera. Es tan económica en términos de gestos y movimientos. Cada gesto particular es preciso, cada esfuerzo se ejecuta al máximo. Nadie tontea. Todos son responsables de sus hermanos. El sentido de comunidad, de afinidad y hermandad, de devoción. Tienes la oportunidad de sentir cosas que sencillamente no es posible sentir en la vida moderna de la ciudad. Muy impresionante.
Obviamente encontraste que te estimulaba. ¿Fue estimulante para tu escritura en algún punto?
–En muy poca medida. Pero no en realidad. Escribí una canción allí. Las guerras, en el pasado, han sido ocasiones en las cuales se escribieron grandes cosas, o durante. No sufrí lo suficiente. No perdí a nadie que conociese.
(La conversación en este punto se vuelve hacia la experiencia de cantar para pacientes de hospitales psiquiátricos. Leonard piensa que es bueno para una banda hacer conciertos gratuitos e hizo muchos en Canadá).
¿Cómo te ves en sitios así? ¿Como un entretenedor o como un terapeuta?
–Tengo mucha admiración por el punto de vista profesional. Un terapeuta debería ser un entretenedor. Seas quien seas, primero deberías ser un entretenedor. Si vas a presentarte ante la gente, tienes que entretenerla. Su imaginación tiene que estar comprometida y tiene que entrar en ese vórtice de imaginación, relajación y suspenso que supone el entretenimiento.
Pensaba en que podría ser dificultoso meterse en un grupo de gente y luego alejarse sin acaso tomar alguna medida preventiva. ¿Esperas que el equipo profesional sea parte de un entretenimiento y capaz a la vez de ponerse a tono con el resultado de tu trabajo con ellos? Pareciera una visita muy fugaz, ¿no?
–Se tarda apenas un instante en recibir una cicatriz. Puede quedarse en ti el resto de tu vida. Ocurre lo mismo con las cosas que nos conmueven. Y además, yo no sé si soy uno de ellos, estoy dentro de una tradición y es probable que sea un operador de novena posición dentro de una gran tradición. Tengo muy en claro dónde me ubico dentro de una gran tradición. El tipo de sanación que produce una canción, o el arte, o lo que sea que quieras mencionar, es casi imposible de describir, ya que le sucede a una persona dentro de una audiencia. Aquello que los conmueve, de alguna forma, está más allá de la obra. Incluso en el público más corriente. Se produce una conexión. No creo que se produzca con todos, pero un doctor sensible o un obrero siempre pueden engancharse. En gran medida es solo el entretenimiento de una noche. Atravesar la noche.
Me preguntaba si posiblemente no sea más bien aterrador y alarmante si ocurre que esta chispa particular se encendiese y estuvieras ahí, y que luego te fueras y ya no estuvieras para apoyar con tu presencia todo lo que sucedió. Y que esto sea algo que pueda de veras destruir las pocas fuerzas que ellos tengan.
Estoy de acuerdo contigo. Ciertamente eso sucede fuera de los hospitales, si estuviste lidiando como yo, con un cierto tipo de público. Les ocurre hasta a los cantantes populares más triviales. No hace falta que lidies con un público muy minoritario o especializado. Todo cantante pasó por esta experiencia. Tom Jones pasa por eso. La gente empieza a ver la obra como si hubiera en ella un tipo especial de sanación o de elemento visionario, y suponen que eres el amo, creador e ingeniero de este bálsamo, de este ungüento, de esta sustancia sanadora, y, de algún modo, de este contacto contigo que garantizaría la cura. Se dan a conocer mediante cartas o en persona y, claro, están condenados a la decepción. Después de todo, claro, un artista no puede funcionar de un modo profesional en su capacidad de sanador. Y como dices, eso llevaría a la gente a un estado de ánimo difícil.


¿Qué hay de Daphne Richardson, cuya carta pusiste en la contratapa del álbum Lived Songs? ¿Podrías decir algo sobre ella? Porque posiblemente eso tenga relación.
–Primero la conocí por correspondencia. Procuro leer todo lo que me llega y me enganché con su poder de comunicación. En aquel momento ella trataba de publicar un libro de poemas muy experimental, eran poemas-collage. Y en absoluto torpes. Eran sumamente talentosos. Había un collage de Dylan, uno de mí, y su propio trabajo. Y Dylan no le daba permiso de publicar su trabajo en fragmentos. Y yo sí. Así que entramos en contacto. Sabía que en sus cartas existía un límite tan intenso y fanático que la llevaba a experimentar grandes cantidades de perturbación. Pero por otro lado había algo en su mente que yo encontraba inmensamente atractivo y encantador. Entonces empezó a emerger su historia. Me enviaba largas, largas cartas y libros que me había escrito y, desde luego, eran ese tipo de cartas excesivas donde me decía que quería venir y quedarse conmigo o... ya sabes. Por otro lado, sus doctores y la gente de los hospitales en los que había sido ingresada y dada de alta, no creían en absoluto que estuviera en contacto conmigo. Pensaban que era un delirio. Así que ella estaba viviendo un tipo de vida completamente extraña. La ataban y todo eso y ella les decía: “Voy a trabajar en el próximolibro de Leonard Cohen”. Y yo: “Me gustaría que ilustraras mi libro”. Era una dibujante muy fina y le había propuesto ilustrar mi último libro, The Energy of Slaves. Ella les gritaba a los doctores: “¡Tienen que dejarme salir! ¡Voy a ilustrar el nuevo libro de Leonard Cohen!”. Reemprendí mi última gira y quedamos en encontrarnos y la conocí y era una chica muy atractiva de 30 años, muy simpática y con un estilo y comportamiento muy parecido al de la gente que conozco. Arreglamos hacer el libro juntos y me mostró otros dibujos suyos y quedé muy impresionado. Luego volví a Estados Unidos. Y en ese momento justamente no estuve en contacto con mi correspondencia. Luego, al recibirla, encontré telegramas y cartas que decían: “Por favor, ayúdame. Volvieron a internarme. No me creen. Necesito tu ayuda, por favor, ayúdame”. Llamé por teléfono a mi agente en Londres y le dije: “Comunícate con Daphne enseguida, está en problemas. Ya es tarde para mí, hace ya un mes que llegaron estos telegramas”. Le dije: “Dile que el trabajo con el libro sigue en marcha y que quiero que empiece con las ilustraciones. Haré que le envíen el manuscrito”. Y ella se había suicidado apenas tres días antes. Llegué demasiado tarde. Me mencionaba en su nota de suicidio. Fue horrible.
¿Por qué la pusiste en la contratapa de tu disco?
–Oh, ella siempre quiso ser publicada. No podía encontrar a nadie que la publicara. La carta era para mí. Contenía un libro que me escribió en el hospital psiquiátrico. Te digo, yo estaba destrozado. Un testimonio de dolor. Nunca había leído nada semejante.
¿Podrías decir algo sobre Nico?
–Espero volver a verla cuando regresemos a Francia. O en Londres, si se encuentra en la ciudad. Es increíble. Es una gran cantante y una gran compositora. Completamente soslayada por lo que yo sé. No creo que venda cincuenta discos, pero es uno de esos talentos de veras originales en todo este meollo.
¿Es cierto que escribiste “Joan of Arc” pensando particularmente en ella? Apareció en una de tus recientes entrevistas.
–Oh, yo no diría eso. ¿Cómo lo sabes? ¿En serio? No recuerdo si es verdad. Sé que yo estaba tras sus pasos; husmeaba. Estaba fascinado por Nico en esos días. Escribí esa canción en aquella época.
¿Qué hay de Lou Reed y Velvet Underground?
–Conocí a esa gente en Nueva York. Cuando vine por primera vez a Nueva York –creo que fue hacia 1966– Nico cantaba en el Dom, que por entonces era un club de Andy Warhol, en la Calle Octava. Una noche simplemente caí allí y no conocía a nadie. Vi a esta chica cantando detrás de la barra. Era una escena digna de contemplar. Supongo que era la mujer más hermosa que hubiera visto hasta aquel momento. Me acerqué y me puse frente a ella hasta que la gente me hizo a un lado. Empecé a escribir canciones para ella entonces. Ella me presentó a Lou Reed en aquel momento. Y Lou Reed me sorprendió enormemente, pues tenía uno de mis libros de poemas. Yo no había sido publicado en Estados Unidos, e incluso tenía un público muy pequeño en Canadá. Así que cuando Lou Reed me pidió que le firmara Flowers for Hitler, pensé que era un gesto extremadamente amistoso de su parte. Velvet Underground por entonces se había separado. Me tocó sus canciones. Era la primera vez que las oía. Me parecieron excelentes, realmente buenas. Solía elogiarlo.
¿Qué tan bien llegaste a conocerlo?
–En absoluto puedo decir que lo conozca bien. El era un lector temprano de Beautiful Losers, del cual pensaba que era un buen libro. En esos días me parece que no estaba recibiendo muchos cumplidos sobre su obra y ciertamente yo tampoco. Así que ambos nos dijimos lo Buenos que éramos. Me gustó de inmediato porque él le gustaba a Nico.
¿Podría preguntarte sobre los Rolling Stones? Si alguna vez estuviste en contacto con ellos, si piensas algo sobre su música.
–Conocí a Mick Jagger una vez en el lobby del Hotel Plaza y me preguntó: “¿Estás en Nueva York por un recital de poesía?”. Algunas de sus canciones me gustan mucho. Me parece maravilloso, el fenómeno de los Rolling Stones y la figura de Mick Jagger. Son el pan y el vino de los grupos populares. Yo era un poco más viejo cuando entré en contacto con estas figuras, y a mí ya me habían volado los sesos otros, gente más vieja y mucho más extravangante que había conocido en mi juventud, así que no estaba en la posición de sucumbir ante este tipo de fiebre que ellos producían en la gente más joven. Pero siempre los he admirado desde un punto de vista ligeramente humorístico. Nunca me pregunté seriamente si Mick Jagger era el demonio. Pero son bastante interesantes como figuras.
En algún sentido eres una figura ajena a mucha gente del mundo de la música y me pregunto hasta qué punto te consideras así de apartado de él.
–Me siento completamente apartado de él. Me encanta el fenómeno, pero no vivo como una de esas figuras. Mi estilo personal es muy, muy diferente. No actúo en el mismo tipo de campo. Mi vida es completamente diferente y se desarrolló en diferentes terrenos que llegaron a mí muchísimo antes que el movimiento pop. Mi estilo de vida se formuló a mediados de los cincuenta y muy poco cambió desde entonces. 
–¿Qué hay de las drogas?
No consumo. No hacen bien. La hierba me parece terrible. No se lo digo a nadie porque nadie me cree. Hay una gran cultura de la hierba, y lejos de mí está por haberse inmiscuido entre mis placeres de juventud. Fumé hierba durante mucho tiempo. Sé de lo que se trata, sé lo que produce y creo que somos una cultura que no es lo bastante sabia aún para manejarla. He hablado con marroquíes que vieron a los norteamericanos fumar y piensan que estamos locos. Y ellos fuman mucho, eh. Las drogas, sin un sacramento, sin un ritual, sin una gran comprensión real de su poder, son peligrosas. No hablo de prohibirlas o de no tomar drogas. Hablo de que el uso casual, indiscriminado y social de la droga puede ser muy, muy peligroso. Y es peligroso.

Fuente: Página/12

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