Hernán Carbonel: “Una de las maravillas de la literatura de terror está en la sensación acechante que queda después de la lectura”

En el mes que dedicamos a la literatura de terror invitamos a la entrevista virtual a Hernán Carbonel, autor de El chico que no crecía y otros cuentos, donde revisa, en clave rural, una serie de leyendas urbanas, giro inesperado. Conversamos acerca del periodismo cultural, de su paso por los medios gráficos y radiales, de los talleres de lectura y escritura, de las prácticas modernas –y no tan modernas– de intervenir textos y nos dio toda una clase sobre el arte de escribir reseñas, actividad a la que tanto nos dedicamos en el Laboratorio de análisis y producción de LIJ.


Mario Méndez: Bueno, vamos a ir empezado. Hernán Carbonel, bienvenido al Laboratorio de Análisis y Producción de Literatura Infantil y Juvenil, que venimos haciendo desde hace varios años. Esta es la segunda entrevista que hacemos de modo virtual. La inauguró Laura Ávila el mes pasado. Este mes vamos a hacer dos. Hoy con vos y la semana que viene con Juan Dimilta. Este mes, como sabés, lo dedicamos al terror, en lo posible dentro de la LIJ, aunque también hubo gente que estuvo leyendo y que hizo reseñas de terror para adultos. Primero, una breve presentación. Hernán Carbonel es saltense. Nacido y criado en Salto, una población de la Provincia de Buenos Aires, que queda a 200 kilómetros,  donde he ido unas cuantas veces, invitado por Hernán y por Valeria, su esposa, mi amiga.  Además de ser periodista, formado en la Universidad de La Plata, y de ejercer el periodismo cultural en estos momentos, para la Gaceta de Tucumán y para otros medios, es escritor de ficción. Tiene muchos cuentos escritos y publicados, y en el mundo de la literatura infantil y juvenil, dos libros. El chico que no crecía y otros cuentos, que es por el que fundamentalmente lo convoqué, para hablar de la leyenda rural y el terror, y Antiguos dueños de la tierra, en el que compartimos con Jorge Grubissich, amigo en común, tres novelas breves, cuyo eje en común son los pueblos originarios. También ha publicado El caso de Arroyo Dulce, una investigación periodística sobre dos robos en un pueblo cercano a Salto. Es padre de dos hermosos niños, hincha de River, forma parte de la filial de Salto de River. Y es un gran asador. Ahora sí, creo que ya estamos bastante completos. 
Hernán Carbonel: Sí, estamos bastante completos. Mi viejo tenía una frase: somos siete oficios y catorce miserias. Un poco de periodismo radial, otro poco de periodismo escrito, así que siempre estuve navegando en esas aguas. 
MM: ¿El último programa fue “Margaritas a los chanchos”? ¿O tuviste uno después?
HC: Hicimos uno de fútbol con un amigo, durante unos meses…
MM: También fuiste comentarista de fútbol, ahora que lo mencionás, ¿no?
HC: Conducía la previa de una transmisión de fútbol regional. Como yo hice operación técnica desde muy joven, en la FM del Pueblo, hacía operación técnica y locución. Una especie de pulpo radial que hacía todo al mismo tiempo. Era divertido. 
MM: Ahí, en Margaritas a los chanchos, entrevistaste a grandes escritores. A Abelardo Castillo, a Pablo Ramos y a otros personajes importantísimos. 
HC: Tuve esa suerte. Les escribíamos y nos decían que sí, eso era lo raro. Gustavo Nielsen, Sylvia Iparraguirre, Abelardo… Cantantes también… la Gata Varela, Porchetto… Capusotto… Gente de la cultura en general y muchos escritores: Vicente Batista, Guillermo Saccomanno… Fue un lujo para mí hacer eso. Porque fue un aprendizaje, además del placer de regalarle eso a la gente. Era una clase abierta en vivo, de media hora, en la que se les ofrecía a los oyentes palabras interesantes de personas interesantes. 
MM: Amedrenta un poco, ¿no? Yo me acuerdo de la primera vez que tuve que entrevistar gente muy grosa, con mucho recorrido, mayor que yo, hace como quince años. En el primer ciclo que hice empecé con Adela Basch, que es amiga, con Sorrentino…
HC: A Sorrentino lo entrevisté también…
MM: Da un poco de temor, ¿no?
HC: Lo peor me pasó con Castillo. Le pregunté por qué había tanta presencia de la religión cristiana en sus libros, La piedra de Jericó, El evangelio según Van Hutten, El otro judas… y me preguntó, al aire, en vivo: “¿Usted cuántas leyó?” Le dije que El evangelio según Van Hutten. Y me dijo “Entonces usted no puede hablar de mi obra si no las leyó”. Fueron cuatro o cinco segundos en silencio, que para el aire de la radio es muchísimo, en los que yo me prendí fuego, volví sobre mí y continué con la entrevista como pude. Y él después tuvo la bonhomía de decirme que yo no tenía por qué leer la obra para preguntarme por la presencia de la religión cristiana en su literatura. Cuando volví a mi casa dormí como si hubiera corrido la maratón de los cien barrios porteños, por la tensión. Fue maravilloso, sí. 
MM: Después la levantó, pero fue medio malvado…
HC: Era malvado…
MM: Dicen que en los talleres era áspero. Pablo Ramos, en una entrevista que le hice en La Nube, contó todo lo que le costó que Abelardo lo tomara en su taller. 
HC: De ahí salieron grandes escritores… Samanta Schweblin, Pablo Ramos… Salió mucha gente grande de ahí. Por algo era así el viejo. 
MM: ¿Qué opinás de los talleres, ya que estamos? Sé que vos das talleres…
HC: Yo doy talleres de lectura. De escritura no me siento capacitado. Las escasas herramientas que voy aprendiendo trato de implementarlas en mi humilde escritura, pero el de compartir las lecturas me encanta. Me parece muy interesante, por el hecho de que a la visión que yo pueda tener de un texto que leí más de una vez, y que releo en los días previos a juntarnos con el grupo, se le suman las interpretaciones de los otros lectores. Eso me parece muy interesante, me gusta mucho compartir la lectura. Con la escritura no me siento capacitado, y nunca hice un taller de escritura. Salté un poco, he ido algunas veces a la casa de Pablo Ramos, me han corregido textos algunos escritores… Te he enviado a vos también. Creo que a veces la cantidad de talleres de escritura es excesiva. Para mí, y espero que nadie se me enoje por esto, los elegidos para dar un taller de escritura podrían ser muchos menos de los que están. Esto seguramente hiera a algunas personas, pero si yo tuviera que hacer un taller de escritura elegiría muy bien con quién. No es soplar y hacer botella, con perdón de la metáfora. Sí está bueno, para compensar la posible herida de hace unos minutos, que haya mucha gente enseñando a escribir, para que los muchos que quieren escribir tengan cada vez más herramientas. 
MM: Coincido con que a veces hay un exceso de oferta. Pero me parece que en general (yo he dado bastantes talleres, sobre todo en Bibliotecas para armar) se aprende mucho del que está al lado, más que del que está enfrente, aunque la mayoría de los talleres sean en mesa redonda. Y me parece que ofrecen este ámbito de escucha. Es difícil encontrar gente que quiera leer un inédito. Como decía Bioy cuando veía gente con un mamotreto. “Huyamos; porta manuscrito”. Por lo menos, cuando yo empecé a escribir, la tercera o cuarta vez que molestabas a alguien con un inédito, te daba cosa. En cambio el taller es un ámbito de pares, que te escuchan, que te comparten…
HC: Hay una cuestión emocional también…
MM: Sí. Una vez en un taller que empecé a dar hace años, Kureishi, el escritor inglés, había dicho en una entrevista que los talleres literarios eran ámbitos terapéuticos. Con bastante maldad, así que los que iban al taller se habían ofendido bastante. Entonces, no das taller literario, sí das taller de lectura. ¿Con qué autores estás ahora?
HC: Saltamos muchísimo. Ahora emprendimos una serie de autores jóvenes. Vamos a leer a Eugenia Almeida, vamos a volver a Samanta (todos los años leemos un par de cuentos de ella, que me parece la mejor cuentista argentina), vamos a leer a Mariano Quirós. Y antes habíamos estado con algunos más tradicionales, autores consagrados. Podemos pasar desde Lucía Berlín a Manuel Mujica Laínez. La idea es que haya variedad al margen  de cuál sea mi gusto. Me gustan mucho los cuentistas argentinos y me gusta mucho la literatura norteamericana. La idea es la variedad. Fuimos leyendo algo que generó controversia. Dos cuentos de Kohan, uno que continúa el Martín Fierro y otro que continua “Emma Zunz”, de Borges. Ahí se armó un debate importante, porque había una alumna que estaba muy en contra de la continuidad que proponían esos cuentos, con una visión más tradicionalista, si se quiere. Sobre todo con lo que hace Kohan en un cuento que se llama “El amor”, en el que Cruz y Fierro consuman el acto carnal…
MM: Como Secreto en la montaña, pero en la pampa…
HC: Exactamente. Esa cita estuvo en la charla. Eso generó un debate importante. También tratamos de trabajar con cuentos que recuperen el tema de los derechos de la mujer… Ahora lo hicimos con “La intrusa”, de Borges y “Patrón”, de Castillo.
MM: Igual, esa mirada tradicional que critica las continuaciones está un poco demodé, porque el propio Borges terminó Martín Fierro con “El fin”, hizo la “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”… Quejarse porque alguien agarre un cuento de Borges y lo continúe… a lo mejor se queja María Kodama. 
HC: Eso fue lo que alegamos los que estamos en favor de la continuidad. Vale recordar el juicio a Katchadjian por “El aleph engordado”. El guacho Martín Fierro, que tiene más o menos diez años, que es el Martín Fierro con el lenguaje de un pibe de la villa. 
MM: ¿Y el de la China Iron lo leíste?
HC: Sí. Fantástico libro. Me gustó mucho la poética, y me gustó mucho la continuidad y al mismo tiempo la ruptura con lo que plantea Hernández. Muy recomendable. Tiene mucha poesía, tiene amor también. Recordemos que “Iron” es Fierro. Es la China Fierro, la ex mujer de Martín, que conoce a una inglesa que está atravesando la pampa húmeda en una carreta, para encontrarse con su marido inglés en el medio del mal llamado desierto. Y se entabla entre ellas una relación sexual. Lo que hace Cruz con Fierro en el cuento de Kohan lo hace la China Iron con esta inglesa en  la novela de Cabezón Cámara. Son dos rupturas.
MM: Bastante fuerte. Interesante. No lo leí. Ese me lo dejo para después de la cuarentena. En varias de las cámaras veo que hay una biblioteca detrás. Vamos un poco al terror. ¿En tu biblioteca figura el género terror?
HC: Figura disperso. Y no sé si con cuenta gotas, pero no es uno de los géneros que más me ha gustado consumir. Como la ciencia ficción. Es más, lo empecé a leer más de grande. Así y todo, de pibe fui leyendo salteado. El primero que me impactó fue Lovecraft. Sigue siendo el autor del género que más me gusta. Cuando era joven, alrededor de los veinte leí “El caso de Charles Dexter Ward” y me partió la cabeza. Ahí lo empecé a leer, empecé a comprar en la feria de las plazas y en librerías de viejo los libros de cuentos. Tengo tres o cuatro antologías de sus cuentos. Y después me metí con las historias del Necronomicón, investigué un poco eso, que me pareció interesantísimo, y hasta borgiano. Esa idea de inventar un libro que no existe, y que varios cuentos de Lovecraft estén atravesados por ese libro inexistente. Cuenta la leyenda, incluso, que en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires un bibliotecario creó una ficha para el Necronomicón
MM: Yo sabía que llegaban pedidos del Necronomicón a muchas bibliotecas. No sabía que en la nuestra también había pasado eso. 
HC: Sí. Luciano Saracino suele contar eso. Estuvo investigando algo al respecto. También me gusta el lado terrorífico de Poe, por supuesto. Yo soy muy saltarín con las lecturas, uno poco por mi trabajo y otro poco por incapacidades propias. Por mi trabajo porque leo para La Gaceta o la Revista Acción, leo para el taller de lectura, para el club de lectura, leo por la cantidad de cosas que llegan a la distribuidora que tiene mi esposa… Hay  mucha lectura a la que me gusta decirle “por obligación”, aunque sigue siendo por placer. Entonces por ahí leo muy esporádicamente un género. Son muy pocos los autores o los géneros con los que me meto a fondo. Por ahí se me traba el marulo y me quedo con alguno. Me pasó con Piglia, hace unos años que lo vengo leyendo como loco. 
MM: Con Respiración artificial hemos discutido.
HC: Hemos tenido largas discusiones, sí. Pero el cuento de terror por excelencia, el que más me impactó cuando lo leí por primera vez, y todavía puedo recuperar la sensación de lo acechante que queda después de leerlo (que es lo maravilloso de la literatura de terror), es “La pata de mono”, de Jacobs. Tiene esa cosa típica del género del golpe en la puerta, y bueno… ¿quién es? ¿Quién va a atender? ¿Qué va a suceder? Aunque ya sepamos lo que va a suceder, pero no se lo dice. Lo que se omite, lo sugerido… es el cuento de terror que más me ha gustado y que cada tanto vuelvo a leer.
MM: Son los cuentos que no por nada Borges, Bioy y Silvina pusieron en su antología. Sobre varios de esos cuentos uno vuelve y vuelve porque son maravillosos… Vos sos un periodista cultural y has hecho de la reseña un trabajo. Varios de los participantes de esta charla vienen al laboratorio y escriben reseñas... Cecilia, María Rosa, Olga,  Laura, Carito… ¿Cuál es la regla, si es que hay una regla, al hacer una reseña? ¿Cómo lo enseñarías vos si estuvieras en mi lugar? 
HC: Qué pregunta… Yo empecé muy de cararrota. Hace más de diez años me puse en contacto con Daniel Dessein padre, que ya falleció, y después con su hijo, Daniel, quien quedó a cargo del suplemento literario de La Gaceta de Tucumán. Nos hemos visto dos o tres veces en la vida, nada más, pero trabajo con él desde hace una década. En ese momento me pidieron que mandara algo. Justo había salido un libro en el que Paul Auster oficiaba de compilador, y me la jugué y escribí dos reseñas diferentes sobre el mismo libro, y se las pasé, y me ofrecieron el laburo. Me parece que, como todo lo que me ha pasado, lo he ido aprendiendo con el paso del tiempo. A veces creo que me debo un estudio más clásico, universitario, académico si se quiere, algo más formativo, más teórico… es una deuda que tengo. Lo he aprendido ahí, en el palo a palo, sobre el pucho. Después tuve una vez una muy buena clase de Daniel Freidemberg, que era mi nexo con la revista Acción, y me pasó algunos tips, como que nunca pusiera el epicentro del libro al comienzo de la nota. Que primero lo presentara y después lo definiera. 
MM: Tomen nota compañeros y compañeras. Nunca pongan el epicentro del libro en el comienzo de la nota.
HC: Si lo vas a hacer, bancate lo que te viene. Porque es un poco García Márquez. “El día que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó…”. Si cuando empieza te cuenta el final del libro, ¿cómo hace para sostenerlo? García Márquez no solo lo sostiene, sino que escribe uno de los mejores libros del siglo XX. O Samsa, despertándose convertido en una cucaracha. Así y todo, con el paso del tiempo me di cuenta de que tenía instalada una estructura interna. Yo me doy cuenta de las cosas después de que las hago, lo cual a veces es un peligro y a veces es una tranquilidad. Me di cuenta de que tenía incorporada una estructura que siempre está cuando trabajo. Presento algunas cosas del argumento, pero las características del libro, su esqueleto, con qué se vincula, corrientes, con qué podés hacer intertextualidad… esa novela, o ese tomo de cuentos, o esa crónica, ensayos, artículos… no importa el género, todo eso tiene que ir de la mitad hacia el final. Y tiene que tener un remate relativamente interesante. Con el editor con el que trabajo ahora en la revista Acción, es un amigo de hace muchos años, pero es infalible. No te deja pasar una. He tenido que reformar los finales más de una vez. Y está bien, porque vos al lector tenés que presentarle un lindo producto. Algo que le resulta interesante, y que a ese libro lo lea. No porque estás haciendo publicidad de la editorial, ni del autor ni de ese libro en particular, sino porque uno tiene que ser promotor de la literatura. Siempre digo que termino siendo un promotor de literatura. Escribiendo reseñas, trabajando con mi mujer, llevando autores como vos a las escuelas, fui diez años bibliotecario… Lo que terminás siendo es un “recomendador”. Lo cual está buenísimo, porque recomendás lo que te apasiona. Yo subrayo mucho el libro. Si me pertenece o me lo puedo quedar le mando lapiceras a lo loco, y en la última página escribo todas las ideas que se me van ocurriendo. Si el libro es para vender, devolver o es de la biblioteca, es a lápiz, apenas, y con un anotador al lado. Entonces, después, cuando vuelco todo eso, lo vuelco dentro de una estructura mental que se traslada al archivo de Word, y en el cual las partes se van ordenando. Un pequeño Frankenstein. Las partes van donde tienen que ir. Los brazos a la altura de los hombros, las piernas que toquen el suelo, y la cabeza arriba de todo. Un poco es eso. Y me di cuenta de que cada vez me es más fácil, porque ya tengo incorporada la estructura. 
MM: Está bueno esto. Espero que hayan tomado nota de la estructura que recomienda Hernán. Y con las reseñas negativas, ¿qué te pasa? ¿Podés reseñar libros que no te gustan?
HC: Me ha pasado de tener que reseñar libros que no me apetecen en lo más mínimo. Desde (con todo respeto) algunas autoras de literatura romántica histórica a Osho. Me ha tocado porque es mi trabajo. Pero también me ha tocado leer libros de autores consagrados. No voy a nombrar argentinos, pero, por ejemplo, uno de Stephen King que no me gustó. Y no me sentía capacitado para desmentir a Stephen King sólo porque no me haya gustado. Lo cual no quiere decir que el libro sea malo. Tenés el respeto hacia un autor consagrado, y plena conciencia de la subjetividad que tenés como lector y que tenés cuando escribís esas reseñas. Entonces trato de no ser un  tira bombas, para decirlo con una expresión muy  campechana. Trato de ser muy cuidadoso y respetuoso, al margen de que el libro no haya terminado de gustarme.

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