Juan José Dimilta: “En el terror hay que desafiar los límites”
En el marco del mes dedicado al terror, enterados de que nuestro amigo y alguna vez compañero en el Laboratorio estaba realizando un ensayo sobre el terror en la LIJ, lo invitamos a hablar del género. La charla, como verán, fue muy jugosa. No sabemos si escalofriante.
Mario Méndez: Vamos a dar el comienzo formal. Ya somos como diez. Vamos a darle la bienvenida a Nazarena, Cati, Lorenzo, Julián, Débora, Silvia, y los que vayan viniendo. Estamos cerrando el mes que el Laboratorio de Análisis y Producción de Literatura Infantil del Programa Bibliotecas para armar le dedicó al terror en la literatura infantil y juvenil. Y yo sabía, porque Juan José me había pedido en su momento unas opiniones y me envió un cuestionario sobre el terror, género que alguna vez transité, que estaba escribiendo un ensayo, o un libro. Después le vamos a preguntar cuál es el proyecto. Primero lo presentamos. Juan es docente, librero y escritor. Fue parte de nuestro Laboratorio algunos lunes, cuando le dejaban tiempo su trabajo y sus idas y vueltas entre libros y aulas. Además es de Haedo, que no es cerca. ¿No, Juan?
Juan Dimilta: Hasta el sábado soy de Morón. Y desde el lunes paso a ser de Palomar, casi Haedo.
MM: Robinson, tu librería, quedaba en Haedo…
JD: Robinson quedaba en Haedo. La teníamos ahí, con Silvia, que está en el encuentro. La tenemos un poco entre paréntesis, hasta que pase todo esto y le encontremos un nuevo lugar, una nueva forma. Hasta febrero estuvo en Haedo.
MM: Bueno, Juan tiene cinco libros publicados, dos de los cuales tuve el honor de que me regalara: La tormenta en el año del conejo y Diario del Plan de fuga. Los dos los leí. Y hay tres más: Los caprichos del chef, Diario de un verano alienígena y Sacudón y otros cuentos fenómenos, el último, que es de Del naranjo.
JD: Sí, todavía está peleando con la distribución pandémica.
MM: Este año es terrorífico con eso. Vamos a empezar por el principio. ¿Por qué escribís, Juan? ¿Y por qué te interesa la literatura infantil y juvenil?
JD: Por qué escribo, no lo sé. Y la respuesta que tenía a por qué la literatura juvenil, se me está cayendo de a poco. Porque me parecía que la literatura para adultos (si es que algo así existe), tenía demasiados límites. Y que la literatura infantil y juvenil no los tenía. También los tiene y de otro modo, así que esa respuesta que me armé se me va cayendo un poco. Además, me parece que en la literatura infantil y juvenil es más posible todo, en el mejor sentido de la palabra. No en el sentido de escribir cualquier cosa. Es menos conservadora que la literatura para adultos. Aunque también tiene sus problemas con lo conservador, al menos cuando la literatura infantil empieza a tener como único punto de distribución y llegada las escuelas. Porque ahí choca con lo conservador de la escuela. No sé bien la respuesta. La voy armando…
MM: Muy bien. Además uno las va cambiando. Uno tiene un principio pero si no gusta tiene otro, dijo Groucho.
JD: Me sigue divirtiendo, gustando y apasionando mucho leer literatura infantil y juvenil. Me sigue gustando mucho más que leer la literatura que consideramos para adultos. Aunque cada vez las veo más cerquita a las dos, en lo otro me parece que hay más lugar para la aventura, para la imaginación, para un montón de cosas que me gusta transitar más. A mí me parece que para la literatura para adultos está la vida y para la literatura está la literatura que llamamos infantil y juvenil. Es como otro espacio.
MM: Está buena esa definición. ¿Quiere decir que si yo te preguntara ahora qué tenés en tu mesa de luz para leer hay más libros para niños y para jóvenes, supuestamente?
JD: Sí. Ahora en realidad hay pocas cosas, por la mudanza, pero suele haber muchísimas. Tengo esa manía que tienen muchos de tener una docena de libros al lado, por las dudas de que en la quinta línea de un libro me agarren ganas de agarrar otro. Sobre todo, lo que anda ahora dando vueltas por mis lecturas tiene que ver con literatura de terror, o de miedos, o de monstruos, relacionada con lo infantil y juvenil.
MM: Vos sos docente de secundaria. ¿O de primaria también?
JD: Soy profe de secundaria, profe de comunicación con los cursos más grandes, cuarto, quinto y sexto año, que son los que tienen la modalidad de Comunicación. Pero soy bibliotecario de una biblioteca que es para jardín, primaria y secundaria.
MM: ¿O sea que la escuela y el colegio tuvieron influencia en tu elección de lectura y escritura? ¿O llegaste antes?
JD: Llegué también, como les pasa a muchos, con los hijos o con los sobrinos, o con los nietos. Llegué por ahí. De empezar a leer para ellos, y darme cuenta de que había muchas cosas que eran bastante malas, y había muchas cosas que eran alucinantes y a las que nunca me había asomado. Ahí empecé a bucear en la literatura infantil y juvenil y no pude salir de ahí. No tengo muchas ganas de salir de ahí, porque me gusta. Siempre me voy sorprendiendo y voy encontrando cosas.
MM: ¿Qué te ha gustado mucho últimamente?
JD: Martín Sancia me parece alucinante, Así como a muchos les gusta lo que hace para adultos, que es definitivamente para adultos, para mí logró algo que es políticamente incorrecto. Algo que cuesta tanto, porque si uno se pone a ver la literatura que entendemos por infantil y juvenil de hace veinte, treinta, cuarenta años, era bastante menos conservadora que la de ahora. Y eso me parece que tiene que ver con que hoy depende más de la escuela. Hay autores que hoy serían muy incómodos para la escuela. Incluso se eligen sus textos más sencillos para poder ingresarlos a las escuelas. Por ejemplo, hoy es complejo meter a Roald Dahl en la escuela desde sus textos más oscuros o que son más políticamente incorrectos. Martín Sancia, por ejemplo, con Los poseídos de Luna Picante, o Todas las sombras son mías… Los Poseídos de Luna Picante, cuando entrevisté a un montón de autores para hablar del miedo en la LIJ, fue el único que se animó a hacer lo que en cine es el género gore, pero para niños. Escribió un libro absolutamente sangriento, con mutilaciones, con brujerías. Con un montón de cosas, que no sé cuántos se animan a algo así. Yo estuve charlando un poco con él, la verdad es que no tuvo reparos. Tenía ganas de escribir eso, lo hizo y felizmente se lo editaron, eso también está bueno.
MM: Ganó un premio con ese, ¿no?
JD: Ganó el premio Sigmar, sí. Ahora le queda el otro escalón: que pueda ser leído en las escuelas. Ahí choca de nuevo. Hay un libro de Esteban Valentino que se llama El monstruo deforme baja al pueblo. Yo no me canso de recomendarlo. Y un día una maestra me dijo que no le gustaba que dijera “deforme”, que le parecía chocante que dijera que el monstruo era deforme, y que no sabía cómo iban a tomarlo los padres. Yo creo que ahí está la cuestión. También, en las entrevistas, para este libro que estoy preparando, a los autores les pregunto cuáles son los límites propios y cuáles los que les ponen las editoriales. Y cada vez hay más límites propios, porque hay como una especie de autocensura en la literatura infantil. Ya los autores de literatura infantil y juvenil vamos incorporando eso de qué es lo que se puede decir para que el libro pueda recorrer más lugares, para que pueda ser leído por más chicos. Y ahí vamos contando menos cosas de las que queremos contar.
MM: Está buena esta reflexión que traés. Es una tensión permanente. La escuela como la gran propiciadora de la lectura, sabemos que es el canal fundamental. Que hay recomendación, sabemos que incluso hay reemplazo de familia no lectora gracias a la escuela, y también sabemos del conservadurismo, del temor a ciertas temáticas, a ciertas palabras, si tiene malas palabras… A veces la traba ya empieza con los promotores. No quieren mostrar determinado libro para evitarse un problema, antes aún de que el problema surja. Esa es una tensión bastante difícil de sobrellevar. Vos has recorrido bastante el límite. Recién lo mencionabas a Martín Sancia. El libro del título irrecordable, larguísimo, que tiene La pluma del gato en Sudamericana, una colección bastante por afuera de lo tradicional… Vos también tenés un libro en esa colección, La tormenta en el año del conejo, y es un poco inclasificable. ¿Es literatura para niños? ¿Para jóvenes? Está lleno de guiños para el lector muy formado… Toda la historia de Confucio, los anacronismos… ¿Ese libro logró entrar en la escuela?
JD: No, que yo sepa. Igual, está en el límite y no, porque hay gente que esa puerta ya la pateó, como Ema Wolf. Hay gente que pateó la puerta del delirio, y puede escribir como Alberto Laiseca, pero para chicos. Ahí es aceptado el delirio, como con Diego Muzzio y Elefantes telefónicos. La tormenta en el año del conejo va por ese lado. Y los guiños funcionan por un lado si lo lee un adulto y por otro si lo lee un chico. Confucio será una referencia histórica, y un chico jugará con la idea de alguien que se confunde todo el tiempo, a partir de su nombre. Como una especie de sobrenombre de este personaje histórico. Es más o menos la personalidad que tiene, de decir lo incorrecto en momentos no adecuados. Me parece que algunas puertas se abrieron y otras no. Con el terror, lo que me venía pasando cuando lo analizaba, por ejemplo, en los planes de lectura, está como género en segundo año de la secundaria, a veces en tercero. Entonces se pierden todos los textos que tienen un poco más de profundidad en el terror, que podrían darse en un quinto o un sexto año. Porque en segundo año se le animan a textos de terror que todavía tienen algún reparo en ir un paso más allá. Como cae ahí, en esa instancia educativa, terminan trabajando con textos de terror que son como más complacientes, y no que están más en el límite, como podría leerse con un pibe de dieciséis o diecisiete años. Igual es raro, porque en esto que digo, de que estamos más conservadores que antes, por ejemplo, algo que me ocurrió, y que fue una de las cosas que disparó este ensayo, fue el tema de Quiroga, de “El almohadón de plumas”. Cómo toda esa lectura antes estaba en un quinto o sexto grado de primaria, y hoy nadie ni loco se animaría a dar a Quiroga en esos años. Y menos esos cuentos. Se pueden dar otros. No esos cuentos de terror, tan salvajes. Hablaba en una entrevista con José María Marcos, que escribe terror para adultos y para niños, y me decía que Edgar Allan Poe es un poco menos violento que Quiroga, pero porque la traducción lo hace menos violento. Lo aliviana un poquito. Quiroga está ahí, nos habla directamente a nosotros con nuestras palabras. Y eso hace que el terror de Quiroga sea más feroz, pero yo planteaba este tema en las redes sociales, sobre seguir leyendo a Quiroga en la primaria, y había autores, como Gustavo Nielsen que me decía que él era escritor porque había leído a Quiroga a los nueve años. “EL almohadón de plumas” o “La gallina degollada”, a los nueve años. Creo que eso hoy no sería posible, el límite se corrió, nos pusimos más cuidadosos en el mal sentido, me parece. Sin embargo, hay otros espacios del terror en los que los chicos conviven sin filtro. Porque me parece que en la literatura hay como un exceso del rol del editor, en cuidar a los niños, pero después (esto me lo decían escritores en las entrevistas) los chicos están frente a un noticiero, viendo el terror absoluto, sin editores. Sin filtro. O accediendo a un montón de historias truculentas por los medios digitales y no hay un editor ahí en el medio. Acceden al terror sin alguien que les filtre cómo contárselos. Y en la literatura, al revés. Se pone como un exceso de reparo en el cuidado de los niños, a veces privándolos de alguna experiencia. En el terror se supone que lo que hay que hacer es desafiar los límites. No perturbarlos, desafiarlos sí. Un poco la literatura de terror se trata de eso. Que desafíes tu límite, que puedas superarlo y que estés un paso más allá. El juego del terror es ese también.
MM: Vos sabés que yo leí a Quiroga cuando estaba en séptimo grado. Curioso, porque era un año de terror. Era el año ’78. No había miedo de leer eso y había otros miedos. ¿Y con los primeros lectores qué pasa? Vos sos bibliotecario. En primero o segundo grado, ¿hay oferta? ¿Encontrás textos para ofrecerles?
JD: Sí. Cuando yo empecé a armar esto le puse Julepe. La idea era englobar todas las ideas del miedo, desde la más tonta a la más compleja. Y me di cuenta de que no podía hablar de terror y LIJ, solamente, porque me iba a quedar afuera una parte de la sigla, que era la infantil. Solo iba a hablar de lo juvenil, porque no se puede hacer terror en la primera infancia. Sin embargo sí hay toda una literatura que tiene que ver con los monstruos y con el miedo. Hay mucha literatura, alguna que no está muy bien hecha, como esas cosas del tipo de “el monstruo de los colores y de las emociones”, y mucha que está muy bien hecha, con respecto a la galería de miedos que tienen los más chiquitos. Y después hay otra instancia, que tiene que ver con el humor y los monstruos. Ahí hay una bibliografía enorme, y algunas cosas están buenísimas. Y me parece que está bueno, es como ir presentándoles los monstruos a los pibes. Para que los dejen entrar en la habitación, para que los pongan en la mesita de luz… Se empiezan a relacionar de forma chistosa con un montón de monstruos a los que después se van a ir acercando más en serio cuando sean más grandes. Pero hay un montón de literatura para primera infancia. Mi favorito es uno de la literatura en general, que se llama ¡Fuera de aquí horrible monstruo verde!, y que es un libro álbum que ya tiene muchos años y es de un autor que se llama Ed Emberley. Creo que es su único gran libro, pero está muy bien. Es un libro álbum en todo su esplendor, un libro con diseño en el que uno va armando y desarmando un monstruo a medida que avanzan las páginas; los dientes, las orejas, los pelos, etc. Y después lo empezás al revés, lo desarmás… Y termina (se los voy a spoilear) diciendo algo así como: “Vete de aquí y no vuelvas hasta que yo no quiera”. Yo doy una materia en el secundario que se llama “Comunicación y culturas del consumo”, en la que trabajamos publicidad, marketing, propaganda, etc. Es de quinto año. Y hay una unidad en la que trabajamos todo lo que te venden a partir de los intangibles, como la felicidad o el miedo. Trabajamos la idea de cómo construir el miedo. Y es buenísimo el momento en el que llevo ese libro al aula, y se los leo a los grandulones y las grandulonas de quinto año del secundario, y quedan alucinados por el libro, y por la experiencia de que alguien les esté leyendo un cuento nuevamente. Que da para otro ensayo que ya fue escrito: Como una novela de Daniel Pennac. Que es la idea de por qué abandonamos eso, esa intimidad de la lectura con los otros. El momento en el que les leo eso es mágico. Y es muy loco, porque después, en sexto año, o después de que egresaron, vienen y recuerdan más la lectura de ese libro que “El matadero”. Me parece un libro que está cerradísimo en la idea, porque aparece la idea de empezar a jugar con el monstruo, con la idea del terror en todo su esplendor, que es eso. Yo lo llamo al monstruo cuando quiero, y lo echo cuando quiero. Y lo vuelvo a llamar porque lo extraño y quiero volver a sentir miedo. Y cuando quiero parar, paro. Y cuando quiero seguir, sigo. Me parece que de eso se trata.
MM: No lo leí. Me lo vendiste. Voy a tener que leerlo. Juan, ¿cómo surge la idea de hacer este ensayo y cuál es el objetivo? ¿Presentarlo en una editorial? ¿Publicarlo?
JD: Sí, la idea es un poco esa; una invitación a pensar el miedo, los monstruos, el terror como género en la LIJ. Y hacer como una especie de progresión desde primera infancia hasta la adolescencia. Entrevisté a veintiún autores y todos hablaron más o menos de lo mismo: cuáles son los límites propios, cuáles los que te imponen los editores, si te los imponen, si hay miedos nuevos, 2.0, o si hay miedos que en realidad son reciclados. Si son siempre los mismos diez miedos que tenemos desde la antigüedad hasta hoy, y se van reciclando o van tomando nuevas formas. No me acuerdo qué autor me decía que no entiende cómo los jóvenes puedan volver a tener miedo de los vampiros, después de que vieron que son jóvenes bellos y enamorados. Hay algunas cosas que nos corren del eje de lo que creíamos hasta este momento, y empezamos a mirarlas de un modo distinto. También le dedico especialmente un capitulo a ¡Socorro! De Elsa Bornemann, porque me parece que es como la piedra fundamental de la LIJ y del terror tal como los entendemos. Con ¡Socorro! me pasaron un montón de cosas. A la gente que se lo nombro, me dice todos los cuentos de principio a fin. Como que no pudo borrárselos nunca. Y lo releo, y leo los libros que sacó como continuidad, Socorro diez, Queridos monstruos, y son libros mentirosos, porque desde el título parecen naifs, en los prólogos parecen naifs, porque hay un prólogo de Quasimodo, otro de Frankenstein… como muy aniñados. Pero los cuentos son bestiales. Son terribles. A muchos que leyeron ¡Socorro! en la primaria, les quedó absolutamente grabado, en lo terrorífico y en lo positivo de la experiencia de lectura. Y hoy no sé si se animarían a darlo en primaria. Quizá sí, porque entra medio camuflado, por eso tan genial que hizo Elsa de ponerle “Socorro” y no “Te cortaré la cabeza y te enterraré vivo”.
MM: Hace un par de años, acá está Teté de ALIJA, inventamos un premio que se llama “Los Favoritos” de los lectores de ALIJA. Y les llevamos libros a chicos de tercer grado, sexto grado y segundo año de la secundaria de quince provincias diferentes. Y en sexto grado el libro que ganó fue ¡Socorro! Vigencia absoluta. Esto fue en 2018. Sigue siendo un best seller, sigue siendo formador de lectores, como lo fue dos generaciones hacia atrás.
JD: Me parece que lo logró porque no fue nada complaciente. Ella quería escribir terror y escribió terror. Absolutamente. Y eso es lo que nos pasa un poco ahora… Creo que Convertini me decía que le habían pedido un título de terror, y lo estaba escribiendo y terminaba de forma romántica. Y que los editores le pedían terror, que fuera un poco más allá. Y que se dio cuenta de que se estaba poniendo los límites él mismo. Que estaba cuidando demasiado a los lectores, cosa que no le pasa cuando escribe para adultos, que escribe lo que tiene ganas. Como que había un reparo excesivo. Con ¡Socorro! me pasó acompañar a mi hija en una sala de escape (son salas en las que se entra y hay que ir pasando de habitación en habitación, una especie de sala de juego), y me senté en un sillón, a esperar la hora a la que salieran mi hija y sus amigas, con una edición muy viejita de ¡Socorro!, y los dos pibes que estaban a cargo del lugar, que debían tener treinta y pico de años se quedaron mirándome, empezaron a hablar entre los dos y relataron todos los cuentos de ¡Socorro! de punta a punta. Y decían: “Esa vieja no nos quería, por eso nos dio a leer eso, para que nos quedemos traumados”. Hablaban de su maestra de sexto grado. Y ahora estos pibes tenían una casa de salas de escape, en la que la gran mayoría de las historias eran de terror. Parece que “la vieja” hizo bastante bien al darles ¡Socorro!
MM: Qué bueno tener una maestra así. Acá, en el chat, Laura Ávila te hace una pregunta que tomo como una sugerencia, y tiene que ver con algo que pensaba preguntarte, que es si vos también escribís terror. Ella dice que le gustaría que hables de tus libros. Lamentablemente leí solo dos de los cinco.
JD: Probablemente, después de esta escritura escriba algo de terror. Porque voy entendiendo los códigos y me van dando ganas de escribirlo. Pero hasta ahora, no. Los caprichos del chef fue el primero que salió, ilustrado por Max Aguirre, editado por Lea. Es una especie de cuento largo delirante que tiene que ver con la idea de un chef, de lo que nos pasa con los programas de cocina, pero en la época de la Conquista. El chef dice que quiere ponerle cilantro a una receta y había que armar una expedición a las Américas a buscar cilantro. Por cada especia que le faltaba se armaba una expedición, para ir a buscarla. Es como un cuento largo. Después sale La tormenta en el año del conejo; una vez leí en una enciclopedia que si se venía un cataclismo natural, alguna inundación, el emperador empezaba a ser mal visto porque se suponía que los dioses habían dado su veredicto de que no estaba haciendo bien las cosas. Es un emperador chino que se entera por una profecía de que se va a venir una gran tormenta, y quiere impedir que venga. Algo imposible, aún para un emperador. Hay un capítulo entero en el que trata de negociar con la nube que está posada arriba, cómo hacer para que ella se vaya. Y empieza a llamar a un montón de gente, a ver si puede detener esa tormenta que está por venir y por arrasar con su cargo. En ese momento estaba haciendo un taller con Alberto Laiseca, que tenía, como él decía, toda una vaina con los chinos, así que por ahí vino La tormenta en el año del conejo que es una novela para un quinto o sexto grado de primaria.
MM: Sí, igual, una cuestión bastante difusa con el tema de la edad. Y sin límites (acá spoileo yo). Mataste al emperador sin ningún problema.
JD: Sí, incluso ahí está Confucio, que es el asesor del emperador, que dice justamente lo que el emperador no quiere escuchar, entonces lo manda a ejecutar. Pero nunca lo ejecutan, porque saben que al otro día va a perdonarlo. Entonces lo ejecutan de mentira, y al otro día vuelve, y lo manda a ejecutar por otra cosa que le dice. Después salió Diario del plan de fuga, que tiene continuidad en Diario de un verano alienígena. La idea es continuarlo. Y es básicamente una fuga de un colegio. Nace a partir de una anécdota del hijo de una amiga de mi mujer, que en tercero o cuarto grado había intentado escaparse del colegio, pero la cuestión no había quedado ahí, sino que encontraron que había hecho un plano del colegio, y había repartido roles entre sus compañeros. Era una fuga posta, porque él miraba medio de reojo una serie de fugas de prisión que veían los padres a la noche, y empezó a sacar información de ahí. Ahí nació Diario del plan de fuga que es del subgénero “fuga”. Ahí están nombradas todas las películas de fugas, todos los clichés. El gran escape, Papillon… está todo ahí, pero en una fuga escolar. Ese fue el que más entró en las escuelas, y también con mucho miedo de las docentes… Cómo hablar de que los chicos se fugan del colegio. Pero no viene por ahí la idea central…
MM: Además, es muy divertido, Juan. La relación absoluta entre escuela y cárcel… El narrador es un chico que en un momento dice que se pongan a pensar las diferencias… Casi no hay diferencias entre una escuela y una cárcel. Es muy fuerte.
JD: Sí, en un recreo nombra a Foucault sin nombrarlo. Lo cita. A los chicos les gusta mucho eso. Es una idea carcelaria. Está el que hace los tatuajes, que es el único que tiene una caja de fibras Pelikan de cuarenta y ocho fibras, y les hace dibujos al resto de los compañeros. Es una mirada aniñada de la idea de la cárcel y de la fuga.
MM: No sé qué opinarás, pero noté bastantes códigos de secundaria, aunque son chicos de escuela primaria. No sé qué se mezcló ahí, si hay algo autobiográfico en esa galería de personajes extraños.
JD: Sí, hay una ensalada de compañeros de secundaria y de primaria. Están mezclados. No hay adultos, casi en ningún pasaje de libro. Como si fuera “imaginémonos todo esto ahora que estamos solos”, y no hay intervención de alguien que diga que lo que están imaginando es imposible. Después hice Diario de un verano alienígena, que son los mismos pibes, en verano, y con la idea del género de los alienígenas. En el ensayo sobre terror pongo los grandes miedos que tuve. El otro día subí un texto a las redes, y me decías de los miedos que uno tiene, hacer una especie de catálogo de miedos. Y uno de mis grandes miedos eran los extraterrestres. Mi hermano, más grande que yo, era un fanático de la ufología, y tenía un montón de libros, con fotos, y yo alucinaba con todo eso. Eso está en Diario de un verano alienígena, que es un verano en el que los pibes empiezan a sospechar que tal o cual del barrio es un alienígena. Hay un cuento que leí cuando la escribía, que es más de terror, de Philip Dick, que se llama “El padre cosa” en el que un niño sospecha que su padre es un alienígena y piensa en cómo deshacerse de él. Y lo último que salió fue El Sacudón, por Del Naranjo. Es un libro que tiene un cuento largo que es el que le da título, tiene como veinticinco páginas. Es una casa en la que el padre tiene todas las noches el ritual de leerles algo, antes de irse a dormir, y hay una falla, que se llama “la falla de María Elena”, que cruza el terreno de la casa, y que a esa hora, que es la de la lectura, sacude la casa, y se mezclan todas las historias, los nombres de todos los niños que viven en esa casa, los personajes, y es como una especie de continuidad en la que cada vez se va poniendo todo más mezclado. Incluso de qué trabajan el padre y la madre, qué comen… lo de mediodía a la tarde, lo de la merienda a la noche, van a distintos grados en la escuela… A partir de cada sacudón, que empieza a darse como un ciclo todas las noches, empieza a mezclarse absolutamente todo. Y después tiene tres cuentos más, más cortitos. Y ahí sí hay un cuento que podría entrar en la categoría del ensayo, que se llama “La escalera del terror”, y es una especie de planteo, como si fuera una rayuela, pero con una escalera. La idea es ir subiendo o bajando una escalera viendo el miedo que uno tiene, y después poder bajar rápidamente. Ahí planteo una especie de juego con respecto a los miedos. Y hay dos cuentos más. Es un libro para más pequeños, para ocho, nueve, diez años.
MM: ¿Y ese llegó a distribuirse algo, Juan?
JD: Ese salió a la venta en digital, en medio de la pandemia. Y salió en papel hace un mes, más o menos. Así que no sé cómo está la distribución.
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