¡VUELVE, VUELVE QUE TE ESPERO!
Cartas para abrir en primavera es una propuesta del PBPA para sentirnos más cerca en estos días de aislamiento. Las y los invitamos a escribir una carta a las personas, actividades o lugares que más añoren y enviárnosla a cartasparaabrirenprimavera@gmail.com. A partir del mes de octubre publicaremos fragmentos de las que hayamos recibido, junto con los primeros brotes. Mientras tanto, y para festejar la llegada de la primavera, realizamos un recorrido por algunas obras literarias en las que las cartas adquieren un lugar central.
Por María Trombetta
Hoy, por fin, empieza la primavera: aunque los representantes de la Ciencia insistan en que el equinoccio sucede entre el 22 y el 23 de septiembre, aunque el termómetro tarde algunas semanas en instalarse en los parámetros de la tibieza, aunque la pandemia no nos permita ver adolescentes festejando en los parques. Hasta acá llegaste, invierno: no nos importa que te despidas con una sonrisa sarcástica porque vos y nosotros sabemos que tarde o temprano estarás de vuelta. Después de todo, si hay una estación del año cuya llegada fue celebrada desde los principios de los tiempos, es la primavera.
Esta tan particular que nos toca vivir nos trae, a los y las que trabajamos en el Programa Bibliotecas para armar, una alegría adicional. Durante los meses de otoño e invierno, a través de diferentes modos virtuales de encuentro, invitamos a quienes nos siguen y nos leen, a acompañarnos en la propuesta Cartas para abrir en primavera. La lectura compartida de fragmentos de cartas de escritores y personalidades de la cultura nos permitió comprobar que aún sentimientos como la nostalgia y la melancolía pueden ser convertidos en algo bello. Propusimos a nuestros amigos y amigas que escribieran sus cartas a aquellas personas, lugares o actividades que más extrañan durante estos días en que nos toca estar separados, y nos las enviaran para, a partir del mes de octubre, publicar fragmentos seleccionados de las mismas. En estas semanas recibimos muchas, dirigidas a nietos, amigos, lugares, y aficiones. ¡Y siguen llegando!
Pensando en las cartas, recordé varios libros que me acompañaron en mi recorrido como lectora, y que las incluyen como parte esencial de su contenido. Los comparto aquí a modo de ejemplo, segura de que ustedes recordarán muchos otros.
Mi primer libro largo, que leí sola a los seis o siete años, empezaba, justamente, con una carta. La protagonista de Dailan Kifki, de la queridísima María Elena Walsh, salía de su casa y en el zaguán encontraba una “montaña gris” con una carta adherida, cuya primera línea recuerdo de memoria aún hoy: "Estimada señorita: Yo me llamo Dailan Kifki y le ruego no se espante porque soy un elefante. Mi dueño me abandona porque ya no puede darme de comer. Confía en que usted, con su buen corazón, querrá cuidarme y hacerme la sopita de avena. Soy muy trabajador y cariñoso, y, en materia de televisión, me gustan con locura los dibujos animados". Una carta que servía, a los fines de la historia, para justificar la aparición de un elefante en medio de la ciudad, y dejaba información esencial para la resolución del conflicto, ya que, gracias a la sopita de avena, la señorita en cuestión y su galán, el bombero, lograban rescatar a Dailan Kifki al final de su aventura.
Un par de años después llegaba a mis manos una novela que leí y releí hasta el cansancio. Aún conservo la edición de la Colección Billiken, sin la portada y un tanto deshojada. Las Mujercitas de Louise May Alcott esperaban noticias de su padre, capellán del ejército de la Unión en la Guerra Civil, y cada carta suya que recibían les daba fuerzas para seguir con sus sacrificadas vidas, en las que no sobraba nada más que determinación.
Todas se acercaron al fuego, la madre en la butaca, Beth a sus pies, Meg y Amy sentadas sobre los brazos de la silla y Jo apoyándose en el respaldo, de manera que nadie pudiera ver ninguna señal de emoción si la carta tenía algo conmovedor. En aquel tiempo duro se escribían muy pocas cartas que no conmovieran, especialmente entre las enviadas a casa de los padres. En esta carta se decía poco de las molestias sufridas, de los peligros afrontados o de la nostalgia a la cual había que sobreponerse; era una carta alegre, llena de descripciones de la vida del soldado, de las marchas y de noticias militares; y sólo hacia el final el autor de la carta dejó brotar el amor paternal de su corazón y su deseo de ver a las niñas que había dejado en casa. "Mi cariño y un beso a cada una. Diles que pienso en ellas durante el día, y por la noche oro por ellas, y siempre encuentro en su cariño el mejor consuelo. Un año de espera para verlas parece interminable, pero recuérdales que, mientras esperamos, podemos todos trabajar, de manera que estos días tan duros no se desperdicien. Sé que ellas recordarán todo lo que les dije, que serán niñas cariñosas para ti, que cuando vuelva podré enorgullecerme de mis mujercitas más que nunca."
Por un tiempo me dediqué intensamente a la lectura de textos dramáticos. Las cartas aparecen en varios de los más conocidos y destacados del género: portadoras de noticias, de augurios o desgracias. Tal vez el caso más famoso sea el de Romeo y Julieta: son dos las cartas las que intervienen en la trama de la obra escrita por Shakespeare. Una de ellas la escribe el fraile Lorenzo, confesor, consejero y amigo de los jóvenes. La información que contiene es importantísima, tanto como para lograr que Romeo y Julieta estén juntos para siempre como para desencadenar la tragedia, ya que nunca llega a destino. Es una carta fallida, que en el drama sirve al autor para que encajen perfectamente las líneas argumentales del texto. La otra carta, que sí llega al destinatario, apunta hacia la misma dirección, es la que escribe Romeo a su padre, para comunicarle que todo lo precipita a la muerte.
Romeo – Dame ese azadón y esa palanca. Toma esta carta. Apenas amanezca procurarás que la reciba fray Lorenzo. Dame la luz, y si en algo estimas la vida nada te importe lo que veas u oigas, ni quieras estorbarme en nada. La principal razón que aquí me trae no es ver por última vez el rostro de mi amada, sino apoderarme del anillo nupcial que aún tiene en su dedo y llevarlo siempre como prenda de amor. Aléjate, pues. Y si la curiosidad te mueve a seguir mis pasos, júrote que he de hacerte trizas y esparcir tus miembros desgarrados por todos los rincones de este cementerio, Más negras y feroces son mis intenciones que tigres hambrientos o mares alborotados.
Para terminar este recorrido, no podía faltar una de las novelas epistolares más famosas de la literatura latinoamericana: Boquitas pintadas, de Manuel Puig, en la que las cartas nos cuentan los secretos más profundos de los personajes, y que, devoradas por el fuego, cierran la historia de Nené a puro amor y melodrama.
Buenos Aires, 30 de junio de 1947
Querida Doña Leonor:
Acabo de tener la alegría de recibir su carta antes de lo pensado, pero después qué disgusto al leerla y darme cuenta que Usted no había recibido mi anterior. Yo le escribí hace más de una semana, ¿qué habrá pasado? Mi miedo es que alguien la haya retirado de la casilla, ¿cómo hace para que Celina no vaya nunca a buscar las cartas? ¿O es que no sabe que Usted tiene casilla de correo? Si Celina busca las cartas a lo mejor me las quema.
Mire, señora. Si le da mucho trabajo saber cuáles eran las cartas para mí me puede mandar todas, yo le devuelvo después las que no me corresponden. Yo lo quise mucho, señora, perdóneme todo el mal que pude hacer, fue todo por amor.
Le ruego que me conteste pronto, un fuerte abrazo de
Nené
Casi todas las manifestaciones más agradables de la actividad humana suponen un movimiento de vaivén, un lazo que va y viene entre las personas: el juego, una conversación, el afecto, la literatura, el arte en general. Enviar una carta y esperar la respuesta. Porque las cartas son como la primavera: algo lindo que nos gusta esperar y nos alegra recibir.
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