Rosa Mística

Seguimos recorriendo las voces de la literatura uruguaya. En este caso, compartimos reflexiones sobre la escritura y los lectores, de Marosa Di Giorgio para Radar Libros, con motivo de la publicación de Rosa Mística, su libro de relatos eróticos.

¿El acto erótico es un acto bello en sí mismo? ¿Cuál es su función en la literatura?
–Creo que sí es bello. He visto la conjunción de una abeja con un azahar y era hermoso, una cosa de ángeles. No está destinado a funcionar en la literatura. Es.

¿Podría decirnos si hay una escritura poética, si hay una marca específica que pueda delimitar cuándo un texto es poético y cuándo no?
–Escritura poética siempre hubo, o mejor, eternamente hubo. Desde que fueron escritas las estrellas. Antes. Siempre. En cuanto a percibir esto, depende del auditor, el veedor, el receptor, en fin, del lector. Depende de las antenas que éste posea. Si carece de eso, es mejor que se dedique a nadar.

¿Está de acuerdo con Georges Bataille en que la violencia es el alma del erotismo? ¿Hay alguna diferencia entre pornografía y erotismo?
–Yo no hablaría de violencia, más bien de un alcohol azul ardiendo, un perfume profundo de jazmines, un arco iris con manías extrañas. Un azahar de azahares. La diferencia entre pornografía y erotismo es abismal, sin desdeñar ningún género.

¿Cuál es el lector ideal?
–Creo en el lector-autor; aquel que, al leer, recrea, crea, de nuevo, con placer, lo que el autor dijo.

Algunos lectores perciben una continuidad entre su lírica y sus relatos eróticos. Otros, en cambio, creen que hay una deliberada indagación de la ruptura. ¿Qué opina al respecto?

–Me deslizo, me aventuro siempre por el mismo bosque, el que me dieron. Todos son papeles eróticos. Últimamente estoy hallando cosas más arduas y raras, pero siempre bajo la misma estrella. No me propongo nada, no busco nada. Encuentro.


Rosa mística 4


Venía una tormenta de las que no se ven nunca, toda plateada, con dientes rabiosos, hablaba.
Celiar abrió los ventanos y los volvió a entornar.
Vio a Diamanta sentada en el patio, mientras le caían a las manos unos guijarros que bajaban de la borrasca, blancos, brillantes, como de hielo y con ese olor a las azucenas; ella hizo una especie de ramo.
-Diamanta, ven; para acá.
Ella quedó quieta con el vestido listado que le cubría los pies y las manos.
El recordó el casamiento, y antes, cuando la miraba ir a la escuela, y se le acercó un día diciéndole:
–Tus ojos me gustan tanto. ¿Y si nos casamos?
En realidad era recién que le había visto los ojos, chicos como los de las muñecas, de un celeste rayado y radioso, miraban más allá del cielo, los acontecimientos en la eternidad. Hubiese bastado que tuviese sólo uno; dos era demasiado. Recordó el día nupcial aunque se le iba como un buque, y lo volvía a traer. Los parientes, todos comiendo confites, el vestido e Diamanta; de organdí hasta el suelo, color amarillo rabioso, yema de huevo, y el velo azul rodeado de huevo. Así la trajo a la cama, después de la pavana se cerró la puerta. Ella no se reclinó; buscó en el bolsón de novia una cuaderna, y estudió toda la noche; él la ayudó en aritmética, geografía, y en otra cosa escrita ahí que no se entendía.
Pasaron del mismo modo todos los días. Hoy, bajo la tormenta, él se animó:
-Diamanta, ponte el vestido, el de novia. Hagamos como que hoy nos casamos. Nos casamos, hoy.
Ella, imprevistamente, obedeció; fue al ropero, salió; abajo, se colocó la diadema y el velo.
Cuando él la fue a enlazar, ella se escapó por la ventana; él la siguió, la perdió, la encontró detrás de las zarzas, parada y rígida, y brillando como si fuera sólo un cirio.
Él, entonces, quedó desconocido, se puso unos guantes de asesino, cortó las espinas, la trajo hasta sí. Le quitó todos los celajes que parecían mil, y el último, de entre las piernas, del que cayeron miosotis y algunos caramelos, que el viento llevaba y desparramaba.
Durante el zarpazo ella sacó un poco la lengua, roja como el botón de las rosas, perdió saliva y lágrimas; dio un grito lujurioso y chiquito.
El mundo, al oírlo, quedó parado. Se terminó el vendaval.
Celiar quedó helado. Hablaba con el pensamiento y se oía, sin embargo gritado en los aires:
-Por Dios, Diamanta, tienes los velos; ve tras de las espinas; qué pecado fue hecho. Párate como la Virgen. Jamás contaré lo habido. A ver, dónde está tu himen. Te lo daré; lo tendrás, nuevamente, te lo pegaré.
Vio el cendal de ella goteando como las rosas, y los dos senos con los pezones moviéndose y cuchicheando y que parecían ya incolmables.
Qué pecado fue cometido.
Diamanta ondeaba como una víbora.
El resto del mundo estaba azul, negro y quieto


Rosa mística 13


El bosque de casuarinas donde un día se presentó el Diablo.

-¿Se presentó el Diablo?

Sí, y todo tejido en lana roja y negra. Como una manta y un saco.

Yo era chica y dije: -¿Qué es un diablo?

Era adolescente y quedé alelada.

Era una mujer y quedé picada.

Me le acerqué, pero no mucho, porque no se podía; a ratos, parecía que no estaba.

De pronto dije:

-Yo soy una princesa. Pero, legítima; no de pacotilla como las que salen en los diarios.

Al oír esta oración extraña, parpadeó, aunque sus ojos eran inmóviles, y algo se asombró.

Quedaba tieso. Parecía un objeto, un tejido olvidado.

Yo, por aliviar las cosas, vencer esas extrañezas, fui hasta la cocina, tomé, desde un platillo, dulces de higo, salí a mirar las ramas.

Pero, él ya estaba allí; con un salto invisible y opaco, ya estaba allí.

Le dije: -Diábolo.

Él contestó: -Mariposa Glicina. Y Glicina Mariposa.

Llamándome así por mis nombres prohibidos, pues, por salvarme de todo mal, no me habían hecho figurar en el Registro.

Me acerqué a su lana. Él dijo: -Vayamos a los infiernos donde están nuestros hermanos.

-¿Cómo…?!!

Di un grito que no se oyó.

Pero, le tendí los dedos, que él acarició por sumo instante. Pidió: -Y dame las cosas de abajo.

Aunque parezca mentira me acerqué y separé las piernas.

Él buscó y encontró los orificios; lamió y hendió; uno a uno, los lamía y los partía. Yo, un poquito, brincaba. Dijo: -Vayamos al infierno, ya. Eres de las que sirven bien. Vamos, bromelia, móntate en mi lomo. Y vamos.


Rosa mística
Marosa di Giorgio
Cuenco de Plata, 2014.

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